miércoles, 24 de julio de 2013
Aún recuerdo ( extracto de mis memorias secretas IV )
Aún recuerdo el cielo estrellado de Sevilla, en el patio de banderas, con la Giralda asomando por encima de los tejados iluminada de un ocre exultante.
Recuerdo que a pesar del frio invierno, sentía un agradable acaloramiento que no sabría decir si provenía de mi corazón desbocado, de tu cuerpo tan cercano o de tu cara que, pegada a la mía, dirigía la mirada hacia donde mi dedo índice te señalaba lo que con tanta emoción mis labios te anunciaban: es Orion, la constelación del Cazador.
Recuerdo tu mano agarrada a la mía mientras nuestras piernas libraban una carrera alrededor de esa enorme catedral gótica que, durmiente a aquellas horas, nos contemplaba como si fuéramos unos chiflados corriendo para matar el frío a golpe de zancadas hasta la extenuación.
Recuerdo el vaho que echaban nuestras bocas abiertas y que, en una búsqueda apremiante de aire puro, no lograban contener las risas entrecortadas como si de unos niños que acaban de cometer una diablura se tratara.
Recuerdo esas callejuelas del bario de Santa Cruz, hasta poco antes tan frecuentadas y luego tan solitarias por las que te guiaba, sin saber qué rumbo tomar, pretendiendo alargar hasta el infinito esos instantes tan preciados por tenerte a mi lado, sólo para mí, en una noche en que los hados parecían haberse confabulado para que no tuviéramos más compañía que la de las estrellas.
Recuerdo cuando al alba, sentados en un banco de un parque solitario, exhaustos y desorientados, creyendo llegado el gran momento, ingenuo de mí, me dispuse a volcar sobre ti mis más íntimos sentimientos, creyendo que tus oídos primero y tu corazón después, los recibirían con ese gozo del que recibe esa buena noticia que tanto esperaba y tardaba en llegar.
Recuerdo cuando nos despedimos con un frío “hasta pronto” y cómo anduve sin rumbo fijo, perdido en mis cavilaciones, preguntándome por qué las cosas no podían ser de otro modo y tenía irremediablemente que perderte cuando apenas te había tenido.
Y recuerdo que seguí buscándote, encontrándote y perdiéndote de nuevo hasta que la razón me dijo que ya era hora de abandonar, de tirar la toalla, pues no eras más que el objeto de un deseo imposible al que debía renunciar.
Y recuerdo que durante algún tiempo, tu cara, tu sonrisa y tu voz volvían a mí de forma inevitable y recurrente, preguntándome cómo habría sido mi vida si en esa fría madrugada me hubieras dicho que sí.
Y recuerdo que a medida que fueron pasando los años y tuve la suerte de ser feliz lejos de ti, tu imagen se volvía difusa y tu recuerdo ya sólo despertaba en mí una serena melancolía y añoranza de los tiempos pasados, de la juventud cada vez más distante.
Y recuerdo cuando, hace poco, a través de una red social, te volví a encontrar, treinta y tantos años después de nuestro último adiós, y con qué ilusión te envié un mensaje sin más intención que la de saber de ti y quizá retomar una amistad largo tiempo perdida.
Y recuerdo con qué expectación abrí el tuyo, que no tardó en llegar.
Aun recuerdo tu respuesta, más inesperada, si cabe, que la de aquel amanecer en Sevilla.
Sólo recuerdo que ya no me recordabas.
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