Todos experimentamos muchos cambios a lo largo de la vida
como parte indispensable de nuestro desarrollo personal, hasta que llega el
cambio definitivo, el Gran Cambio, como me gusta llamarlo, ese cambio que no
percibimos en su momento, pues se produce de forma insidiosa, silenciosa y
gradual, sin armar escándalo, y que sólo percibimos con toda claridad un día,
cuando al mirar atrás, vemos el abismo que nos separa de lo que habíamos sido
hasta entonces. Ese cambio no tiene calendario fijo, a unos les llega antes que
a otros. A mí me llegó al poco de iniciar mi vida profesional, aún ignoro el
cómo y el por qué, pero no me percaté de ello hasta transcurrido un tiempo, la
última vez que eché la vista atrás para contemplar ese vacío, ese antes y
después. A partir de entonces, decidí enfocar mi vista sólo hacia adelante,
hacia un futuro que todavía se me presentaba incierto pero apasionante. Desde
ese instante, nunca volví a sentir la necesidad de dar un salto en el tiempo
para evocar mi vida pasada. Nunca, hasta ahora.
Hasta ahora tampoco había sentido verdadera nostalgia. Recrearme
en los recuerdos nunca había sido una actitud que se me antojara oportuna,
salvo cuando se trataba de rememorar un acontecimiento familiar, generalmente gratificante,
o profesional si éste resultaba satisfactorio o estimulante para mi ego. Sabía
que había cosas que quizá hubiera podido hacer de otro modo, como sabía que
seguramente hubiera podido evitar cometer algún que otro error pero nunca me
había planteado, ni siquiera en las ensoñaciones que todo mortal suele tener de
vez en cuando, cambiar mi vida pasada o comenzar de nuevo si ello hubiera sido factible.
Nunca, hasta ahora.
Dicen que cumplir los cuarenta es un antes y un después
en la vida de un hombre y que la mayoría sufre, llegado ese momento, una crisis
existencial. La famosa crisis de los cuarenta. Yo jamás experimenté tal cosa.
No es que me agradara cumplir años pero la entrada en la madurez me dio, si
cabe, más energía para afrontar lo que la vida todavía debía depararme. Estaba
en una etapa, profesional y personal, muy satisfactoria y con una vida familiar
y un status socio-económico envidiable. ¿Qué más podía desear? Sólo había
presente y futuro. No había por qué rebuscar en el pasado. No echaba en falta
nada. Nunca, hasta ahora.
¿Qué ha cambiado, pues, en mi existencia que justamente
ahora, en los albores de lo que muchos se empeñan en denominar la tercera edad,
vea las cosas de un modo tan distinto como para plantearme si he sabido vivir
la vida como realmente merecía ser vivida? Quiero pensar que todo ello no es
más que algo pasajero, un espejismo, la aparición retardada de la crisis que no
experimenté al cumplir los cuarenta y que ahora me rinde cuentas, veinte años
más tarde.
Si la autocomplacencia me impidió durante años someterme
a examen, ahora creo llegado el momento. Aunque siempre he reconocido mis defectos
y limitaciones, nunca he sido capaz de corregirlos, al principio por falta de
apoyo, luego de valor y finalmente de interés pues, al fin y al cabo, acabé
aceptándolos ya que no entorpecían mi éxito y creí que la angustia que me
producían era la moneda que debía pagar a cambio de ese triunfo. ¡Cuán
equivocado estaba!
Así que, ahora que tengo ese tiempo tan preciado que
nunca tuve, quisiera hacer un examen de lo que fue y pudo ser mi vida si
hubiera obrado de otro modo o hubiera crecido en otro entorno o con otro tipo
de educación.
Probablemente no sirva de nada este análisis
retrospectivo, esta regresión consciente y nunca llegue a saber qué hice mal si
es que algo malo hice. Seguramente no seré capaz de dar con una explicación de
cómo he llegado a este punto porque, simplemente, no la haya y todo haya sido
fruto de la casualidad, de la mala suerte. Pero yo nunca he creído en la
casualidad ni en la suerte al ciento por ciento. Los sucesos aparentemente más
casuales se me han antojado fruto de una causalidad sin llegar a creer en un
destino previamente fijado pero casi. ¡Cuántos sucesos podría contar cuya
pretendida casualidad excede todo lo imaginable! Y qué decir de la suerte. En
este caso creo sin lugar a dudas que casi nada en esta vida es fruto único del
azar; siempre hay, en un porcentaje más o menos alto, un elemento sin el cual
no hubiéramos conseguido lo que nos proponíamos y es el mérito, el esfuerzo, el
empeño y nuestra valía personal.
Aún a sabiendas de que este ejercicio puede acabar siendo
baldío y estéril y no llegue a ninguna conclusión, y que aún llegando a alguna
no sirva, a estas alturas, para resolver nada y mucho menos para enmendar lo ya
acontecido, al menos servirá para rememorar todo aquello que se ha mantenido
oculto en mi yo más íntimo y recrearme en las escenas de mi pasado para, como
mínimo, expulsar a todos esos fantasmas, frustraciones y complejos que,
agazapados en mi subconsciente, han podido hacer mella en mi personalidad y,
por otra parte, evocar esos recuerdos perdidos o abandonados como si de un
lastre se tratara y que, de una vez por todas, deseo resucitar para que, aunque
sea fugazmente, me aporten un poco de luz y quién sabe si también de consuelo.
Tiempo es lo único que en estos momentos me sobra y,
además, siempre me ha gustado escribir pues creo que sé plasmar mejor mis ideas
en un papel que en el aire. Pues bien, siento que ha llegado la ocasión y aunque
sólo sea un breve compendio de mi vida o un simple anecdotario, creo que vale
la pena ponerme manos a la obra. No será, en todo caso, un relato de mucha
acción me temo. Quizá yo acabe siendo el único juez en valorar su contenido y
que éste permanezca hasta el fin de mis días en el fondo de un cajón con total
impunidad y virgen al ojo ajeno. Aunque así fuere, nadie se perderá nada por el
hecho de que estas, llamémoslas, memorias no vean la luz ni nada cambiará un
ápice por tal pérdida. Sólo pretendo plasmar de algún modo lo que siento y que
este acto de catarsis individual me sirva para reconciliarme conmigo mismo, aprender
a quererme lo justo y necesario y a perdonarme y a perdonar a los demás
actores, si en algo hemos pecado por acción u omisión, en esta representación
que ha sido hasta ahora mi vida.
Nunca había tenido esta oportunidad. Nunca, hasta ahora.
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