No lo admitiría jamás y no soportaba siquiera una insinuación pero lo cierto es que era un hipocondríaco de tomo y lomo.
Mens sana in corpore sano, decía cuando alguien se interesaba por sus estrictos cuidados de una salud que no presagiaba ningún desequilibrio, salvo el psíquico.
Su comportamiento era también el propio de un trastorno obsesivo-compulsivo. No podía evitar lavarse las manos a cada momento con tan sólo rozar con sus dedos algún objeto que, a su juicio, no estaba higiénicamente inmaculado.
En invierno, sólo salía a la calle si era estrictamente necesario y siempre con un gorro de lana con orejeras, una mascarilla facial y guantes de piel, que en el trabajo sustituía por unos de látex.
Primero su dieta macrobiótica y ahora su recientemente adoptado vegetarianismo vegano, junto con sus escrupulosos cuidados físicos, tenían que llevarle, sin duda, hasta una edad centenaria.
Sus visitas al médico eran constantes y casi siempre llevaba el diagnóstico hecho, incluso el posible tratamiento, no en balde se había comprado la enciclopedia médica Mosby y tantos libros y coleccionables sobre cómo llevar una vida sana. No tomaba un solo medicamento sin haber leído concienzudamente todos los apartados de su prospecto, especialmente los referentes a las contraindicaciones, incompatibilidades, advertencias y, cómo no, sus posibles efectos secundarios que, casi siempre, hacían su aparición a los pocos minutos de la ingesta.
Su aseguradora médica ya le había dado de baja por el costo inaceptable que suponía para su póliza el excesivo uso de técnicas de diagnóstico. A sus cincuenta años ya le habían realizado una colonoscopia, varias resonancias magnéticas, TAC, gammagrafías óseas, multitud de ecografías y electrocardiogramas y un sinfín de análisis de sangre y de orina. Un simple pinchazo abdominal ya era el desencadenante de un estado de ansiedad que sólo se mitigaba tras un exhaustivo chequeo en la clínica más prestigiosa de la ciudad.
Su pasatiempo favorito eran los crucigramas, los sudokus y cualquier ejercicio que desarrollara su memoria y agilidad mental. Fuera de estos hábitos, sólo la música y el cine acaparaban su atención.
Este sábado por la noche tenía previsto ver la última película de los hermanos Cohen, en el confort de su impoluto apartamento y en la más absoluta soledad.
Y seguro que le dio un infarto al pulsar el botón de encendido del mando a distancia. No hay coronaria que resista semejante nivel de estrés.
ResponderEliminar:-)
Me ha encantado, Josep.
Pero lo peor de todo es que el pobre no sabía que su verdadero problema era la soledad y contra eso no ponía remedio. Me ha alegrado volverte a ver por aquí y que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.