Desde que había vuelto de su viaje a los Estados Unidos, se sentía vigilado. Lo había comentado con sus amigos pero estos le habían sugerido, entre risas, que visitara a un loquero. “Pero, ¿quién va a querer espiarte a ti, zopenco?”, le habían dicho en tono burlón.
Pero él estaba casi seguro de que, de un modo u otro, le espiaban y todo por haber asistido a aquel congreso de física, en Chicago, que le había pagado la Facultad. Y también estaba seguro que todo se había desencadenado por culpa de su pregunta, la única que dirigió al panel de expertos:
-Si la cosmología de branas ha devuelto una cierta credibilidad a la existencia de un universo oscilante, ¿alguien de ustedes podría decirme cómo conciben la vida en dicho universo, sobre todo en los momentos finales de un universo en contracción? ¿Creen que los seres vivos serían semejantes a nosotros en el sentido de estar basados en el carbono o serían radicalmente distintos?
Lanzó esa pregunta sin saber muy bien por qué. Quizá fue porque nadie en la sala hizo ninguna pregunta y sintió el impulso de intervenir. Acababa de leer un artículo que hablaba de ello y no pudo reprimirse. Bueno, en realidad, el autor de ese artículo era quien formulaba, al final del mismo, ese interrogante.
El caso es que la pregunta no obtuvo respuesta alguna. Nadie, entre los panelistas, quiso pronunciarse y el moderador de la mesa se vio obligado a decir algo así como:
-Este tema sigue siendo muy controvertido y nadie parece estar en condiciones de pronunciarse. Sería muy aventurado dar una opinión al respecto.
Tampoco es que le importara mucho el tema en cuestión. Había sido una pregunta hecha porque sí, por simple curiosidad, para quedar bien pues todo aquel que dirigía una pregunta a alguno de los ponentes tenía que identificarse públicamente, ya se sabe: nombre, cargo, universidad, y a él le encantaba ser el centro de atención, darse a conocer. Algún día sería un físico famoso, pensaba, y ya era hora de ir abriéndose camino.
Pero ahora presentía que aquella pregunta había levantado sospechas. Pero ¿sospechas de qué y de quién? Si alguien hubiera querido saber su opinión al respecto, lo que le habría puesto en un terrible aprieto, le podía haber preguntado directamente antes de abandonar el congreso o escribirle con posterioridad.
¿Qué le hacía pensar que le espiaban? No sabía muy bien cómo explicarlo, era una sensación extraña, sentía que alguien o algo le estaba observando en todo momento. Le parecía oír un zumbido, de día y de noche, allí donde fuera, en casa, en la facultad, en un restaurante, en fin, en todas partes. Ve a ver a un otorrino, que eso deben ser acufenos, le dijeron sus compañeros, ya algo más preocupados por su salud física y mental.
Pero él no tenía ningún problema auditivo ni psicológico y cada vez tenía más claro lo que estaba ocurriendo: quienquiera que le espiara, quería saber qué le motivó hacer aquella pregunta y solo podía ser alguien que tuviera la respuesta y no quisiera que nadie más estuviera en posesión de la verdad y la divulgara. Un espionaje así, tan sofisticado, solo podía proceder de una agencia gubernamental norteamericana, como la CIA, la NSA o el CSS, o incluso del MI16 británico.
Temeroso de sufrir un atentado, acabó enclaustrándose en su piso del que no salía ni para hacer la compra, dependiendo para ello de la portera de la finca, pues incluso había despedido a la mujer de la limpieza para evitar cualquier intruso que pudiera ser comprado por el enemigo. Todos sus conocidos, viendo la vida de clausura que llevaba, con puertas y ventanas cerradas a cal y canto, acabaron pensando que se había vuelto loco.
Pero era tanto el polvo que envolvía y reposaba sobre mobiliario, cortinas, alfombras y todos los objetos de la casa, especialmente los miles de libros amontonados aquí y allá, haciendo totalmente irrespirable el ambiente, ya habitualmente viciado por el humo de los cigarrillos que no paraba de consumir compulsivamente, que finalmente decidió abrir una ventana que daba a la calle para permitir que el aire fresco bañara por unos instantes el reducido cubículo que era su hogar, sin dejar de otear todo el horizonte a su alrededor en busca de cualquier indicio de espionaje o de un francotirador.
Cuando ya creyó que todo estaba en orden y se disponía a cerrar la ventana, algo, que le pareció un insecto de un tamaño considerable, se estrelló contra su frente, produciéndole una picadura semejante a la del mosquito tigre. Por mucho que intentó darle caza, aquel bicho repugnante se dio a la fuga, marchándose por donde había venido, por la ventana que todavía permanecía entreabierta. Al instante, se sintió mareado, su cuerpo se desplomó sobre la sucia alfombra y en cuestión de segundos perdió todo signo vital. Lo último que vio fue el mismo insecto, o quizá fuera otro igual, revoloteando sobre su cabeza.
Cuando el juez permitió el levantamiento del cadáver, mientras algunos agentes de la policía científica inspeccionaban el apartamento en busca de alguna prueba que pudiera arrojar luz a ese extraño caso de muerte producida a puerta cerrada, desde el exterior, tras los cristales de la ventana, un artilugio del tamaño de un mosquito grababa toda la escena, tras lo cual partió volando hacia un rumbo desconocido.
¡Caramba, qué historia más apasionante!, la verdad es que me ha atrapo desde que comencé. Tienes un poder increíble para relatar historias un tanto misteriosas, y además con tu maravillosa forma de escribir y de expresarte, que a mi humildemente me parece regia.
ResponderEliminarMe ha encantado Josep.
Porque esto de las letras está difícil, pero creo que serías un escritor de novelas, fantástico.
Un abrazo.
Me abrumas con tus elogios. Ojalá fueras una agente literaria; contigo lo tendría muy fácil para publicar porque, como muy bien dices, el campo de las letras es tremendamente difícil. Intenté publicar una recopilación de los primeros 50 relatos de este blog pero tuve que contentarme con auto-publicarme, financiándome unos ejemplares para obsequiar a amigos y familiares. Esa es toda mi trayectoria literaria, jaja.
EliminarNo obstante, me conformo con saber que he hecho pasar un rato agradable a alguien y llegado a este punto, no puedo permitirme defraudar a una lectora tan fiel como tú.
Muchísimas gracias por venir a visitarme y dejar tus comentarios.
Un abrazo.
Como casi siempre, los que parecen locos suelen tener razón. Un relato muy intrigante y muy bien desarrollado, Josep Mª.
ResponderEliminarA veces, la línea divisoria entre la locura y la cordura es muy fina y no queda claro quién está a un lado o al otro.
EliminarMuchas gracias por volver a leerme y por comentar.
Un abrazo.
Josep Mª, eres un excelente narrador, Tu relato mantiene la intriga, incluso después del final. ¿Qué uso se haría de aquella grabación?...Es una amena e intrigante historia sobre el espionaje de nuestra vida cotidiana, posible por los avances tecnológicos. Ya no hace falta el hombre de la gabardina y sombrero pisándonos los talones; el espía moderno es diminuto, silencioso, invisible...
ResponderEliminarExcelente, Josep Mª. Mi felicitación.
Un abrazo.
Muchísimas gracias, Fanny, por tus halagadores comentarios y te agradezco que sigas viniendo a leer etas historias que solo pretenden hacer pasar un buen rato como el que yo paso al escribirlas.
EliminarUn abrazo.