lunes, 1 de diciembre de 2014

El cuadro



Era el cuadro de su colección pictórica que más dinero le había costado pero valió la pena. Él no entendía mucho de arte pero sabía cuando algo le gustaba, le atraía, aunque no supiera expresar en palabras el por qué.

Ese cuadro, su última adquisición en una subasta, ocupaba un lugar preferente en su lujosa mansión: su dormitorio y frente a su cama. Así, cada noche, al acostarse, podría disfrutar de su visión y dormirse con esa última imagen grabada en su retina y en su cerebro.

Ese cuadro al óleo del siglo XVII, de un pintor flamenco del que nunca había oído hablar, le había dado tan buenas vibraciones que decidió adquirirlo, costara lo que costara. Aún sin ser muy supersticioso, solo con verlo llegó a creer que le daría buena suerte.

El cuadro representaba la esbelta figura de una doncella que, apoyada en el alféizar de la ventana de lo que debía ser su dormitorio, miraba con una leve sonrisa, al estilo de la Mona Lisa, al pintor.

Aquella cara fue lo que le embrujó e hizo que pujara hasta conseguir que el cuadro fuera de su propiedad. Y ahora, esa propiedad se había convertido en algo más que un bello objeto. En su soledad, el viejo millonario, había convertido a esa joven del cuadro en su confidente. A ella le contaba lo que no desvelaba a nadie más, a ella confesaba sus debilidades, de ella conseguía los consejos que solo él sabía oír y que salían de aquella boca cuyos labios, sonrosados y carnosos, le volvían loco. Por ella era capaz de salir cada día a la calle con un humor renovado y ante ella se desnudaba, física y emocionalmente, todas las noches dándole el último adiós de la jornada.

La larga ausencia que le depararía ese viaje que le mantendría alejado de “su dama”, como él gustaba llamarla para sus adentros, le produjo una gran congoja. ¿Cómo podría separarse de ella tan largo tiempo? ¿Qué sería de él sin su dama? ¿Qué le depararía ese viaje si no contaba con su compañía, con sus consejos?

Así pues, aunque pudiera parecer a los ojos ajenos una excentricidad propia de un viejo millonario decrépito, decidió llevarse a su dama consigo.

Solo habían transcurrido tres días desde que llegó a su destino cuando tuvo plena conciencia de que su intuición era cierta, su dama le daba suerte, esa suerte que le deseaba cada mañana, al partir hacia su objetivo. Todas las reuniones le eran favorables, todos sus deseos se hacían realidad, todos los tratos se cerraban exitosamente. Y esa embriaguez de satisfacción le hizo cometer una grave imprudencia. Cuando uno de sus mayores competidores le preguntó, en tono jocoso, dónde estaba la clave de su éxito en los negocios, le reveló su secreto.

Al día siguiente de tan imprudente confesión, al más grave arrepentimiento le siguió la más aguda esperanza de que su interlocutor tomara aquel comentario como la broma de quien no quiere revelar los entresijos de sus habilidades empresariales y relativiza sus logros recurriendo a la buena suerte. No quería que le tomaran por loco ni que nadie, dando crédito a su confesión, se hiciera con su valiosa y preciada obra de arte.

Pero sus peores temores se hicieron realidad cuando a la vuelta de una de sus últimas reuniones de negocios, contempló, horrorizado, cómo el cuadro, y con él su dama, habían desaparecido. Nadie había sido visto, y así lo confirmaban las cámaras de seguridad, con un cuadro de 80x60 cm a cuestas, abandonando el hotel, pero él sabía muy bien, por experiencia, que quien desea algo a toda costa y tiene recursos, sabe encontrar el modo de hacerse con ello. Y también sabía, aunque no podía demostrarlo, quien había sido el artífice indirecto de aquel robo: su peor adversario en los negocios y, ahora, su peor enemigo en la vida. Pero nadie ni nada se interpondría entre su dama y él. No había nacido quien pudiera hacerle algo así. Aunque le fuera la vida con ello, la intentaría recuperar. Sabía dónde ir a buscar.

Cuando entró en esa otra suite, de ese otro hotel, donde ese otro viejo decrépito creía que la suerte había cambiado de manos, lo primero que vio fue el cuerpo sin vida de su enemigo, tumbado en el suelo, sin rastro de sangre ni de violencia. Sus ojos, abiertos como si quisieran salirse de sus órbitas, parecían mirar al horror y su boca, entreabierta, mostraba una mueca extraña, entre sorpresa y repulsión.

Sobre la chimenea del salón contiguo, al que se accedía por unas amplias puertas correderas, abiertas de par en par, reposaba aquel magnífico cuadro que mostraba aquella bellísima dama que, al principio le costó reconocer. Esa cara tan dulce y con esa enigmática sonrisa, se veía tensa, crispada, con una mirada de odio en aquellos ojos tan claros. Su dama, que había abandonado su aspecto angelical, tenía la mirada fija en el cuerpo que yacía inmóvil sobre la moqueta y entonces levantó ligeramente la cabeza para mirarle a él y obsequiarle con la mejor de sus sonrisas. De nuevo juntos, le pareció oír que le decía.

Al punto, abandonaban apresuradamente la suite y el hotel para adentrarse en la oscuridad de las calles adyacentes.

 
 

4 comentarios:

  1. Pero Josep, qué fantástico relato!!, aunque me ha puesto los pelos de punta, jajaja.
    Desde luego eres escribiendo una sorpresa tras sorpresa. Creo que es una de las historias que más me ha gustado, bueno no sé, quizás es porque las demás se me van olvidando.
    Leyéndolo, me he acordado del retrato de Dorian Gray aunque no tenga nada que ver.
    Me ha encantado amigo, ha sido estupendo leerlo.
    Un abrazo.

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    1. Muchísimas gracias Elda por tus elogios. Menos mal que no soy una persona muy engreída (al menso eso creo) porque con tus constantes alabanzas habría engordado cien kilos, por lo menos, jaja
      Pues mira, no van muy errada porque debo decirte que algo me inspiró el famoso retrato de Dorian Grey, viendo una serie en Canal+ donde salía este personaje.
      Un abrazo terrorífico.

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  2. Magnífico relato, Josep Mª. Deliciosamente escrito y estructurado. Te felicito. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Pedro por venir a este rincón del alma donde paso tan gratos momentos insertando estas historias de la imaginación que me divierte tanto escribir.
      Me alegra que te haya gustado.
      Un abrazo.

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