Una fría neblina llegaba desde la bahía atravesando los bosques. Aquella imagen, tan frecuente en esa zona, le subyugaba. Desde que el Profesor Villanueva, el prestigioso naturalista, había instalado allí su campamento, todas las mañanas asistía al mismo espectáculo. Se abrigaba con su viejo anorak de camuflaje, salía de la tienda de campaña y se sentaba en su silla plegable mientras se tomaba una taza de café bien caliente. Así permanecía hasta que la niebla se disipaba.
Pero aquel día ocurrió algo extraño. Vio, a lo lejos, a una persona que parecía estar observándole. Tomó sus prismáticos y comprobó que se trataba de una mujer. Estaba de pie ante el grupo de abetos centenarios que conformaban la primera línea de bosque.
Extrañado, volvió a enfocar sus prismáticos aumentando al máximo la imagen y vio que aquella mujer intentaba llamar su atención haciéndole señales con los brazos. Iba ataviada con una amplia capa de color verde y se protegía la cabeza con una capucha, de la que sobresalían unos largos mechones rubios. Era muy bella, de tez nívea y ojos claros. ¿Sería real o fruto de su imaginación?
Decidió salir de dudas e ir a su encuentro. Quería saber quién era y qué significaban los gestos que le hacía. ¿Acaso estaba en apuros y necesitaba de su ayuda?
Cuando llegó al lugar, la misteriosa mujer había desaparecido. Se internó en el bosque pero multitud de arbustos le dificultaban el paso. Cuando, tras deambular un buen rato sin rumbo fijo, se disponía a volver al campamento, la vio a cierta distancia. Volvía a hacerle señas para que la siguiera.
Cuando se dirigió hacia ella, ésta reinició la marcha sin esperarle. Él apretó el paso para darle alcance. El seguimiento se convirtió casi en una carrera, en una persecución, ¿en un juego quizá? ¿Qué sentido tenía todo aquello? Cansado, se detuvo para recuperar fuerzas. Respiraba fatigosamente, apoyando sus manos en las rodillas, con las piernas a medio flexionar y con la cabeza gacha. Cuando la levantó para comprobar si la había vuelto a perder, la tenía de nuevo frente a él. Debía haber retrocedido para no dejarle atrás. No parecía estar en absoluto fatigada. Sintiéndose ridículo, se enderezó intentando parecer estar recuperado Movió la cabeza con lentitud, sonriendo y sudando. Ella, acercándosele, le miró fijamente a los ojos y le habló con una voz más propia de los ángeles que de una mortal.
-No te detengas, ya falta poco –le dijo.
-¿Falta poco para qué? –preguntó él, con la respiración todavía algo entrecortada.
-Ven conmigo y lo verás –le respondió la mujer.
Como presumía que el trayecto iba a ser largo y, a su edad, sus piernas ya no le sostenían como cuando era joven, y sospechando que podía tratarse de una encerrona, le replicó:
-Si no me dices dónde me llevas, doy media vuelta y regreso al campamento, que no debí abandonar –le dijo malhumorado.
-Está bien, quería darte una sorpresa pero ya que insistes te lo diré.
-Soy todo oídos.
Y adoptando un aire de resignación, la mujer le contó porqué le había atraído.
-Tú no eres de por aquí y no habrás oído hablar de mí. Mi nombre es Mari, reina de la naturaleza. Habito en las cuevas que abundan en estos bosques y montañas. Tengo el dominio de las fuerzas del clima y del interior de la tierra. De mí proceden los bienes de los campos y el agua de los manantiales.
-¿Y qué quieres de mí? –preguntó entre incrédulo y alarmado por lo que acababa de oír.
El viejo Profesor conocía la mitología de Euskal Herria y sabía de las leyendas milenarias tanto del País Vasco como de Navarra, en las que se hablaba de Amalur, la Madre Tierra; del Basajaun, señor del bosque, también conocido como el Yeti Vasco; de Tartalo, el gigantesco cíclope antropomorfo devorador de niños; y, cómo no, de Mari, la personificación de la madre tierra y que distintos autores la describían con cuerpo y rostro de mujer, una mujer bellísima, elegantemente vestida, casi siempre de verde y con una abundante cabellera rubia que, según decían, se peinaba al sol con un peine de oro. Así que aquella mujer se ceñía a la perfección a lo que describían los libros. Pero él nunca había creído en tales historias basadas en antiguas supersticiones.
-Hace días que te observo –continuó la dama del bosque-. Sé a qué te dedicas y quiero enseñarte algo que te agradará, algo que no estás buscando y que solo revelo a quienes, como tú, amáis y respetáis la naturaleza y lo que ella abriga y esconde.
-¿A qué te refieres? –volvió a preguntar, ahora más intrigado que alarmado.
-Cuevas –le respondió la que decía ser Mari.
-¿Cuevas? ¿Y qué tienen de especial esas cuevas?
-Cuevas como no has visto jamás y que solo unos pocos privilegiados han podido conocer. Tú sígueme y lo verás con tus propios ojos.
El Profesor, incrédulo por naturaleza, no acababa de creerse toda aquella historia. Que una especie de diosa milenaria se le hubiera aparecido para enseñarle unas cuevas más bien parecía propio de una mente perturbada o enturbiada por el alcohol. Además, ahora que lo recordaba, no todos atribuían a esa Mari comportamientos benévolos; había quien afirmaba que se bebía la vida de los hombres, se alimentaba de su energía y los hacía infelices. Tuviera a quien tuviera ante sí, todo aquello le parecía una locura. Pero ¿y si había algo de cierto? ¿Y si existían por la zona unas cuevas que escondían algún secreto ancestral o una maravilla de la naturaleza? Podría hacerse todavía más famoso y atribuirse todo el mérito del descubrimiento. A fin de cuentas, ¿quién iba a creer la verdad? No tenía nada que perder; podía estar frente a una loca pero, en todo caso, no parecía peligrosa. Así que, inspirando profundamente, decidió seguirla. Mirándola sonriente, le dijo:
-Muy bien, entonces, llévame a verlas.
En el campamento, los compañeros del Profesor Villanueva, alarmados por su prolongada ausencia, han organizado una búsqueda por los alrededores. Dada la espesura reinante en los montes de aquella zona, se presume que será una tarea ardua. Hace ya dos días que el viejo Profesor desapareció y no se ha hallado rastro alguno, por lo que se teme por su vida.
Me ha encantado. Tiene mucha belleza. Pero ¿tendrá continuación? ¿dónde está el profesor? Ayyy con que intriga me has dejado. Un saludo.
ResponderEliminarBienvenida, María, a este rinconcito en el que vuelco lo que me sale de... mi imaginación, qué pensabas, jaja
EliminarMe alegro que te haya gustado el relato que, aunque de momento, quede abierto, quizá algún día no muy lejano me atreva con una continuación.
Un abrazo.
Preciosa historia, Josep, llena de misterio y aires ancestrales. No tengo esperanzas de que encuentren al profesor, pero creo que habrá pagado gustoso el precio... es solo intuición.
ResponderEliminarUn abrazo grande!!
Dicen que la curiosidad mató al gato, pero me atrevería a decir que en este caso, el profesor de gato no tiene nada.
EliminarMe complace que hayas encontrado esta historia preciosa. Los mitos y leyendas siempre tiene algo de atrayente y misterioso.
Un abrazo del mismo tamaño.
Curiosidad o afán de notoriedad? Tal vez el profesor no quiere que lo encuentren. Quién puede resistirse a la belleza aunque no siempre sea tan inocente como aparenta. Me ha gustado mucho el relato Josep, siempre guardan un punto para la reflexión.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegro que te haya gustado y que las peripecias del viejo profesor den lugar a tan interesantes especulaciones.
EliminarUn abrazo.