Julia era, a sus catorce años, la envidia de sus amigas. Su cuerpo espigado, su ondulada melena rojiza y sus ojos verde esmeralda hacían suspirar de deseo a sus compañeros de clase y de resignación a sus equivalentes femeninas.
Extremadamente presumida, no ponía los pies en la calle sin antes haberse contemplado docenas de veces en el espejo. Aún así, pocas eran las veces que se sentía satisfecha con su aspecto. Desde que había dejado de ser una niña, solo pensaba en su físico y en deslumbrar a conocidos y extraños. Su narcisismo crecía a medida que lo hacía su cuerpo.
Ahora, recién cumplidos los dieciocho, sus formas han alcanzado unas medidas que algunos calificarían de esculturales. Para ella, sin embargo, su cuerpo no encaja con la imagen que toda mujer anhela. Cuando contempla las revistas de moda, se siente gorda y sin atractivo alguno. Sus ojos ya no le parecen tan verdes como antes y detesta el color azafranado de sus cabellos crispados.
Julia no se siente bien consigo misma. La opinión de la gente que la rodea, incluidos sus padres, no coincide con la suya. No se considera fea, eso no, pero sí del montón. Y siendo una chica vulgar no podrá jamás llegar muy alto.
Desde niña, su máxima ilusión ha sido convertirse en una top model. Pero Julia Navarro no se siente capacitada para competir con esas bellezas esculturales de la portada de Vogue. Aunque pasara a llamarse Julie Cooper o adoptara cualquier nombre exótico, no tiene el 1,78 de Irina Shayk, su ídolo actual, ni, por supuesto, su cuerpo. Solo con parecerse a una de esas jóvenes aspirantes a miss lo-que-sea ya se sentiría satisfecha.
Si en la escuela sobresalía, era admirada, ahora no es nada ni nadie. ¿Cómo no se había dado cuenta de lo que le estaba ocurriendo? –se repetía. Empezó a temer lo peor el día en el que unos vaqueros de Pepe Jeans de la talla 38 se negaron a pasar por sus caderas. Pero está decidida a remediarlo. Quiere ser deseada por hombres y mujeres, por todo el mundo, por todo el Universo. Y tiene un plan. Lo único que no podrá modificar es su metro setenta de estatura pero, por lo demás, está dispuesta a someterse a una profunda transformación.
Ya se imagina, dentro de unos meses, a lo sumo un año, desfilando por la pasarela Cibeles ante cientos de miradas fascinadas por su belleza y su clase. Recurrirá a Carlo, aquel fotógrafo italiano que, viéndola un día por la calle, se ofreció a hacerle un book. Todavía conserva su tarjeta. De eso hace ya dos años, cuando todavía era guapa y esbelta. Pero cuando la vea con su nuevo look no se resistirá a componer para ella el mejor reportaje fotográfico de su vida. Con esas fotos, su gracia y personalidad, ¿qué agente podrá negarse a brindarle una oportunidad en el mundo de la moda?
Sus amigas, o las que dicen serlo, consideran que es una locura y que, en el mejor de los casos, se trata del cuento de la lechera. Piensan, las muy envidiosas, que no tiene posibilidades, que sus sueños son inalcanzables y que lo que hace es vender la piel del oso antes de cazarlo. “Se van a enterar esas zorras de lo que vale un peine. Cuando llegue a la cumbre, me rogarán que les firme un autógrafo. Todas revolotearán a mi lado y entonces seré yo quien les dé la espalda” –piensa con una sonrisa de satisfacción en los labios.
Julia ha tomado una decisión y ya no hay vuelta atrás. El espejo le ha dicho lo que debe hacer. Cuando esta mañana ha contemplado su imagen, ha tenido una visión: se ha visto en las portadas de las mejores revistas, en las pasarelas de mayor prestigio internacional, concediendo entrevistas, rebosante de fama y dinero y cambiando de acompañante cada vez que se le antoje.
Para alcanzar este objetivo solo debe hacer dos simples sacrificios: pasar por el quirófano e invertir en ello mucho dinero. Pero para eso están los bancos: para conceder créditos a jóvenes emprendedoras como ella. Porque con sus padres no puede contar. ¡Siempre el maldito dinero! Algún día no muy lejano nadará en la abundancia.
El cirujano plástico le ha dado toda clase de garantías. Le ha confirmado que, después de unas cuatro o cinco sesiones, volverá a ser la de antes, e incluso mejor. Será la belleza espectacular que siempre ha querido ser. Un retoque en los pómulos y la barbilla, una eliminación por laser de esas dichosas pecas de color azafrán, una otoplastia para que las orejas de soplillo dejen de apuntar hacia donde no deben, una ligera reducción de pecho, y una liposucción abdominal y de cartucheras, serán suficientes para recuperar las maravillosas medidas de maniquí que ambiciona.
Julia va cavilando sobre lo que le deparará su futuro profesional cuando, al cruzar la calle, un chirrido de ruedas, acompañado de un bocinazo ensordecedor, la saca de su ensimismamiento. No le da tiempo a reaccionar. Al instante, un grupo de viandantes se arremolina alrededor de su cuerpo inerte sobre el asfalto.
Las múltiples intervenciones quirúrgicas a la que es sometida le salvan la vida. Ha vuelto a nacer. Pero a partir de ahora, le dicen los médicos, deberá hacerse a la idea de que no volverá a ser la misma.
Los sueños a veces se hacen realidad, pero no precisamente en la forma que hemos fantaseado. Excelente relato Josep.
ResponderEliminarUn abrazo!!!!
Efectivamente. Por ello es preferible no hacerse demasiadas ilusiones. Luchar por lo que se desea pero sin dar nada por sentado. Luchar sin vanidad es mejor que empeñarse en ser el/la mejor. Al menos, de este modo, si las cosas se tuercen, la desilusión no es tan grave.
EliminarUn abrazo, Skuld, y gracias por comentar.
Vivir sin disfrutar del presente, solo pensando en el futuro, la permanente insatisfacción del ser humano. Un relato muy bien escrito y que te hace pensar. Felicidades, Josep Mª
ResponderEliminarHola Carmen. Hay quien vive obsesionado/a por un futuro intangible de modo que no se permiten disfrutar del momento actual y real.
EliminarJulia jugó al cuento de la lechera y el destino le jugó una mala pasada.
Muchas gracias por pasarte por aquí y dejar tu amable comentario.
Un abrazo.
ResponderEliminarMe gusta tu texto.La belleza sale de adentro de como uno se siente
Aunque lo parezca, eso de que la belleza está en el interior es absolutamente cierto. Lo que ocurre es que hay gente que no sabe mirar, o incluso mirarse a sí mismo, en su interior más humano.
EliminarAsí le fue a Julia, siempre obsesionada por la imagen externa.
Pero en esta vida siempre hay una posibilidad de Recomenzar.
Me alegra que te haya gustado. Gracias por venir.
Qué buen relato, Josep! Da mucho que pensar sobre la superficialidad de algunas personas y lo poco que valoran lo que la vida les ha concedido.
ResponderEliminarEl final de tu historia es impactante, una durísima lección para la protagonista de la que todos podemos aprender. Me ha encantado, gracias!! :)
Un abrazo y feliz jueves.
Hay quien valora lo que menos trascendencia tiene, olvidando los verdaderos valores humanos. Vivimos en una sociedad consumista en la que la vanidad y lo superficial brilla más que cualquier otro atributo o cualidad.
EliminarMuchas gracias, Julia, por tus palabras escritas.
Un abrazo.
No me esperaba ese final con accidente; más bien me parecía que vendría a través de la cirugía a la que pensaba someterse, pero de todos modos, pones de manifiesto los males psíquicos que la publicidad sobre belleza femenina puede causar en las jóvenes adolescentes.
ResponderEliminarUn abrazo, Josep Mª.
Quizá fui demasiado duro con ella pero, más que un escarmiento o un castigo por su vanidad, quise ejemplarizar el hecho de que tampoco se debe anticipar éxitos y fortuna pues la vida a veces nos depara sorpresas desagradable.
EliminarMuchas gracias, Fanny, por acercarte y dejar tu comentario.
Un abrazo.