La vida de Julián no podía ser más satisfactoria y plácida. Llevaba seis meses en Sevilla y ya tenía un trabajo estable y un buen puñado de amigos. En más de una ocasión, había insinuado a sus tíos la posibilidad de alojarse en una pensión, para no ser un estorbo para ellos, pero éstos habían insistido, casi ofendidos, de que podía quedarse en su casa todo el tiempo que quisiera como el segundo hijo que era para ellos. Además, salía con Remedios, una chica de su misma edad que bebía los vientos por él. Y él se dejaba querer. No era una chica especialmente bonita pero tenía su atractivo y lo que Julián sentía por ella se debía, sobre todo, a su adorable candidez e ingenuidad. Aunque un poco rígida en cuanto a la moral cristiana, era una buena chica y eso era lo que contaba.
Los tíos de Julián no vieron con buenos ojos la relación entre su sobrino y Remedios, hija de una conocida familia sevillana de ideología claramente fascista, pero no se atrevieron a interferir en los sentimientos del chico, con la esperanza de que aquel incipiente noviazgo no llegara a buen puerto.
Lo malo de aquella familia era el padre, un ultra-católico convencido de que la conflagración había sido, como decía el Caudillo, una cruzada de liberación, una guerra santa contra los infieles ateos, contra la conspiración judeo-masónica comunista. Era, en realidad, un personajillo con ínfulas de gran hombre que, según le había confesado Remedios, estaba profundamente dolido porque no había sido aceptado como miembro activo de Falange Española por sus nulos méritos: no había luchado en la guerra pues había sido dado por inútil total por su acentuada cojera y su corta estatura. Todo ello le había producido un hondo pesar y un resquemor que todavía perduraba. Era, simplemente, un hombre resentido y compensaba su frustración con unos aires de capitoste y dictador de opereta. Cuando Julián le conoció, tuvo un mal pálpito. La forma inquisitiva en que le observaba le pareció como si con ello quisiera adivinar sus ideas políticas y el trato que le dispensaba era cada vez más receloso. En más de una ocasión estuvo Julián tentado de romper, con cualquier pretexto, su relación con Remedios para mantenerse así alejado de aquel enemigo potencial pero pensó que un hombrecillo insignificante como aquél no podía ser demasiado peligroso. Solo era una fachada poco sólida, un muro débil y sin apenas cimientos. Así pues, con llevar una vida aparentemente anodina, todo iría bien. Algún día confesaría a Remedios la verdad. Ahora no tenía nada que temer. Julián no sabía cuán equivocado estaba.
Una noche, al salir de su encuentro semanal en casa de Don Anselmo, fueron sorprendidos en una redada policial. Alguien se había ido de la lengua o los habían estado vigilando. Pero ¿quién pudo ser el delator?
Detuvieron a todos los asistentes a la reunión clandestina de aquel martes menos a Julián que, por su agilidad juvenil, pudo escabullirse y correr como un galgo hasta llegar a casa de su tía y contarle lo sucedido. Ésta, conocedora de las actividades clandestinas de su marido, aceptó, resignada, lo que hacía tiempo veía como algo inevitable sin reprocharle a su sobrino no haber hecho nada para salvarle de la detención, a pesar de los lamentos de éste. A Julián le quedó la duda de si le habrían identificado a él también. No sería extraño que todos los allí presentes estuvieran fichados como comunistas y, de ser así, irían a por él, esa misma noche o cualquier otra noche pues los agentes actuaban casi siempre con nocturnidad. Se mantuvo, pues, unos días alejado del trabajo y oculto en casa de un buen amigo, rechazando el ofrecimiento de su primo pues su casa no resultaba un refugio seguro, ni para él ni para sus protectores. Si querían apresarlo, irían a buscarle también allí. Pero a Julián nadie le buscó.
Días de angustia sucedieron a la detención del tío Antonio, a la espera de conocer lo que había sido de él. Cuando por fin supieron de su paradero y pudieron verle, casi no le reconocieron por su lamentable estado a causa de las torturas a las que fue sometido durante el interrogatorio. Tras un juicio sumarísimo, el veredicto fue de veinte años de cárcel para cada uno de los encausados, a excepción de Don Anselmo, a quien le cayeron treinta, por instigador. Pero Antonio no llegó a conocer la sentencia pues cuando se hizo pública ya llevaba semanas muerto. Murió al poco de iniciarse el juicio. Las múltiples lesiones internas y el traumatismo craneoencefálico que le produjeron sus verdugos acabaron con su vida.
Julián, que nunca se había perdonado haberle dejado a merced de aquellos asesinos, no podía quedarse de brazos cruzados. Algo tenía que hacer, si no por aquél cuya vida se había apagado en una triste celda, al menos por su memoria y sus ideales. Lucharía en la clandestinidad contra el régimen que tanto daño les había causado. Con casi dieciocho años ya era un hombre capaz de luchar con un arma en la mano. Se uniría a la guerrilla antifranquista de la que su tío tanto le había hablado: el maquis.
CONTINUARÁ
Una historia que parece va seguir muy interesante como has dejado entrever en esta primera parte.
ResponderEliminarEsperando lo siguiente, te dejo un abrazo y que pases un buen fin de semana.
Espero que la tercera y última parte que pronto publicaré te resulte tan interesante como piensas.
EliminarMuchas gracias, Elda, por tu visita.
Un abrazo.
Esos hombres insignificantes y resentidos son sin duda peligrosos, en busca del reconocimiento a cualquier precio. Una historia muy interesante, Josep.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Skuld, por dejar tu comentario. Espero que el desenlace no te defraude. Intento que esta historia sea un reflejo de lo que les ocurrió a muchos, en este caso a los del bando "rojo".
EliminarUn abrazo..
Aunque has situado la historia en tiempos pasados, parece mentira que ciertas consignas aún continúen vigentes. Durante estos días volvemos a escuchar eso de que vienen los rojos… En fin, será porque como tú describes, tan a la perfección, ¿ existen hombres resentidos que compensan su frustración con aires de capitoste y dictador de opereta?
ResponderEliminarGracias por poner todas tus herramientas a favor de la historia y compartirla. Espero con ansiedad la continuación de la misma.
Un abrazo.
Solo espero que la historia no se repita y que hayamos aprendido algo de lo que vivieron nuestros padres.
EliminarMuchas gracias, Mari Carmen, por venir hasta aquí y dejar tu amable comentario.
Un abrazo.
No hay nada peor que un hombre acomplejado y resentido, mucho más si tiene algún poder. Creo que fue muy osado por parte del protagonista tener por novia a la hija de un personaje semejante, sobre todo dedicándose a las actividades "ilícitas" a las que se dedicaba. Así es la juventud, un tanto arriesgada...
ResponderEliminarYa veremos qué nuevos acontecimientos aguardan en tu pluma para sorprendernos, Josep. Un relato muy interesante!
Un abrazo.
Julián fue, efectivamente, muy osado y también demasiado optimista pensando que, con el tiempo, podría confesarle a Remedios su ideología y que ella consentiría por amor. Pero las cosas, a veces, se tuercen cuando uno menos se lo espera.
EliminarMuchas gracias, Julia, por tus comentarios. Espero no defraudaros con el final que ya está a la vuelta de la esquina.
Un abrazo.