miércoles, 17 de septiembre de 2014

Siempre vuelve a salir el sol (dedicado a todas las almas desesperadas)


 
Para Daniel, aquel había sido, sin duda, su annus horribilis. Primero fue la muerte de Dona, su esposa, una muerte que, por esperada no por ello resultó menos dolorosa. Luego vino lo de su despido. Optimización de recursos, le dijeron, como si ello justificara que le dejaran en la calle tras veinte años de fiel dedicación a la empresa y encima con una ridícula indemnización. Y finalmente el desahucio por impago de la hipoteca. Los gastos que supusieron, primero el tratamiento de aquella horrible enfermedad de Dona y luego los cuidados paliativos en casa, habían consumido casi todos sus ahorros y tras haber concluido la prestación por desempleo, la exigua indemnización por despido apenas alcanzaba ya para hacer frente con los gastos del piso, adeudando varias mensualidades de la hipoteca que, en su día, les pareció tan asumible.

Decidió marcharse antes de que le echaran a la fuerza. No quiso sufrir la humillación de verse expulsado de su vivienda, esa que habían comprado con tanta ilusión cuando la vida les sonreía.

Nunca hubiera imaginado que lo que durante tantos años había representado un vacío en sus vidas, esos hijos tan deseados que nunca llegaron, se convirtiera en un alivio. Con hijos pequeños, el drama habría sido mucho peor, se repetía a modo de consuelo.

Al principio se refugió, por las noches, en un viejo coche abandonado y de día recorría las calles en busca de cualquier trabajillo o chanchullo que le permitiera no morirse de inanición. Y si no lo conseguía, mendigaba. Creía que no resistiría esa nueva vida, por llamarla de algún modo, que le vino de frente, sin previo aviso, él, tan perfeccionista y acostumbrado a tenerlo todo bajo control. Pero, si otros lo habían hecho, ¿por qué él no?, se dijo. Había quien, en su misma circunstancia, se había suicidado pero eso no entraba dentro de sus planes. Él estaba decidido a aguantar lo que hiciera falta, no podía fallarle a Dona después de que, en su lecho de muerte, le prometiera que seguiría adelante, reharía su vida. Claro que ella se refería a otra cosa pues nunca supo de los problemas económicos por los que estaban atravesando, pero el espíritu de esa promesa era el mismo. Levantaría cabeza y no se hundiría en la desesperación.

Hoy, después de cinco años de aquella angustiante experiencia, Daniel vuelve a sonreír. No es que haya recuperado su piso, que sigue en venta por la entidad bancaria que se lo quedó, ni su empleo, pues aquella empresa ya hace más de dos años que cerró por quiebra, ni ha rehecho su vida junto a otra mujer, como Dona le había insinuado. No, su sonrisa se debe, simple y llanamente, a que la que fuera la peor experiencia jamás vivida, le ha dado una nueva visión de la vida, la visión de que todos formamos parte de un mismo todo en unidad con el universo, de que las posesiones materiales no son más que una rémora que nos impide ser felices, de que compartir lo poco que se tiene con el prójimo nos hace humanamente más grandes, de que vivir en armonía con la naturaleza da sentido a nuestra vida pues nos hace más conscientes de que formamos parte de ella y del cosmos en el que habitamos, haciéndonos, a la vez, más humildes.

Hoy, Daniel vive en una ecoaldea, en la que colabora con sus conocimientos sobre energías renovables y donde, junto a sus compañeros y compañeras, organiza charlas sobre cómo vivir en armonía con el medio que nos rodea en base a una sostenibilidad tanto alimenticia como económica. Daniel se siente, por primera vez en su vida, útil y, por lo tanto, realizado. Solo le falta una cosa: tener a su lado a Dona para disfrutar, juntos, de esta nueva vida que ha conocido gracias a haber tenido que abandonar la que tantos quebraderos de cabeza le proporcionaba y que, como la piel muerta que muda la serpiente, ha dejado atrás, pegada a la dura piedra en la que se ha convertido la sociedad de consumo.

Por las noches, tumbado sobre el tejado de la casa de adobe que él mismo se ha construido, Daniel dirige su mirada a las estrellas y se imagina que habla con su mujer y se lamenta de que para haber descubierto la felicidad haya tenido que sufrir tantas pérdidas. Perder para ganar, sufrir para ser feliz. ¡Parece tan injusto! Pero no cabe lamentarse por aquello que ya no tiene vuelta atrás, hay que mirar al frente con la cabeza y la moral altas. La energía positiva atrae energía positiva y siente que, de algún modo que no sabe explicar, Dona, su memoria o su espíritu, le infunde esa energía que le ayuda a progresar.

La vida continúa y, por muchas cosas que nos hagan sufrir, por muchos obstáculos que debamos salvar, por muchas injusticias que nos duelan, por muchos ataques que recibamos a nuestra autoestima, debemos ser fuertes y resistir los embates de nuestros enemigos, físicos y morales, pensar que vale la pena seguir adelante disfrutando de ese don tan valioso que es la vida porque, pese a todo, siempre vuelve a salir el sol.
 
 
 

6 comentarios:

  1. Ojalá fuera así en muchos casos ojalá... Besos y abrazos

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    1. Evidentemente, es más fácil pensarlo y decirlo que hacerlo. Como bien dices, Mari Carmen, ojalá fuera así para todos aquellos que sufren. Yo he querido imaginarme que así era.
      Un abrazo.

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  2. Hay que ser muy sabio para hacer un proceso así...

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    1. Muy sabio y valiente, Genaro. Pero como ignoro si yo, en su lugar, hubiera podido sobrevivir, he preferido hacer volar la imaginación y trocar la tragedia por alegría. ¿Acaso no sirven para esto los ensueños?
      Una abraçada, amic meu.

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  3. Un relato francamente bueno, reflexivo y con mucha fuerza, la misma que tuvo el protagonista para salir de esa desesperación que provoca las situaciones tan malas.
    Yo siempre he escuchado y lo creo, que siempre que ocurre algo malo, surge algo muy bueno, y en esta prosa que nos regalas, así es.
    Me ha gustado mucho Josep, aunque me repita eres un estupendo "cuentista" y mejor escritor.
    Un abrazo.

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  4. Muchísimas gracias, Elda, por su crítica entusiasta. Tus comentarios me halagan y me animan pues no son muchos los comentarios que recibo y siempre viene bien saber que uno no lo hace mal del todo. No soy un "egoísta" (en el sentido estricto del alimentar el ego" pero siempre es agradable recibir opiniones positivas de los lectores.
    Dicho esto, también digo, como tu me dijiste en una ocasión, que no te sientas obligada.
    Un abrazo.

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