Soñó que vagaba por los valles, montes y bosques en busca de la fuente de la inspiración. No sabía cómo era ni en qué consistía pero le habían dicho que cuando la viera, no le cabría ninguna duda sobre su identidad, la reconocería de inmediato.
Tras varios calurosos días con sus frías noches, se detuvo en medio de un claro a descansar y comer de lo poco que le quedaba en la bolsa que llevaba en bandolera. Cansado como estaba, se quedó dormido y al despertar, horas después, la oscuridad cubría todo lo que le rodeaba y el temor se apoderó de él por no haber sido precavido y haber buscado, como hacía cada atardecer, un refugio nocturno que le permitiera dormir al amparo del frio y de las alimañas.
Afortunadamente, la luna seguía, en su cuarto creciente, dando suficiente luz para guiarle sin temor a caer en un hoyo o despeñarse por un barranco y así, despacio y con ayuda del cayado que se había fabricado, emprendió una caminata hacia el monte más próximo que se divisaba a menos de media legua donde, con toda seguridad, hallaría refugio en alguna cueva u oquedad entre las rocas. Encendería una pequeña fogata y seguiría descansando hasta que la luz del día le devolviera a la realidad y le empujara a seguir con su búsqueda que, cada vez, le parecía más estéril. Si en dos días no encontraba lo que andaba buscando con tanto empeño, abandonaría su periplo por esas tierras y volvería a casa para seguir siendo lo que era: un pobre juglar que nunca llegaría a ser un trovador que recitara y cantara sus propios poemas.
¿Existiría realmente esa fuente mágica de la inspiración de la que le había hablado Rimbaut de Vaqueiras cuando coincidió con él en la última fiesta organizada por Guillaume des Baux? El gran Rimbaut, que de juglar había acabado siendo el mejor trovador de Occitania y que, además, siendo de origen humilde como él, había sido nombrado caballero, le confesó que todo ello fue gracias a ese hallazgo providencial que le cambió la vida y le había otorgado fama y fortuna. ¿Estaría suficientemente lúcido cuando le refirió este hallazgo casi milagroso? Recordaba que estaba bastante ebrio cuando le hizo esa confidencia. Quizá le tomó el pelo y ahora estaba perdido a los pies de los Alpes de la Alta Provenza sin más esperanza que volver sano y salvo a su ciudad natal para seguir con esa vida anodina de juglar cantor de poemas ajenos en las plazas de los pueblos y en fiestas donde requirieran su presencia para amenizar al público por un puñado de libras.
Y con estos pensamientos, quedó profundamente dormido hasta que un armonioso sonido de un laúd le despertó cuando todavía no había clareado. Extrañado, salió de su refugio y se encaminó hacia donde le parecía que procedía aquella música que se le antojaba celestial. Esto debe ser un sueño -se dijo. ¿Quién puede estar tocando un laúd en medio del bosque en plena noche?
Lo que vio, al poco de internarse en la arboleda más próxima, le dejó atónito. Un grupo de hermosas mujeres, ataviadas con las más finas y bellas telas de múltiples colores, estaban danzando alrededor de una gran fogata, pero la música procedía de un oscuro rincón alejado de las jóvenes bailarinas, en donde una figura, recostada sobre el grueso tronco de un árbol caído, arrancaba de aquel instrumento la más dulce tonada jamás oída. Solo reconoció al sujeto cuando éste empezó a cantar una canción que le resultó familiar, aquella que oyó por primera y última vez en la fiesta organizada por Guillaume des Baux, príncipe de Orange, pues esa melodiosa voz solo podía ser la de su admirado Rimbaut de Vaqueiras. Pero ¿qué hacía el gran trovador allí y quienes eran esas hermosísimas jóvenes?
Cuando la música se detuvo y la voz del trovador calló, éste salió de las sombras y, sonriéndole, le llevó hasta el centro del claro, junto a la fogata, donde las jóvenes le rodearon y una de ellas, la más bella entre las más bellas, le invitó a beber de una gran copa repleta hasta el borde de un líquido aromático. Bébetelo todo -le dijeron al unísono- y encontrarás lo que buscas. Con el último trago de aquel especiado y dulce brebaje, un profundo sueño se apoderó de él, cayendo rendido a los pies de sus anfitriones.
Cuando despertó, envuelto en sus desgastadas sábanas, sudoroso y tendido boca arriba en su estrecho y sucio camastro, le sobrevino una abrumadora desilusión al comprobar que todo había sido un sueño, un bonito sueño pero un sueño al fin y al cabo. Un sueño sobre algo inalcanzable, una quimera, una utopía. Ya no sabía si toda la historia del viejo Rimbaut había sido también una ensoñación. Pero la vida continuaba y él debía seguir viviéndola haciendo lo único que sabía y podía para subsistir.
Cuando, tras el frugal desayuno al que había acostumbrado a su magro cuerpo, se sentó a ensayar, una vez más, su nuevo repertorio con versos y música de sus trovadores preferidos, vio ese pliego de papeles en blanco que había intentado inútilmente llenar con sus propias obras que nunca llegaban a materializarse y que finalmente había guardado en el cajón de la vieja alacena. ¡Qué raro! -se dijo-, juraría que había dejado pluma y papeles a buen recaudo. Y cuando tuvo entre sus manos el manojo de ese costoso papel vitela que había adquirido para sus hipotéticas obras, sintió que le sobrevenían unas fuertes palpitaciones que a punto estuvieron de hacerle estallar el corazón. Cuando se recuperó de ese extraño incidente, vio, con otros ojos, aquellos papeles y aquella pluma que tan odiosos se le habían hecho últimamente y una atracción irreprimible se apoderó de él y de sus dedos hacia aquellos útiles de trabajo.
Ahora, no hay día que no componga un nuevo verso y lo convierta en una hermosa canción. No hay semana que no sea invitado a amenizar las más floridas fiestas dentro y fuera del país. Sus obras -dicen sus numerosos admiradores-, solo son comparables a las del divino Rimbaut de Vaqueiras. ¿De dónde ha salido ese trovador que –según dicen otros- no era más que un triste juglar hasta hace bien poco?
Cuando en la última fiesta en la que actuó, un joven juglar le preguntó de dónde sacaba su inspiración, él no supo qué contestar pues ni él mismo entendía lo que le había ocurrido. Iba a decirle lo que a él le había contado quien fuera su admirado maestro pero se contuvo, no quería darle falsas esperanzas e imbuirle de ridículas fantasías. Pensó unos instantes y al final, mirándole fijamente a los ojos, le dijo: la fuente de inspiración está dentro de uno mismo, solo tienes que saber buscarla.
Precioso relato y mejor moraleja, Josep.
ResponderEliminarEnhorabuena, amigo.
Un abrazo.
Muy cierto que la fuente de inspiración está dentro de uno mismo y brota cuando menos lo esperas, ¿verdad amigo? Un abrazo.
ResponderEliminarMuy bien llevado este relato; por un momento creí que nos mostrabas una leyenda medieval, pero me sorprendiste cuando llegué al final y descubrí que era el mismísimo Josep Mª Panadés el autor. ¡Enhorabuena!. Has sabido darle el sabor literario del pasado´, recreando personajes y ambientes.
ResponderEliminarMuy cierta la moraleja que cierra este relato.
Un abrazo.
Muchísimas gracias, mis queridas amigas (Fefa, Carmen y Fanny) por vuestros comentarios tan halagüeños y por seguir viniendo a leerme. He escrito este relato metafórico pensando en mí y en las dificultades que a veces surgen cuando la mente se niega a inspirar la historia que te gustaría escribir para dejar de ser un mediocre "escribiente". Curiosamente, lo que me inspiró a escribirlo fue la sensación de vacío de ideas.
ResponderEliminarUn abrazo colectivo.
Qué bonito texto, Josep, y qué bien llevado. No tiene nada que envidiar a ninguna de las leyendas medievales que hemos leído… Y muy acertada la lección que lleva implícita. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn beso grande
Muchas gracias Mari Carmen. Me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarSiempre me han gustado los cuentos y las leyendas.
Un abrazo.
Qué bonito cuento y que bien escrito Josep, ¿no habrás tenido tú, tan fantástico sueño? jajaja. Para mi humilde entender, escribes de maravilla.
ResponderEliminarMe ha encantado, mi enhorabuena y un abrazo.
No, esta historia no es fruto de un sueño sino de mi imaginación que, a veces, da con historias de este tipo. La verdad es que cuando menos me lo esperaba, saltó la idea. Me alegro que te haya gustado. A ti se te dan de maravilla los poemas y yo hago lo que puedo con la prosa.
ResponderEliminarUn abrazo.