Desde que vivía con sus abuelos, Joel no salía de casa. Eran ya muy viejos para cuidar de un niño de cinco años, huérfano de padre y madre, pero todavía se sentían con fuerzas para criarlo.
A sus setenta y muchos años, los abuelos del niño trabajaban el campo y, por lo tanto, debían dejar a la criatura sola, durante unas horas, en la buhardilla, jugando con los muñecos que le hacía su abuela con pedazos de cartón hábilmente pegados y que hacían la delicia del chiquillo.
Joel no iba a la escuela y en el pueblo nadie sabía de su existencia pues los ancianos no querían que los servicios sociales se lo arrebataran, argumentando su incapacidad para hacerse cargo de un niño de tan corta edad. Así pues, éste se pasaba todo el tiempo que sus abuelos estaban en el campo o en la granja encerrado en aquella estancia, desde donde podía divisar los cultivos y bosques circundantes.
Un día, no obstante, quiso salir a dar una vuelta por los alrededores. Saldría solo un rato y sin alejarse demasiado de la masía, no fuera que sus abuelos le sorprendieran y lo encerraran bajo llave, tal como le habían dicho que harían si les desobedecía y salía de su escondrijo cuando ellos estuvieran ausentes. Tras su primer paso al exterior, un sol brillantísimo, como nunca hasta entonces había percibido desde la habitación de sus juegos, le deslumbró tan intensamente que tuvo que agachar la cabeza. Y entonces la vio.
El espanto que le produjo lo que tenía pegado a sus pies le hizo correr como una liebre, pero lo peor de todo era que aquella negra mancha le seguía por doquier sin que pudiera separarse de ella. Corría tan deprisa como él. Ahora la tenía a la derecha, ahora a la izquierda y, fuera donde fuese, giraba y giraba a su alrededor sin que pudiera librarse de su perseguidora.
Finalmente, agotado, sin resuello y con el corazón saltándole como un potro desbocado, se tumbó cuan largo era, abatido. Que sea lo que Dios quiera –pensó- yo ya no puedo más. Que el niño Jesús y la Virgen María me protejan, acabó diciendo cerrando los ojos tan fuertemente que casi le dolían.
Al comprobar que nada pasaba, los abrió de nuevo y solo vio un cielo claro y el mismo sol deslumbrante, pero al incorporarse comprobó que aquella cosa de la que huía estaba también allí, acurrucada a su lado. La contempló con detenimiento, parecía muerta pero no lo estaba, se movía cada vez que él lo hacía. Parecía imitarlo en todos sus movimientos, incluso tenía una forma parecida a él pero más fea, a ratos más achatada o más alargada. Parecía inofensiva pues no le hacía daño alguno. La tocó. Se veía plana pero no tenía cuerpo, allí donde tocaba solo tocaba tierra, qué extraño.
Se puso en pie y decidió volver a casa, no fuera que sus abuelos volvieran del campo y se preocuparan por su ausencia.
Al poco, entraba en la masía contento pues pensaba que tendría algo nuevo con lo que jugar a partir de entonces. Si aquella cosa no le abandonaba es que buscaba su compañía, quería ser su amiga. Lo único que le preocupaba era que sus abuelos no permitieran que aquello se quedara con él en casa.
Pero solo traspasar el umbral, se dio cuenta de que aquella compañera, hasta entonces inseparable, le había abandonado, había desaparecido. Quizás había huido. Salió afuera y la volvió a ver pegada a sus pies. Eso es que le asusta esta casa, es tan oscura -se dijo. Pues bien, entonces que se quede aquí fuera, que ya me las apañaré para encontrar un momento, cada día, por la mañana, para escabullirme y salir a jugar con esta cosa que, por lo que parece, solo me quiere a mí. Si ella no se separa de mí, yo no me separaré de ella. Será mi única amiga. Casi no la conozco y ya siento que la quiero –concluyó.
Joel se adentró de nuevo en la casa para esperar a sus abuelos y, mientras esperaba, pensaba qué nombre le pondría a esa amiga que acababa de hacer. Ya lo sé -exclamó, de pronto-. La llamaré “sombra”, como la perrita negra de los abuelos que murió y que tampoco se separaba de mí.
Entrañable relato de un descubrimiento con la inocente mirada de un niño. Más que leerlo, lo he vivido. Un saludo.
ResponderEliminarBienvenida, Skuld, a este rincón de las historias y de la fantasía. Me alegra que hayas pasado por aquí y que te haya gustado lo que has leído. Quedas invitada a volver siempre que lo desees.
EliminarEn justa correspondencia, yo también me pasaré por tu blog.
Saludos.
Muchas gracias Josep por la bienvenida. Sin duda me pasaré, con más calma y detenimiento.
EliminarUn saludo y feliz semana.
Ay que bonito cuento Josep, me ha encantado este descubrimiento tan tierno del niño. Un relato tremendamente ocurrente, que me ha encantado leer porque has clavado lo que en realidad hace la sombra de cada cual, y me he acordado de lo que se suele decir, "no me fío ni de mi sombra", aunque para eso hay que crecer.
ResponderEliminarFue un gusto pasar a leerte.
Un abrazo y feliz semana.
Siempre me gustaron los cuentos, desde que mi madre, una cuentacuentos de los pies a la cabeza, me amenizaba los minutos previos al sueño nocturno. Escribirlos ya es otra cuestión pero éste me salió así, de pronto, y a mí también me gustó, jeje.
EliminarMe alegro haberte hecho pasar un rato agradable.
Un abrazo.
Entrañable y mágica la inocencia de los niños. Ha sido un verdadero placer leer este relato que tan buen sabor de boca me ha dejado junto a la sonrisa, gracias!
ResponderEliminarUn abrazo, Josep.
!Santa inocencia! Los niños pueden ser unos diablillos pero también unos entrañables angelitos. Me alegro que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.
La Curiosidad es tan y tan importante en los más Peques... ¿Qué sería de nosotros si de críos no hubiésemos sentido esa picazón que produce? ^^
ResponderEliminarTierno, lindo y mágico relato *-*
Besines!!