Jaime tuvo seria dudas pero acabó accediendo. ¡Hacía tantos años que no les veía! Veinticinco, para ser exactos. Desde que dejó el colegio para entrar en la Universidad.
Cuando recibió recado de sus padres de que un chico, llamado Joan no-sé-qué, había llamado preguntando por él, estuvo dudando si llamar o no a aquel número de teléfono que había dejado. Luego, tras hablar con Joan Balcells, el organizador del encuentro, se arrepintió de haber aceptado la invitación.
¿Reconocería a sus ex compañeros de último curso de bachillerato después de un cuarto de siglo? Y peor aún, ¿le reconocerían a él? ¿Tendrían de qué hablar? A fin de cuentas, pocos fueron los amigos de verdad que hizo en aquel curso. Tres, a lo sumo. Porque el resto de alumnos, de los treinta y tantos que componían la clase, le tenían ojeriza. Y todo por ser el primero en casi todo.
Pero lo que en verdad temía Jaime no era la falta de reconocimiento ni de empatía sino que supieran en lo que se había convertido.
Había acabado la carrera con unas notas excelentes. Tenía las puertas abiertas en varias empresas, que se lo disputaban, no en balde el IQS era una fábrica de triunfadores.
Pero quiso probar fortuna en el extranjero. Primero se tomó un año sabático y luego… luego vino la debacle.
Cuando volvió, al cabo de diez años, de su periplo europeo, estaba enganchado al hachís, al crack, a la metanfetamina y a todo lo que le diera un “subidón” y le impidiera ver la realidad. Se había convertido en un yonqui en toda regla. Vivía de y para las drogas.
Llegado el día del encuentro, se vistió de punto en blanco, con su nuevo traje de Armani y se presentó, a las nueve en punto, en el hotel donde habían quedado.
Solo entrar en el hall, un vozarrón pronunció su apellido. “Eh, Gasulla!” Durante unos segundos no supo quién era aquel individuo que le sonreía y le hacía señas sentado en una de las mullidas butacas que decoraban el vestíbulo. Cuando se acercó, reconoció al propietario de aquel careto: Padrón. No recordaba su nombre de pila, solo su apellido. “Padrón el cabrón”, le apodaban. Y con razón.
Pedro Padrón, PP para los amigos, el “Paleto Pendón” para algunos profesores “enrollados”, era el gamberro de la clase, un tipo grandote, de lo más desagradable y desaprensivo que andaba por los pasillos del colegio y por las calles del barrio creando problemas a conocidos y extraños. Un tipo duro siempre buscando –y encontrando- gresca. Solo con mirarte a los ojos, se te aflojaban los esfínteres. Cuando quería algo, no necesitaba pedirlo con palabras, solo mostrando su puño a la altura de tus ojos, desaparecía cualquier reticencia a complacerle.
Jaime supuso que los años, les habrían puesto a la misma altura y quizá incluso compartirían aficiones inconfesables. No sabía decir quién de los dos habría caído más bajo. Se acercó a su congénere preparándose mentalmente para cualquier salida de tono. No obstante, no se esperaba lo que se le vino encima, literalmente. El hercúleo Padrón se levantó raudo de su asiento y antes de que Jaime pudiera articular palabra alguna, le rodeó con sus potentes brazos en un abrazo de oso, levantándolo un palmo del suelo.
-Coño, Gasulla, qué alegría volver a verte –le gritó casi al oído, causándole un estremecimiento timpánico-. Joder, cuánto tiempo ha pasado! Creía que no vendrías, tan panoli como eras –añadió con una gran risotada.
Desde aquel instante, Pedro no se separó de Jaime en toda la velada, compartiendo con él anécdotas de todo tipo. Fue un monólogo sin parangón. Jaime escuchaba y Pedro hablaba, excitado, sin parar. Sus ojos ya no tenían aquel destello de odio, brillaban de pura ilusión.
-¿Sabes, tío? En el fondo siempre te envidié. Siempre quise ser tan listo como tú. Seguro que has llegado muy lejos. En cambio yo… -acabó diciendo bajando la voz.
-¿En cambio tú qué? –preguntó Jaime por primera vez.
-Pues que yo no he tenido tanta suerte como tú.
-¿Por qué dices esto? ¿Cómo sabes si me ha ido bien o mal?– le preguntó Jaime circunspecto.
-Solo hay que ver cómo vistes, tío. Seguro que has triunfado en la vida. Ya se veía venir –le contestó Pedro con convicción.
-Mmm, bueno, no me ha ido mal del todo –fue lo único que atinó a contestar Jaime, un tanto atribulado-. ¿Y tú a qué te dedicas? –le preguntó para desviar la atención hacia su persona.
-Trabajo en un centro de desintoxicación. Estuve enganchado muchos años, ¿sabes? Mis padres me obligaron a ingresar. Por suerte. Yo al principio no quería. Se lo hice pasar muy mal a los viejos. Y, mira por dónde, cuando me rehabilité me ofrecieron quedarme como auxiliar. Hice unos cursos y…
Llegado a ese punto, Jaime volaba muy lejos de aquel lugar. Oía la voz de su antiguo compañero de clase muy lejana. Su cuerpo estaba allí pero no así su mente.
Se ha cumplido un año de aquel encuentro. Jaime descansa en una tumbona. Tiene un vaso de agua en sus manos todavía algo trémulas por el síndrome de abstinencia. El tratamiento sigue su curso de forma satisfactoria. Ya ha superado lo peor. Todo gracias al consejo y al apoyo de un buen amigo.
Una revista abierta por la página de los pasatiempos reposa sobre la mesa del jardín. Cuando va a incorporarse para tomarla y seguir con el autodefinido que había dejado a medias, oye a sus espaldas el inconfundible vozarrón al que ya se ha acostumbrado.
-Oye Jaime. ¿Qué te parece si esta tarde, aprovechando tus tres horas de “libertad” y que yo libro y vamos al cine? Echan la última de Steven Spìelberg. Jurasic World, y en 3D. Yo invito.
-Pues claro que sí, Pedro. Hace mucho tiempo que no voy al cine.
Qué bonito relato y que buena gente hay por el mundo, lo mismo en la ficción que en la realidad que se dice que siempre la supera.
ResponderEliminarUn encuentro maravilloso que cambió la vida de Jaime, y como siempre lo has contado con el buen hacer de tu pluma regia.
Me ha gustado mucho Josep.
Un abrazo.
Muchas gracias Elda. En la vida a veces nos sorprenden aquellas personas de las que menos esperamos. Hay gente que no cambia nunca o, si lo hace, es para peor, pero también los hay que acaban siendo mejor de lo que fueron de jóvenes y mucho mejor que los que fueron nuestro espejo.
EliminarUn abrazo.
Pues sí que la vida da muchas vueltas y lo mismo que no sabes qué ha sido de compañeros y amigos a los que no ves hace mucho, no sabes quién puede ayudarte. Ser pretencioso no conduce a nada, la verdad. Un relato muy humano, Josep, te felicito.
ResponderEliminarUn abrazo!!!!
La vida da muchas vueltas y no sabemos lo que nos deparará el futuro.
EliminarMuchas gracias, Skuld, por tu comentario y me alegra que te haya gustado.
Un abrazo.