martes, 10 de septiembre de 2024

Un ascenso meteórico

 


Desde muy niño, Pablo siempre se había salido con la suya. Su principal rasgo era la astucia. Mentía con tal descaro y verosimilitud, que nadie puso jamás en duda sus artimañas. Sacaba buenas notas, pero gracias a su buen hacer a la hora de copiar y de hacer unas “chuletas” muy elaboradas. Así consiguió sacarse un grado de informático sin pasar por la Universidad. Sabía que no superaría la Selectividad, pues sería muy arriesgado y extremadamente complicado utilizar sus “métodos de trabajo”. En el mundo de la informática se supo introducir lo suficientemente bien como para poder optar a un trabajo decente y bien remunerado. 

Pero, como no había perdido su afán por despuntar por encima de los demás, se las ingenió para dar de sí mismo una imagen que distaba mucho de la realidad, empezando por falsear su CV. Se atribuyó una licenciatura y un master que no poseía, una amplia experiencia en el mundo laboral, un dominio de cinco idiomas extranjeros y un número indeterminado de cursos de formación. Y como en la entrevista de selección se manejó con total naturalidad y desparpajo, sus mentiras colaron perfectamente. Menos mal que no le pusieron a prueba con lo de los idiomas, pues no sé cómo se las habría apañado.

Así pues, lo más destacado de su paso por el mundo empresarial fue su habilidad para mentir y aparentar lo que no era. Siempre dispuesto a hacer horas extra y a lamerle el culo a su superior, llegó a ganarse la confianza del director general de la última empresa que lo contrató, quien lo ascendió a director de departamento, en sustitución del abnegado jefe que hasta entonces había tenido, al cual le rescindieron el contrato por “falta de ideas innovadoras”. De este modo, pasó a formar parte del Comité de Dirección, en el que se suponía debía desempeñar una importante labor mediante una nueva estructura integral del sistema informático que regía prácticamente todas las actividades empresariales. Con este propósito, su departamento pasó a denominarse Dirección de Organización y Sistemas y su primera intervención debía ser la de presentar, a la mayor brevedad posible, un plan de acción.

Absolutamente falto de ideas, hizo lo que suelen hacer los jefes incompetentes: crear un grupo de trabajo, que sería el que, en realidad, capearía el temporal.

De este modo, tuvo a sus colaboradores trabajando a destajo como si de esclavos se tratara, azotándolos verbalmente para que hicieran un trabajo para el que él no estaba, ni de lejos, preparado.

Los empleados en cuestión, sabedores de la inutilidad de su nuevo jefe y hartos de sufrir constantes improperios, a cada cual más punzante, planearon darle una lección proponiendo una solución disparatada a la petición del director general, que de informática no sabía ni un pimiento. Así las cosas, le prepararon un dossier repleto de propuestas absurdas que cualquier persona mínimamente preparada descubriría de una simple ojeada.

Pablo leyó literalmente el libreto que le había preparado su equipo, que fue bendecido por todos los integrantes del Comité, a los que les resultó totalmente ininteligible, lo cual dio pábulo para que el incomprensible discurso pareciera que la propuesta era de lo más innovadora y compleja.

A continuación, vino la parte más interesante: ponerla en práctica, algo que, por supuesto, también recayó en los sacrificados miembros de su equipo.

Como era de esperar, la empresa sufrió un tremendo colapso: nóminas equivocadas, un sistema de alarma disfuncional —sonaba cuando le daba la gana—, el programa informático de contabilidad se colgaba cada dos por tres, cortes de energía inexplicables, cámaras de seguridad que funcionaban a trompicones, el aire acondicionado que calentaba en lugar de enfriar, y viceversa, y así un sinfín de bochornosas irregularidades.

Ante esa situación tan alarmante como incomprensible, Pablo fue llamado a la presencia del director general para dar explicaciones de lo que estaba sucediendo, algo no solo insólito sino del todo incomprensible para un experto en informática avanzada como él.

Cómo no, Pablo echó balones fuera, culpando de todo ese desatino a su equipo, un atajo de inútiles que debían ser despedidos sin demora y sin indemnización alguna.

El director general, sospechando por primera vez una incompetencia de Pablo, hizo llamar al equipo al completo para que dieran su versión de los hechos.

El que se erigió como portavoz de los siete miembros del departamento de Organización y Sistemas, el informático de carrera con mayor antigüedad en la empresa, alegó que ellos habían presentado a Pablo una propuesta que difería del todo a la que él había presentado al Comité de Dirección y como muestra de ello mostró el dossier que habían elaborado según se les había solicitado y que Pablo, disconforme con el mismo, había modificado en su totalidad, dando como resultado el fiasco que ello había provocado.

Pablo, estupefacto al ver la trampa que le habían tendido aquellos malditos traidores, fue puesto de patitas en la calle de forma fulminante, sin atender a sus quejas y acusaciones contra su equipo, prometiendo una terrible venganza. “Quien ríe el último, ríe mejor”, fueron sus últimas palabras.

De eso ha transcurrido una década, durante la cual, Pablo siguió trepando de rama en rama sin que nadie advirtiera su inutilidad. Con su carácter extrovertido ha hecho grandes amigos en el terreno de la política. Hoy es el ministro de Educación, el que debía mejorar la calidad del sistema educativo español, reduciendo la elevada tasa de fracaso escolar. Como no puede ser de otro modo, tras conocerse el último informe PISA*, que demuestra que los alumnos españoles han obtenido los peores resultados en veinte años, culpa de tal descalabro a todo hijo de vecino, pero él sigue, de momento, en su puesto.

 

Este es un relato de ficción. Cualquier parecido con personas o hechos reales es pura coincidencia.

*Programme for International Student Assessment (Programa para la evaluación internacional de los estudiantes, en español)