lunes, 30 de septiembre de 2013
Sólo una copa más
Una copa, necesito una copa. Una más. La última. Quiero volver a ver la vida a través de ese líquido ambarino que tanto me consuela. Sin él, las noches se hacen largas y el día se torna gris. Con él me bebo las penas y olvido los infortunios.
Quiero tener la mente clara para poder tomar esas decisiones que tan duras se me antojan pero, a la vez, temo enfrentarme a la realidad. Como siempre me ha ocurrido.
Ana tiene razón. Soy un pusilánime incapaz de sobreponerme a los golpes de una vida que me ha resultado esquiva. Me lamento y no hago otra cosa que lamerme las heridas pero ¿cómo voy a levantarme si he caído tan bajo?
He acabado solo. Sin Ana, sin mis hijos, sin amigos, ¿para qué voy a esforzarme en vivir cuando soy incapaz de recuperar la estima de aquellas personas que lo han sido todo para mí?
He contado los dos últimos años de mi vida a perfectos desconocidos de los que sólo he conseguido miradas huidizas y de conmiseración. Nadie me ayuda y me siento impotente. Reconozco que Ana hizo lo que pudo pero quizá no fue suficiente. Pero no puedo recriminarle nada. No me dejaba ayudar. Si hubiera seguido a mi lado, la hubiera arrastrado al abismo en el que me he alojado.
Algo debo hacer antes de caer irremediablemente en un pozo sin salida, antes de que mis hijos acaben despreciándome más de lo que me desprecian. ¡¿Qué ejemplo he sido para ellos?! ¿Dónde está ese padre al que adoraban y admiraban? ¿En qué me he convertido?
Una copa más y prometo sacarme de encima esta podredumbre que ensucia mi alma y anula mi voluntad. Sólo una copa más antes de renacer de mis cenizas y convertirme en un hombre nuevo. Aunque sé que ya no le importo a nadie, quiero recuperar el tiempo perdido y a las personas que más he amado. Quizá sea demasiado tarde. Si por lo menos tuviera un indicio de que todavía le importo a alguien… Pero creo que he malgastado todas las oportunidades.
Una copa más para aliviar esta ansiedad y procuraré que todo sea como antes.
¿Cuántas copas me habré bebido? Ya he perdido la cuenta. ¡Qué más da! Bien pensado, me importa un carajo lo que hagan y piensen los demás. Mi vida es mía y de nadie más y hago con ella lo que se me antoja.
¡Qué sabrá Ana por lo que he pasado! Nunca me ha comprendido por mucho que he intentado hacerle ver la realidad. Nunca me escuchó. Y mis hijos… Ellos sólo veían lo que ella les hacía ver. Tampoco intentaron comprender a su padre. Ingratos. Después de todo lo que he hecho por ellos.
Simplemente no he tenido suerte, me ha tocado vivir una vida que no ha sido justa conmigo. Sólo ante el peligro, esa ha sido mi situación. Y ya estoy harto de vivir así, harto de vivir, así de sencillo. Para vivir de este modo, no vale la pena mantenerse con vida. Acabar con todo, eso es lo que voy a hacer de una vez por todas. Tiro la toalla.
Una copa más, la última y todo se irá al carajo. Entonces todo serán lamentos. O no. Quizá les haré un favor desapareciendo definitivamente de sus vidas.
El alcohol que corre por mis venas y esa caja de ansiolítico, me abrirán las puertas hacia el descanso. Hacia la nada. Porque eso es lo que nos espera, la nada. Nada para el que nada ha sido. Deprimente pero cierto.
Una dulce forma de partir y sin apenas dejar rastro.
Y precisamente ahora tiene que sonar el teléfono, cuando hace siglos que nadie me llama.
Dejaré que suene.
Salta el contestador.
"Ahora no estoy en casa. Deja un mensaje y te llamaré tan pronto como pueda"
No me reconozco la voz. Recuerdo que cuando lo grabé me acababa de mudar pero todavía no había tocado fondo, como ahora. Si casi es una voz juvenil. ¿Quién será quien llama a estas horas? Será alguien que se confunde, seguro.
-Juan, ¿estás ahí? Si estás en casa, coge el teléfono, por favor. Es importante. Tenemos que hablar.
¿Ana? Es Ana. ¡Ana!
-Juan, nos tienes muy preocupados. Aunque no lo creas, tus hijos aun te necesitan. Y yo también. Juan, Juan…
-Juan, eh Juan, ¿me oyes? ¿Se puede saber en qué estás pensando? No te distraigas ahora, por favor, que el cliente está a punto de aparecer y tienes que tener la mente clara. Te he dado una nueva oportunidad y no quiero que me falles. ¿Lo has entendido? Si esto sale mal, se acabó. ¿Está claro?
-¿Cómo? Ah sí, claro, claro.
-Toma, bebe otro trago y relájate.
-No, no, no quiero beber más, gracias.
-Caramba, no te reconozco; nunca antes habías rechazado una copa y menos de tu whisky preferido.
-Ya, pero es que acabo de recordar algo.
-¿Ah sí? ¿Qué?
-Que cuando salga de aquí tengo que ir a ver a Ana y a los chicos.
-Caramba. ¿Eso significa que os habéis reconciliado? ¿No decías que no quería saber nada de ti?
-Sí, pero eso fue antes de que me llamara.
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Una historia triste llena de pérdidas y de autocompasión que, por fortuna, deja la puerta abierta a la esperanza, al menos un resquicio... La llamada oportuna capaz de abrir un búnker fatalista.
ResponderEliminarUn abrazo.
La vida siempre nos da una segunda oportunidad que no debemos dejar escapar. Gracias por leerme. Un abrazo.
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