domingo, 20 de octubre de 2013
¿Qué culpa tengo yo?
La veía pasar, todos los días a la misma hora, sin que ella se percatara de su presencia, apostado en el mismo portal de siempre desde que una mañana de invierno la viera por primera vez.
Al principio la seguía un trecho, el que recorría hasta la parada de autobús más próxima y más de una vez estuvo tentado de subir tras ella para completar su seguimiento pero eso le pareció una práctica más propia de un acosador que de un enamorado. Porque, sin saber muy bien cómo ni por qué, se había enamorado de ella como un colegial. Y él ya tenía su edad, edad más que suficiente para estar casado e incluso tener hijos, como hacían la mayoría de las personas.
Si bien se había resignado a no entablar conversación con ella, no podía dejar de verla a diario, hiciera frío o calor. Hasta que un día la vio acompañada. Entonces sintió que había llegado ese momento tan esperado como temido, el momento de abandonar sus ensoñaciones, de abandonar ese portal y volver a la realidad. Porque, a pesar de la evidente diferencia de edad, ¿quién en su sano juicio querría tener relaciones con alguien como él?
De pequeño sabía que no era como los demás pero no acertaba a valorar qué significaba esa diferencia ni qué importancia tenía, sólo veía cómo le miraban los otros niños y cómo cuchicheaban con sus madres al verle pasar agarrado de la mano de la suya.
No fue hasta mucho más tarde cuando fue plenamente consciente de sus limitaciones. Quiero casarme y tener hijos, le decía a su madre; a lo que ésta contestaba con una media sonrisa llena de tristeza y de ternura: pues claro, hijo, claro. Pero para ello tengo que encontrar a una chica como yo, ¿verdad?, añadía, sin recibir esta vez respuesta alguna.
Pero es que cuando la vio por primera vez, esa mañana, al volver de comprar el pan, no pudo resistirse a su influjo, y fue entonces cuando la cruda realidad le abofeteó en plena conciencia. Nunca podré ser siquiera su amigo, se decía, no con esta minusvalía. ¡Todo sería tan distinto si no fuera como soy! ¿Qué culpa tengo yo de haber nacido con Síndrome de Down?
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Creo que todo comentario sobra, me he emocionado al leerlo.
ResponderEliminarMe ha encantado, de corazón.
Un abrazo!
Muchas gracias Lifeliveliving... ¿o debo llamarte Lola?. Te agradezco tus palabras. Esta vida da mucho para emocionar. Si quieres volver, ya sabes donde encontrarme. Y será recíproco, pues acabo de visitar tus dos blogs y lo que he leído me ha gustado mucho. Un abrazo.
EliminarUna preciosa y triste historia en la realidad de estas personas tan dulces.
ResponderEliminarMe ha encantado como lo has relatado.
Fue un placer leerte.
Un abrazo.
Muchas gracias Elda. Por fortuna, he tenido ocasión de conocer de cerca esa dulzura. Un abrazo.
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