La propuesta del húngaro-escocés judío de colaborar en su proyecto “especial” como lo llamó, le reportaría a David grandes beneficios económicos y profesionales, pues a cambio de su contribución a “la causa”, ellos se encargarían que le concedieran la plaza que no había logrado obtener en las últimas oposiciones.
-El proyecto consistía en colocar un explosivo en el despacho de mi colega, el profesor Abdul Mesih, aquel colaborador recientemente incorporado al departamento de Biología Animal del que te hablé.
Ante la mirada de perplejidad de Mónica y antes de que ésta dijera nada, David la detuvo con un gesto imperioso de la mano y siguió contándole que, según le había dicho el doctor Knopfler, el profesor Mesih, de origen palestino, era el cerebro de una trama que, desde España, financiaba actos terroristas en territorio israelí y que, en breve, pretendía atentar contra la vida de Benjamín Netanyahu para desestabilizar así el marco de las negociaciones de paz entre los dirigentes israelíes y palestinos.
-No le di más importancia, pensando que todo aquello era fruto de los desvaríos de un borracho. Pero por la mañana, cuando me disponía a abandonar el hotel y olvidarme de aquella noche y de aquella conversación, me encontré al pie de la puerta de mi habitación un sobre que contenía las instrucciones que debía seguir al pie de la letra para llevar a término el atentado.
El problema real tuvo lugar cuando, unos días después, a David empezaron a llegarle correos desde una dirección IP desconocida, sin que éste se atreviera a denunciarlo a la policía.
-¿Qué les iba a contar?, ¿Que un loco pretendía que atentara contra un compañero mío porque era un terrorista?
Pero cuando, tras dos semanas de silencio, David creyó que todo había acabado, que quienquiera que estuviera detrás de aquellos correos, había desistido en su empeño, le sorprendió la muerte repentina del profesor Estiarte, quien, según David, había ganado injustamente las oposiciones, quitándole el puesto que él merecía mucho más, por conocimientos y méritos, gracias a los manejos e influencias políticas de aquél.
-Un ataque al corazón, dijeron. Pero al día siguiente del entierro, encontré en mi buzón una nota anónima que decía: “Nosotros estamos haciendo nuestro trabajo, ahora te toca a ti” y poco después, un nuevo correo me indicaba un punto de encuentro donde alguien me facilitaría nuevamente las instrucciones a seguir para cumplir con mi “compromiso”.
David no sabía si creer que la muerte de su rival había sido obra de algún agente del Mosad para facilitarle el camino al cargo tan deseado en las siguientes oposiciones o una fatal coincidencia. De hecho, la muerte de Estiarte le devolvía la esperanza pero no significaba que otro candidato no pudiera volverle a arrebatar el puesto.
David, siempre tan indeciso y pusilánime, no hizo nada. Si llevaba esas notas a la policía, podían acabar con él como lo habían hecho con el doctor Estiarte. Quizá todo ello fuera la labor de un demente. Pero, aun así, un loco puede ser extremadamente peligroso.
Y pasaron las semanas sin que David recibiera más anónimos ni emails extraños hasta que se anunció la próxima oposición al cargo de jefe del departamento de etología, momento en que un nuevo correo hizo su aparición: “Si quieres ganar el puesto, solo tienes que acudir a la cita, esta tarde, a la misma hora y en el mismo lugar que te dijimos en la última ocasión”. De lo contrario, atente a las consecuencias.
-Volví a hacer caso omiso de esa advertencia, ya me daba igual ganar o no las oposiciones. Estaba decidido a ir a la policía cuando alguien me llamó por teléfono a casa una noche, diciéndome que te habían secuestrado y que si en veinticuatro horas no cumplía con mi “trabajo”, no solo acabarían contigo sino que enviarían pruebas a la policía que me incriminarían en la muerte de Estiarte.
-Pero, ¿por qué te necesitaban a ti para perpetrar ese atentado? ¿No podían usar a alguien de su organización? –preguntó Mónica.
-También yo me hice esta misma pregunta y así se lo hice saber a mi anónimo interlocutor en la red. Por toda respuesta, escribió: “Tú eres de los nuestros, eres judío, eres hijo de Adriel Leví, tienes el enemigo en casa y el deber moral de contribuir a la causa, como lo hiciera tu padre”.
-¿Cómo lo hiciera tu padre? ¿Qué quiso decir con esto? –le interrogó Mónica con los ojos como platos.
-Pues que mi querido padre, que en paz descanse, fue un miembro muy activo del Mosad que operaba en territorio español. Pero esto lo he sabido ahora, removiendo papeles del viejo baúl que guardo en el desván junto con todos los documentos, recuerdos y antigüedades familiares.
-Pero tu padre ¿no era coronel retirado del ejército español? –dijo una Mónica incrédula ante lo que oía.
-Ahora no puedo extenderme en explicaciones, ya te lo contaré más tarde con detalle, si es que salimos de aquí sanos y salvos –le replicó David.
A grandes rasgos, David le contó, no obstante, que, no sabiendo a quién recurrir, fue a ver a Daniel Glasserman, un viejo amigo de su padre, también judío, que frecuentó mucho su casa hasta que este falleció, sospechando que entre ambos había un lazo de unión más allá de la simple camaradería. Y aquél le contó que, efectivamente, ambos habían compartido muchas misiones hasta que abandonaron el ejercicio activo y pasaron a desempeñar tareas de apoyo logístico. También le dijo que ambos habían acabado abandonando “la organización” por motivos éticos, algo que el Mosad no les perdonó, considerándoles traidores a la causa.
-Si sobrevivimos a lo que consideraron una traición fue porque ya éramos muy viejos y debieron pensar que no representábamos un peligro –le dijo el anciano amigo de su padre-. De todos modos, la muerte de tu pobre padre siempre me pareció sospechosa. Por mi parte, todavía ahora, cuando salgo a la calle tengo la impresión de que me vigilan y que algún día una bala acabará conmigo pero ya estoy muy cansado para ir vigilando mis espaldas a cada momento –añadió encogiéndose de hombros.
Así pues, cuando Daniel Glasserman oyó, por boca del hijo de su mejor amigo, en qué situación le había colocado el servicio secreto israelí, se compadeció de él pues sabía por experiencia que nadie podía escapar a sus mandatos e irse de rositas y, sintiendo pena por aquel joven inocente, decidió echarle un cable aunque con ello pusiera su propia vida en peligro. Ya nada le importaba. Lo haría por la memoria de Adriel, a quien había querido como a un hermano de sangre.
-Y de este modo, me facilitó un contacto, un experto en cambios de identidad, quien me sometería a unos “retoques” que han dado el fruto que puedes ver. Según me dijeron, me convertirían en el doble de Benjamín Edelstein, el nombre en clave de quien el señor Glasserman sospechaba que estaba detrás de todo este asunto pues no era la primera vez que organizaba algo así en un país europeo, reclutando a jóvenes judíos ajenos a la organización, por estar “limpios”.
“Y ahora estoy convencido de que Glasserman está en lo cierto porque cuando vi mi nueva cara era la del doctor Knopfler y, después de lo que me contó sobre las actividades de mi padre, no creo que mi encuentro con ese doctor “como se llame en realidad” fuera casual. , Fue a mi encuentro y lo peor de todo –prosiguió David- es que si luego sus reclutados no aceptan incorporarse a “la causa”, se deshace de ellos.
-Pero, ¿y ahora qué? ¿Qué piensas hacer? ¿Y si te descubren? Y… ¿volverás a tener el aspecto de antes? –le interpeló Mónica, angustiada y con la respiración entrecortada, tantas eran las preguntas que necesitaban respuesta.
-Tranquila, todo se arreglará –le contestó David sin mucha convicción-, pero ahora lo que tenemos que hacer, sin perder ni un minuto más, es salir de aquí pues como tarde mucho más en salir, empezarán a sospechar que algo raro sucede.
Cuando ambos salieron de la habitación, los dos guardaespaldas se hicieron a un lado para, acto seguido, custodiarles hasta el ascensor. Cuando las puertas de éste se abrieron al llegar al vestíbulo, David empujó a Mónica, pegándose literalmente a su espalda, para así aparentar, pues sabía que varios ojos les estaban observando a distancia, que la estaba amenazando con un arma oculta en el bolsillo de su abrigo. David notaba el temblor en el cuerpo de Mónica, mientras que a él un sudor frío le resbalaba por la espalda. Si lograban llegar a la calle, donde le estaría aguardando una limusina, estarían salvados.
Los poco más de diez metros que les separaban de la posible libertad se les hicieron eternos. David sabía que un fallo que delatara su impostura sería fatal para ambos.
-¿Y ahora qué? –le preguntó Mónica, con el semblante pálido, una vez la limusina circulaba a toda velocidad por Madison Avenue.
-Tranquila, Mónica –le dijo el conductor, sobresaltándola-, estáis a salvo. Todo ha salido a pedir de boca. Cuando lleguemos a nuestro destino, os cambiaremos de identidad y os facilitaremos una nueva documentación para que podáis salir del país. Lo siento por ti, David, pues tendrás que someterte a una nueva cirugía, que espero sea la definitiva, para los dos. Ahora relajaos, que tenemos un buen trecho, ¿de acuerdo?
Los dos interpelados, cogidos fuertemente de la mano, se miraron con cara circunspecta pues sabían lo que ello significaba: no volverían a ser los de antes, iban a adoptar una nueva identidad de por vida, como los testigos protegidos por la policía.
CONTINUARÁ
Jolín Josep, que bien escribes, te manejas de maravilla por las letras cualquiera que sea el tema, que por cierto es bien interesante aumentando la intriga.
ResponderEliminarMe encanta la historia, como me encanta lo que voy leyendo en el libro.
Un gusto leerte.
Un abrazo y buena semana.
Hola Elda, mi querida y fiel lectora. Pocos son los comentarios que recibe este blog y los tuyos son siempre tan generosos que seguiré escribiendo aunque solo sea para que pases un rato agradable. Sé que hay otro/as lectore/as que no se atreven a dejar su comentario por escrito pero que me dedican un "me gusta" en mi página de Facebook donde comparto mis relatos. Solo porque me lo paso bien escribiendo y por contentar a mis escasos lectores, ya vale la pena seguir adelante.
EliminarEste segundo capítulo ha resultado más largo de lo que pretendía pero el siguiente, y último, será más breve. Espero que te guste el final.
Un abrazo.