No conocía el oficio de su madre. No entendía el significado de “hacer la calle”. Pero de mayor quería ser como ella. ¡Era tan guapa! Y la quería mucho. No sabía quién era su padre, no se lo habían querido decir, pero le daba igual, con ella tenía más que suficiente. Todos los días, por la mañana, muy temprano, su madre entraba a verla, la arropaba y le daba un beso. Ya no volvía hasta el día siguiente a la misma hora. Y es que trabajaba mucho, pero los días que descansaba, la llevaba a sitios estupendos y le compraba muchas cosas. Sus abuelos, con los que pasaba la mayor parte del tiempo, cuando no estaba en la escuela, decían que con ese trabajo, acabaría mal. Su madre y sus abuelos casi no se hablaban, pues siempre acababan discutiendo por culpa de lo que ella “hacía”.
Tampoco entendía el significado de “chulo”, pero debía de ser alguien muy malo y peligroso, por lo que comentaban sus abuelos cuando creían que no les oía. Pero nadie podía hacerle daño a su madre porque era muy valiente.
Una mañana, su madre no entró a darle el beso de siempre ni a arroparla. No se encontraba bien, le dijeron luego sus abuelos. Pero ella insistió en verla y, en un descuido de aquéllos, entró en la habitación donde descansaba. Cuando, medio a oscuras, le vio la cara, se asustó mucho. Casi no la reconoció, de tan deformada como la tenía, llena de magulladuras, los labios hinchados y los ojos amoratados que apenas podía abrir. Al besarla en la frente, el único lugar aparentemente intacto, su madre emitió un débil gemido e intentó sonreír, sin éxito, a su pequeña, que la miraba con cara angustiada. La niña salió de la habitación muy asustada, con los ojos anegados en lágrimas y el corazón desgarrado de pena.
Pasados los años, convertida en una mujer más bella, si cabe, de lo que fue su madre, recuerda cuando aquélla salía, todas las noches, a trabajar, a ganarse la vida. Y recuerda, con una pena infinita, cómo aquella horrible enfermedad acabó con ella, la persona a la que más ha querido en esta vida. Acaba de cumplir los veinte y su madre, de seguir a su lado, tendría treinta y ocho. Sus abuelos se preocupan ahora por su nieta como lo hicieron con su malograda hija. Los ve muy de tarde en tarde. Está demasiado ocupada con este trabajo que la obliga a ir, constantemente, de un lugar a otro. Deben creer que ha seguido los pasos de su pobre madre. Por eso les dice que no tienen de qué preocuparse, que lo que ella hace es distinto.
Si su madre la viera, estaría orgullosa porque nunca le ocurrirá lo que a ella. Hoy en día se toman muchas precauciones y están sometidas a un estricto control médico, especialmente las que son como ella. Además, Paolo la cuida y la protege; incluso diría que está enamorado y nunca le pondría la mano encima.
Cuando ya no sea tan joven y bella, se retirará y, con todo el dinero ahorrado, que será mucho, podrá disfrutar de un retiro dorado. A fin y al cabo es una “acompañante” de lujo. Nunca quiso hacer la calle; eso es para otra clase de chicas y de clientes.
Bonito relato Josep. Es penoso cuando una mujer tiene que subsistir con lo único que en esos momentos puede usar y en esas condiciones; por supuesto merecen todo mi respeto, pero ya es distinto cuando lo hacen solamente por ganar dinero en cantidad y con el hecho de acumular... pero en esta historia, la hija no sé si tendría otras posibilidades, pero lo que si tuvo, es más suerte que su pobre madre.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, es un relato muy tierno y ajustado seguramente a la realidad de muchas mujeres.
Como siempre un placer seguir tus historias Josep.
Un abrazo y buena semana.
Mujeres que buscan una vida acomodada, alquilando su cuerpo y sometiéndose a la voluntad de quien la esclaviza. A la madre de nuestra protagonista, acaba con ella el SIDA (así me lo he imaginado yo) pero a ella, ¿qué le espera? No se la llamará del mismo modo pero hace lo mismo pero rodeada de lujos. Sigue siendo una esclava de las voluntades ajenas por dinero.
ResponderEliminarGracias, Elda, por leer mis historias y comentarlas.
Un abrazo de lunes.
Me ha recordado a todas esas historias, reales o ficticias, en las que los protagonistas nacen con un destino ya determinado y no les queda otra que seguir el camino de sus padres, y esas otras en las que luchan por cambiarlo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato y, desde luego, da para pensar.
Un abrazo.
Me alegra que te haya gustado. Efectivamente, hay quien lleva su sino grabado en la frente o en el corazón. Las huellas que han dejado nuestros progenitores marcan mucho, hasta tal punto que hay quien las sigue sin pararse a pensar dónde nos van a llevar.
EliminarEs un gusto verte por aquí.
Un abrazo.
Una tremenda realidad; una historia disfrazada de progreso respecto a las condiciones en que la vivieron generaciones anteriores, pero con la misma sordidez, con el mismo fatalismo que empuja a las mujeres a la prostitución como medio de vida. Salir del ambiente en el que una se ha criado cuesta mucho.
ResponderEliminarUn abrazo.
A veces, pudiendo evitar seguir los mismos pasos de quien llevó una vida equivocada, lo único que se hace es repetirla pero distorsionando la situación y buscando aparentar haberla mejorado.
EliminarTe agradezco, Fanny, tus comentarios.
Un abrazo.
Un relato duro y realista con el autoengaño de fondo, ese consuelo al que recurrimos todos alguna vez. Hay historias que se repiten, pero sus protagonistas siempre las ven diferentes...
ResponderEliminarMuy bueno, Josep, me ha gustado mucho y me ha hecho pensar.
Un abrazo!!
En efecto, Julia, el autoengaño suele ser la fórmula para soportar una dura realidad.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un abrazo.
Ufff! Josep... Se me ha quedado una sensación un tanto agridulce dentro del cuerpo... Tu relato está narrado con tanta ternura (Al menos... A mi modo de ver...) que es un gran choque contra la dureza de la realidad que está ahí fuera... Pues estoy segura que historias así son las realidades de muchas mujeres...
ResponderEliminar¡Aiiix!
¡Besis!
Por desgracia, muchas mujeres han pasado y pasan por ello, unas aceptando voluntariamente lo que consideran inevitable y otras, en el peor de los casos, obligadas por proxenetas sin escrúpulos, que las utilizan como esclavas sexuales.
EliminarGracias, Campanilla, por pasarte por aquí y dejar tu amable comentario.
Besos.