viernes, 24 de julio de 2015

Lucas (I)



Su deformidad había sido siempre un lastre para él y su familia. Nació cuando su madre ya había superado la edad para concebir y a ello achacaban sus malformaciones. De pequeño tuvo que soportar la burla descarnada de los otros niños del pueblo. Hijo único e inesperado de unos humildes campesinos, pasaba las horas encerrado en el granero para evitar las miradas indiscretas de aquellos que se le acercaban con la malsana y morbosa intención de observar cómo era aquel engendro de la naturaleza, como todos le consideraban.

Con diez años de edad, Lucas era perfectamente consciente de sus múltiples taras físicas: cráneo desproporcionadamente grande con una cabeza prácticamente pegada al tronco; ojos apenas separados por un pequeño tabique nasal bajo una frente abultada; orificios nasales de abertura frontal; mandíbulas protuberantes; boca con labios prominentes y dientes desmesurados; de corta estatura debido, sobre todo, a sus pequeñas piernas estevadas y a una espina dorsal combada, lo cual hacía que sus largos brazos le llegaran a la altura de las rodillas; y por si todas estos rasgos no fueran lo suficientemente grotescos, su cuerpo estaba afectado de hipertricosis, cubierto de un pelo negro y tupido que solo dejaba al descubierto la piel de la cara. De ahí que los niños del lugar le llamaran despectivamente “el mono”, tanto por su físico como por su forma de andar simiescos.

Por todo ello no era extraño que el niño hubiera dejado de asistir a la escuela, donde fue objeto de escarnio desde muy pequeño, y nadie puso reparos en que así fuera, ni siquiera sus propios padres.

Si los padres de Lucas lo mantenían encerrado para evitar las visitas de curiosos, Lucas, por su parte, tampoco quería salir de su encierro para rehuir, de este modo, esas burlas tan dolientes que le hacían sentirse peor que un animal.

Pasaron los años y Lucas languidecía en la vieja granja. Cuando sus padres estaban faenando, el chico vivía encerrado en el granero y solo regresaba al caserón cuando volvían del campo, a las horas de las comidas y de descanso, pues de este modo lo mantenían al abrigo de visitas inoportunas.

La vida de Lucas era tan infeliz que muchas veces prefirió no haber nacido que vivir en esas condiciones, ocultándose continuamente de la gente como si de un monstruo se tratara. Su madre era la única persona que parecía sentir por él algo que no fuera repulsión, el único ser humano que le regalaba alguna caricia y una sonrisa no exenta de compasión. Cuando era muy pequeño no entendía el significado de esas lágrimas que resbalaban por las mejillas de su madre. Ella le decía que eran de felicidad porque también se podía llorar de alegría. Pero ahora sabía la verdad. Su madre lloraba de pena, como lloran la mayoría de los mortales, de pena por él, por lo que era, un ser disminuido e inútil. Su padre, en cambio, nunca le mostró signo alguno de cariño, tratándole con una frialdad que le dolía más que si de un bofetón se tratara. Él debía considerarle una carga, un ser incapacitado cuya vida no tenía sentido. Pero algún día le demostraría que algo útil podía hacer. Pero Lucas se devanaba los sesos sin hallar el qué.

Un día, mientras sus padres se hallaban en el campo, llegó al pueblo un circo ambulante. Una larga hilera de vehículos desfiló frente a la granja y se detuvo a unos centenares de metros buscando el lugar idóneo para asentarse y montar la carpa. En los laterales de algunos camiones, un rótulo rezaba: Gran Circo Ruso.

Lucas no quería perderse detalle de lo que hacía aquella gente venida de tan lejos. “Rusia está muy lejos. Recuerdo haber visto en un Mapamundi que está en el otro extremo de Europa” –se dijo. Era tanta la curiosidad que sentía por lo que allí acontecía que no pudo evitar la tentación de salir del granero y trasladarse, procurando no ser visto, a la casa, desde donde podría verlo todo mucho mejor.

Medio escondido tras las cortinas del comedor, Lucas miraba boquiabierto todo aquel ajetreo que tenía lugar ante sus asombrados ojos. De pronto vio cómo, a lo lejos, un individuo alto y corpulento hacía visera para protegerse de la luz solar y miraba directamente hacia la casa para, acto seguido, acercarse a paso rápido. La reacción inmediata del chico fue correr las cortinas y refugiarse en una habitación contigua, donde no podría ser visto desde el exterior. Al cabo de unos instantes, unos fuertes golpes en la puerta principal le pillaron tan desprevenido que su corazón le dio un vuelco. No se atrevía a mover ni un dedo, no fuera que ese hombre notara su presencia e insistiera en la llamada. Si nadie contestaba creería que en la casa no había nadie y se marcharía. Pero los golpes no cesaban. ¿Qué querría ese individuo que no paraba de aporrear la puerta? ¿Le habría visto tras las cortinas y por eso insistía? No sabía qué hacer. Por fin, el hombre habló.

-¿Oiga? ¿Hay alguien en casa? ¿Tienen teléfono? Quisiera hacer una llamada si no les importa. Soy del circo. Hemos llegado más tarde de lo previsto y quisiera informar al señor alcalde de que ya estamos aquí. ¿Oiga? –decía a voz en cuello con un fuerte acento ruso.

Al cabo de unos interminables minutos, el intruso debió comprender lo inútil de su vocerío y cejó en el empeño pues, de pronto, reinó el silencio más absoluto, solo interrumpido por el ruido lejano de mazos y martillos.

Tranquilizado, Lucas salió de su escondite y corrió de nuevo hacia el comedor para volverse a apostar tras las cortinas y espiar los movimientos de aquella gente. Cuál sería su sorpresa y espanto cuando al asomar su cabeza por una esquina del cristal de la ventana, vio, al otro lado, la del grandullón, el mismo que hacía solo unos instantes estaba plantado frente a la puerta, mirando hacia dentro. De ese modo, ambos se vieron cara a cara y no podría decirse quién de los dos se asustó más, si el chico por verse descubierto o el hombretón al ver el espantoso rostro de lo que parecía un ser humano. Los dos dieron un paso atrás al mismo tiempo. Los dos estuvieron a punto de caerse de espaldas a la vez.

Cuando el inesperado visitante dio media vuelta en un intento de alejarse raudo de allí, tras él aparecieron los padres de Lucas con cara de pocos amigos.

-¿Se puede saber qué hace usted aquí? ¿Desea algo? –le interpeló el padre.
-Yo, yo solo quería hacer una llamada por teléfono… -balbuceó el hombre todavía bajo los efectos de la sorpresa.
-¿Es usted del circo? –preguntó el padre de Lucas, mirando de soslayo el campamento que se estaba levantando a lo lejos.
-Sí señor, soy el propietario y necesito dar aviso al alcalde de que ya estamos aquí. Debíamos haber llegado ayer pero las lluvias torrenciales de estos días nos han retrasado. Podría acercarme en coche pero, estando el camino tan enfangado, si fuera usted tan amable de dejarme usar su teléfono, me ahorraría tiempo –le dijo el hombre de corrido.
-Pues pase usted y llame –le invitó el padre, señalando la entrada.

Cuando el matrimonio y el invitado estuvieron dentro de la casa, aquéllos observaron, extrañados, que éste miraba a su alrededor como si buscara algo.

-¿Le ocurre algo, señor? –le preguntó la madre.
-¿Cómo? ¿Qué? –logró articular el hombre.
-Que si le ocurre algo. Como veo que mira por todas partes...
-Es que, es que… -balbuceó de nuevo el extranjero sin acabar de decidirse.
-¿Es que qué? –le inquirió el padre, intrigado y molesto.
-Pues es que he visto a alguien aquí dentro hace unos instantes, cuando ya me iba pensando que no había nadie en casa. Era como… como un chico pero… con una cara…

Los padres de Lucas se miraron interrogativamente, temiendo lo peor. Antes de que pudieran hacer o decir algo, un estrépito en la habitación contigua hizo que todas las miradas se dirigieran hacia el lugar de su procedencia, tras lo cual la puerta se entreabrió, apareciendo la cara culpable de Lucas que no acertaba a decir nada congruente como disculpa.

Dicen que la curiosidad mató al gato pero, en este caso, el inoportuno tropiezo de Lucas mientras, en la oscuridad de la habitación de sus padres, intentaba atisbar lo que ocurría en el comedor, daría un vuelco inesperado en la vida del muchacho. Tras la sorpresa inicial del propietario del circo al ver a Lucas de pie ante él y tras las explicaciones que intentaron darle sus padres para justificar el motivo de su ocultamiento, refiriéndole las burlas de las que era objeto el chico, el hombre, que dijo llamarse Ivan Vorobiov, Ivo para los amigos, les hizo una propuesta que nunca habrían imaginado.

-¿Y no han pensado nunca que el chico podría tener un porvenir en el circo?

Mientras las caras de asombro de los padres de Lucas traslucían indignación por lo que acababan de oír, como si de un insulto se tratara, éste, con los ojos como platos y una gran sonrisa en los enormes labios asentía vigorosamente mirando a sus progenitores como pidiéndoles su aprobación.

-Sí, sí, sí. Yo quiero ir al circo, quiero ir al circo -repetía una y otra vez el chico, en tanto que sus padres intentaban hacerle callar y poner algo de sensatez a aquel despropósito.
-Pero qué estás diciendo, Lucas. ¿Acaso crees que este señor te está invitando a ver el espectáculo? Lo que está proponiendo es que tú formes parte del espectáculo, ¿te das cuenta? –le dijo su padre, exasperado.
-Sí, sí. Yo quiero ir al circo, yo quiero ir –volvió a repetir Lucas, cada vez más excitado.
-¿Ir al circo, pero para hacer qué, hijo? –intervino su madre.
-¡Pues para hacer de payaso! –contestó Lucas como si lo hubiera estado pensando desde mucho tiempo atrás.
-¿De payaso? –dijeron sus padres al unísono.

Ivo contemplaba la escena con cara de satisfacción y ya hacía cábalas acerca de la rentabilidad que aquel muchacho deforme le proporcionaría.

-Pues si tus padres no tienen inconveniente, firmamos un contrato y pasas a formar parte de la farándula circense y a pasarlo en grande –dijo Ivo, esperanzado. Ya veía los titulares: Pasen y vean a Lucas, “El hombre-mono”-. Claro que necesitarás un tiempo de aprendizaje, pero seguro que aprendes rápido –añadió condescendientemente.

Mientras el hombre-forastero-invitado-dueño-del-circo hablaba por teléfono con la alcaldía, tal como había venido a hacer, los tres miembros de la familia discutían aquella insólita oferta; los padres intentando convencer a su hijo de que aquello era una locura y éste intentando hacerles comprender su postura: era la única salida que tenía para sentirse útil, escapar de aquella reclusión de por vida al que le tenían sometido e intentar ser feliz a pesar de haber nacido con aquella terrible deformidad. Si, por ser como era, hacía reír a los niños en un mundo real, siendo con ello motivo de escarnio, ¿por qué no podía hacerlo en un mundo de fantasía, sintiéndose admirado?

Aunque sus padres no vieron con buenos ojos aquella puerta que se le abría a su hijo, tampoco tuvieron argumentos para cerrarla. ¿Qué iba a ser de él cuando ellos faltaran? De ese modo, aunque lo exhibieran como a un mono de feria, posiblemente se sentiría realizado, le tratarían bien, incluso ganaría dinero y quizá llegara a ser feliz.

A la mañana siguiente, Lucas apareció, ante la perplejidad de sus futuros compañeros de troupe, ante la caravana que hacía las veces de oficina y vivienda de Ivo, quien, al verlo, con una maleta en la mano y con aquella cara de emoción indisimulada, le invitó a pasar con los brazos abiertos y con la mejor de sus sonrisas.

Aquellos días en que el Circo Ruso estuvo en el pueblo, haciendo las delicias de pequeños y mayores, fueron para Lucas los más felices de su joven existencia. A sus dieciséis años nunca había visto un espectáculo circense, solo sabía lo que le había contado su madre, pues ni siquiera le habían permitido verlo a escondidas, agazapado tras las lonas, como él había pedido en más de una ocasión, no fuera a asustar a la concurrencia si lo descubrían.

Lucas contaba los días que faltaban para abandonar su pueblo, el que le había visto nacer y del que se había ocultado, y marcharse hacia el próximo destino donde, según le había prometido Ivor, se iniciaría en la vida circense y en su labor de “comediante” como así la había bautizado, palabra que para Lucas sonaba a música celestial. “Por fin seré libre, por fin llevaré una vida lo más normal posible, y nadie, nadie se burlará más de mí por ser un engendro, por ser el niño-mono, como me llaman los niños del pueblo. En lugar de piedras, me lloverán aplausos” -fabulaba Lucas todas las noches, tendido en el camastro que Ivo había tenido a bien cederle. “Entretanto no tengas tu propia roulotte” -le había dicho.
CONTINUARÁ
 
 


6 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho la forma en la que has plasmado esa dicotomía entre proteger a toda costa y dejar marchar aunque se sepa de antemano que es un error y que a una jaula le seguirá otra. Un relato fantástico, Josep.

    Un abrazo y muy buen fin de semana!!!!

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    1. Muchas gracias Skuld ( ¿o debería decir María Jesús?) por tus amables palabras.
      Este es un relato que escribí hace tiempo, que presenté a un concurso de relatos breves (de ahí que tenga una extensión mayor a la que tengo acostumbrado a mi reducido público) pero que, como siempre, no se llevó ningún premio, ni siquiera de consolación. Así que me consuelo con tu crítica siempre tan positiva.
      Debo añadir que, francamente, me ha sorprendido no recibir más comentarios, siendo éste, en mi humilde opinión, un relato que merece más atención que muchos de los que escribo habitualmente. Creo que está mucho más elaborado y, aunque sea del género de la fantasía (o cuento), contiene elementos que pretenden llamar la atención sobre los prejuicios, el rechazo hacia los minusválidos (la historia se desarrolla en los años 50) y el abuso de los más desfavorecidos.
      Así pues, la aparente poca aceptación que está teniendo este relato, hace que aprecie todavía más tus comentarios tan positivos.
      Mañana publicaré la segunda y última parte.
      Un abrazo.

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    2. Un placer Josep. Pues el que más te guste, al final me he decidido a cambiar del perfil de blogger al de google+. Es normal que en verano, con las vacaciones, la gente esté menos conectada. Pero a mí también me ha pasado tener menos aceptación en algún relato del que esperaba más. En general, ya me he acostumbrado a la escasez de comentarios que, sinceramente, se agradece porque motiva a seguir, si no escribiendo, porque eso es algo que nace, sí a publicar. En cualquier caso a mí me ha parecido un relato excelente, que toca muchos temas para reflexionar, y que está fantásticamente estructurado, con un lenguaje directo y nada tedioso. Así que te felicito y espero esa segunda parte.
      Un abrazo!!!!

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  2. Muy hermosos el relato, entrañable y un tanto triste por la situación del protagonista, pero tan bien desarrollado como siempre, con un interés que despiertas muy hábilmente a los lectores.
    Esperando me quedo la próxima entrega, pues esta me ha encantado.
    Un abrazo abuelito jeje

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  3. Muy hermosos el relato, entrañable y un tanto triste por la situación del protagonista, pero tan bien desarrollado como siempre, con un interés que despiertas muy hábilmente a los lectores.
    Esperando me quedo la próxima entrega, pues esta me ha encantado.
    Un abrazo abuelito jeje

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    1. Muy agradecido, Elda, por tu comentario. Espero que el final no te decepcione.
      El ser humano puede llegar a ser muy cruel con los desvalidos. Incluso los niños, por culpa de la educación recibida de sus padres, pueden ser muy crueles con sus semejantes.
      Un abrazo de un abuelo feliz.

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