Nunca debí aceptar la petición de mi amigo
Carlos. No me gusta tener que responsabilizarme de un animal de compañía,
aunque sea un pez con el que no hay interrelación alguna. Con un perro o un
gato puedes hablar, aunque no te responda, pero te entiende; ahora bien, con un
pez...
«Solo tienes que darle
de comer una vez al día. Espolvoreas el contenido de este sobre y ya está, pero
no te excedas, que puede empacharse y morir de sobredosis».
Esto último me lo dijo sonriendo.
El caso es que le debía
a mi amigo unos cuantos favores y no me pude negar a hacerme cargo de... ¿cómo
lo llamó? Ah, sí, de su Carassius auratus auratus. Vamos, la carpa dorada de
toda la vida.
Una vez instalada la
pecera sobre una mesa rinconera, me sentí intranquilo. No había reparado en un
hecho muy relevante: la presencia de mi gato. Es un animal muy dócil y
cariñoso, pero temía que una travesura suya hiciera que la pecera volara por
los aires, la hiciera añicos y su inquilino expuesto a su voracidad animal.
¿Qué podía hacer para no
tener un disgusto? Pues los mantuve separados físicamente, de modo que mi gato
no tuviera a la carpa en su punto de mira. La pecera ocupaba una habitación
cerrada con llave —mi gato es tan listo y mañoso que ha aprendido a abrir las
puertas tirando de la manilla a base de saltos—, de modo que el minino podía pasear
libremente por toda la casa con esa habitación “sagrada” como único obstáculo a
su libre deambular.
No obviaré decir que el
cuidado de ese pez dorado me resultó bastante estresante, siempre atento a que
mi gato no hiciera de las suyas y entrara en la habitación de la carpa mientras
le daba de comer, siempre mirando a mi derredor —pues los felinos son extremadamente
silenciosos y aparecen cuándo y dónde menos te lo esperas— y siempre pendiente
de cerrar la puerta con llave al salir. Como además soy un poco obsesivo-compulsivo,
con frecuencia tenía que levantarme de la cama una o dos veces por la noche para
comprobar que la dichosa habitación estaba bien cerrada y todo en orden.
Pero un fatídico día
algo falló. Me encontré por la mañana la puerta de mi Sancta Sanctorum
particular abierta de par en par. No pude reprimir una exclamación de pánico. La
pecera hecha añicos por el suelo, entre un gran charco de agua, y ni rastro de
la carpa dorada. Fui en busca del gato asesino —¿quién podía ser el culpable de
su desaparición si no?— y me lo encontré en la cocina todavía relamiéndose.
Lo primero que se me
ocurrió, después de proferirle todos los exabruptos posibles e inútiles, fue
comprar una nueva carpa —a fin de cuentas, todas son iguales, pensé— y una
nueva pecera. Pero en la tienda de animales más próxima no tenían carpas a la
venta y las peceras disponibles no se parecían en nada a la original. Me entró
el pánico. Mi amigo regresaba a la mañana siguiente y yo con las manos vacías y
el corazón desbocado por culpa de ese micifuz de mierda. Maldito el día que lo
acepté como regalo de mi ex novia. Tendría que habérselo devuelto cuando se
largó. «Los regalos no se devuelven», me dijo la muy
cretina.
Ahora el cretino era
yo. Plantado en medio del comedor sin saber qué hacer. ¿Si llamaba al 112 me
atenderían como una urgencia? Tras mucho meditarlo, lo tuve claro. No era la
solución ideal, pero no se me ocurrió otra. Por una vez celebré tener ese hobby
que a muchos les desagrada.
Aún recuerdo la cara de
asombro de mi amigo cuando le deposité en los brazos un gato disecado. «Tu
carpa está dentro. En lugar de una, ahora tienes dos mascotas»,
le solté a bocajarro antes de cerrarle la puerta en las narices.
Como comprenderéis,
Carlos ya no es mi amigo. No sé nada de él desde aquel suceso. Y no he vuelto a
tener ningún animal vivo en casa. Mejor solo que mal acompañado.
Al principio me he creído que iba de veras la cosa y he llegado a estresarme casi tanto como tu protagonista.
ResponderEliminarYo tampoco tengo mascotas.
Un abrazo.
Ja, ja, ja. A mí me han ocurrido cosas curiosas, pero no tanto como esta.
EliminarYo sí tengo mascota, un perro tranquilo y bondadoso que no le haría daño ni a una mosca, aunque alguna vez se las ha intentado comer cuando le tocan las narices, o el hocico, para ser más exactos, je, je.
Un abrazo.
No sé si reír o llorar. Tiene un poco de los dos. No es para menos, el amigo ese que encargó el cuidado del pez, debe haber quedado de una pieza. Pero tiene su lógica igual esa retorcida solución jaja Mató dos pájaros de un tiro. Entretenido relato, va un abrazo, Josep.
EliminarHola, Julio David. Si hace poco escribí en mi blog "Cuaderno de bitácora" la problemática de prestar un libro que luego te lo devuelven hecho un asco, en este caso la devolución de algo prestado para cuidar de él, resultó en un fiasco imperdonable, y todo por un gato indisciplinado y un dueño hasta cierto punto irresponsable, je, je.
EliminarUn abrazo.
Ja, ja, ja, Ay, Josep Maria. Fantástico final, para nada esperado. No me extraña que no sean amigos, le pasa algo a alguno de mis perros y no respondo, :) Y sí, mejor que no tenga nunca más animales, pobrecillos.
ResponderEliminarDivertidísimo.
Un beso.
Un caso como este desencadena lógicamente una animadversión entre personas que hasta ahora eran amigos. Yo también tengo un perro, pero no lo dejaría en manos de alguien del que no me fío, je, je.
EliminarMe alegro que esta historieta te haya divertido. Ese era el objetivo.
Un beso.
Ja,ja,ja,ja mucho mejor la resolución del 2x1 en mascotas que llamar al 112 :)
ResponderEliminarGenial y certero relato estimado, Josep.
Felicidades.
Sí, mejor esto, pues si hubiera llamado al 112 le habrían tomado por loco, je, je.
EliminarGracias, Miguel, por su comentario.
Un abrazo.
Radical del todo, muy jocoso. Pobre amigo, vaya regreso :-)
ResponderEliminarUn abrazo.
Ante ua situación estresante, se suelen tomar decisiones peligrosas e inaceptables.
EliminarMe imagino la cara del amigo cuando el protagonista le tendió un gato muerto, que pagó así su fechoría, ja, ja, ja.
Un abrazo.
¡Hola, Josep! Joder, la solución final es absolutamente brillante. No solo no la esperaba, sino que al leerla me ha parecido de una lógica implacable, ja, ja, ja... La verdad es que no sé cómo lo hacen quienes tienen peces. Cuando mis hijos eran pequeños compré una pequeña pecera y te juro que la esperanza de vida media de los peces que compraba no superaba los dos días. Genial relato. Un abrazo!!
ResponderEliminarHola, David. Algo tenía que hacer el pobre, así que tomó una decisión práctica para él aunque no precisamente para su (ex)amigo, je, je.
EliminarYo tuve un pez hace muuchos años (creo que era dorado) y un bien día apareció flotando totalmnere inerte, el pobre. No sé si murió de inanición, de sobrealimentación o de aburrimiento, ja, ja, ja.
Un abrazo.
Me pasa como a David. La única vez que le compré peces a mí hijo, no pasaron de los dos o tres días. Los gatos, sin embargo, me duran más. Once años tiene ya el mío o peces no, porque no tiene acceso a ellos, pero lagartijas y algún pájaro ya ha caído. Más lo que se comerá cuando anda por ahí y no le vemos.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato y la originalidad del final.
Un beso.
Los gatos viven más porque son listos y se las saben todas, je, je. Al de mi historia, sin embargo, le salió cara su astucia.
EliminarMe alegro que te haya gustado este relato gatuno.
Un beso.
Josep! Menudo lío has metido a ti personaje, primero el gato de su ex y luego la carpa de su amigo. Los animales de compañía dan mucho amor y sosiego, pero cuando se convierten en una carga qué menos que tener a un amigo al que endolsarselo. Esta vez, tu prota le endolsó dos en uno, y el despecho por su ex quedó silenciado a pesar de perder a un amigo, pero es que es complicado no arriesgarse cuando dejas una mascota en cuidado ajeno.
ResponderEliminarMuy divertido, Josep, el final no me lo esperaba por nada, ja, ja.
Un abrazo!
Sí, al pobre se le vino encima un buen rollo. Y es que no puedes hacer favores sin estar seguro de que no te generarán problemas. La buena fe de mi prota acabó pasándole factura. Y al amigo también, je, je.
EliminarMe alegro que te haya gustado esta historieta.
Un abrazo.
¡Pero que ocurrencia, cargarse al gato! No me extraña que el amigo no le hable.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Conchi. Es que estaba hasta el moño de ese gato que le endosó su ex novia contra su voluntad. Y encima le metió en un buen lío. A fin de cuentas, fue peor matar y disecar a su gato (aunque no le tuvirea estima) que la muerte accidental del pez.
EliminarUn abrazo.
Me encanta! Muy buen trabajo!
ResponderEliminarHola, Kinga. Me alegro que te haya encantado este relato. Gracias por comentar.
EliminarUn saludo.
Jajaja, ay que me troncho, ¡menuda solución! 😂.
ResponderEliminarDesde luego eres un crack para escribir historias, me ha encantado.
Me alegro mucho de haberte leído después de un tiempo sin pasarme por los blogs.
Me voy unos días de viaje y te dejo un abrazo grande y mis felicitaciones por tan estupenda historia del pez y el gato🐱 🐟
Me alegro mucho, Elda, que te lo hayas pasado bien leyendo esta historieta de humor. Si he de serte sincero, echaba de menos tu comentario, pues eres una de mis más asíduas seguidoras, je, je.
EliminarDisfruta mucho de tu viaje. Yo hace muy poco estuve unos días en el Valle de Arán y también tuve que ausentarme de los blogs. Lo primero es lo primero. Cuando vuelvas, seguramente te encontrarás con una de mis nuevas invenciones, ja, ja, ja.
Un fuerte abrazo.
Pues creo que el protagonista solucionó sus problemas muy bien, se deshizo del gato, del asesinato del pez y de un amigo problemático (así veo yo a los que te endiñan sus mascotas cuando se van de viaje). Tres en uno.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Un beso.
Ja, ja, ja. Tres en uno, una buena oferta, qué caramba. Ese amigo, o más bien ex amigo, no se atreverá a dejar ninguna mascota (si es que le quedan ganas de tener otra) a nadie. Habrá aprendido la lección.
EliminarUn beso.