Esta tonadilla ya no suena igual de bien desde que entramos en el euro. Eso es lo que piensa José cuando oye cantar los premios de la lotería de Navidad. No obstante, sigue produciéndole la misma sensación que cuando era niño, sólo que entonces esa cantinela infantil anunciaba el primer día de las vacaciones navideñas del colegio y ahora sólo le inspira una profunda nostalgia.
Ya lleva unos cuantos años, no quiere ni contarlos, viviendo así y trabajando doce horas diarias, sólo para llenar el tiempo y evitar pensar. Apenas sale, por mucho que sus hijos le insistan que haga alguna actividad fuera de casa, que se apunte a un gimnasio o que, por lo menos, salga a pasear, que no es sana la vida enclaustrada que lleva, que trabaje menos y se divierta más.
Llegadas estas fechas, José toma una hoja de papel y, con letra pulcra, escribe sus propósitos para el año nuevo, pero tras el cuarto ya se le terminan las ideas. Hay uno, sin embargo, que cada año encabeza la lista y esta vez se compromete a llevarlo a cabo: hacer caso a sus hijos y hacer ejercicio.
No parece un propósito muy trascendental pero la salud es lo único que ahora le preocupa, cuando ya va teniendo una edad y que, a la vista de los resultados de los últimos análisis, el médico le ha recomendado ponerse a dieta y, sobre todo, caminar. Lo de la dieta va en segundo lugar en su lista de propósitos, seguido del abandono del tabaco. El cuarto es…, ahora no se acuerda, ya lo mirará luego, ahora tiene mucho trabajo que hacer, trabajo que se ha llevado a casa pues prefiere al ambiente de su piso al de las frías oficinas y, además, puede trabajar más tranquilo, sin interrupciones de las señoras de la limpieza o del vigilante jurado que no paran de preguntarle si tardará mucho en marcharse.
Este fin de año lo pasará, como ya va siendo habitual, solo. Salvo el día de Navidad, que lo pasará con su hijo mayor, los pocos días de vacaciones que tiene los pasará, como siempre, en casa, trabajando. Siempre tiene cosas que hacer.
A medida que llega el fin de año, la sensación de soledad de José se va intensificando y cada día recapacita y se convence de que tiene que poner fin a este tipo de vida. Y vuelve a tomar esa hoja de papel y empieza a añadir buenos propósitos: beber menos, ese era el cuarto que había olvidado, refrescar su inglés, inscribirse en ese curso de pintura, dedicar más tiempo a los amigos y a la familia, viajar, darse algún capricho de vez en cuando, y… ¿por qué no?, podría intentar salir con alguien, con aquella atractiva compañera de trabajo, por ejemplo, viuda como él, que ya va siendo hora de que vuelva a vivir la vida, que total son dos días y él todavía tiene cuerda para rato. En definitiva, tiene que ser una persona distinta y eso es lo que va a ser.
Y cada día, antes de acostarse, relee uno a uno esos propósitos que le tienen que sacar de esa monotonía a la que lleva tanto tiempo entregado en cuerpo y alma.
El primer día del año nuevo, saldrá a pasear, ese será el primer propósito a cumplir. Los excesos alimenticios se acabarán desde el momento de acostarse el último día de este año. El resto de propósitos los irá cumpliendo uno a uno, sin prisa pero sin pausa.
En la cena de Navidad de la empresa, sus compañeros también tenían sus listas de buenos propósitos pero, a diferencia de ellos, él será capaz de cumplirla a rajatabla. Al despedirse, deseándose mutuamente un feliz año nuevo, sabe que, cuando los vuelva a ver, se sentirá un hombre nuevo.
La melancolía que le embarga esa Nochevieja toca a su fin. Año nuevo vida nueva, eso es lo que se dice y así será. Mañana será un gran día, el primer día de su nueva vida; hoy se despide del último de su aburrida existencia, la de todos estos años tan vacíos. Pensando en esos buenos augurios, se acuesta poco después de medianoche y de haberse tomado las doce uvas en solitario, como preludio de la vida que está a punto de estrenar. Medio adormecido por el último exceso de alcohol y con las risas y el bullicio del vecindario como telón de fondo, se sumerge en un sueño profundo, el sueño que será la frontera entre dos vidas.
El año nuevo amanece gris, tal como predijo “el hombre del tiempo”, como él sigue llamándolo, un término anclado en el pasado televisivo, y hace frío. Enciende la calefacción y mientras se toma la primera taza de café, contempla la calle a través de la ventana de la cocina. Está desierta y también se ve gris a las ocho de la mañana. Él se acostó inusualmente temprano pero los demás debieron estar celebrando la Nochevieja hasta el amanecer.
El cielo, de un gris plomizo, traspira tristeza e inspira apatía, abandono y melancolía, pesa como una losa.
Hoy no saldrá a pasear, hace mucho frío y puede que llueva. Mañana será otro día, o pasado mañana pues, ahora que lo recuerda, mañana, en la oficina, le espera un follón de mil demonios.
Siente apetito, abre la nevera y se desayuna algo de las sobras de la noche anterior, que fueron muchas. Cuando se acaben, comerá más sano –se dice. Toma otro café cargado y lo acompaña con un cigarrillo. Cuando acabe este paquete –piensa-, dejaré de fumar. Entonces, repara en la libreta que se dejó en la mesa, la libreta con los diez buenos propósitos para el año nuevo. La toma con cierta aprensión, lee lo que hay escrito de su puño y letra, arranca la hoja y la arroja a la papelera no sin cierto remordimiento. No necesito ninguna lista que me recuerde lo que debo hacer, ya sé lo que me conviene –dice en voz alta. Y puesto que le quedan muchas horas por delante, abre el portátil y se dispone a aprovechar ese tiempo libre para adelantar un poco el trabajo pendiente.
Cuando, al día siguiente, la mujer de la limpieza vacíe la papelera, destruirá, sin saberlo, todos los propósitos de enmienda de José y, con ellos, su nueva vida.
Hasta el año siguiente.
Uy!!!, mucho hay que leer aquí, y ahora no tengo tiempo, pero no me lo pierdo...
ResponderEliminarTómatelo con calma, Elda, y, sobre todo, toma buena nota.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es un relato que está muy bien y marcas con precisión la soledad y nostalgia del personaje, pero a partir del sueño me he perdido. Pensaba que terminaba el relato. En ese momento me ha costado seguir porque me ha parecido una reiteración de lo anterior, como si estuvieses rellenando espacio. El final lo encuentro acertado.
ResponderEliminarHe intentado, no sé si acertadamente o no, describir un antes y un después, la frontera entre los buenos propósitos (que todos nos hacemos alguna vez) para acabar con aquello que nos afecta negativamente y la dura realidad, cuando nos enfrentamos al reto de poner en practica lo que decíamos y no tenemos fuerzas suficientes porque no encontramos el aliciente o el empuje necesario y es cuando buscamos justificaciones hipócritas.
ResponderEliminarMe alegro, de todos modos, que te haya gustado el principio y el final.
Un saludo.
Me han gustado más cosas que el principio y el final. Has transmitido bien tu idea. Sólo creo que falta algo entre esa noche y el día siguiente que enlace. Al día siguiente el personaje sigue igual con el mismo tono melancólico, no hay cambio ni un rayo de optimismo en el que, por un momento, él crea poder cumplir con sus propósitos aunque al final desfallezca. Vuelves a repetir los propósitos ya citados en los primeros momentos del relato. En cuanto al final, él ya destruye sus propósitos al tirar la lista a la papelera. Si haces recaer la acción en la persona que limpia ese papel debe caer de forma fortuita en la papelera.
ResponderEliminarBueno, ya sabes que los comentarios son subjetivos. Es mi humilde opinión como lectora. Espero no molestarte. Un saludo.
No me has molestado, en absoluto. Aprecio tus comentarios y tu punto de vista. En el inicio de la segunda parte quise dar a entender que el fondo nunca cambia (el cielo sigue gris, el frío sigue siendo igual, la gente es la misma, etc.) y que nos dejamos contagiar por el ambiente y que podemos volver a cambiar de opinión de la noche a la mañana.
EliminarGracias nuevamente por leer a este humilde principiante.
Un saludo.
Me ha encantado este repaso por los acontecimientos tan usuales en casi todos los humanos. Nos vestimos de buenas intenciones, pero al final se arrugan como el papel de los bueno propósitos.
ResponderEliminarCreo que José tiene que hacer caso a sus hijos y esa soledad y el afinamiento en su casa, tiene que ir desapareciendo.
Me resultó muy triste la parte donde relatas el paso solitario en la Nochevieja.
Me gustó mucho Josep.
Qué tu año nuevo sea de lo mejor.
Un abrazo.
Cuántas veces hemos traicionado nuestros propósitos de enmienda! Hay que ser valiente para no ceder a los influjos negativos de nuestro entorno y afrontar nuevos retos.
EliminarGracias por tus comentarios.
Un abrazo.