jueves, 5 de diciembre de 2013

El balneario


Para Sergio, la vida se había vaciado de contenido y de sentido y ya no sabía qué hacer. Desde que Bibiana le dejó, no se sentía con ánimos ni de salir a la calle. Había sido una pérdida tan dolorosa que creía que no lo superaría. Por mucho que los amigos le insistieran, no estaba de humor para salir a tomar una copa y mucho menos para conocer a otras mujeres. Todo era muy reciente todavía. Aunque su terapeuta le había aconsejado la baja laboral, él había optado por tomarse esas vacaciones que la empresa le debía y darse así un tiempo para serenarse y levantar cabeza.

Justamente, unos días antes había recibido por correo un folleto publicitario de un nuevo balneario de alto standing y allí se dirigiría sin más dilación desoyendo los consejos de sus amigos. El encierro, porque de eso se trataba, podía tener incluso malas consecuencias para su salud mental, le decían. Lo que necesitaba era salir, distraerse e intentar rehacer su vida pues todavía era muy joven para quedarse en casa llorando la trágica pérdida.

El balneario estaba en plena montaña y lo que Sergio necesitaba era tranquilidad para serenarse, reflexionar y encontrar esa paz y fuerza interior que le ayudara a renacer de sus cenizas. Y allí se fue con la intención de borrar de su mente la imagen de Bibiana en el depósito de cadáveres después de que la hallaran muerta esa noche en el parque cercano a su casa, esa horrible imagen recurrente contra la que no podía luchar.

El balneario resultó como esperaba y fiel a la descripción que de él se hacía en el folleto. Las instalaciones eran magníficas y el paisaje inmejorable. Buenos alimentos, aire puro, paseos en plena naturaleza y un tratamiento anti-estrés lo dejarían como nuevo, física y anímicamente.

Se apuntó a todo tipo de tratamientos y actividades relajantes y le asignaron a Silvia, quien sería, durante toda su estancia allí, su monitora personal.

Conocer a Silvia fue para Sergio como una aparición. No lo podía creer. Era clavada a Bibiana, su doble. Tenía los mismos ojos, los mismos labios, el mismo pelo, la misma estatura y complexión, su forma de moverse, de sonreír, de hablar. ¡Incluso su misma voz!

Tras el shock inicial, Sergio empezó a tratar a Silvia como si se tratara de Bibiana. En más de una ocasión la había llamado por ese nombre, no podía evitarlo. Esa atracción se convirtió al poco tiempo en obsesión, una obsesión enfermiza, que le impulsaba a observarla, seguirla, espiarla a todas horas. Él se decía que se había vuelto a enamorar, que había vuelto a encontrar a su media naranja, a su nuevo amor, el único capaz de hacerle olvidar a Bibiana y se aplicó aquello de que un clavo saca otro clavo, y más si son idénticos.

Silvia, por su parte, se sentía agobiada y cada vez más incómoda ante el trato que Sergio le dispensaba, rayando el acoso. Empezó a temerle y decidió solicitar a su superior que le asignara otro cliente.

Cuando le comunicaron el cambio, Sergio se sintió abandonado, engañado, traicionado. De nuevo. Volvía a ocurrir. Otra vez se sentía ultrajado. Otra vez le abandonaban por otro. Silvia era como Bibiana, por eso se comportaba igual y por eso tendría que hacerle lo que le hizo a ella. Sí, acabaría con ella como con la zorra de Bibiana. Esa noche, esa misma noche. Cuando se dispusiera a marcharse, la abordaría en el jardín, al amparo de la oscuridad. Sólo tenía que repetir lo que le hizo a Bibiana cuando la atacó en el parque. Sus manos eran grandes y fuertes. Luego, sólo tendría que desempeñar el papel del cliente afligido. Ese papel se lo sabía muy bien pues no habían pasado ni dos años desde que tuvo que asumir el de marido desconsolado.

 

2 comentarios:

  1. Estupendo relato, nuevamente con un final que no se sospecha en el principio.
    Me ha encantado también este producto de tu imaginación.
    Un placer leerte.

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  2. Siempre me ha gustado el suspense. A veces incluso en la vida real.
    Gracias nuevamente por tus comentarios.
    Un abrazo.

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