jueves, 27 de junio de 2013

Érase una vez un hombre



Erase una vez un hombre que, llegada esa edad que se define como la vejez de la juventud y la juventud de la vejez, se encontró de pronto en lo alto de una cima después de haber recorrido un largo camino y, exhausto, se paró a descansar.

Viendo que, frente a él, no podía vislumbrar el horizonte, se detuvo y al darse la vuelta observó con claridad el camino recorrido, muy a lo lejos, y el lugar de dónde venía. Sus últimas huellas eran profundas y estaban todavía frescas pero su rastro se perdía con sólo alejar un poco la mirada.

¿Todo ese camino he recorrido en tan poco tiempo? ¿Cuánto tiempo hace que he iniciado mi viaje? ¿Qué habrá sido de esos árboles que me dieron cobijo y las cuevas que me abrigaron? ¿Y los caminantes con los que me he cruzado? ¿Habrán llegado a su destino?

Y cansado como estaba, se sentó y, recostado en una roca del camino, se quedó dormido. Y soñó.

Y vio a un niño. Vio, desde muy arriba, como ese niño se perdía entre el gentío y no sabía hacia dónde dirigirse, cómo pedía ayuda pero no le entendían o no le hacían caso, cómo temía acabar perdido para siempre pues nadie reparaba en él y nadie le auxiliaba, y cómo, al final, sólo y triste, decidía continuar por el sendero que le parecía más seguro.

Y luego vio a un joven. Vio, desde más cerca, cómo ese muchacho corría y cómo tropezaba, cómo se levantaba sacudiéndose el polvo y seguía corriendo hasta volverse a caer. Y así una y otra vez. Vio cómo por fin encontraba a alguien con quien seguir avanzando, esta vez más sosegado, pues ya no estaba solo. Vio cómo transcurrido un largo trecho, su acompañante le dejaba y cómo otro venía a ocupar su lugar y cómo esa sucesión de compañeros de viaje se repetía sin cesar. Vio cómo se entristecía con cada despedida y cómo volvía a ser feliz con cada nuevo encuentro. Hasta que volvió a quedarse solo y no tuvo más remedio que seguir la carrera en solitario.

Y luego vio a un adulto. Vio, desde mucho más cerca, cómo ese hombre caminaba despacio y alerta, para no caerse, para no extraviarse o para defenderse de cualquier peligro. Vio que el camino que recorría estaba bordeado de zarzas que trataba de esquivar para no dañarse y cómo, por fin, encontraba a alguien dispuesto a acompañarle durante todo el trayecto, a compartir cualquier trance con él y cómo le prometía no abandonarle. Vio cómo ese hombre se abría paso a pesar de las muchas dificultades que le acechaban, cómo caía en alguna que otra trampa que alguien había tendido a su paso. Pero aun herido, cansado y apesadumbrado, decidía seguir adelante, hasta dónde hiciera falta porque tenía en quien apoyarse. Y porque ese apoyo se había convertido con el tiempo en tres personas. Y se sintió arropado y querido por primera vez.

Y finalmente bajó a ras de suelo para contemplarlo mejor y le vio la cara. Ese niño, ese joven y ahora ese adulto eran uno sólo: eran él. Y se despertó. Y se levantó.

Había amanecido. El nuevo día era fresco pero soleado. Se sentía bien. De pronto vio claramente el horizonte, a lo lejos, y vio a los suyos haciéndole señas para que se uniera a ellos y decidió avanzar hacia lo que quedaba del futuro y tras el primer paso giró la vista atrás y dijo adiós al pasado con la nostalgia pintada en su cara.

1 comentario:

  1. Genial com sempre!! T'estimo com a nen, com a jove i com adult. t'estimaré sempre.

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