jueves, 24 de mayo de 2018

No soy un adicto




Dos amigos, que llevaban mucho tiempo sin verse, se encuentran casualmente en el Starbucks que hay enfrente del edificio de oficinas en el que ambos trabajan. Mientras charlan, uno de ellos no deja de mirar su móvil. El otro, intrigado, le comenta:

─¿Estás esperando que te entre algo importante?
─¿Por qué lo dices?
─Como veo que no paras de mirar el móvil…
─Es la costumbre. Uno acaba dependiendo un poco de estos cacharros. Mi mujer se empeña en que soy un adicto. ¿Tú crees? Todo porque, según dice, estoy muy pegado al móvil. Pero qué quiere, si lo necesito para trabajar.
─Ah, ¿ahora practicas el teletrabajo?
─Bueno, no exactamente. Quiero decir que a veces hago algunas gestiones por teléfono. Ya sabes, tenemos que estar constantemente conectados.
─¿Gestiones? ¿Qué tipo de gestiones?
─Bueno… pues… solucionar un problemilla de trabajo y esas cosas. A veces me llama algún cliente… Ay, perdona, que me ha entrado algo.

Pasados dos minutos:

─Disculpa, pero es que puse unos auriculares en venta por ebay y me acaban de hacer una oferta.
─He oído hablar de esta aplicación. ¿Has vendido muchas cosas por este sistema?
─Muchas. Por este y por Wallapop. Espera, espera, que me acaban de enviar otro mensaje.
─¿Otra oferta?
─No, no. Un amigo, que le ha dado un “like” y ha hecho un comentario a una foto que colgué esta mañana, viniendo hacia el trabajo. No sabes cómo estaba la Ronda del Litoral, tío. No pude evitar hacer una foto y colgarla en Instagram y publicarla en Facebook y en Twiter. No veas la cantidad de “likes” que llevo acumulados. ¡Y solo en cuatro horas! Mira, otro, y otro. Es un no parar. Por eso mi mujer dice que estoy enganchado. Si es que no me dejan tranquilo. Y por si eso fuera poco, desde que he abierto un blog sobre viajes no paro de recibir comentarios de mis seguidores. Hasta estoy pensando en convertirme en un Youtuber de esos. Por lo menos así ganaría pasta, ja, ja, ja.
─No me digas que también le dedicas tiempo al blog en horas de trabajo.
─No, hombre, no. ¿Por quién me tomas? Pero uno, que es curioso. No puedo evitar mirar quién me acaba de dejar un comentario o un “+” en Google plus.
─¿En Google qué?
─En Google plus. ¡Ostras! ¿Quieres creer que mi suegra me acaba de invitar a que juegue al Candy Crash Saga?
─¿Tu suegra te ha invitado a jugar?
─Bueno, en realidad no. Bueno sí, pero no lo ha hecho a sabiendas. Es algo que la aplicación envía por defecto a todos los que el jugador tiene agregados. Pero, como comprenderás, no es el momento, ja, ja, ja. ¿Por qué me miras con esa cara? No me dirás que nunca has jugado a un juego online.
─Bueno, sí. Hace tiempo mi hija me pidió que instalara en mi móvil un juego que se llama Triviados, que es como el Trivial Pursuit, pero solo hemos jugado algunas veces, mientras ella volvía de la Universidad en tren y yo del trabajo en bus.
─¿Y ahora ya no?
─Pues no. Aparte de que sale con un chico, está en un grupo de WhatsApp y siempre está chateando con alguien. Así que ya tiene distracción.
─Vaya, un adolescente más enganchado a las redes sociales, je, je.
─Pueees, sí.
─¡Caramba! ¿Has oído ese trueno? No, si al final tendrá razón ese pájaro de mal agüero de la tele y acabará lloviendo. A ver qué previsión aparece en AccuWeather.
─¿Acu qué?
Pues sí, tío, va a llover y mucho. Y además va para largo. Joder, a ver si el mal tiempo me arruina el fin de semana.
─Pero todavía falta mucho para el fin de semana. Si solo estamos a martes…
─Sí, claro, pero cuando el río suena... De todos modos, me arriesgaré y haré la reserva. Mi mujer y yo habíamos planeado pasar el fin de semana en una casa rural del Montseny. Como con TripAdvisor no hay penalización si cancelas la reserva con veinticuatro horas de antelación…
─¿Y vas a hacerlo ahora?
─Sí, sí, que luego puede ser demasiado tarde. No sabes cómo vuelan estas ofertas. Y como tengo instalada la aplicación, total son unos pocos minutos.

Pasados diez minutos:

─Pues ya está. Todo arreglado. Le enviaré un WhatsApp a mi mujer para que lo sepa. De paso, si no te importa, le enviaré un recordatorio al jardinero, que tiene que pasarse por casa para hacer algunos arreglillos en el jardín. Es tan despistado el tío que si no se lo recuerdo se le olvidará.
─Vale, pero es que se me está haciendo tarde, tengo que volver al trabajo, llevamos ya… caramba, ¡más de media hora!
─Sí, sí, tranquilo, que ya nos vamos. Solo es un segundo.
─De acuerdo, pero date prisa, por favor, que me espera un montón de trabajo. Normalmente no salgo a la calle para tomar el café de media mañana, pues no está permitido, pero como hoy la máquina está estropeada y…
─Eso sí que es rapidez. No me lo puedo creer. El jardinero me acaba de contestar confirmando que se pasará por casa el jueves a eso de las seis de la tarde. Voy a ponerme una alarma para que yo también me acuerde, no sea que a última hora el que se despiste sea yo, ja, ja, ja.
─¿Qué, nos vamos, pues?
─Sí, sí, claro, vámonos. Ay, perdona, me acaba de entrar un SMS. Vaya, es un recordatorio de la cita de mañana con el oftalmólogo y ahora que me acuerdo no podré ir. Tengo que llamarle. Vete, vete, no vayas a tener problemas por mi culpa. Yo me quedo un rato solo para hacer esta llamada y también me voy.
─Vale, pues ya quedaremos para otra ocasión. Me he alegrado de verte.
─Pues claro que sí, Pero espera, pensándolo bien llamo al oftalmólogo anulando la cita y de paso ya quedamos ahora mismo para un día del mes que viene. Así lo anoto en el calendario y no se me olvidará.
─Oye, déjalo, que tengo mucha prisa. En todo caso ya te llamaré y quedamos. ¿De acuerdo?
─Vale, vale, de acuerdo. Joder con las prisas.
─Dale recuerdos a tu mujer de mi parte.
─Sí, claro. Ahora mismo le enviaré un WhatsApp para decirle que nos hemos tomado un café juntos. Es que, si no, luego se me pasará. Menos mal que tengo este trasto. Con mi mala memoria no sé qué haría sin él. ¿Comprendes ahora porqué lo necesito tanto? Y luego dice mi mujer que soy un adicto al móvil, ja.
─Oye, te está sonando el teléfono.
─(…)
─¿No vas a contestar?
─Joder, es mi jefe. ¡Qué pesado! Me ausento un momento de nada y ya me está llamando. Que se espere. No creo que sea nada urgente. Siempre puedo decirle que me he dejado el móvil en mi despacho. Además, ya casi no me queda batería. Las baterías cada vez duran menos. Será por lo de la obsolescencia programada esa. Tendré que comprarme uno nuevo.
─Muy bien. Hasta la próxima, pues. Ya te llamaré para quedar.
─Sí, sí, llámame. Ah, y dile a tu hija que no se enganche tanto al móvil, que crea adicción.


*Imagen obtenida de Internet


jueves, 17 de mayo de 2018

A grandes males, grandes remedios




Cada día entraba en la misma página web para comprobar si se había vendido algún ejemplar de su libro. Y cada día el contador de ventas seguía mostrando un cero.

Ya no soportaba la ansiedad que le producía, después de tanto tiempo, aquella consulta diaria a la espera de una novedad que nunca llegaba.

Acabó desistiendo y se prometió abandonar para siempre esa inútil, odiosa y frustrante práctica. Pero antes de salir definitivamente de la condenada página hizo lo que llevaba largo tiempo deseando hacer. Sería una venganza personal.

Pulsó la tecla “Comprar”.

Por lo menos, saldría de allí con la satisfacción de ver un uno en el maldito contador.



jueves, 10 de mayo de 2018

Desaparecido




¿Cuántos desaparecidos se dan en este país? Muchos. Recuerdo haber leído que han habido más de cuatro mil doscientas desapariciones no resueltas desde 2010. Solo el año pasado se activaron más de doscientas cincuenta alertas por desapariciones, de las que se resolvieron menos de un ochenta por ciento. De esas desapariciones, casi un tercio fueron de personas mayores de sesenta años, la mayoría enfermos de Alzheimer u otro tipo de demencia. Lo más dramático es que tres de cada diez de estos mayores desaparecidos son hallados sin vida y no muy lejos de su casa. Sus muertes suelen ser debidas a causas naturales.

¿En qué categoría me habrán incluido? Mis hijos y amigos saben que no padezco ninguna enfermedad mental grave y tras varios días de mi desaparición sin haber encontrado mi cuerpo ni haber tenido noticias mías, deben preguntarse qué me ha ocurrido y dónde estoy. Quizá pensarán en otro de mis episodios depresivos. Desde que Rosa nos dejó de forma tan súbita he sufrido varias recaídas y creerán que esta ha sido mucho peor. Quizá piensen en un suicidio, pero sin cuerpo todo serán conjeturas. Viviendo solo y sin más compañía que la que me proporcionaban las visitas esporádicas y breves de mis hijos, todo podría apuntar en esa dirección.

Nadie se habrá percatado de que me he llevado algo de dinero y de ropa. He dejado mi móvil ex profeso, para que no puedan localizarme. Ni siquiera habrán echado en falta la bicicleta. Me la compré al jubilarme, con el propósito de hacer ejercicio. Fue Rosa quien insistió. “Pasas demasiado tiempo en casa, sentado todo el día. Tienes que moverte y mover tu corazón”. Quién le iba a decir que sería el suyo el que se pararía y a la vez detendría mi pedaleo diario. Tras su marcha tan repentina, no me quedaron ganas de nada. Cuando veía la bicicleta en el garaje, me recordaba tanto sus palabras que estuve a punto de deshacerme de ella o regalársela a uno de mis hijos, pero al final fue a parar al trastero. Nadie reparó en ello. De hecho, hace tiempo que nadie repara ni siquiera en mí. Por eso decidí desaparecer.

No sé cómo habrán reaccionado mis hijos. Supongo que lo estarán pasando mal y ahora me arrepiento de mi arrebato. Al poco de mi huida ya tuve remordimientos. Me sentí como un niño que se va de casa porque cree que sus padres ya no le quieren. Solo que en este caso se han trastocado los papeles y es el padre quien quiere dar un escarmiento a sus hijos desafectos.

Ya es demasiado tarde para rectificar. No me importaría aparecer ante todos como un viejo chocho y disculparme públicamente por mi ridícula conducta. Pero me temo que no va a ser posible. No mientras esté en estas condiciones. Debí golpearme la cabeza. Quizá por eso no puedo recordar dónde vivo ni dónde estoy. Debe ser amnesia postraumática. No veo la bicicleta por ninguna parte. Aunque de nada me serviría. Apenas puedo moverme. Me duele todo el cuerpo. Debo tener todos los huesos rotos. De no ser así, podría acercarme a la carretera y pedir ayuda. Seguramente estoy muy cerca de donde aquel coche me arrolló y se dio a la fuga. Quizá ni se percató de ello. No debió verme. Estaba tan oscuro…

Desde aquí oigo el oleaje del mar y el terreno hace una pendiente muy pronunciada, tanto que temo acabar rodando cuesta abajo hasta estrellarme contra las rocas. Los graznidos de las gaviotas apagan mi voz. No puedo gritar. No sé cuánto tiempo habré pasado inconsciente. Tengo mucha sed y un frío terrible. La mochila debió saltar por los aires y quizá haya ido a parar al mar junto a la bicicleta. No me queda más remedio que esperar a que alguien pase por aquí y me descubra. Pero ¿quién puede deambular por estos parajes tan inhóspitos en pleno invierno? Solo un loco como yo.

Me siento muy débil, pero empiezo a recordar algunas cosas. Salí de casa el viernes día 4 y estamos a… Vaya, el reloj se ha detenido a las once del día 8. Debe ser la hora y la fecha del accidente. En cuatro días recorrí más de ochenta kilómetros logrando pasar desapercibido. Por estos lugares no es extraño ver a un hombre de mi edad en bicicleta.

El sol está casi en su cenit, así que debe ser mediodía. Suponiendo que haya pasado doce horas inconsciente, debemos estar a 9 de mayo. Me siento cada vez peor. Me palpo el cuerpo y tengo sangre fresca en las manos, lo cual significa que estoy sangrando. Habré perdido mucha sangre. No puedo reprimir los temblores. Y eso que luce el sol, pero el aire del norte es helado. 

¿Hallarán mi cuerpo o pasaré a ser una más de esas cuatro mil doscientas desapariciones no resueltas? Nueve de mayo de dos mil dieciocho. Un buen día para morir como cualquier otro. ¿Recordarán mis hijos esta fecha como el día que perdieron a su padre? ¿Llorarán por mi como lo hice yo por Rosa? Quizá no lo merezca. Quise ser un desaparecido pasajero como represalia a la soledad a la que me tenían confinado y acabaré olvidado en una lista de desaparecidos para siempre.

De repente se ha nublado. Las nubes amenazan lluvia. Empiezan a caer unos insistentes goterones. La lluvia arrecia. El charco que se forma a mi alrededor es rojizo. Color de la sangre. Tirito con más intensidad. ¿O son espasmos? No siento dolor y eso me alivia. Me siento relajado. Oigo voces a lo lejos. Por un momento me ha parecido que se acercaban, pero ahora las oigo cada vez más distantes, menos audibles, casi remotas. Apenas oigo nada: ni el mar, ni las gaviotas, ni la lluvia, ni el viento. Todo se vuelve opaco. La lluvia me ciega. Casi no veo. Parece como si alguien me zarandeara. Pero dejo de sentir. No siento nada. Todo es oscuridad.