martes, 13 de febrero de 2018

Demasiado tarde



El viento huracanado se cuela por las rendijas de la vieja y destartalada cabaña, ululando como el aullido de una manada de lobos hambrientos. En años no se había visto una tormenta igual. Las rachas de viento golpean, como puños de hierro, la puerta y las paredes. Los copos de nieve se estrellan, furiosamente, contra los sucios cristales, que a duras penas resisten el embate.

Lleva ya dos días encerrada sin poder salir, sin comida y solo bebiendo el agua de la nieve que, al derretirse, se cuela por debajo de la puerta y por las grietas del tejado. Aun así, ha tenido suerte de hallar donde guarecerse en el último momento. Pero está aterrorizada. No sabe qué hacer. Desconoce qué ha sido de los demás. ¿Les habrá dado caza su incansable perseguidor? El vendaval no da tregua, pero quizá podría intentar salir de ese escondrijo. Aquel miserable habrá vuelto al calor de su refugio esperando a que la tormenta amaine. Luego volverá a por ella. Quiere atraparla como sea. Debe, pues, aprovechar su ausencia para huir hacia el bosque, aunque, una vez a la intemperie, no sea capaz de dar dos pasos sin verse arrastrada por la fuerza del vendaval, acabando estampada contra una roca o contra los árboles que, como barrotes carceleros, rodean el claro. Quizá no llegue muy lejos. Pero prefiere estar muerta cuando dé con ella a ver cómo disfruta acabando con su vida. Es ahora o nunca.  

Su cuerpo es menudo y liviano. Lo uno juega a su favor, lo otro en su contra. Por una parte, la nieve lo camuflará y lo acogerá como un manto protector. Solo le queda el recurso de hundirse en ella, confundirse con la blancura del entorno y rogar para que las ráfagas de esa tremenda ventisca pasen de largo. Pero, por otra parte, uno de esos torbellinos puede succionarla y levantarla por los aires como una hoja seca, para luego arrojar su frágil cuerpo desde lo alto, acabando con todos sus huesos fracturados, o muerta. Pero si se queda ahí, tarde o temprano aquel hombre acabará dándole caza y no quiere concederle ese placer.



Tan pronto como pisa el exterior, la infeliz se da de bruces con el enorme perro guardián, cuyo dueño había dejado atado, y que esperaba, agazapado, su oportunidad. No le da tiempo a reaccionar. Demasiado tarde. La cadena que sujeta al animal le deja suficiente espacio para lanzarse raudo contra ella y clavarle, con sus fuertes mandíbulas, una dentellada que la deja inmóvil.


Las fauces del can no la matan instantáneamente. A la pobre liebre le quedan unas largas horas de agonía hasta que el cazador venga a por su presa. En invierno el hambre aprieta y no se puede desperdiciar ningún alimento por magro que sea.


lunes, 5 de febrero de 2018

El hombre más poderoso



Con sesenta años llegué a lo más alto de la cima. Ahora, con setenta, puedo decir que he triunfado en un mundo harto complicado y rudo, en el que solo logran tener éxito unos pocos. Por el camino me he ganado muchos enemigos, pero esta es una lucha continua en la que hay que vencer a toda costa, de lo contrario no eres nadie.

No me importa haberme quedado solo, ni que las mujeres se hayan acercado a mí solo por el interés. He conocido el sabor del éxito en los negocios, del dinero en abundancia, mucho más del que un hombre puede gastar en cien vidas, y del placer en todas sus expresiones.

Me he rodeado de gente de la que me he servido hasta que han dejado de serme útiles. He tenido muy pocos amigos, y todos los he ido dejando por el camino, personas que no han sabido comprender que el fin sí justifica los medios. Incluso mi familia me ha dado la espalda. He sobrevivido a tres divorcios que han intentado, en vano, arruinarme. Tengo cinco hijos legítimos que han intentado sacarme hasta el último centavo y de los que me libré en cuanto cumplieron la mayoría de edad. Cría cuervos.

Desde que me apartaron del cargo, el que me gané a pulso, he vivido acompañado, o debería decir protegido, por mis guardaespaldas y el personal a mi servicio, tanto en mi lujosa mansión, como aquí, en mi despacho, desde el que he dirigido mis florecientes negocios y he influido en el destino del país. Hubo un tiempo en el que fui el hombre más poderoso del mundo. Solo con mover un dedo podía lograr que las finanzas mundiales temblaran. El mundo desarrollado me debe mucho sin saberlo. Los ricos me deben mucho más. Y nadie me lo ha agradecido. Todos me han traicionado. Incluso mis fieles seguidores y colaboradores. He caído en desgracia, dicen unos. He dejado de ser popular, dicen otros. Hay, incluso, quien se ha atrevido a calificarme de prepotente, dictador, xenófobo, machista y egocéntrico, yo que llegué a dirigir el destino de este gran país desde el codiciado despacho oval.

Seré muchas cosas, pero nadie podrá tacharme de hipócrita. Tengo las ideas muy claras. Siempre digo lo que pienso, siempre hago lo que digo y siempre sé lo que debo hacer.

Y ahora, viendo la ciudad a mis pies, esta gran manzana por la que tanto he hecho, repleta de ingratos egoístas, sé que ha llegado el momento de demostrar a todos de lo que soy capaz. Haré lo único que no he podido hacer hasta ahora. Dictaré una sentencia de muerte. Me cobraré una vida y lo haré desde este despacho, que ha sido mi cuartel general durante más de cuatro décadas. Y esta vida me la cobraré con mis propias manos. No necesitaré ningún intermediario.

Calculo que mi cuerpo solo tardaría unos segundos en llegar al suelo. ¿Será cierto que cuando uno sabe que va a morir ve pasar toda su vida por delante de sus ojos como si de un flash-back se tratara? Entonces no lo haré de este modo. Voy por mi revolver y así, de paso, acabaré mucho antes.

Que os den.



Nota: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia