domingo, 1 de septiembre de 2013

El sueño de Antón



Nunca antes se había sentido tan nervioso. Antón se tenía por un tipo duro, de esos que no se amedrentan ante ningún problema por grave que sea. Era un hombre de recursos y siempre le habían salido bien los encargos “especiales” que le encomendaban. Pero esta vez era distinto y no sabía muy bien por qué.

Esa mañana, al salir de casa, tuvo un mal augurio y eso que tampoco era supersticioso, pero ese sueño…

Había soñado que era un cazador y que tras horas deambulando por el monte junto a sus compañeros de cacería, se rezagaba y cuando quiso darse cuenta se hallaba solo en medio de la espesura y emprendiendo una carrera alocada en busca de sus amigos se hundía en una trampa que apareció de repente bajo sus pies sin que pudiera evitar caer en una especie de pozo rectangular y profundo del que no podía salir. Y así, herido y atemorizado, caía la noche y el único sonido que le acompañaba era la de los aullidos de lo que parecían ser lobos. Cuando la silueta de dos enormes lobos asomaba en lo alto del pozo y parecían prestos a saltar sobre él, se despertó cubierto de ese sudor frío que sólo el pánico provoca.

De eso hacía un par de horas y aún no había conseguido sacarse ese maldito sueño de la cabeza, una pesadilla que le había dejado un mal sabor de boca.
¿Será posible? Venga, termina de desayunar que se hace tarde y tienes mucho que hacer, se dijo al cabo de un buen rato. Y tras abonar al camarero la cuenta, se puso el periódico bajo el brazo y con las manos en los bolsillos de la gabardina, para protegerlas del frío, cruzó la calle y se dirigió con paso raudo hacia su destino.

En menos de quince minutos está plantado ante ese edificio que tan bien conoce por haber estado montando guardia frente a él tantos días seguidos, mañana, tarde e incluso alguna que otra noche.

¿Por qué se había hecho detective? ¿Por amor a la aventura? Sería por eso porque en lo que se refiere al dinero, éste había resultado ser una amante esquiva. Vivía medianamente bien pero no era lo que esperaba, pero ya tenía una edad y no estaba para más cambios. Pero ese caso iba a ser sonado. Si todo salía como tenía previsto, se haría rico y ya se veía tumbado bajo el sol de una isla caribeña el resto de sus días, pues ya tenía merecido un buen retiro.
Pero bueno, no vayamos a vender la piel del oso antes de cazarlo. Todo a su debido tiempo. Ahora lo que tengo que hacer requiere de toda mi concentración para no dar un paso en falso. Dejemos para más tarde la satisfacción y la recompensa.

Y así, Antón se introduce a hurtadillas en el edificio por la puerta trasera, esa que él bien sabe que el portero suele dejar abierta para poder escabullirse cada vez que quiere fumarse un pitillo sin que le vean los escrupulosos vecinos.
Una vez dentro, sin nadie que merodee por el rellano, sube, para no ser visto, por el montacargas hasta la sexta planta. Una vez frente a la puerta, mira a ambos lados del largo pasillo, se seca con el dorso de la mano el sudor de su frente y respira hondo.

Lo tenía todo estudiado. Sólo tenía que abrir la puerta y colarse en el lujoso apartamento. Su clienta, esa mujer que le dejó sin habla cuando se presentó en su despacho por primera vez, le había dado una copia de la llave y el código para desactivar la alarma. Todavía estaría durmiendo, le dijo. Desde luego, los hay que viven como les da la realísima gana, sin apenas dar golpe, siempre de fiesta, o de viaje de placer, siempre rodeados de mujeres y viviendo la noche a todo tren y hasta la madrugada, levantándose cuando la gran mayoría de mortales hace horas que están currando.

Sabía que no tenía nada que temer pues el tipo afortunado dormía hasta las tantas y usaba tapones en los oídos para que el ruido de la calle no le despertara. Ese detalle sólo lo podía conocer su clienta, por algo habían compartido cama durante estos últimos años. Antón, lo único que había constatado después de tantos días de vigilancia, era que nunca salía a la calle antes de las doce del mediodía y siempre para dirigirse a ese bar frecuentado por sus amigos para tomarse su primera copa del día.

Así que tenía tiempo de sobras pues sólo eran las ocho y el pájaro todavía debía estar profundamente dormido. Sólo debía entrar lo más sigilosamente posible, para no llamar la atención de los oídos indiscretos de algún vecino, dirigirse al estudio que estaba al final del pasillo, abrir la caja fuerte cuya combinación su clienta también le había facilitado y apoderarse de un sobre tamaño folio y de color manila. Desde luego, esa mujer había pensado en todo.

¿Qué contenía ese sobre para que estuviera dispuesta a pagar tanto dinero por él? Según le contó, había descubierto ciertas actividades ilegales de su amante y en ese sobre habían suficientes pruebas incriminatorias con las que pretendía hacerle chantaje. ¿Por qué? Por venganza. Ese ricachón engreído se había librado de ella de la noche a la mañana y se lo haría pagar caro. Había dejado a su marido por él, creyendo en sus promesas, y la había dejado en la estacada y sin un duro, el muy traidor. Le había dado los mejores años de su vida y ahora esto. Así que o cedía al chantaje o iría con las pruebas a la policía.

¿Sería un asunto de fraude fiscal, tráfico de drogas, prostitución, trata de blancas, tráfico de armas? Qué más daba, el caso es que la rubia despampanante le había dicho que pensaba exigirle unos cuantos millones, así que el asunto debía de ser gordo.

Pero lo que no sabía ese monumento de mujer es que sería él quien, una vez con las pruebas en la mano, extorsionaría a su ex amante. ¿Por qué conformarse con unos miserables cientos de miles de euros de honorarios cuando podía hacerse con un dineral? Ya vería el modo de burlar a su despechada clienta y largarse luego con toda la pasta sin dejar rastro. De algo le tenían que servir tantos años desperdiciados en la policía por un mísero salario. De momento, todo marchaba según lo planeado. Ya estaba llegando al final de la primera etapa, la más difícil, sin contratiempos.

Y en esto anda fabulando cuando, justo después de esconder el sobre en el bolsillo interior de su raída cazadora, oye un estruendo acompañado de un fogonazo y un intenso olor a pólvora invade de repente la estancia. Y luego la oscuridad y el silencio.

Antón yace inmóvil en el frío suelo del estudio, los ojos abiertos dirigidos hacia el oscuro techo y con su mano derecha todavía a la altura de ese corazón que quiere saltársele del pecho ensangrentado. Sigue vivo pero ¿por cuánto tiempo? No puede moverse y apenas respirar. Las cortinas se descorren y la luz invade de repente la estancia. Una cara esbozando una sonrisa cínica le contempla desde lo alto antes de arrodillarse a su lado.

-Pobre infeliz -dice la esbelta y sensual rubia-. ¿Realmente creías que te saldrías con la tuya? Todavía no ha nacido quien pueda joderme e irse de rositas. Eres más estúpido de lo que creía. ¿Por qué crees que te encargué un caso que hubiera podido resolver yo sola sin tener que compartir parte del botín con un viejo borracho como tú? Hubiera podido entrar tranquilamente con el duplicado de las llaves y abrir la caja fuerte en un pis-pas sin ayuda de nadie y salir por esa puerta sin que nadie sospechara nada. Ahora sí que veo que estás acabado, mira que no sospechar nada pero, claro, ha pasado tanto tiempo…

Y Antón, con su mirada extraviada y borrosa sólo logra vislumbrar cómo otra figura, alta y corpulenta, se acerca y entre la mujer y ese desconocido lo arrastran envuelto en una especie de manta hasta el montacargas, y tras unos instantes que se le antojan una eternidad, lo echan sobre la dura superficie de lo que parece ser una furgoneta y desde esa oscuridad cada vez más profunda y mientras se le escapa la vida por los poros de su maltrecho cuerpo, oye como la mujer dice:

-Por fin ha tenido su merecido, ese puerco de Antón. He tenido que esperar algunos años pero ha valido la pena. De poco le ha servido enviarme a la cárcel pues ha pagado con creces su desfachatez. Su mente de viejo sabueso bien pudo resolver aquel caso y descubrirme pero no ha sido capaz de reconocerme y ha pagado cara su decrepitud. Yo habré estado diez cochinos años en la trena pero ese viejo cabrón va a pasar la eternidad en ese agujero que le hemos preparado.

-Sí –oye cómo le contesta una voz de hombre-, eso sí que es matar dos pájaros de un tiro. Tú te vengas de ese cabrón y los dos podremos empezar una nueva vida lejos de aquí y forrados.

Lo último que puede ver Antón antes de perder totalmente la consciencia son dos sombras que desde lo alto de una especie de pozo le observan, sus bocas son como fauces, parecen lobos que se relamen de gusto tras cazar a su presa. ¿Dónde ha visto antes esa imagen? ¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Será un sueño? Claro, eso es, se trata de una pesadilla, como la que tuvo esa madrugada.

Y cuando la primera paletada de tierra le cubre su cara, se da cuenta de que esa horrible pesadilla se había hecho realidad. Y antes de que todo acabe, nota como algo se le clava en el pecho a la altura del corazón. ¿Será la bala que le han disparado? No, parece una cartulina, quizá un sobre, ese sobre tamaño folio de color manila que tenía que cambiar su vida.

 

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