jueves, 17 de octubre de 2013

El cisne negro


Tanto a Julián como a mí nos encantaban los trenes en miniatura y su padre era el responsable directo de esa atracción. Delineante de profesión, Don Ignacio tenía una colección de trenes, réplica de famosas locomotoras de carbón y eléctricas, que nos tenía cautivados. Máquinas y vagones descansaban en unas grandes vitrinas que vestían las cuatro paredes de su despacho, su Sancta Sanctorum, al que tenía vedado el paso a quienquiera que pretendiera pasar sin su consentimiento y presencia. Lo que no sabía era que, a pesar de tener la habitación cerrada a cal y canto, la dulce y candorosa madre de Julián y estimada esposa de Don Ignacio, nos franqueaba la puerta con la consiguiente advertencia de “sobre todo no toquéis nada”.


Así pues, teníamos que conformarnos con observar esas maravillosas miniaturas estáticas desde esos estantes protegidos por gruesas puertas de cristal cuyas llaves de acceso sólo poseía el cabeza de familia. Pero, al menos, Julián había tenido la suerte de ver alguno de esos trenes en funcionamiento cuando, los domingos, su padre levantaba el entarimado que cubría casi todo el piso, desde su despacho hasta el salón-biblioteca, recorriendo ese largo y oscuro pasillo, para dejar a la vista y al tacto las vías por las que dejaba circular esas maravillas de coleccionista.


"No veas cómo corren, parecen trenes de verdad, incluso algunas de las máquinas de vapor producen un silbido como el de las locomotoras antiguas de verdad" –me decía Julián, entusiasmado.

Pero había una máquina en especial, una réplica de la última locomotora alemana a vapor, la BR-10, que nos atraía enormemente. Según nos contó Don Ignacio, a esa locomotora se la conocía como “el cisne negro” por su elegante porte y ya por los años cincuenta podía alcanzar una velocidad de 140 Km por hora. Al parecer, al padre de Julián le había costado unos buenos cuartos conseguir esa réplica tan codiciada por los coleccionistas, no en balde era como la Joya de la Corona; Julián nunca la había visto funcionar. Estaba en lo más alto de la vitrina central y sólo Don Ignacio, cuando estaba a solas, en sus ratos libres, la sacaba de su mausoleo de cristal para disfrutar de su contacto. “Es una pieza de museo y, como tal, debe estar protegida de las manos profanas”, nos decía muy serio para justificar que nadie más pudiera compartir con él ese vis-à-vis con su enamorada. Julián aseguraba que su padre estaba obsesionado con esa máquina y que a veces le había parecido oír a través de la puerta, qué tontería, que hablaba con ella. 

No obstante, tanta precaución resultó baladí teniendo Don Ignacio, como tenía, un hijo a quien las prohibiciones y los riesgos se convertían en todo un reto y una aventura. Tanto énfasis ponía Don Ignacio en la preservación de su trofeo, que Julián no pudo resistir la tentación de hacerse con él y disfrutar, aunque sólo fuera por unos minutos, de la delicia de ver a ese cisne negro recorrer el pasillo de su vivienda a toda velocidad. Y yo fui el invitado de excepción a tal extraordinario evento.

Era un domingo por la tarde, estábamos los dos solos y teníamos tiempo suficiente para llevar a cabo esa felonía. Julián se había agenciado las llaves del despacho y de las vitrinas. Era un plan perfecto y nadie tenía porqué enterarse de lo que allí iba a suceder. Por fin íbamos a ver cómo esa máquina tan preciada y que Don Ignacio mantenía en el más absoluto cautiverio corría y corría por ese largo y oscuro pasillo, del despacho al salón y del salón al despacho, y así una y otra vez hasta que dieran las ocho, con tiempo de sobras para devolver el escenario del crimen a su normalidad.

Pero lo que debía ser un crimen perfecto se torció en una debacle sin vuelta atrás. Todavía no me explico qué y cómo pudo suceder; un accidente que no supe cómo explicar porque, simplemente, no lo presencié. Sólo recuerdo que la máquina fue adquiriendo más y más velocidad, que silbaba cada vez más y más alto, que rugía, que las vías y hasta el pavimento comenzaron a temblar a su paso y todo ello sin que Julián pudiera controlarla y, mucho menos, detenerla. Incluso me pareció, qué disparate, que había adquirido vida propia.

Lo último que vi fue a Julián persiguiéndola por todo el pasillo y desaparecer tras ella en el salón de ese largo y oscuro piso que siempre me había producido un cierto repelús. Luego un estruendo, un grito y el silencio. Cuando corrí raudo en su ayuda, lo encontré tendido sobre las vías, sin sentido, Pero ¿y la máquina? La máquina había desaparecido, no quedaba ni rastro de ella. Un olor a carbón impregnaba la estancia. Al poco, Julián volvió en sí balbuceando sin parar “el tren, el tren” pero no fue capaz de dar una explicación a lo sucedido. Cuando le miré interrogativamente a los ojos, sólo vi en ellos espanto.

Por la amistad que nos unía, no tuve más remedio que convertirme en su cómplice. La denuncia que presentó Don Ignacio en la comisaría decía, más o menos, que “habiéndose ausentado el denunciante unas horas de su domicilio el domingo día 10 de los corrientes por la tarde y no habiendo nadie en casa, al regresar, a las veintiuna horas aproximadamente, encontró la puerta de la entrada entreabierta y, tras una inspección ocular, comprobó cómo una de las vitrinas de su despacho había sido forzada y uno de sus trenes en miniatura, una réplica de la locomotora alemana BR-10, fabricada en Alemania por Hofmann GmbH, nº de serie H-33400127, valorada en unos 1.500 euros, había desaparecido…”

Desde entonces, Julián me evita y cada vez que intento hablar con él del tema, se muestra evasivo y elude comentar nada al respecto, entre violento y atemorizado, por lo que no he vuelto a insistir. ¿Qué debió ocurrir en esos segundos durante los que le perdí de vista? ¿Qué es lo que Julián me oculta? Y, lo más extraño de todo, ¿qué ha sido del famoso cisne negro?


5 comentarios:

  1. Holaaaaa, muy buenas tardes Jose.

    Aquí estoy. He caído de pura casualidad en tu página, estaba buscando algún blog que me aportase algo interesante y consiguiese distraerme del estrés, y el tuyo lo ha conseguido. Me ha servido para pasar media horita de relax y olvidar un poco el estrés de la búsqueda de trabajo (qué te voy a decir... La crisis es muy mala, suerte que puedo decir que soy redactora de artículos para una empresa y, quieras o no, algo es algo, aunque no sea remunerado y únicamente me paguen por artículos escritos).
    Estoy convencida de que seguiré visitando de forma asidua tu página, ya que me está aportando un punto de vista diferente que luego quizás pueda visualizar en mi blog. ¡Todo lo bueno bienvenido sea a mi mente! Me encanta aprender algo nuevo, y tú lo has conseguido, me has enseñado una nueva lección sin necesidad de explicármela. Gracias por compartir tu mente con todos nosotros, y enhorabuena por tu trabajo realizado en la red. Aquí tienes a una bloggera para lo que necesites; me gusta ayudar y compartir webs amigas.

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    Un cordial saludo desde el Sur de España, y muchísima suerte en todo lo que hagas.

    M.

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    1. Hola Melodie,,
      Muchas gracias por tus palabras y me ha encantado que me hayas visitado. Espero que lo sigas haciendo. Por mi parte, he hecho un rápido vuelo por tus blogs y, será seguramente por mi edad, el que más me ha gustado es Positiva Dimensión, al que me he añadido como seguidor. Encantado de conocerte, un abrazo desde el Noreste de este país tan convulso y hasta la próxima ocasión.

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  2. Por qué serán tan atractivas las cosas prohibidas?. Ahora los chiquillos ya no tienes esas experiencias tan atractivas, ya que (desgraciadamente, creo) tienen de todo, con lo cual no valoran nada.
    Una excelente historia que me ha tenido absorta y además me ha dejado con ese regustillo a suspense es este final que me ha encantado.
    Fabulosa tu forma de escribir.
    Un abrazo.

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    1. No sabes cuánto agradezco estas palabras pues este aprendiz de escribidor no está habituado a que le regalen los oídos y menos alguien que sabe mucho más de este, llamémosle, oficio o arte. Un abrazo.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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