jueves, 30 de enero de 2014

Los sueños no son sueños


Cuanto más le dolía la cabeza, más soñaba y más extraños eran sus sueños. Creía que eran el resultado de su estado habitual de ansiedad desde que enviudó, hasta que, preocupada por sus continuas e insoportables cefaleas, se sometió a una resonancia magnética craneal que reveló la presencia de un glioblastoma multiforme Esos sueños serían, pues, según Gregorio, su neurólogo y amigo de confianza, consecuencia del crecimiento tumoral.

El oncólogo al que la derivó, la sometió a radio y quimioterapia, más un tratamiento concomitante a base de THC, un derivado psicoactivo del cannabis, para combatir tanto las náuseas y vómitos inducidos por la quimio como el dolor. Podían probarse otros abordajes más modernos a base de inmunoterapia pero, dado el avanzado estadio de la enfermedad, no había ninguna esperanza. A lo sumo, le quedaban unos tres meses de vida. Según esto, Elisa, siempre tan enérgica y vital, no llegaría a cumplir los cincuenta.

Al cabo de dos semanas de tratamiento, Elisa observó que la calidad de sus sueños había cambiado pues, a la rareza habitual a la que estaba acostumbrada, había que añadir ahora un realismo que la tenía intrigada pero que, al mismo tiempo, la entusiasmaba.

Elisa creía que esos sueños eran viajes astrales que, poco a poco, llegó a dirigir sin saber muy bien cómo. Sólo con pensar en transportarse a un lugar determinado era suficiente para que, al quedar dormida, ese deseo se hiciera realidad.

De este modo, lo que hasta hacía poco no habían sido más que pesadillas, sueños turbios y angustiosos imposibles de descifrar, se convirtió en algo tan placentero que Elisa esperaba con ilusión el momento de acostarse, ese instante en que su cuerpo parecía alcanzar el éxtasis y su espíritu volaba adonde su mente le guiaba. Viajaba a lugares que nunca había visitado ni conocido siquiera a través de documentales o lecturas y se desplazaba de un lugar a otro en cuestión de segundos. Era como entrar en otra dimensión y como si tuviera poderes hasta entonces ocultos. Cuando despertaba, se sentía tremendamente relajada y con una paz que nunca antes había experimentado. Esa paz interior compensaba con creces la amargura que sentía al pensar lo que le esperaba al cabo de escasos meses, quizá sólo semanas, de modo que esos sueños, o lo que fueran, se convirtieron en su oasis particular, sus retazos de felicidad.

Elisa no había experimentado algo así en su vida. Tras caer en una especie de trance, se veía a sí misma tendida sobre la cama y, de pronto, alzaba el vuelo para dirigirse allí donde su voluntad le indicaba. Todo parecía tan real…

Un día decidió “viajar” a París y, concretamente, a aquel fin de semana que Luis, su difunto esposo, le dijo que tenía que ir por un tema relacionado con la publicación de la versión francesa de su última novela. Siempre le había parecido una excusa. Después de aquel fin de semana, su marido ya no fue el mismo pero no tuvo tiempo de hacer averiguaciones porque al poco sufrió ese desgraciado accidente.

Parecía mentira, pero después de tanto tiempo, Elisa seguía pensando en la posible infidelidad de Luis y ahora quería utilizar esa libertad de movimientos en el tiempo y en el espacio que le confería su estado clínico, el tratamiento o ambas cosas, para salir de dudas. ¿De qué le serviría, a estas alturas, después de llevar cinco años viuda, saber si su marido le fue infiel o no pocas semanas antes de su repentina muerte? Con lo que le estaba cayendo encima, sólo le faltaba acrecentar su angustia, pero no podía librarse de esos celos póstumos e irracionales. Quería satisfacer esa morbosa curiosidad que la había acompañado todo ese tiempo y ahora se le presentaba una oportunidad extraordinaria para saber la verdad.

Esa noche viajó a París y en cuestión de segundos estaba ante su marido, como siempre tan atractivo y elegante. No era de extrañar que sus amigas lo miraran con aquellas caras de bobas. Pero Luis estaba solo en lo que parecía una habitación de hotel, hablaba con alguien por teléfono, en francés, y su semblante era de preocupación. El instinto de Elisa no la había engañado, su marido le había mentido pero no parecía tratarse de una infidelidad. ¿Qué había llevado, pues, a su marido hasta París un fin de semana? ¿Con quién debía verse?

De pronto, la consternación se apoderó de Elisa, sintiéndose a la vez culpable y desolada. Luis no había viajado a París porque tuviera un idilio con otra mujer; había ido, siguiendo el consejo de Gregorio, a consultar al Profesor Lefèvre, uno de los más reputados especialistas en Alzheimer.

Con la brevedad y rapidez propia de esos “viajes” relámpago, Elisa vio lo que su marido y su amigo común le habían ocultado: que Luis, un escritor tan prolífico, un hombre intelectualmente tan activo, no había soportado el diagnóstico definitivo que le confinaba, irremediablemente, a una vida vegetativa y decidió quitarse de en medio antes de que le vieran degradarse de aquel modo. También descubrió que Gregorio sabía que aquel maldito accidente había sido un suicidio pero ¿por qué no le había dicho nunca nada? ¿Por temor? ¿Por conmiseración? ¿No sentía remordimientos por no haberlo impedido?

Su marido la había dejado, no había querido afrontar su incipiente enfermedad y ahora estaba sola ante la suya. Qué más daba ya. No sabía si sentir pena o rabia. Luis no le había sido infiel pero le había ocultado la verdad, otra forma de engaño. ¿Qué había sido de aquellos votos de vivir juntos en la salud y en la enfermedad? Hasta que la muerte os separe; eso sí que había sido cierto. Pero, bien pensado, si le tuviera todavía a su lado, ¿qué sería de ellos? Al menos él se había ahorrado el padecimiento de verla morir antes de verse a sí mismo frente a un abismo que lo conduciría hasta la nada.

En esta ocasión, cuando Elisa despertó se sintió vacía y traicionada, por su marido y por su amigo, pues ambos no le habían sido sinceros, cada uno por motivos distintos. La paz que hasta entonces le proporcionaban esos sueños había desaparecido por completo. Aquel día no pudo dejar de pensar en la muerte de Luis y en el silencio de Gregorio. Quería dormir pero, a la vez, no tenía deseos de emprender un nuevo “viaje”, salvo uno muy especial.

Esta vez probaría algo nuevo, algo que no sabía si podría lograr, algo que pondría a prueba su fuerza mental: se transportaría hacia otro sueño, a un sueño de Gregorio. Profundizando en los sueños del que creía su amigo, quizá pudiera contactar con Luis pues, de ser ciertas sus sospechas, el subconsciente atormentado de Gregorio seguramente le atraería hacia alguna de sus pesadillas.

Lo que Elisa descubrió no le resultó agradable, pues en todas las incursiones oníricas que protagonizó desde entonces, noche tras noche, ella siempre era el centro de atención y el objeto de los deseos sexuales de Gregorio, de quien nunca habría pensado algo así. Pero cuando ya se planteaba abandonar esas experiencias hirientes e inútiles, en el que iba a ser su último intento, se vio en una pesadilla en la que aparecía Luis en un estado lamentable, cubierto de sangre y en la que le pedía a Gregorio que cuidara de ella.

Elisa irrumpió en aquel sueño como un vendaval, saliendo de la clandestinidad del observador pasivo y, tomando las riendas de ese sueño ajeno, se apoderó de él y convirtió la pesadilla en un sueño placentero. En ese otro mundo, donde los sueños no son sueños, Elisa devolvió a Luis a la vida, una vida fantástica pero tangible a la vez y, determinada a no dejarle marchar de nuevo ni alejarse de él, decidió quedarse para siempre junto al hombre con quien había compartido más de veinte años de vida.

Cuando Gregorio despertó, no podía comprender cómo había podido soñar algo tan opuesto a sus deseos. Como si de una premonición se tratara, llamó a Elisa con la excusa de interesarse por su salud. Elisa seguía en la cama, le dijeron, ya le darían recado de su llamada y se la devolvería cuanto antes.

Ese día Elisa no despertó. Quienes la vieron, dijeron que parecía estar descansando con tal expresión de placidez en su rostro que hasta parecía que sonreía.
 
 

 

4 comentarios:

  1. Qué buena historia Josep, la he leído muy complacida y me ha entretenido muchísimo.
    La protagonista llego al sueño más profundo, al que cada cual quisiéramos llegar para no sufrir las penas del cuerpo ni las del alma.
    Tu imaginación es inagotable y en cuanto me descuido has escrito más de un cuento, con esa pluma tan expresiva e ilustrada que tienes.
    Me ha gustado mucho y volveré a leer el anterior.
    Un abrazo.

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  2. Va a rachas; hay días que no me vienes las ideas y otros que incluso me vienen estando en la cama, por la noche o de madrugada, y tengo que levantarme para anotar la idea, no sea que a la mañana siguiente se me haya olvidado. Me lo paso muy bien imaginando cosas pero me satisface casi más saber que hay quien también se lo pasa bien leyéndolas.
    Muchas gracias por seguirme leyendo.
    La historia anterior es un poco durilla, creo yo.
    Un abrazo.

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  3. Respuestas
    1. Vaja, tu per aquí? És un gust que m'hagis visitat i llegit. Ja saps, aquí tens un racó per llegir històries curtes (i espero que entretingudes) quan vulguis desconetar.
      Una abraçada.

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