domingo, 19 de enero de 2014

Un viaje alucinante



Cuando me lo comunicaron, tuve que reprimirme para no dar un salto de alegría. El proyecto, tantos años aplazado y silenciado por diversas causas, por fin iba a ver la luz y yo sería un protagonista de excepción. El comandante McGregor sería el piloto y yo sería su único acompañante a bordo. Que a él le ofrecieran ese honor no era de extrañar pues era el más veterano del grupo, pero yo, aun albergando muchas esperanzas, tenía serias dudas. Pero, con esta decisión, todos mis esfuerzos y sacrificios se veían finalmente recompensados.

Al fin iba a viajar en el tiempo y sólo dos personas habían sido las elegidas. Ahora sólo debía esperar a conocer nuestro destino. Lo estamos estudiando –fue todo lo que me dijeron. Crucé los dedos. ¿Adónde me enviarían?

¿Al futuro? ¿Al año 4628? Uau, ¡qué pasada!, fue todo lo que se me ocurrió decir cuando me lo notificaron. Y ¿por qué esta fecha en concreto?, pregunté, ya repuesto de la agradable sorpresa. Pues porque la máquina sólo puede, de momento, lanzar a los tripulantes hacia un año que sea múltiplo o divisor del actual. Así pues, para no tener que demorar nuevamente el lanzamiento -ya resolveremos este inesperado inconveniente más adelante-, debíamos enviaros al año 4628 o al 1157, en plena edad media, y hemos preferido el futuro pues, mientras el pasado no nos depararía ninguna sorpresa, del futuro nos podéis traer observaciones interesantes y, sobre todo, útiles. Hemos descartado épocas más remotas porque no lo consideramos necesario y no sabemos cómo respondería la nave –fue la explicación que dio el Dr. Graves, director del proyecto.

Hacía años que había entrado a formar parte del equipo de investigación de la Agencia Espacial pero trabajando en otro proyecto paralelo, el de la tele-transportación. Sin embargo, mi contribución al “proyecto estrella”, como le llamaban, había resultado tan decisiva que decidieron incorporarme a él. Me lo gané a pulso, lo mío me costó, pero no garantizaba poder formar parte de la tripulación.

Fueron muchos los candidatos y me habían elegido a mí, Karl Simpson. No quise preguntar los motivos, no fueran a dudar de mi buena disposición y le concedieran a otro ese privilegio.

Me informaron que, mientras que el comandante McGregor se quedaría en la nave, en mí recaería la tarea de deambular por los alrededores pero sólo debía actuar como simple observador y grabar todo lo que viera durante mi “paseo”, sin intervenir para nada. Mi presencia no sería detectada gracias al disgregador de partículas desarrollado en el proyecto en el que yo había estado trabajando previamente y que nos dotaría, a nosotros y a la nave, de invisibilidad durante todo el proceso, que se estimaba de unas 24 horas como máximo.

De lo que no me informaron fue de la enfermedad en fase terminal del comandante McGregor y de que ese había sido el motivo de que le destinaran a esta misión pues ya nada tenía que perder y le habían asegurado una pensión de oro para su viuda y sus herederos. Eso me lo confesó, movido por un vano arrepentimiento de última hora, el propio comandante, poco después de aterrizar. Pero ésta no fue la única sorpresa que me esperaba. Aun recuerdo sus palabras.

-Lo lamento, hijo, pero no vamos a volver. La máquina no está preparada para ello. Sólo ha sido un viaje de ida. Siento que te hayan metido en esto pero, de haberse sabido la verdad, nadie se habría presentado voluntario. ¿Quién en su sano juicio habría aceptado sin saber lo que le depararía un futuro desconocido y sin regreso posible? No estaban dispuestos a demorar más el lanzamiento pues, de no hacerlo ahora, los de arriba amenazaban con cortar la financiación sine die. El Dr. Graves pensó que, al fin y al cabo, tú no tienes nada que perder, a nadie que llore tu ausencia, pero hizo mal, muy mal, lo sé, y me siento culpable por no haber hecho nada para impedirlo. Pero ahora ya no hay vuelta atrás, ya está hecho. Tan pronto como hayas vuelto de tu paseo por ahí fuera, enviaré el informe y el vídeo a la base y esperemos a que lo que nos espera aquí no sea demasiado malo. Al fin y al cabo, a mí me quedan unas semanas de vida pero tú eres todavía tan joven... De veras que lo siento.

Pero si ellos no me habían confesado la verdad, yo tampoco había sido franco pues les había ocultado un detalle crucial: yo no viajaba al futuro sino que regresaba a él y ellos me habían brindado, sin saberlo, esa posibilidad que temía perdida.

Menos mal que mi plan funcionó, sólo tuve que manipular el buscador de años de tal modo que únicamente funcionara en múltiplos o divisores de la fecha de partida. La única duda que tuve fue si decidirían viajar hacia el pasado o hacia el futuro, y a qué año en concreto, pero estos humanos son tan previsibles...

El engaño del que fui objeto es una prueba más del egoísmo de esa humanidad cruel y destructiva a la que he aprendido a detestar y que no se merece seguir viviendo. Pero, paradójicamente, gracias a esto, me sentiré aliviado, libre de esos remordimientos que llegué a sentir mientras iba construyendo, a sus espaldas, con nocturnidad y alevosía, como ellos dicen, la prueba falsa de un futuro plácido como el que esperan ver.

A fin de cuentas, les pagaré con la misma moneda. Las imágenes que les enviará el comandante McGregor no son más que un hábil montaje, son de lo más anodinas: edificaciones y naves singulares, todo eso que se espera del futuro, al más puro estilo de sus películas de ciencia ficción, para que no sepan la verdad, para que no vean quiénes acabarán habitando su planeta, para que sigan por el sendero de la autodestrucción y no modifiquen el curso de la historia, desapareciendo de la faz de la tierra, que es lo que merecieron, lo que necesitaron mis semejantes para existir y este planeta para sobrevivir.

No sé si algún día esos humanos engreídos y estúpidos lograrán saber la verdad, que en el siglo XLVII su querido planeta está habitado por nosotros, los karlendonianos, pertenecientes a una antigua civilización, supervivientes de la gran explosión que acabó con nuestro sistema solar, incansables buscadores de un mundo habitable y pacientes repobladores de este pequeño planeta, en el que la desolación y la muerte eran sus únicos moradores. Procuraremos que nunca lo sepan.

Por fin puedo volver a mi aspecto original y con mi gente pero no sé qué será del comandante McGregor. Siento lástima por él. Espero que acepten curarlo de esa enfermedad que hace siglos dejó de ser mortal entre nosotros. Ojalá no hagan con él como con los últimos especímenes humanoides que encontraron mis antepasados al llegar. Me sabría mal que le salvaran la vida para luego utilizarlo como conejillo de indias.

Pero ahora debo reunirme con mi equipo, que hace tres años que no saben nada de mí. Tendré que permanecer durante un tiempo en observación, en una sala de aislamiento, para evitar cualquier tipo de contaminación y adaptarme nuevamente a estas condiciones ambientales, me someterán a un chequeo exhaustivo y que espero que me devuelvan la capacidad para tele-transportarme. Luego, me pedirán que haga un informe de mi aventura para que quede constancia en los Anales de la Agencia Espacial Karlendoniana. La de trabajo que me espera.
 
 
 

4 comentarios:

  1. Wow Josep Mª !!! Te has superado a ti mismo , me ha encantado...

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  2. Gracias, mi querida prima y lectora. Es que eso de viajar en el tiempo es muy emocionante, si sale bien, claro.
    Besos.

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  3. Increíble imaginación e increíble historia que he leído con mucho gusto, porque además tu expresión escrita me parece particularmente, genial.
    Un gusto pasarme por tus letras.
    Un abrazo.

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    1. Me costó un poco atar algunos cabos sueltos, hasta que decidí escribir una especie de guión que me ayudara a describir la historia de un modo más entendible y menos literario y que evitara caer en contradicciones o absurdos, errores muy habituales en los relatos de ciencia-ficción. Finalmente, me gustaron tanto estas notas, que las publicaré como epílogo.
      Gracias por visitarme y un abrazo.

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