viernes, 7 de febrero de 2014

El vuelo US4225


Salió con mucho retraso por culpa de una tormenta de verano que amenazó con dejarles incomunicados. Tras varias horas de incertidumbre, a las 10:55 p.m., el Boeing 737 alzaba el vuelo cortando los espesos nubarrones que, desafiantes, no pronosticaban nada bueno.

El vuelo US4225, de la US Airways, de Nueva York a La Habana, tenía una duración aproximada de 3 horas y treinta y ocho minutos pero el mal tiempo prometía un viaje más lento a la par que movido.

Al pasajero del asiento 32F no le preocupaba tanto la tormenta como el hecho de que ese vuelo atravesara el triángulo de las Bermudas y eso le traía a la memoria aquel otro Boeing 737 de la misma compañía que, años atrás, tuvo un percance en esa zona que casi les costó la vida a todos sus ocupantes. Pero esos eran los gajes del oficio de un comercial, viajar y viajar de un sitio para otro y en cualquier época del año, en las más adversas condiciones meteorológicas, tomando vuelos sin cesar y alojándose en hoteles fríos y vulgares.

Tras el servicio de bar y una comida rápida, fría y escasa, tan pronto como el personal de vuelo hubo atenuado las luces de cabina, nuestro pasajero se dispuso a echar un sueñecito durante esas dos horas y algo que faltaban hasta el Aeropuerto Internacional José Martí. Eran las 12:15 y, exhausto, cerró los párpados dejándose llevar por el ruido de los motores y las voces amortiguadas de algún que otro pasajero. Lo último que oyó antes de dormirse fue una voz, alta y clara, que decía: “Atención, les habla el capitán. Llevamos una hora y veinticinco minutos de vuelo. Hemos alcanzado una velocidad de crucero de 375 millas por hora y volamos a una altitud de 30.000 pies. En breve sobrevolaremos el famoso triángulo de las Bermudas pero no tienen nada que temer (aquí, el tono era de sorna). Vamos a entrar, eso sí, en una zona de turbulencias, así que abróchense el cinturón de seguridad y mantengan el respaldo de su asiento en posición vertical y la mesa plegada”. Al ocupante del asiento 32F no le dio tiempo de oír nada más pues cayó, acto seguido, en un profundo sueño.

Cuando despertó, las luces de cabina estaban encendidas al máximo y las azafatas deambulaban de un extremo a otro del pasillo retirando las bandejas de la comida. Miró el reloj y las manecillas marcaban las 12:15. ¿Cómo era posible? ¡Si cuando  decidió echar una cabezadita era exactamente esa hora! Dio unos golpecitos al cristal de la esfera del reloj por si se hubiera parado pero parecía funcionar correctamente. Preguntó a una de las azafatas, quien le confirmó que sólo llevaban una hora y veinte minutos de vuelo y le preguntó si quería un poco más de café.

Confuso y aturdido, nuestro amigo pensó que había sufrido una ensoñación, que quizá se había quedado traspuesto y todo había sido un sueño fugaz. Pero aún  así, no le cuadraba lo de la hora. De todos modos, decidió reclinar su asiento y se dispuso a dormir.

Al cabo de escasos minutos, las luces se atenuaron y, dejándose llevar por el rumor de los motores, buscó el descanso reparador, momento en que, por el sistema de intercomunicación, una voz masculina decía: “Atención, les habla el capitán. Llevamos una hora y veinticinco minutos de vuelo. Hemos alcanzado una velocidad de crucero de 375 millas por hora y volamos a una altitud de 30.000 pies. En breve sobrevolaremos el famoso triángulo de las Bermudas pero no tienen nada que temer (aquí, el tono volvía a ser de sorna). Vamos a entrar, eso sí, en una zona de turbulencias, así que abróchense el cinturón de seguridad y mantengan el respaldo de su asiento en posición vertical y la mesa plegada”. El ocupante del asiento 32F no escuchó nada más pues tal era su sorpresa que su cerebro no era capaz de procesar lo que estaba ocurriendo. ¿Acaso se trataba de un déjà vu? ¿Una premonición quizá? ¿Una visión? ¿O se estaba volviendo loco?

El efecto del alcohol que había tomado antes y durante la comida debía estar haciéndole efecto pues le pesaban los párpados y no pudo evitar quedarse nuevamente dormido.

Una violenta sacudida le despertó. Debían estar cruzando la tormenta. Abrió los ojos para, con total incredulidad, ver el ajetreo de las azafatas que, con el carrito, retiraban las bandejas de los pasajeros. Pero ¿qué estaba ocurriendo? Se quitó las gafas, se restregó los ojos, que le escocían de sueño y cansancio, y, al mirar su reloj de pulsera, comprobó, atónito, que pasaban quince minutos de la medianoche.

Recostándose una vez más, indulgente y resignado, cerró nuevamente los ojos esperando a que las luces volvieran a atenuarse y que la voz del capitán volviera a anunciar lo que ya sabía, que iban a entrar en el famoso triángulo de las Bermudas. Pero ¿saldrían alguna vez?
 
 
 

5 comentarios:

  1. Wow !! Me encanta !! Siempre he leido , visto o escuchado relatos sobre el Triángulo de las Bermudas con expectación.. me ha gustado mucho ...

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  2. Agradezco mucho vuestros amables comentarios pero, sobre todo, que sigáis viniendo a leer mis relatos y dediquéis un instante para dejar vuestra huella.
    Un abrazo para las dos.

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  3. Sorprendente relato, ¿Sabes?, me ha recordado con esa repetición del sueño o lo que fuera que pudiera pasar en el Triángulo de las Bermudas, a la película de: El día de la marmota, que siempre que se levantaba el protagonista, era el mismo día.
    Me ha gustado mucho, otra genialidad de las tuyas.
    Un abrazo.

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    1. Debe de ser horrible entrar en un bucle como éste y tener que repetir cada día las mismas cosas. Si por lo menos fueran cosas buenas...
      Gracias por tu visita.
      Un abrazo.

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