sábado, 10 de mayo de 2014

¿Qué ha sido de ellas? (La niña con poderes sobrenaturales, 3ª y última parte)


Pasó una semana y Don Saturnino se había dado a la fuga sin mediar explicación alguna, Don Mariano, y lo que fuera que se había apoderado de él, seguía, supuestamente, encerrado en la sacristía, el excelentísimo señor arzobispo, seguía sin soltar prenda, y Ángela y su hija seguían en paradero desconocido, seguramente todavía en poder del maligno.

Como la situación se hacía aun más insostenible y no se podía eternizar, en una asamblea extraordinaria convocada con urgencia en ese bar del barrio que se había convertido, de la noche a la mañana, en el cuartel general de la resistencia contra el maligno, se decidió, por unanimidad, contratar los servicios de alguien mucho más experimentado que ellos en estas lides de localizar y ahuyentar poderes del más allá.

Tras muchas discusiones, se llegó, por fin, a un consenso: se solicitaría la ayuda de Iker Rodríguez, el prestigioso director y presentador del famoso programa de televisión sobre temas paranormales y, paralelamente, se contrataría a un equipo de caza-fantasmas. Todo ello costaría un dineral pero, por el bien de todos, valía la pena intentarlo.

Enterado de este plan el señor arzobispo, dio, por primera vez, señales de vida alzando la voz contra lo que, a su entender, podía ser una profanación de un templo, al dejar en manos de personal no eclesiástico ese menester. Además, alegó, temía que un tema de esa magnitud se convirtiera en un circo, un espectáculo que atrajera a una multitud de curiosos, reporteros y cámaras de televisión, todos ansiosos por conocer y ver en directo el desarrollo de los acontecimientos. La noticia podría, incluso, llegar a los medios de comunicación internacionales, algo que no deseaba de ningún modo. No quería ni imaginar qué diría la Santa Sede de todo ello. Pero falto de una idea mejor y de exorcistas locales experimentados y de confianza, accedió muy a su pesar, pidiendo, eso sí, el máximo cuidado y respeto por el continente y el contenido de la casa del Señor, es decir de la vieja y lúgubre parroquia del barrio.
Iker Rodríguez, atraído por la publicidad y el mayor caché que ello le otorgaría, se acercó al lugar de los hechos, paseó su careto por todo el barrio, interrogando a todo hijo de vecino y firmando un montón de autógrafos. El equipo de caza-fantasmas, por su parte, apareció con una auto-caravana, para estudiar el terreno y elaborar un plan.

Pero, cuando el presidente de la asociación de vecinos, revestido de poderes para liderar el movimiento vecinal, aclaró, al grupo de expertos venidos de Madrid, que no se trataba de grabar psicofonías o apariciones, ni siquiera de atrapar a unos espíritus burlones sino de ahuyentar al mismísimo diablo, o diablos, porque no se sabía muy bien de cuántos se trataba, y liberar a su rehén o rehenes, porque tampoco se sabía cuántos eran, todos los llamados a protagonizar el evento más famoso de la historia de las ciencias ocultas declinaron participar en la refriega. Uno porque alegó que lo suyo eran los fenómenos paranormales, no demoníacos, y los otros porque, evidentemente, el objeto de su caza no eran precisamente fantasmas, su especialidad.

Así pues, después de tanta planificación y recaudación de fondos para aquel excelso y arriesgado propósito, los vecinos tuvieron que pensar en un plan B.

Quien llevara a cabo tamaña hazaña tenía que ser, como había dicho el señor arzobispo, un eclesiástico, un religioso, un hombre de fe, porque las mujeres quedaban descartadas, por supuesto. Y pensando, pensando, apareció el infeliz que sería llamado a la diestra de Dios Padre, porque lo más probable es que no saliera de ésta. ¿Quién era el elegido? “¡El padre Armando! –gritó Don Gustavo, el farmacéutico-, ¡cómo no se me había ocurrido!”. “¿El padre Armando? –gritaron los demás contertulios reunidos alrededor de una mesa del bar-, ¿y quién es ese?”

El padre Armando era un viejo cura escolapio que había sido profesor de religión en los años sesenta en el colegio de la Ronda de San Antonio, al que el farmacéutico habían ido de chaval Ahora, el padre Armando vivía sus últimos días de vejez en una residencia para sacerdotes a la que Don Gustavo solía ir a visitarle regularmente. El carácter amable y zalamero de ese cura siempre le había agradado y aquél, por su parte, sentía por aquel niño tan espabilado y estudioso un cariño especial, sentimiento que aun hoy en día conservaba, así que cualquier cosa que Don Gustavo le pidiera, seguro que se lo concedía, y más tratándose de algo así. Sería la última buena y ejemplar acción de su vida.

“El padre Armando, además de un santo varón, es un valiente, no como Don Mariano, que por mucha cultura que tenga ha demostrado ser un gallina -enfatizó Don Gustavo-. Se lo pediré y seguro que no rechaza la oportunidad de ser el artífice de este acto tan heroico. Mañana mismo iré a verle y ya lo veréis –concluyó, dando un puñetazo sobre la mesa, haciendo tambalear los vasos y tazas en ella dispuestos.

A los pocos días, un anciano enjuto, vestido con sotana, con una boina calada hasta las orejas y apoyado en un bastón tan viejo como él, escrutaba, con suma atención, la fachada de la vieja iglesia, como si quisiera ver algo invisible a los ojos de los demás, y hablaba, gesticulando en exceso, a un atribulado Don Gustavo, que asentía con gravedad y cara de circunstancias.

Debía esperar a la noche, le dijo, momento propicio para contactar con los malos espíritus y las fuerzas del mal, y debía hacerlo solo, sin contar con ningún acólito que pudiera interferir y, sobre todo, salir mal parado en el violento enfrenamiento que, sin duda, tendría lugar tras esas gruesas paredes.
“Volved mañana por la mañana y veremos, o veréis, si he tenido éxito. Ahora déjame a solas que tengo que prepararme concienzudamente” –fueron las últimas palabras que el anciano dirigió al farmacéutico antes de que éste se apresurara a poner en antecedentes a sus convecinos.

A la mañana siguiente, a primera hora, una multitud de vecinos, congregados ante el solar que ocupaba la iglesia, no podían dar crédito a lo que veían. Donde hasta ayer estaba la parroquia del barrio, no había más que un gran cráter humeante, cual volcán latente cuyas fumarolas indican una erupción recientemente extinguida.

No hace falta decir el revuelo y la estupefacción que este hecho insólito y único en la historia de la humanidad causó en el vecindario y en la opinión pública y, tal como el arzobispo predijo, aunque por motivos bien distintos, todos los medios de comunicación, nacionales e internacionales, se hicieron eco de lo que se acabó calificando como un milagro por unos y por un acto demoniaco sin parangón por otros. En lo que sí coincidieron todos fue en que, fuera quien fuera el brazo ejecutor de aquel prodigio y fuera donde fuera que había enviado a aquellas pobres almas (que Dios las tenga en su Gloria), el caso quedaba zanjado y ya podrían respirar tranquilos para siempre, pues en aquel barrio, por lo menos, no volvería a ocurrir semejante atrocidad.

Ahora duérmete, Pedrito, que ya es muy tarde. Pero ¿por qué me miras con esa cara? ¿Acaso no te ha gustado esta historia?

Es que…no sé abuela, yo quería un cuento como los que me cuenta mamá. Esto que me has contado es muy raro y no he entendido muchas cosas. Además, me ha dado miedo y ahora no podré dormir. ¿Y dices que es una historia que pasó de verdad, lo del demonio y todo eso? ¿No me engañas?

No hijo, no. Pero no tengas miedo y duerme tranquilo, que no pasará nada, yo me quedaré a tu lado hasta que vuelva tu madre. Y también está Ursus.

Ángela apaga la luz de la mesilla de noche, se sienta en un rincón de la habitación, bajo la atenta mirada del perro guardián, y cierra los ojos aun sabiendo que no descansará. Quizá no debería haberle contado esa historia al niño, pues es muy pequeño y todavía no está preparado para asimilarlo. Cuando sea mayor, ya se lo contarán todo. Al fin y al cabo, tiene todo el derecho a saber quién es su padre.

En la oscuridad de la habitación, los ojos de Ursus se iluminan con ese brillo rojizo que siempre despiden cuando está al acecho, mientras Ángela rememora aquel aciago día en que, siendo peluquera, sucumbió a esa fuerza brutal e irresistible que se apoderó, primero de su hija y luego de ella. Aunque, después de tantos años, ya se han acostumbrado, o debería decirse resignado, madre e hija siguen preguntándose qué será de ellas.
 

2 comentarios:

  1. Me parece una narración estupenda Josep, como te he dicho en otras ocasiones podrías escribir un libro...
    Creo que me he perdido las dos primeras o por lo menos no me acuerdo, con lo cual no me he enterado muy bien de la trama, pero me ha encantado tu forma de expresarlo.
    Un abrazo.

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  2. La primera la publiqué el 14 de marzo con el título "la niña con poderes sobrenaturales" y la segunda el 14 de abril con el título "Qué ha sido de Ángela". De hecho, son unas narraciones bastantes transgresoras pues aplico un fondo humorístico (o al menos eso pretendí) a algo que pretende ser una historia de terror con la religión como telón de fondo. Parece que la fórmula o este género no es muy del agrado de mis lectore/as habituales pues, salvo tu, nadie ha dejado ningún comentario,. Aun así, yo sigo con lo mío, pues estoy a punto de publicar una nueva entrega de terror peor esta vez mucho más en serio.
    Gracias por tu visita y me alegro que te gusten las "tonterías" que escribo.
    Un abrazo de miedo.

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