lunes, 21 de julio de 2014

Una dura decisión


Nunca debió hacerlo. Nunca se hubiera imaginado actuando de este modo. Está profundamente avergonzado y arrepentido y no puede conciliar el sueño por culpa de sus remordimientos. ¿Por qué tuvo que hacerle caso? ¿Acaso se había vuelto loco? Siempre tan sensato y, en esta ocasión, se dejó manipular sin pensar en las consecuencias. Tenía que haber pensado que alguien más lo podía descubrir y le amenazaría con delatarle. Pero ahora ya es demasiado tarde, ya no hay marcha atrás. No hay restitución posible. ¿Qué dirán todos cuando se sepa lo que ha hecho? Tiene que confesar, no hay otra salida si no quiere vivir este tormento toda su vida.

No puede soportar más la tortura que le supone guardar silencio, pero el temor a la reacción de sus amigos, de sus vecinos, de la gente que le conoce y que le tenían por una buena persona, no es nada comparado con el que le produce solo pensar en la reacción de sus padres, que tanto se han preocupado por su educación y que tanto han confiado en él. No quiere siquiera imaginarse sus caras de profunda decepción cuando se enteren de la verdad. Sus padres no se merecen esto. Pero antes de que lo sepan por otro, si es que el chantaje se cumple, prefiere ser él quien se lo cuente y dé su versión de los hechos. Quizá, de este modo, le acaben, si no comprendiendo, sí al menos perdonando.

Como el cobarde que es, prefiere, sin embargo, una confesión por escrito pues no se siente capaz de aguantarles la mirada de hacerlo cara a cara, así que les dejará una nota en la mesa de la cocina para que la lean al día siguiente, a la hora del desayuno. Lo que pase luego, cuando él aparezca por la puerta, lo deja en manos de la Providencia.

Así pues, coge una hoja de papel y escribe, con mano temblorosa, su terrible confesión:

Queridos papá y mamá:
Siento mucho daros este disgusto pero no puedo soportarlo más y tengo que confesaros la verdad: Os mentí, no fue Chusky, como os hice creer, quien se comió el pastel de mi cumpleaños, fui yo quien lo robó. Lo siento mucho, yo no quería, pero una niña de la clase me obligó a hacerlo. Tenía que regalárselo y demostrarle así lo valiente que era si quería salir con ella.

Pero Guillermo, con la mirada borrosa por las lágrimas fijada en su confesión, toma, de repente, una firme y dura decisión: dar la cara como hacen los hombres de verdad. Eso sí que es ser valiente y no parapetarse tras un papel.

Y haciendo trizas la hoja que tiene en sus manos, arroja los pedazos a la papelera y se tumba en la cama pensando que mañana, después de confesárselo todo a sus padres, romperá con Marina pues no vale la pena salir con una niña tan egoísta y marimandona. ¡Si con ocho años es así, cómo será cuando sea mayor! Y al imbécil y celoso de Miguel que le den morcilla. Si pensaba chivarse, se quedará con las ganas, y si tanto le gusta Marina, se la regalo.
 
Imagen: "El grito", de Edvard Munch.
 

2 comentarios:

  1. Jajaja, muy gracioso y entrañable el relato Josep. Que inocencia la de los niños, y este con sus remordimientos a los ocho años, seguro será un honrado caballero.
    Aunque me repita cien veces, te diré que me gusta mucho este arte que tienes de expresión.
    Un abrazo y buen fin de semana.

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    1. Hola Elda. No sabes cómo agradezco tus comentarios siempre tan benevolentes y motivantes. Gracias por venir a leerme y dejarme tu inestimable opinión.
      La pérdida de la inocencia es, desgraciadamente, el peaje que debemos pagar para traspasar la barrera de la infancia.
      Un abrazo.

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