jueves, 2 de octubre de 2014

La entrevista


Era una entrevista muy importante, la más importante de su vida. Aunque se consideraba bien preparado para superar cualquier trampa que el entrevistador, un tipo duro y sin escrúpulos, le habían dicho, sin duda le tendería, no podía evitar sentirse angustiado. Casi no había podido pegar ojo en toda la noche y los breves instantes en que se había quedado dormido, extraños sueños le despertaron. Todo ello no eran más que señales de su miedo ante una situación tan comprometida. Aquella mañana, se había levantado muy cansado y con un humor de perros.

Tenía que presentarse a esa entrevista despejado y entero de ánimo; de lo contrario, la impresión que daría a su interlocutor sería nefasta y ya podía dar por perdida esa oportunidad única que se le había presentado a última hora y que no quería dejar escapar. El aspecto es sumamente importante en cualquier tipo de entrevista, lo sabía, pero la actitud serena y de seguridad es una pieza clave para ganarse el respeto y la confianza de los que ostentan un cargo de poder, especialmente en un campo tan complicado y competitivo como en el que pretendía introducirse. Tenía conocimientos más que suficientes pero, en estos casos, la actitud suele pesar más que la aptitud.

Pero ya no era momento de pensar sino de actuar pues ya se encontraba en esa sala de reuniones dónde se decidiría su futuro, esperando a que se abriera la puerta y apareciera quien representa, hoy por hoy, un poder indiscutible en un mundo hecho para los ambiciosos. Necesitaba ese empleo, cambiar de trabajo, de aires, aunque ello supusiera una traición a su jefe actual, que tanto le había enseñado. Pero necesitaba sentirse realizado y estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta para ganarse el puesto. Estaba tenso, demasiado. Debía controlarse. Sus manos húmedas  y su frente perlada de sudor delatarían su inseguridad y eso le hundiría. Tenía que evitarlo a toda costa pero por mucho que restregara las palmas de sus manos en el interior de los bolsillos del pantalón y se secara el sudor de la frente con esos pañuelos de papel que habían dejado sobre la mesa como si adivinaran lo que le iba a suceder, seguía transpirando sin parar. Pero es que, además, no estaba acostumbrado al calor y en ese despacho hacía un calor infernal.

Como su entrevistador se demoraba, pensó que aún tenía tiempo para intentar relajarse. Tras comprobar que no había ninguna cámara grabando (sabía que esa gente solían estar al acecho en todo momento), se levantó, se quitó la chaqueta, practicó unos estiramientos, respiró profundamente diez veces, flexionó las piernas, agitó repetidas veces sus brazos y se dirigió hacia la ventana para dejar entrar el aire frio de la calle, que bajaría su temperatura corporal y evaporaría el sudor de todo su cuerpo. Pero la ventana resultó ser impracticable y no pudo llevar a cabo su propósito, así que tuvo que recurrir al autocontrol, lo que siempre, hasta entonces, le había dado tan buenos resultados.

Y funcionó. Al cabo de unos minutos, estaba notablemente más calmado y parecía que había controlado su sudoración y ese pequeño temblor en las manos. Pero pasaba el tiempo y nadie acudía a su encuentro, no se oía ni un susurro en toda la oficina. ¿Se habrían olvidado de él? No podía ser. Sería ridículo que después de todo por lo que había pasado, esa secretaria se hubiera olvidado de anunciarlo a su jefe. No le quedaba más remedio que preguntar y salir de dudas. Vio que había pasado más de media hora, por lo que nadie podía recriminarle que saliera del despacho para pedir una explicación. Necesitaba obtener ese puesto pero no estaba dispuesto a que lo ningunearan. Ya había sido demasiado sumiso, humilde y manejable en el que había sido su trabajo hasta ahora. A fin de cuentas, sabía que allí querían a gente decidida y sin reparos, así que no tenían porqué censurarle que pidiera explicaciones.

Cuando abrió la puerta, se encontró con una oficina totalmente vacía. Las luces seguían encendidas pero no había nadie donde poco antes había una actividad frenética. Un reloj de pared marcaba las 9:30 horas. ¿Cómo era posible, si él había llegado alrededor de las seis? No podía haber transcurrido tanto tiempo desde que le dejaron sentado esperando. Consultó de nuevo su reloj-calendario de pulsera y vio que, efectivamente, eran las nueve y media, pero… ¡del martes 7 de Octubre! ¡Pero si la entrevista era el lunes 6 de Octubre, de eso estaba completamente seguro! Lunes, no martes. ¡Si había pasado todo el fin de semana con los nervios a flor de piel esperando al maldito lunes!

¡¿Qué estaba ocurriendo?! No entendía nada. Decidió salir de allí a toda prisa o acabaría volviéndose loco, si es que ya no lo estaba. Así pues, volvió a la sala para recoger su chaqueta pero cuando entró vio sentado, a la cabecera de la larga mesa, a un hombre que le miraba con una sonrisa socarrona.

Tras la sorpresa inicial, el joven candidato iba a balbucear una disculpa, sin saber muy bien por qué, cuando el hombre le invitó a sentarse junto a él con un ademán que más bien parecía una orden. Tras unos segundos escrutándole como si quisiera descubrir algún signo de debilidad en ese joven del que tanto le habían hablado, por fin habló.

-La paciencia es una virtud en esta empresa. Quien algo quiere, algo le cuesta, y por lo que he visto, parece que realmente deseas trabajar con nosotros. Pero antes, contesta a mi pregunta: ¿Cuál es el motivo para que quieras cambiar de bando? –le preguntó con una voz cavernosa.
-Llevo casi treinta años trabajando para los de arriba pero ya no me siento realizado, ya nadie me escucha, nadie me hace caso, me siento frustrado pues mis esfuerzos no dan fruto ni son recompensados. Creo que con ustedes puedo ser mucho más útil –contestó el joven tragando saliva.
-Muy bien, muy bien –dijo el hombre, con cara de satisfacción-. Desde luego, trabajo no te faltará. Por fortuna, cada vez hay más gente inclinada a hacer el mal, solo les falta un empujoncito. ¿Cuándo puedes incorporarte?
 
 

6 comentarios:

  1. Bajó al mismo infierno, ¿no, Josep Mª? Muy buen relato.

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    1. Sí, es que en el infierno hay muchas más ofertas de trabajo, mejor remuneradas y con contrato fijo!!!
      Gracias por seguir leyéndome y dejándome tus amables comentarios.
      Un abrazo.

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  2. Vaya! que final más sorprendente.
    Genial como siempre, tus historias son estupendas en cualquiera de los temas.
    Me encantó leerte nuevamente.
    Un abrazo.

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    1. Siempre me han gustado las sorpresas aunque, eso sí, las agradables. Pero a la hora de fabular, me inclino casi siempre por las... inquietantes.
      Un abrazo.

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  3. Me gusta cómo lo has escrito y cómo nos has levado hacia esa sorpresa final tan interesante… Yo también creo que no le faltará trabajo. ¿Podría ser un modo terminar con el paro? ;-)

    Un fuerte abrazo

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  4. Muchss gracias, Mari Carmen por tu comentario y, efectivamente, yo tambièn creo que, por desgracia, esa sería una forma "eterna" de acabar con este maldito paro.
    Un abrazo.

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