lunes, 27 de abril de 2015

Las cuatro y cuarto


Desde el accidente, hacía ya de eso un mes, Víctor se despertaba cada día, sin excepción, a las cuatro y cuarto de la madrugada con una terrible sensación de ahogo. Enseguida volvía a dormirse pero no dejaba de ser extraña la exacta repetición de ese fenómeno. Cada vez que, al despertarse, miraba el reloj digital, éste indicaba siempre las 04:15 a.m.

Cuando se lo comentó a su médico, éste le dijo que podría ser un trastorno postraumático, al igual que la ligera amnesia que padecía, y le recetó un somnífero suave para que pudiera dormir de un tirón. Víctor así lo hizo pero a la cuatro y cuarto volvió a abrir los ojos sin ninguna explicación aparente. Cada vez que se despertaba, prestaba atención por si oía o detectaba algo extraño. Pero resultaba totalmente inútil.

Decidió, entonces, poner en práctica la única estrategia que podría resolver el enigma: mantenerse despierto hasta las cuatro y cuarto para comprobar si sucedía algo que justificara lo que le ocurría.

Así pues, una noche se quedó levantado hasta muy tarde mirando la televisión, pero los ojos se le cerraban y temía quedarse dormido; se puso a leer aquella novela que le tenía tan atrapado pero el libro se le caía de las manos cada dos por tres; pensó en prepararse una taza de café bien cargado pero rechazó al instante la idea porque luego no podría conciliar el sueño y tenía que levantarse temprano; podía salir a dar una vuelta pero el frío de aquellos días de invierno acabó disuadiéndolo. Finalmente, pensó que lo más práctico sería irse a la cama y poner la alarma del despertador cinco minutos antes de las cuatro y cuarto.

Así lo hizo y a las cuatro y diez en punto, le despertó el zumbido agujo e intermitente del aparato. Encendió la luz y esperó.

Unos segundos antes del momento decisivo, la puerta del dormitorio de abrió, dejando entrar un aire suave y frío. A Víctor, los pelos se le pusieron de punta. Totalmente incapaz de mover un dedo, se quedó inmóvil mirando fijamente a la puerta, con la manta subida hasta la barbilla.

Aterrorizado, sintió unos ligeros pasos que se le aproximaban pero no veía nada. Hasta que cayó en la cuenta. Tenía que ser el gato, ¿quién si no? Al incorporarse, vio, a los pies de la cama, aquellos ojos, que siempre le habían impresionado, mirándole fijamente. Era él pero su cuerpo había adquirido proporciones desmedidas, y justo cuando el reloj de la iglesia daba un cuarto, saltó sobre la cama. Mostrándole los afilados colmillos y arqueando el lomo en señal de desafío, emitió un bufido escalofriante. Antes de que Víctor pudiera echarlo de un manotazo, el animal huyó hacia la puerta y desapareció en la oscuridad.

Por fin Víctor había descubierto el origen de sus prematuros despertares. ¿Cómo no había pensado en ello? Lo que no entendía era por qué sucedía siempre a la misma hora. Ahora solo quería descansar. Estaba agotado y la cabeza le daba vueltas. Apagó la luz dispuesto a seguir durmiendo pero algo, que no sabía explicar, le inquietaba. Aquel gato se parecía al suyo pero tenía algo extraño. Había algo que no cuadraba. De pronto, saltó de la cama como impulsado por un resorte. Abrió la luz. La puerta estaba cerrada y el gato… pero ¿qué gato? ¡Si estaba muerto! Hacía un mes que había muerto, en el accidente, de madrugada, a las cuatro y cuarto.
 

 

6 comentarios:

  1. Qué buen relato, Josep, es escalofriante!! Si añadimos al argumento el hecho de que me dan mucho miedo los gatos, ya puedes imaginar el resultado. Creo que habría tenido que mudarme para tratar de espantar a ese gato que ya no existe, al menos entre los vivos...

    Me encantó, comparto encantada!!

    Un abrazo y feliz lunes :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias, Julia, por venir, leer, comentar y compartir. Casi nada!
      Un abrazo y feliz semana.

      Eliminar
  2. Un relato muy bueno con ese giro final sorprendente. Me ha gustado mucho.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro que te haya gustado y te agradezco tu visita y tu comnetario.
      Un abrazo.

      Eliminar
  3. Josep Mª, me ha encantado el enigmático relato. ¡Bien dicen que los gatos tienen siete vidas!... Alguna de ellas tenebrosa, como la de este relato.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues según tengo entendido, los gatos ingleses tienen alguna más (ocho o nueve), así que imagínate lo que pueden llegar a hacer.
      Agradecido por tu visita y me alegro que te haya resultado satisfactoria.
      Un abrazo.

      Eliminar