martes, 6 de octubre de 2015

Todo empezó y acabó en verano (2ª parte)


Aun la veo subiendo por las escaleras que daban al dormitorio, contoneándose como una modelo en la pasarela y a cada paso despojándose de alguna prenda, la pashmina de seda, el cinturón de piel, los zapatos de talón de aguja, lanzándolas indolentemente a lo largo del camino.

La voluptuosidad de sus movimientos al desnudarse me puso al borde del colapso emocional. No sé si sería por el efecto del alcohol o de la sobreexcitación que me embargaba pero sentía todo mi cuerpo arder y temblar a la vez. Su desnudez superó con creces mis expectativas. La rotundidad de sus formas, hasta entones mal disimuladas por su ceñida vestimenta, superaba lo que mis ojos habían vaticinado, Allí, sentado al borde de la cama, observaba embobado una escena que me recordaba a Siete semanas y media pero sin banda sonora. No puedo describir con palabras lo que siguió. Dos cuerpos en uno, agitándose y vibrando a la par en una danza lasciva y feroz hasta la extenuación, hasta que el último clímax mitigó nuestras urgencias, dando paso al sosiego y a la luz del día. Fue…. Sublime, quizá sería el término más apropiado.

Todavía tengo grabada la escena de mi marcha: su cuerpo desnudo, medio oculto por la sábana, mostrando la espalda tersa y dorada por el sol y una pierna asomando por un costado; el brazo izquierdo acomodando su mejilla derecha y dejando su hermoso perfil cubierto por el pelo enmarañado; los labios entreabiertos como pidiendo ser besados. Esa imagen era, en la penumbra envolvente, una  visión dulce y erótica a la vez. Le di un beso en la sien susurrando un “hasta luego”, emitió un leve gemido, y abandoné la casa con sigilo, esperando volver a verla, al cabo de unos días, en su despacho.

Al llegar a casa me acosté para liberarme de la resaca que todavía me aturdía. Dormí hasta el mediodía y al despertar mi primer pensamiento fue hacia ella, desando ya volver a verla. De repente caí en la cuenta. Según me había dicho la noche anterior, volvía esa misma mañana a Barcelona para reanudar sus quehaceres profesionales y, imbécil de mí, no tenía su dirección ni el número de teléfono de su oficina. ¿Cómo iba a verla sin saber su paradero? Quizá Joan sabría darme razón de ella y dónde podría encontrarla.

-¿Ágata? ¿Aquella morenaza despampanante de ojos verdes con la que te vi tan embelesado? –contestó Joan cuando le pregunté por ella, no sin un deje de desafecto-. Ni idea, pero si quieres puedo preguntárselo a nuestro anfitrión.

Al cabo de unos días –dejé pasar un tiempo que me pareció prudencial- me presenté en la dirección que Joan me había facilitado no sin antes advertirme que fuera con cuidado con aquella mala pécora. Tras preguntar por Ágata a la recepcionista de lo que resultó ser, para mi sorpresa, un bufete de abogados, ésta me hizo aguardar en una sala de espera. Si bien me extrañó esa circunstancia -¿qué podía hacer una agente literaria en una oficina de picapleitos?-, no pensaba en otra cosa que volver a verla. Al cabo de unos minutos apareció por la puerta, mucho más informal pero igualmente elegante, con un semblante turbado. Yo, que esperaba una expresión de alegría por la sorpresa del grato encuentro, me encontré ante una mujer que parecía querer asesinarme con la mirada.

-¿Se puede saber qué haces aquí? ¿Cómo conseguiste esta dirección? –me espetó sin apenas darme tiempo a saludarla.
-Yo, pues… venía a verte –contesté abrumado por sus inesperados modales.
-¿Para qué? ¿No me dirás que te creíste que era una agente literaria? –preguntó con sorna.
 
Y como viera que mi expresión confirmaba su sospecha, añadió:

-¿De verdad? No te creía tan ingenuo. Solo fue una forma de entrarte, vamos, de ligar. Siento haberte defraudado pero, si quieres, puedo darte la dirección de un par de agentes que…

Ya no oí nada más, mis oídos se negaron a seguir escuchándola. Di media vuelta y me marché de allí como huyendo del diablo. ¿Mala pécora? Joan se había quedado corto. Algo debió oler que yo no supe apreciar.

A Joan no le conté la verdad, por supuesto; temía que se burlara de mí y, aun peor, que aprovechara para tirarme los tejos.

Todavía sigo buscando quien se interese por mi novela y ya no frecuento mucho Palamós, así que he perdido la pista de Joan y, por supuesto, de Ágata. Pero al menos me queda el recuerdo de aquella experiencia apasionante y apasionada. En las noches de soledad, me recreo en la imagen de aquel cuerpo de ninfa que me dio tanto placer aunque solo fuera por unas horas. Acabo de empezar una nueva novela que titularé “Todo empezó y acabó en verano”. Supongo que adivináis en quien me inspiraré.

 
FIN
 
 

8 comentarios:

  1. Como bien dice el protagonista, al menos tuvo esa experiencia apasionante y apasionada... y quizás su nueva novela sí resulte un éxito :)

    Tu relato pone de manifiesto que las mujeres pueden tener conductas tan lamentables como los hombres cuando de conseguir lo que quieren se trata. Una pena que para "ligar" creamos que tenemos que mentir y engañar en lugar de ir con la verdad por delante...

    Muy buen relato, Josep. Ameno, entretenido, interesante... me ha gustado mucho!

    Un abrazo.

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    1. En tono más vulgar podría decirse aquello de "que me quiten lo bailao" pero, en el fondo, mi amigo siempre recordará con más ahínco la parte negativa de su experiencia.
      Para prever el comportamiento y las motivaciones de "algunas" mujeres, hay que ser un experto en el trato con el género femenino, que no débil, y el pobre chico era muy inexperto en esas lides.
      Me alegro que te haya gustado el relato y gracias por comentarlo.
      Un abrazo.

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  2. Un placer haberte leido
    Un texto magnifico
    .Nos llevas de la mano
    en una aventura que podría haber sido real
    Y si tuviste suerte lo fue

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    1. Los deseos no siempre se hacen realidad pero los recuerdos perviven y si estos son buenos, mejor. Por ello es preferible ver las cosas desde el lado positivo y quedarse con lo bueno de la vida.
      El placer ha sido mío al verte por aquí.
      Un abrazo.

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  3. Jajajaja, a las mujeres hay que entenderlas, y entender que el que dijo que eran el sexo debil......se equivoco.

    Un abrazo amigo.

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    1. De sexo débil nada de nada.
      Más vale no cruzarse con una Ágata como esta si no quieres sufrir. Aunque lo único que sufrió nuestro amigo fue una desilusión.
      Muchas gracias mcf por venir a visitarme y comentar.
      Un abrazo.

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  4. Muy buen texto, Josep, que para mí, aparte de lo que se ha comentado, describe muy bien la tendencia del ser humano a culpar a los demás cuando sus expectativas no se cumplen. Tan culpable es el que engaña, como el que sigue adelante a pesar de la sospecha por un interés, como el que mira hacia otro lado sabiendo de qué va el juego.

    Abrazo y feliz semana!!!!!

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    1. Así es, Mª Jesús, aunque nuestro joven escribiente pecó más de iluso que de aprovechado. Si bien tuvo la tentación de aprovecharse de las circunstancias (una hermosa y seductora mujer que, para más inri, era agente literaria, o eso creía) aplazó su interés profesional por unas horas de placer. Pero el placer se tornó en una agria desilusión al verse utilizado. El cazador fue cazado de una forma más vil.
      Un placer volverte a ver por estos lares.
      Un abrazo.

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