Cuando
compramos aquella vieja casona del pueblo donde solíamos veranear, con la
intención de rehabilitarla y convertirla en nuestra residencia habitual, la
gente nos miraba con cara aviesa. Al principio pensamos que sería porque no les
gustaba que unos forasteros se hicieran con una propiedad que había pertenecido
a una insigne familia de la comarca, tal como indicaba el blasón
que lucía en la fachada. La vivienda, un edificio del siglo XVIII, había permanecido
deshabitada durante cien años, de ahí que estuviera en tan mal estado. ¿Qué
mejor que volverla a su estado original y conservarla en perfectas condiciones
habitándola? La gente de pueblo tiene a veces cosas muy raras.
Un
día, uno de los vecinos vino a vernos. Nosotros estábamos recorriendo las
dependencias, junto con un arquitecto técnico, para tomar nota de los
desperfectos y las modificaciones que considerábamos necesarias para hacerla
habitable y cómoda.
“Esta
casa está maldita”, nos dijo sin ningún reparo. Ante nuestra cara de estupor,
se reafirmó añadiendo que si nos quedábamos a vivir allí no dormiríamos tranquilos
ni una sola noche por culpa del espíritu que la habitaba, motivo por el cual
nadie había querido comprarla. Su antiguo propietario y morador había sido un
hombre famoso, pero no solo por su linaje sino también por su maldad. Se decía
que su alma había quedado atrapada entre esas viejas paredes. ¿Qué interés
podía tener aquel vecino en hacernos creer esas paparruchas? ¿Por qué esa advertencia
para que no nos quedáramos a vivir allí? Lo dicho: la gente de pueblo tiene a
veces cosas muy raras.
Cuando
por fin pudimos habitarla, mucho después de lo esperado y tras un dispendio mucho
mayor de lo previsto, comprobamos que lo que aquel hombre nos había dicho parecía
cierto. La casa temblaba, todas las noches, desde los cimientos hasta la
chimenea más alta. Por raro que parezca, acabamos acostumbrándonos a ese
ajetreo nocturno, incluso a los poltergeists que, de vez en cuando, acompañaban
a esas violentas vibraciones. Si todo ello respondía a algo paranormal, no nos
amedrantaría. La inversión que habíamos hecho era de tal cuantía que valía la
pena resistir aquella incomodidad. A las pocas semanas, dormíamos como un
tronco; no había temblor ni ruido capaz de desvelarnos. Mientras la casa no se
viniera abajo, no corríamos ningún peligro. Hay que temer más a los vivos que a
los muertos, nos decíamos. Habíamos reforzado a conciencia los cimientos,
paredes y vigas; las tejas y el maderamen eran mayoritariamente nuevos. No
teníamos nada que temer. El espíritu, si merodeaba por la casa, se cansaría y
nos dejaría en paz.
Dicho
y hecho. A las pocas semanas de resistencia pasiva por nuestra parte, todo
volvió a la normalidad. O eso creímos.
Llegó
el verano y con él nuestras vacaciones. Aquel año no teníamos previsto ir de
viaje, pues nuestros ahorros habían quedado muy mermados después de la
inversión realizada en la restauración de nuestra nueva vivienda, pero el
hermano de mi mujer nos invitó a pasar con ellos quince días en la playa. “Está
muy bien el aire de la montaña, pero el yodo y la brisa marina son aún más
saludables”, nos dijo. Así que hicimos las maletas y cerramos la casa a cal y
canto.
Al regresar,
no había casa, solo cascotes y maderas quemadas. Un pavoroso incendio lo había
devorado todo. “Como no dejasteis ninguna dirección ni teléfono de contacto, no
pudimos avisaros”, nos dijo el alcalde.
Los
bomberos no hallaron ninguna prueba que demostrara cómo se había originado el
incendio. No se había producido ningún cortocircuito, la luz estaba
desconectada, todos los aparatos electrodomésticos estaban, por lo tanto,
inactivos, y se descartaba un posible atentado, pues, en primer lugar no existía
ningún móvil ─¿quién iba a desear perjudicarnos de ese modo?─ y, en segundo
lugar, no se había hallado restos de ningún producto combustible. “Quizá un
rayo. Hace seis noches hubo una tormenta eléctrica del carajo. Si su póliza del
seguro cubre la caída del rayo, podrán recuperar gran parte del dinero que se
gastaron y construirse una casa nueva” ─remató la máxima autoridad del pueblo.
Desposeídos
de nuestra vivienda, tuvimos que alojarnos en un hotelito cercano, donde
emprendimos los laboriosos trámites para poder cobrar de la Compañía Aseguradora.
Aun así, andando sobrado de tiempo libre, pues seguíamos de vacaciones, se me
ocurrió indagar, por curiosidad más que por superstición, quién fue ese antiguo
propietario de la casa y cuya fama ─buena o mala─ había llegado hasta nuestros
días y cuyo espíritu había estado supuestamente incordiándonos desde el día que
nos instalamos en ella.
Para
ello tuve que trasladarme a la capital de la comarca e indagar, en el archivo
histórico, entre legajos en un estado deplorable. Solo me habían dicho que al
antiguo propietario se le conocía como el Marqués de Robles o algo así. Tras
toda una mañana de intensa búsqueda di con el árbol genealógico del Marquesado
de Roures, en el que la línea sucesoria terminaba con Agustín Roures Marzá
(1858-1918), hijo único de Armando Roures Castillo (1818-1883), hijo, a su vez,
de Raimundo Roures Monsanto (1770-1828) y este de Ramón Roures Traver, el primer
Marqués de Roures (1743-1793), quien hizo construir la casa familiar en 1783,
en la que vivirían cuatro generaciones de Roures antes de que nosotros la
compráramos. Había dado, pues, con él. Roures, en catalán y valenciano,
significa Robles. Quizá se hubiera castellanizado su apellido y de ahí que la
gente del lugar le conociera como Robles. Además, habían transcurrido cien años
de su muerte y la memoria de los actuales habitantes del pueblo bien pudiera
haberse diluido. Pero el blasón que coronaba el documento no dejaba lugar a
dudas.
Agustín
Roures, bisnieto del primer Marqués de Roures y último propietario de la que había
sido nuestra casa hasta quedar reducida a escombros, fue la oveja negra de la
familia. Nunca llegó a casarse. Su padre le desheredó por su mala vida y peores
costumbres. Al fallecimiento de este, Agustín, que contaba con veinticinco años,
se quedó prácticamente arruinado, teniendo en cuenta el estilo de vida al que
estaba acostumbrado. Excepto la casa familiar, todos los bienes (tierras y
dineros) fueron donados por Armando Roures a la Iglesia. En una nota
apergaminada se decía que, viéndose en la ruina, Agustín, de reconocido mal
carácter, había jurado quemar todo lo que su padre le había arrebatado. El caso
fue que, al poco, los campos y bosques legados al arzobispado ardieron de forma
descontrolada, al igual que la iglesia y la ermita del pueblo, beneficiadas por
los donativos del marqués fallecido. Siempre se sospechó de Agustín, pero no se
hallaron pruebas incriminatorias. Este vivió hasta el día de su muerte, a los sesenta
años, recluido en su caserón, subsistiendo con lo que obtenía de la venta de
sus cuadros, joyas, candelabros, muebles, y enseres de todo tipo, y, se intuía,
de alguna que otra fechoría por cuenta ajena. Varios fueron los incendios
provocados por aquella época en iglesias y monasterios a los que se creía que
el padre de Agustín había favorecido económicamente. Todos sospechaban que
detrás de aquellos hechos estaba la mano de “El marqués pirómano”, como algunos
le apodaron. En vida dijo en más de una ocasión que nadie se beneficiaría de lo
que consideraba suyo, y que quien pretendiera arrebatarle lo que le
correspondía por derecho ardería como un leño en la lumbre. A las puertas de la
muerte dejó dicho que su casa debía preservarse como estaba hasta el final de
los días, y si alguien pretendía hacerse con ella, lo pagaría caro. Una
maldición como otra cualquiera, a la que no le doy más valor que a una leyenda
urbana.
Los
trámites con la aseguradora se están prolongando más de lo que esperábamos,
pues no queda claro que la causa del incendio fuera la caída de uno o más
rayos. Los peritos siempre tan escrupulosos. Nosotros dejamos el hotelito y
estamos viviendo en un piso de alquiler en nuestra ciudad de origen. No hemos
vuelto a poner los pies en el pueblo ni pensamos hacerlo. No es que creamos que
lo ocurrido fue obra del espíritu de aquel marqués pirómano, pero nos invade
una cierta aprensión. A la última persona que vimos antes de abandonar el
pueblo fue al vecino que nos advirtió del peligro de habitar la casona. Todo lo
que nos dijo fue que fuéramos con cuidado, que los espíritus suelen ser muy
vengativos, sobre todo los de aquellos que en vida fueron especialmente
malvados. Desde luego, la gente de pueblo tiene a veces cosas muy raras.
Hola José , ya se lo advirtió el vecino , pero ya le vale la maldición del marques . Me a gustado mucho tú relato .
ResponderEliminarTe deseo una feliz noche , besos de flor .
Pero como hay vecinos un poco raritos, a veces uno no sabe si creérselos, jeje.
EliminarMe alegro que te haya gustado esta historia.
Un beso.
No se si yo si fue fruto de la casualidad o verdaderamente fue una venganza por apropiarse de lo que no era de ellos desde el mas allá pero vamos una pena después del dinero invertido.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tú relato.
Un abrazo.
Nunca sabremos la verdad. Como en la vida real, no todo es como parece ser. Pero después de los temblores y del incendio inexplicable, hay motivos para pensar mal, jajaja. Una verdadera lástima que la ilusión y el dinero invertido se hayan ido al garete, pero mejor haber conservado la vida. Fue providencial que el cuñado les invitara a pasar unos días en la playa.
EliminarMe alegro que te lo hayas pasado bien leyendo esta historia.
Un abrazo.
Estos pueblerinos tienen cada cosa.
ResponderEliminarBuen relato.
Un abrazo.
Algunos incluso tiene mala leche. Este, en concreto, no sabría decir si iba de buena fue o no.
EliminarGracias por tu tiempo y por dejar tu comentario.
Un abrazo.
Ay si de vez en cuando escucháramos a los lugareños.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz finde.
Dicen que el diablo sabe más por viejo que por diablo. La sapiencia popular está en sus horas bajas, ya nadie hace caso a la gente humilde de los pueblos. Así les fue a mis protagonistas, jeje.
EliminarUn abrazo.
Si si cosas raras. Vaya historia, la verdad es que yo no creo ni dejo de creer en los espíritus, quizás más creo que menos por si acaso, jajaja.
ResponderEliminarMe ha encantado el relato, muy interesante y malvado por el ultimo marqués.
Pensaba que iba tener una continuación pero ya veo que lo remataste estupendamente.
Un placer la lectura. Un abrazo.
Yo también soy incrédulo por naturaleza, pero a veces hay cosas que ponen a prueba mi incredulidad. En esta historia hay muchos detalles sospechosos como para tomársela a broma. Y aun así, después de lo sucedido, parece que la pareja protagonista sigue dudando de la veracidad de las murmuraciones. ¡Hombres (y mujeres) de poca fe! jajaja.
EliminarSi habrá o no continuación dependerá de si el fantasma del marqués (si es que existe) vuelva a hacer de las suyas, jeje.
Un abrazo.
Caray con el marqués pirómano. Yo no creo en esas historias, pero tampoco las descartaría de plano, ja, ja. Siempre he pensado que “haberlas, haylas”, existen más cosas que las que nuestro intelecto puede aprehender y luego viene la aprensión.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato. Es curioso como atrapas desde la primera línea. Creo que influye la forma ágil y sencilla de tu literatura.
Un beso.
Los espíritus, al igual que las brujas, de haberlos haylos, jeje. Yo no he visto jamás ninguno ni he experimentado sus manifestaciones, así que, como Santo Tomas, si no lo veo...
EliminarPero hay gente que sí asegura haber presenciado fenómenos paranormales. Que cada uno crea en lo que quiera. ¿Realidad o sugestión?
Me alegra haber sido capaz de captar tu atención desde un principio. Esta es siempre mi pretensión, pero no siempre se logra. Muchas gracias por tu comentario.
Un beso.
Es complicado encontrar explicaciones coherentes a todos lo sucesos extraños que se dan en el llamado mundo del misterio, dicho de otra manera, tampoco parece ser fácil que los muy creyentes en "todos" los sucesos puedan demostrar la existencia de algo paranormal. Así que me parece un mundo perfecto para los relatos, libros o cine de género. En lo personal me gustan más los orientados al mundo del suspense que al del terror exagerado. Así que tu relato es de los míos y además con ese toque irónico hacia la gente de los pueblos que como en botica de todo hay. Un abrazo Josep.
ResponderEliminarEl mundo del misterio se presta a múltiples interpretaciones, dependiendo de la credibilidad de cada uno. Es como la ufología. Una cosa es que haya vida extraterrestre y otra que esos seres de otra galaxia nos visiten asiduamente sin saber muy bien con qué intenciones. ¿Abducciones? ¿Control? ¿Somos el resultado de una de sus pruebas experimentales? La literatura y el cine están plagados de especulaciones, pues es un terreno abonado a la imaginación.
EliminarMe alegro que este relato te haya gustado y que lo hayas incluido en el género del suspense, pues no era mi intención causar el más mínimo terror, jeje. De hecho, la ironía es una herramienta que sirve para desdramatizar cualquier relato de este tipo.
Un abrazo, Miguel.
Siempre se le achacan a las casonas abandonadas historias como que los fantasmas están o como dice Rosa Haberlos hailos. Muy buena historia y escrita como nos tienes acostumbrado con sencillez. Un abrazo.
ResponderEliminarLas casas viejas y abandonadas son el escenario idóneo para situar historias de fantasmas. Y los castillos más, jajaja.
EliminarDe niño veraneaba en un pueblo donde había una ermita en un estado de abandono tremendo. La de historias que circulaban sobre supuestos fantasmas. En el campanario habitaba una familia de lechuzas y por la noche su ulular me ponía los pelos de punta, jeje.
Un abrazo.
Pues mucho me temo que la pareja lo tiene regular con el tema de pólizas/seguros... no sé yo si la aseguradora cubre el 100% en estos asuntos... yo me preocuparía más por ese mundano tema porque siempre suele ganar la banca.
ResponderEliminarDesconozco como funciona el mercado inmobiliario en el más allá...pero me temo que el marqués pirómano oveja negra se ha quedado temporalmente sin casa, ahora será un espíritu aún más libre o en busca de alquiler jejeje... o vagabundea por el pueblo entre sus vecinos... o un "okupa"... quien sabe ;)
Fantástico relato compañero, eres mi dosis de intriga, suspense,...y de sorpresas, nunca sé si me voy a encontrar a un paliducho, unos amigos que no lo son, ... una sesión de espiritismo, una venganza ... disfruto mucho leyéndote, gracias por compartir. Un abrazo grande con olor a "papas arrugás con mojo" ;)
Las compañías de seguros siempre se las arreglan para no tener que pagar el precio justo. Habrá que leer la letra pequeña del contrato del seguro de esa vivienda, jeje.
EliminarY en cuanto al fantasma del marqués, de existir de veras, seguro que también se las apaña para meterse en la vivienda de alguien cuya familia, en el pasado, fue enemiga de la suya, que seguro que las habrá, jajaja.
Dicen, querida Cristina, que en la variación está el gusto. Pero el gusto de verdad es el mío al comprobar que mis relatos son capaces de, como mínimo, entretener.
Un abrazo de vuelta.
P.D.- Las papas arrugás con mojo picón están cada vez más cerca, jajaja.
Me encantan estas historias cuando el reloj avanza en la noche. Soy devoto de la literatura pulp, de aquellos relatos de Historias de la Cripta, la Dimensión desconocida... Esas historias que cabalgan entre lo irreal y lo mundano, que nos dejan esa duda acerca de la naturaleza de los hechos. Y este tipo de historias las dominas claramente. Prometes y das evasión que es lo que uno busca en la literatura. Un fuerte abrazo, Josep!!
ResponderEliminarLa duda suele dar lugar a múltiples interpretaciones de una misma cosa. La incertidumbre puede disparar la imaginación hacia un sentido o el opuesto. Yo, ante esta historia, solo puedo encogerme de hombros y afirmar que ignoro cuál es la verdadera explicación de los hechos, jeje.
EliminarMuchas gracias, David, por tus comentarios.
Un abrazo.
Hola Josep Mª, desde luego que las viejas casonas tienen mucha “enjundia” y da para mucha literatura, Me ha gustado especialmente el espíritu indagador del sujeto narrador, que ni cree, ni deja de creer, pero su manera de ser realista le empuja a meter la nariz en los archivos históricos, y también me gusta que hayas dejado en el aire el posible misterio.
ResponderEliminarDos sugerencias por si te sirven de ayuda Josep Mª:
En la frase en que escribes: “un edificio del siglo XVIII, había permanecido deshabitada durante un siglo,”la reiteración del siglo, con tanta cercanía ambas palabras, resulte repetitivo, creo que se resolvería si omitieras uno de los dos siglos. Ej: “Un edificio del XVIII, había permanecida deshabitada durante un siglo”, o bien, dejar el primer siglo, así: “un edificio del siglo XVIII, había permanecido deshabitado durante casi cien años”
Cuentas también que en el escudo se sugiere en el blasón de la fachada lo insigne de la familia primogénita... ¿cómo puede sugerirse?, claramente el blasón así lo indica, es el escudo de armas, el título familiar por decirlo de alguna manera, al igual que el blasón que coronaba el documento de los archivos que no dejaba lugar a dudas.
Hay dos vertientes en esta historia, una principal es la “maldición” de la que los vecinos están seguros de que existe y el clima de inquietud que se va creando con los ruidos y estremecimientos de la casona...en contraposición con los datos cotidianos y realista de la reconstrucción del caserón, posteriormente los trámites del seguro. Luego ya hay un in crescendo y todo se precipita.
Bravo por los datos del señor Conde y todas sus circunstancias históricas, y, repito, el final abierto me ha parecido un acierto.
Un abrazo Josep Mª, hasta muy pronto.
Muchas gracias, Isabel, por tus pertinentes sugerencias. Esos fallos... ¡Mecachis!
EliminarLo repetitivo del siglo se debe seguramente y a las sucesivas correcciones efectuadas en el texto, cortando y pegando, pues recuerdo que en un principio había escrito que hacía cien años que la casona estaba deshabitada. Debí cambiar esos cien años por un siglo sin percatarme de la reiteración. En cuanto a "sugerir", mi intención era decir "indicar", así que aquí hay un claro desliz. Como nunca es tarde para rectificar y rectificar es de sabios, voy a cambiarlo.
Aun con estos fallos, me alegra que el texto te haya satisfecho.
Un abrazo.
P.D.- Por cierto, era Marqués, no Conde, jeje.
No son fallos, son despistes, yo los tengo a montones... y claro que me ha gustado tu historia.
EliminarEso, Marqués, si ej que me confundo con los títulos nobiliarios esos, que soy más de la cosa pública, res-pública que de la monarquía ;)
Vaya con el marqués pirómano, no quedó piedra sobre piedra. La investigación me ha atrapado. Es lo primero que me viene a la cabeza cuando doy con un antigüedad, si la casa hablara...pero lo hicieron los vecinos y este protagonista no lo tuvo en cuenta, lo que no sepan los lugareños... Un abrazo y feliz verano.
ResponderEliminarTras unos muros tan gruesos y antiguos siempre quedan muchas historias retenidas, incluso leyendas. Yo, en el lugar de los nuevos propietarios, habría realizado una psicofonía, e ver si el espíritu del marqués se dejaba oír, jeje.
EliminarUno nunca sabe cuándo tiene que creerse las habladurías de los vecinos y si quien las escucha hace oídos sordos siendo verdaderas, pues entonces pasa lo que pasa, jajaja.
Un abrazo y felices vacaciones, Eme.