En esta ocasión he recurrido a un relato que escribí originalmente en catalán y que respondía a un reto planteado en una tertulia de escritura de la que formo parte. La consigna consistía en escribir un texto que contuviera las palabras sangre, música y trueno/trono (tró/tron en catalán). Esta última dualidad se debe a que en catalán el plural de trueno y trono es común (trons), quedando, por lo tanto, abierta la posibilidad de utilizar este número gramatical si así alguien lo deseaba. Espero que os guste.
Recuerdo cuando mi padre me lo contó. Yo tendría unos cinco años. No me lo podía creer, pero me juró que era
totalmente cierto.
—En nuestra familia
—comenzó a decir— existe una maldición que consiste en que cuando el
padre cumple sesenta y cinco años el hijo primogénito cumple veinticinco. Y así
será también en nuestro caso.
—Pero, ¿qué tiene eso
de malo? —inquirí.
—Pues que,
inexplicablemente, ese mismo día el padre muere y, de esa forma, su hijo heredero
ocupa su trono. Y así ha sido de generación en generación. Y así será cuando tú
cumplas los veinticinco años. Ya hace tiempo que lo tengo asumido, no pongas
esa cara.
El caso es que el día
de mi vigésimo quinto aniversario no se cumplió lo que había pronosticado mi
padre. Yo me había estado preparando todos esos años para reinar y todo se fue
al garete sin ninguna explicación. Ni mi padre se lo podía creer. Sin embargo,
se le veía aliviado por haber truncado lo que consideraba un destino familiar
inevitable.
Por lo tanto, tuve que
intervenir para corregir esa grave anomalía.
Tan supersticioso era
mi padre y tantas veces había pronosticado públicamente su fin, que todos
creyeron que su muerte había sido voluntaria para no acabar con la saga
familiar, algo que habría podido tener consecuencias nefastas para toda la
familia actual y su descendencia.
La daga con la cual
supuestamente se quitó la vida era la que ha ido pasando de padres a hijos
desde tiempo inmemorial, una daga que mi padre guardaba casi con devoción en un
cofre.
Recuerdo que cuando
alcé el arma asesina, mientras él dormía, resonó por todo el castillo un trueno
ensordecedor. ¿Un mal augurio o una señal de complacencia desde el más allá por
haber cumplido con lo que estaba escrito? Fuere como fuere, desde entonces los
truenos me producen pavor. Me recuerdan lo que todavía me atormenta y no puedo
olvidar.
Mañana mi hijo mayor
cumplirá veinticinco años y yo sesenta y cinco. Nunca le he explicado qué
comporta esta maldita coincidencia y creo que mi mujer tampoco lo ha hecho. Se
lo prohibí. Si el maleficio volviera a incumplirse, no quisiera que accediera
al trono como yo lo hice.
Hace días que me
despierta un trueno y a continuación oigo una música que me pone los pelos de
punta y que reconozco como la que sonó durante el sepelio de mi progenitor. Me
incorporo y veo que toda la cama está teñida de sangre. Sé que se trata de una
alucinación, pero parece tan real... ¿Qué significará todo ello? ¿Solo es una
pesadilla o una advertencia?
Esta madrugada he
vuelto a revivir la misma experiencia espeluznante. Pero en esta ocasión me ha invadido
de pronto un mal augurio. He saltado de la cama sin pensarlo dos veces y he
bajado al sótano. He abierto el cofre con manos temblorosas. Mi presentimiento
se ha hecho realidad: la daga había desaparecido.
Esta tarde, después de
la celebración de nuestro cumpleaños, le he preguntado a mi hijo si sabía dónde
estaba la daga familiar.
—Lo ignoro, padre —me
ha dicho. Y sin mediar más palabras, me ha dejado plantado en medio del salón
mientras los invitados se marchaban.
Pero no me lo creo. Sé
que se ha hecho el inocente. Sospecho que la tiene él para perpetrar el mismo
acto criminal que yo cometí hoy hace cuarenta años. He decidido, pues, que si
al término del día no muero repentinamente de forma natural, como marca el
maleficio, por la noche atrancaré la puerta de mi dormitorio. Cuando se lo he
contado a mi esposa, me ha mirado con una expresión que no he sabido
interpretar. Me ha parecido percibir en sus labios una sonrisa maliciosa.
Hola. La primera observación es que en el primer párrafo dices que un nino de cinco anos no podía creer lo que su papá le contaba. Esto es inverosímil, pues los ninos a esa edad lo creen todo y más si se lo cuenta su papá que para ellos es como un dios.
ResponderEliminarLo otro es lo de la cama banada en sangre...no lo aclaras pero creo que debe ser un sueno.
En general te puedo decir que, si bien la narración es fluida,hay cosas que todavía no me cuadran
Hola, Alí,
EliminarPor tus palabras entiendo que mi relato no te ha gustado, cosa que acepto de buen grado, como no podría ser de otro modo, faltaría más, pero permíteme hacerte las siguientes aclaraciones:
- La expresión “no me lo podía creer” no hay que interpretarla textualmente. Creo que tu apreciación es una cuestión semántica. En el contexto de esta historia no significa que el niño no crea a su padre, sino que no desea que lo que este le cuenta sea cierto. Si, por ejemplo, alguien te cuenta que tu vecino, al que conoces muy bien, ha asesinado a su esposa, seguramente exclamarás “pero qué me dices”, “no es posible”, o “no me lo puedo creer”, como indicador de incredulidad ante algo espantoso que preferirías que no fuera verdad. Son expresiones retóricas.
- En cuanto a si la visión de la cama ensangrentada es o puede ser un sueño, creo que esta posibilidad queda de manifiesto cuando se pregunta si todo ello se tratará de una pesadilla. Evidentemente, podía haber otras causas, como la enajenación mental, pero abundar en ello me parece irrelevante.
De todos modos, me da la sensación que has pasado por alto algo que considero crucial: que este relato pertenece, como digo en la introducción, al género fantástico y en el mundo de la fantasía creo que nada, o casi nada, es inverosímil.
Un saludo.
Hola Josep, no me extraña que el protagonista esté obsesionado después de lo que hizo, ahora queda por saber lo que le pasará a él después de la desaparición de la daga y la sonrisa maléfica de su esposa, la que seguramente tendría al tanto a su hijo.
ResponderEliminarMira, aunque lo escribieras en otra ocasión, el final te daría para seguir la historia y seguro que sería bien interesante, ya que tú imaginación es espléndida.
Un abrazo y buen fin de semana.
Hola, Elda. Dicen que el ladrón cree que todos son de su misma condición, y el protagonista hace bien en sospechar que su hijo obrará del mismo modo que él lo hizo. Supongo que si el heredero cuenta con la aquiescencia de su madre, en una confabulación a favor de la subida al trono de un hijo al que adora (eso es un añadido mío, je, je), lo que le depara al rey todavía vivo no es nada bueno.
EliminarPara desarrollar más esta historia tendría primero que remontarme a cuando esa familia fue maldecida por primera vez, por qué y por quién, y eso sería muy prolijo, je, je.
Muchas gracias por tu amable comentario.
Un abrazo.
Qué inquietante esa sonrisa maliciosa. Sospecho que su intento de salvarse trancando la puerta va a ser infructuoso.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato. Las maldiciones dan mucho juegos, tanto si se cumplen como si no. Si lo hacen, nak porque sin maldiciones y si no lo gacen, casi peor porque desconciertan mucho y se siente que algo falla en en el normal transcurso de los acontecimientos.
Un beso.
Una sonrisa maliciosa encierra muchas incógnitas, pero en esta ocasiñon creo que está claro el motivo, je, je.
EliminarMaldiciones y profecías dan mucho de sí, se cumplan o no se cumplan. Lo peor debe ser la espera para ver qué ocurre finalmente, ja, ja, ja.
Un beso.
Madre mía. No sé qué es eso que aparece escrito en el comentario. Se ve que no lo corregí. Creo que quería decir "si lo hacen mal porque son maldiciones", pero vete tú a saber.
EliminarEn mi familia también había una tradición. Si cuando el padre llegaba a los 45 años triplicaba la edad a uno de sus hijos, cuando cumplía 60 solo se la doblaba. A mí me sucedió con mi padre.
ResponderEliminarCoñas al margen, me ha gustado tu relato. Donde las dan, las toman.
Un abrazo.
Pues lo de que cuando el padre cumple 65, el hijo tiene veinticinco y el padre fallece (no el mismo día del cumpleaños) ocurrió dos veces en la familia de mi mujer, hace de eso muchos años. Ello me insoiró a escribir este cuento.
EliminarMi suegro (que por cierto falleció a los 49 años) me lo contó muchas veces y sentía alivio porque en su caso no se cumplía esa coincidencia. Pero mira tú por donde, la parca se lo llevó prematuramente y con eso lógicamente no contaba.
Me alegro que te haya gustado este relato.
Un abrazo.
Un relato con aire de leyenda que pone en vilo al lector para ver si el desenlace cumple la tradición. Esa sonrisa maliciosa es un gran recurso literario entre lo macabro y el humor negro. Un genéro, el fantástico, que con carácter general es el que más posibilidades para crear mundos nuevos y originales.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Josep.
Pues sí, esa sonrisa da lugar a un final abierto, aunque predecible, je, je.
EliminarLa fantasía abre, efectivamente, muchas puertas a la imaginación.
Un fuerte abrazo, MIguel.
Desde luego es inquietante para el protagonista saber si aquella tradición o profecía se va a cumplir, muy inquietante, pero me parece que intentar sellar el dormitorio no le va a servir de mucho porque me da la sensación que en su esposa y su sonrisa maliciosa, esta la respuesta.
ResponderEliminarGracias por este entretenido relato, que me hace muuuuuuuuuuuuucha falta.
Un abrazo.
En general, la espera de algo que no sabemos si finalmente va a ocurrir, suele ser exasperante, y en ese caso en concreto, además, aterrador. El hombre lo tiene realmente complicado, pues son dos las personas que desean que, de un modo u otro, se cumpla la maldita tradición.
EliminarMe alegra, Tere, que esta lectura te haya dado un momento de respiro a lo que estás pasando.
Un fuerte abrazo.
Ay qué nervios con la sonrisa maliciona. Algunas tradiciones es mejor no cumplirlas, jejeje. Me ha gustado mucho leerte, la verdad.
ResponderEliminarMuy feliz semana.
Esa sonrisa abre la puerta a una incertidumbre que augura un final sangriento, je, je.
EliminarMe alegro que ye haya gustado.
Que tengas también una feliz semana, Gemma.
Creo que esta maldición se ha convertido en tradición familiar para quitar de enmedio a los que ejercen el poder durante mucho tiempo. Sino se cumple, la daga es el remedio. Los políticos y altos cargos que se agarran como garrapatas a los sillones se lo pensarían dos veces antes de jurar (en falso) cargos públicos que les encumbran a los escaños para perrear vilmente.
ResponderEliminarMuy imaginativo.
Un abrazo.
Pues sí, Javier, es una maldición que ayuda a que se cumpla aquello de "a rey muerto, rey puesto", agilizando así el traspaso de poderes de un tirano a otro. Todos los tiranos (y políticos) hacen cola para alcanzar el poder soñado y si hay algo, o alguien, que les estorba para sus planes, ya hallarán el modo de quitárselo de encima.
EliminarUn abrazo.
Hola Josep , yo creo que si no lo mata su hijo , será la esposa. Muy bueno tu relato.
ResponderEliminarBesos de flor.
Hola, Flor. Por supuesto, el Rey tiene las horas contadas, independientemente de la mano que acabe con su vida.
EliminarMuchas gracias por pasarte.
Un abrazo.