domingo, 10 de noviembre de 2013

Las puertas III: Alberto

Primero fueron Las puertas, luego Al otro lado. Ahora le corresponde a Alberto contar la historia, una historia que aún no ha acabado.


El sábado, Marcos cumplirá seis años y Alberto no sabe qué regalarle a su hijo por su cumpleaños, un cumpleaños que no será todo lo feliz que debiera por culpa de la ausencia de Rosa. Sin Rosa ya nada es igual. Aunque digan que la vida debe seguir y Alberto se esfuerza porque así lo perciba su hijo, éste no deja de preguntarle, casi a diario, por su madre.

Alberto ya no sabe qué decirle pues la excusa del largo viaje ya no le sirve al niño, que empieza a sospechar que su padre le oculta algo inconfesable. Y nada es peor para Marcos que el hecho de que sus compañeros de colegio le digan, cruel o inocentemente, qué más da, que su madre les ha abandonado para siempre.

Alberto no soporta la idea de no volver a ver a Rosa. Hace tiempo que sus padres le insisten en que se tome unos días de descanso, pues no puede seguir en ese estado depresivo, por el bien del niño y por el suyo propio, y para ello dónde mejor que en su casa del Montseny, esa casa rústica que con tanto mimo restauraron antes de tener a Marcos. La tranquilidad y el aire puro le harán bien. Ellos se harán cargo del niño el tiempo que haga falta. Pero esa casa le trae a Alberto demasiados recuerdos y por eso y porque no puede permitirse el lujo de unas vacaciones, ha ido desoyendo la propuesta. Pero finalmente ha decidido que el próximo fin de semana irá con su hijo y celebrarán allí, de forma íntima, su sexto cumpleaños. Quizá pasar allí cuarenta y ocho horas sea para él una prueba a superar para enfrentarse a sus recuerdos y a sus fantasmas.

El lugar destila paz pero también recuerdos a raudales. El peor momento será, sin duda, por la noche cuando, sólo y terriblemente abatido, tenga que acostarse en esa cama que ahora sólo va a ocupar su agotado cuerpo.

El viernes por la tarde, frente a la puerta de la casa, con la bolsa de viaje en una mano y la llave en la otra, recorre con la mirada el terreno circundante y recuerda la última vez que la vio bajo el sauce, balanceándose en aquel viejo columpio que ya estaba allí cuando compraron esa vieja y destartalada casa, recuerda ese balanceo dulce y sensual que nunca más volverá a presenciar. Una vez dentro, dirige instintivamente la vista hacia la mesita rinconera que hay junto al ventanal que da al jardín, donde sigue estando esa fotografía que le hizo cuando eran novios y que piensa mantener allí como recuerdo de la esposa a la que tanto extraña.

Dos años hace ya de aquel inexplicable suceso, que siguen manteniendo en secreto a los miembros menos allegados de su círculo de amistades pues nadie entendería cómo Rosa pudo desaparecer de la noche a la mañana sin dejar rastro.

Mientras Marcos juega en el jardín, Alberto se sienta junto al ventanal y, con la fotografía de Rosa en las manos, deja vagar sus pensamientos por lugares y momentos más gratos. De pronto, Algo le devuelve al presente, el sonido de una puerta cerrándose en el piso de arriba, un chirrido suave seguido de un leve portazo. Luego, el más absoluto silencio. Quizá se dejó la puertas de su habitación entreabierta cuando subió a dejar la bolsa de viaje y el aire, jugando a filtrarse por las rendijas, ha hecho el resto.

Pero cuando, ya entrada la noche, y tras dar las buenas noches y arropar a su hijo, decide acostarse, comprueba, entre sorprendido y alarmado, que la manilla de la puerta de su dormitorio no cede y que, por muchos esfuerzos que hace, la puerta se resiste a franquearle la entrada que, dicho sea de paso, teme más que a la muerte.

¿Debió ser esa la puerta que oyó rechinar unas horas antes? ¿Cómo pudo haberse atrancado de ese modo? Aun sabiéndolo absurdo, pues no hay nadie más en la casa que él y su hijo, llama con los nudillos y, como no recibe respuesta -¿quién va a contestar?- decide desatrancarla a base de empujones. Pero no necesita mucho empeño pues a la primera embestida, la puerta se abre sin más, como si alguien la hubiera abierto desde dentro al tiempo que él empujaba, lo que hace que pierda el equilibrio y entre trastabillando hasta el mismo centro de la habitación.

Cuando comprueba que no hay nadie, que todo debe haber sido producto de la casualidad, le dice a Marcos que se duerma, que no ocurre nada, que ha tropezado sin querer, se quita los zapatos y se tiende en la amplia y mullida cama para relajarse pues sabe que el sueño tardará en acudir. Todavía vestido, cierra la luz, respira hondo e intenta dejar la mente en blanco. Pero una vez a oscuras y cuando empieza a sentir un peso en los párpados, de puro agotamiento, ocurre algo que, ahora sí, le asusta.

Por la rendija de la puerta del baño sale un haz de luz intensa y oye ruido en su interior, oye cómo corre el agua del lavabo, como si alguien estuviera aseándose. De forma irreflexiva pregunta, casi a gritos, quién hay mientras se incorpora y se acerca lentamente, con cautela. Aplica el oído a la puerta y, como oye un murmullo, decide entrar sin más. Cuando va a empuñar el pomo, éste gira de repente y la puerta se abre tan violentamente que Alberto no puede evitar dar un salto hacia atrás. Con el vello de todo el cuerpo todavía erizado, se arma de valor y entra precipitadamente plantándose frente a la pila, que está vacía y sin trazas de haber contenido ni una gota de agua en mucho tiempo. Antes de que Alberto pueda reaccionar, la puerta del baño se cierra estrepitosamente. Lo único que ahora oye Alberto es cómo su hijo grita a través de la pared preguntándole qué es lo que ocurre.

Y lo que ocurre a continuación es algo que se le antoja irreal: oye su voz, la voz de Rosa. Es ella, sin duda, y le está llamando por su nombre aunque no entiende bien lo que le dice. Se nota una voz angustiada, débil, suplicante. ¿Se estará volviendo loco? ¿De dónde viene esa voz? Agudiza su oído y se percata que procede del espejo. Acerca el oído hasta prácticamente tocar con él el cristal y, de pronto, algo surge del espejo, algo que no ve pero que le empuja violentamente hacia atrás, que hace que pierda el equilibrio y que se golpee la nuca contra la pared. Entonces todo se vuelve borroso, un pitido ensordecedor le perfora el cerebro y siente una sensación de vértigo que le lleva a desplomarse.

Marcos, asustado, corre raudo a la habitación de su padre para ver qué ha ocurrido. Lo que ve el niño al entrar es que la cama está sin deshacer y la habitación vacía y cuando intenta abrir la puerta del baño, pensando que su padre debe estar allí, ésta no se abre, está cerrada. Por mucho que Marcos llama a su padre y golpea la puerta con furia y desesperación, nadie le contesta al otro lado.

Al día siguiente, sábado, por la mañana, cuando los abuelos se presentan en la casa para pasar en familia el cumpleaños de su único nieto, encuentran a éste acurrucado en su cama, dormido en posición fetal y con el dedo pulgar en la boca, hábito adquirido tras la desaparición de su madre pero que ya habían logrado erradicar.

Cuando, tras escuchar atónitos lo que el niño les cuenta, logran abrir la puerta del baño del dormitorio de Alberto, sólo ven un baño vacío, un baño impoluto y desierto. De Alberto, ni rastro. Ellos tres son los únicos habitantes de la casa. Ellos tres y la bolsa de viaje de Alberto, que sigue sobre la cama.

Su sexto cumpleaños lo recordará Marcos como el más triste y angustioso de toda su vida. Dos años atrás había perdido a su madre de forma misteriosa y ese día a su padre de igual modo.

Por mucho que sus abuelos intentan suplir esa doble carencia, Marcos no deja por ello de pensar que algún día volverá a ver a sus padres, estén donde estén. De ello está seguro. Algo debe haber tras esas puertas y él lo averiguará, cueste lo que cueste.



7 comentarios:

  1. A mí si que se me ha puesto el vello de punta. Cuánto juego nos dan los espejos… Me ha gustado mucho. Felicidades.

    Un abrazo

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    1. Me alegro, Mari Carmen, que te haya gustado. A mí me gusta intrigar, como cuando les contaba a mis compañeros de clase historias inventadas. Ahora mi "público" ya está crecidito y con gustos mucho más cultos y "refinados" (y algunos hasta escriben mucho mejor que yo), así que me congratula saber que sigo interesando a alguien. Un abrazo.

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    1. Gracias Marisa por tu comentario. Me alagas. Eres una de mis más fieles seguidoras, así que no me queda más remedio que seguir, no sea que vayas a pasarte a la competencia. Besos.

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  3. Dios mío!!!, para que se me habrá ocurrido venir a leerte a estas horas de la noche, estoy sola y me ha dado miedo, como no me duerma la culpa la tienes tú por escribir tan fantástico, jajaja. Como sigas con esta historia tan estupenda, podrás editar un libro. ¡Qué imaginación!.
    Sobrecogedor, me ha encantado Josep.
    Mis felicitaciones y un abrazo.

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    1. Vaya, no había leído tu comentario que, como siempre, es tan halagador. No era mi intención hacerte pasar miedo, lo juro, sólo pretendía entretener y parece ser que lo he conseguido. Me alegro y gracias por invertir tu tiempo en la lectura de mis relatos. Un abrazo.

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