María está acodada en el alféizar de la ventana esperando ver a su enamorado. Como cada día, a la misma hora, le espera con el corazón en un puño. Desde hace unos días, sin embargo, Armando, el amor de su vida, no le regala los oídos con esas galanterías que a ella le erizan el vello de pura emoción. De hecho, no le dice nada, pasa sin siquiera mirarla y sigue su camino sin detenerse. ¿Acaso ya no la ama?
Hoy, cuando pase junto a su ventana, será ella la que le lance un requiebro. Lo ha leído en un librito de poemas y se lo ha aprendido de memoria. Aun así, teme que los nervios la traicionen, por lo que no deja de ojear ese corto pero precioso texto que lleva escrito en un pedacito de papel que sujeta con sus temblorosas manos.
Se hace tarde y Armando no aparece. Desde su ventana, María puede ver toda la calle hasta la plazoleta, esa en la se conocieron. No le ve. Oscurece. Son ya pocos los viandantes a aquellas horas. Y total solo son las ocho.
Las ocho. ¿Las ocho? A ver, a ver, piensa María. ¿Es a las ocho de la mañana o de la tarde cuando pasa Amando por delante de mi ventana? Claro, ¡qué tonta! Me he equivocado de hora. Es por la mañana cuando pasa por aquí, cuando va hacia el trabajo. ¡¿Cómo he podido equivocarme de este modo?! Llevo unos días haciendo la siesta y cuando me levanto pierdo la noción del tiempo y a veces no sé si es mañana o tarde. Ahora entiendo que pasara de largo. No era él. Sería algún buen mozo que se le parece. Si llevara puestos mis anteojos eso no hubiera sucedido. Qué le vamos a hacer, ¡soy tan presumida! Debo llevar varios días asomándome a las ocho de la tarde creyendo que son las ocho de la mañana. ¿Qué habrá pensado mi querido Armando cuando, al pasar junto a mi ventana, no me ha visto esperándole? Se habrá llevado una gran decepción, el pobre. Y yo que empezaba a pensar que se había olvidado de mí. ¡Podría haberme llamado para interesarse por mí, digo yo! Pero, claro, es tan indeciso. Aunque conmigo no lo es. ¡Las cosas que me dice! No sé de dónde las saca. Hasta me hace ruborizar y mira que no soy precisamente una mojigata. Es un desvergonzado pero me encanta que lo sea cuando estamos a solas. Para eso somos novios. Porque somos novios, ¿no? Ay, ay, ay, ahora no me acuerdo si ya somos novios o todavía solo es un pretendiente. Cuando le vea, se lo preguntaré.
―María, ¿otra vez asomada a la ventana? Vas a pillar una pulmonía. Además, te he dicho mil veces que no molestes al vecindario, que luego se quejan. Y ven al comedor, que la cena ya está servida y se enfriará.
―Pero mamá, si no hago nada malo. Solo miro por la ventana por si veo pasar a Armando. Si, si, ya sé que son casi las nueve de la noche. Me he equivocado de hora, qué quieres que te diga. Y no pongas esa cara que equivocarse es de humanos, digo yo.
―¿Armando? ¿Qué Armando, querida?
―Cómo que qué Armando. Pues Armando, mi novio. ¿Quién va a ser? Bueno ahora mismo no sé si es mi novio o solo es uno de mis pretendientes.
―María, cariño, que tú no tienes novio ni pretendiente alguno. Y deja de llamarme mamá, por favor.
―Pero ¿por qué no voy a llamarte mamá? ¿Es que ya no te gusta?
―No es que no me guste, es que no soy ni podría ser tu madre.
―Pero ¿por qué dices eso? No me asustes.
―Ay querida, pues porque, entre otras cosas, si lo fuera tendría ahora mismo más de ciento veinte años.
Y María, suspirando porque se cree incomprendida, cierra la ventana y se dirige al comedor. Después de cenar volverá a leer, como cada noche, el diario en el que, a lo largo de los años, ha ido anotando, día a día, sus aventuras amorosas. Buscará entre sus notas a Armando y así sabrá qué hay de verdad entre ellos.
En la cocina, su cuidadora también suspira deseando que, si llega a la edad de María, conserve la lucidez hasta el último momento de su vida.
*Imagen obtenida de internet
Qué bonito y triste relato, de esos que tocan la fibra y te hacen pensar que nos ocurrirá con el tiempo, además me ha recordado a mi madre.
ResponderEliminarGenial como siempre tu retorica.
Un abrazo.
Debe ser muy triste no acertar a comprender qué es lo que ocurre a nuestro alrededor y su sentido, no recordar tu pasado y confundir tu presente. Pero más duro debe ser que alguien que te ha querido y a quien has amado no te recuerde.
EliminarMaría vivía anclada a un pasado incierto, habitaba en un mundo de incertezas y fantasías. En otras palabras: vivía en su mundo.
Muy triste llegar a este extremo.
Muchas gracias y un abrazo.
Qué bonito, Josep. Tratas el tema de una manera muy sutil y elegante, pero sin dejar lugar a dudas de que la protagonista no es la joven enamorada y venturosa que ella se cree.
ResponderEliminarQué realidad tan dura son las demencias, y qué crueles para quienes las padecen. A ratos lúcidos a ratos inconscientes de sus propias circunstancias. Ojalá que nunca tuviéramos que conocerlas de primera mano.
Un ralato entrañable, me ha gustado muchísimo!!
Un abrazo.
Muchísimas gracias, Julia, por tus comentarios.
EliminarLa pérdida de la realidad puede, en cambio, hacer feliz por unos instantes a quien la padece, creyéndose vivir o revivir hechos felices. O quizás imaginar situaciones dichosas.
María vive en una burbuja que la aísla de la realidad cotidiana. A ratos será feliz, a ratos infeliz.
Creo que quien más padece los estragos de la demencia son los seres queridos que rodean al enfermo.
Una triste realidad.
Un abrazo.
Precioso texto, Josep, precioso.
ResponderEliminarCon cuánta ternura lo cuentas.
Me ha encantado.
Un abrazo.
María se remonta a una época pretérita, en la que vivió momentos y experiencias felices. Quizá ese Armando existió, quizá no. Pero María revive esos momentos en los que, siendo muy joven, tuvo pretendientes y amantes que la hicieron sentirse deseada.
EliminarEn la cordura se reviven esos instantes en forma de ensueños, pero que acaban devolviéndonos a la realidad. En la demencia, en cambio, se viven con total realismo. Una felicidad "irreal" pero una felicidad al fin y al cabo.
Muchas gracias, Fefa, por pasarte y dejar este amable comentario.
Un abrazo.
Me ha fascinado. Ese mundo en el que ella se sumerge ajeno al resto. Me has recordado a mi coleccionista. :)
ResponderEliminarUn abrazo.
A veces, vivir en una nube, aislado de la cruda realidad, tiene sus ventajas, siempre y cuando los que se vive en ella sean los episodios más felices del pasado.
EliminarTe agradezco, Soledad, que hayas visitado este blog y me alegro que te haya gustado lo que has leído.
Un abrazo.
Lo malo no es llegar a estar en ese estado, si no verse y reconocerlo, lo mejor que si por un momento recobra la lucidez, muy pronto volvera a su vida de fantasia, que posiblemente es la que le gustaria vivir.
ResponderEliminarFuerte abrazo, Josep.
Desde luego, quien no es consciente de su "desconexión" no sufre pues no percibe el grado de su enfermedad. Solo padece si en sus momentos de lucidez reconoce su estado mental. Mientras viva su fantasía puede llegar a ser muy feliz (o muy desgraciado/a si es una fantasía triste).
EliminarMuchas gracias, Francisco, por venir y comentar.
Un abrazo.
Un relato fantástico, Josep, para un tema tan triste como la pérdida de memoria y de los recuerdos.
ResponderEliminarAbrazo!!!
Muchas gracias, Mª Jesús, por venir a leerme y dejar tu amable comentario. Ciertamente es muy triste la pérdida de las facultades mentales aunque muchas veces lo es más para los que rodean al/la enfermo/a que al propio sufridor de esta lastimosa enfermedad.
EliminarUn abrazo.