jueves, 6 de abril de 2017

La casita blanca (Capítulo 3)



Si cierro los ojos y rememoro la escena, no puedo evitar sonreír. Pero, claro, visto así, desde una distancia de más de cincuenta años, las cosas se relativizan y lo dramático se torna ridículo o, incluso, patético. Debo reconocer, sin embargo, que, por un momento, sentí miedo.

Aun me veo de pie, plantada en medio del claro, inmóvil cual estatua de mármol, con Clara pegada a mis espaldas como una lapa, mirando por encima de mis hombros a aquel individuo que, encorvado y con su grotesca cara a dos palmos escasos de la mía, contaba una historia increíble aderezada con un hedor insoportable y algún que otro salivazo propinado por la falta de varios incisivos.

¿Sería un loco peligroso? ¿Qué era eso que contaba atropelladamente sobre un espíritu? Mientras hablaba, sus ojos nos miraban alternativamente. Cada vez que se dirigía a mi hermana, notaba como esta se encogía instintivamente. En cuestión de segundos, el hombre pasaba de la risa a la congoja. Debido a la fuerte impresión, solo logré entender que un espíritu malo habitaba en el bosque. Él vivía en la casa que habíamos descubierto y era el único en el pueblo que veía al fantasma y podía comunicarse con él, porque era su amigo ─recalcó─. Y como acabara su atolondrado relato con un alto y claro “corred, corred, marchaos de aquí”, no le dimos tiempo a añadir nada más pues ya corríamos como galgos, pero esta vez mi hermana delante y yo detrás.

Sabiendo, como supimos más tarde por nuestra tía, que el llamado Pedrito era inofensivo, sustituí el temor inicial por una mayor curiosidad. Quería saber qué había de cierto en lo que nos había contado “el loco del bosque”, como le bautizó Clara.

Pero, como dije antes, desde entonces tuve que prescindir de la compañía de Clara. No me sentí con ánimos, ni me pareció prudente, persuadir de nuevo a mi hermana, ni siquiera bajo coacción, para que volviera a acompañarme al bosque para hablar con más calma con Pedrito para que nos contara, con pelos y señales, la historia del fantasma del bosque. Mejor sola que mal acompañada, pensé.

Como, en el fondo, Clara estaba tan intrigada como yo, no puso demasiados reparos en que yo continuara, por mi cuenta y riesgo, visitándole, aunque me hizo jurar por todos los santos del santoral que si veía o notaba algo raro volvería a casa volando y que nunca tardaría más de la cuenta. De lo contrario, si nuestros padres notaban mi ausencia y preguntaban por mí, les contaría toda la verdad, aunque ello le supusiera compartir conmigo el peor de los castigos.

Nunca había hecho tanto ejercicio como durante aquellos días. Hacía el trayecto de ida y vuelta al galope. Una vez de regreso y a salvo en casa de tía Engracia, antes de salir de la habitación donde se suponía que había estado sesteando un par de horas, me refrescaba para eliminar todo rastro de sudor y acaloramiento gracias a un lavamanos con palangana y jofaina, que la tía había dispuesto en nuestros cuartos para el aseo diario y que por aquel entonces era un enser bastante habitual en las casas antiguas, especialmente en el medio rural.

Por la noche, ponía a Clara al corriente de lo que Pedrito que había contado a su manera y, debo añadir, contra su voluntad. Al principio me costó mucho averiguar más cosas del fantasma, a quien consideraba como una pertenencia que no quería compartir con nadie. Después del arrebato inicial en el claro, se mostraba reservado y asustadizo, mirando a diestra y siniestra, argumentando que si le veía hablar conmigo podría enfadarse. “Vete, vete”, repetía, manoteando en el aire como si yo fuera una mosca molesta y repulsiva de la que quisiera librarse. Todo ello lo atribuí a que aquel fantasma debía ser el único amigo, real o ficticio, que Pedrito tenía y temía que yo se lo pudiera arrebatar. De ahí que se empeñara en hacernos creer que era peligroso. Pero ¿existía realmente ese espíritu del que nos había hablado? Como niño que mentalmente era, me resultó muy fácil ponerme a su nivel y sonsacarle, poco a poco y con astucia, sus secretos, como él los llamaba. Yo, a cambio, le contaba los míos, bagatelas del tres al cuarto que cualquier niño hubiera considerado ridículas o intrascendentes.

En dos ocasiones no di con Pedrito y tuve que volver a casa con las manos vacías. Y todo por culpa de las truchas, su pesca y manjar favoritos, según pude saber. Me dijo que el mejor momento para cazarlas ─como lo llamó─ es a primera hora de la tarde, porque ─según él─ es cuando duermen la siesta y son presa fácil. Las arponeaba con una especie de lanza que él mismo había confeccionado. No sé cómo ni por dónde, pero bajaba al río, desafiando el abrupto barranco y ─siempre según su versión de los hechos─ en menos de media hora llenaba el morral con una docena de ejemplares. Supongo que en eso exageraba, como todos los pescadores. 

Necesité una semana de idas y venidas para esclarecer los hechos que, de forma un tanto disparatada y con su peculiar verborrea, me iba relatando Pedrito a regañadientes, sentados a la sombra de un árbol o en el desvencijado zaguán de la casita blanca. Fue al término de esa semana de confidencias cuando se produjo el “incidente”.

Yo no creía en fantasmas, pero la historia que me fue contando, cierta o inventada, era de lo más interesante. Su amigo fantasma ─como así lo definió─ llevaba muerto dieciocho años, cuando contaba con solo veintitrés. Se llamaba Ricardo y fue un soldado desertor del ejército republicano que, a finales de 1938, se escondió en esa casa que ya entonces estaba abandonada y que había pertenecido a un pastor que murió en el frente a principios de la guerra civil.

Ricardo estuvo refugiado allí unas pocas semanas, el tiempo que tardaron en descubrirle unos vecinos y delatarle a un grupo de milicianos ─al parecer los mismos que habían incendiado la ermita─, que estaban de paso por el pueblo y que lo sacaron a rastras para fusilarlo allí mismo. Tras un desesperado forcejeo, el joven pudo finalmente desasirse de sus verdugos y echó a correr adentrándose en la espesura. Había oscurecido y su persecución resultó dificultosa, pero hubo quien dijo que le había alcanzado un disparo, pues vio cómo su cuerpo se desplomaba. Otros dijeron que le había visto continuar su huida hacia el río y que, de ser así, podía haberse despeñado por el barranco que a él se asoma. El caso es que nunca hallaron su cadáver. Desde lo alto les pareció ver un cuerpo inerte junto a las rocas, pero, cuando llegaron al lugar, solo hallaron, semi-ocultos, algunos cuerpos en descomposición, resultado de “ajusticiamientos populares” de traidores a la causa, que eran despeñados tras pegarles un tiro en la nuca.

Según le había contado Ricardo, ninguna bala llegó siquiera a rozarle. Simplemente resbaló en la oscuridad y su cuerpo cayó al vacío, rebotando contra las rocas, cual muñeco de trapo, acabando siendo arrastrado río abajo. Su espíritu, sin embargo, quedó atrapado en el lugar donde su cuerpo perdió la vida, volviendo de nuevo a la casita blanca que le había dado cobijo entre los vivos. Según Pedrito, su muerte despertó en él una sed de venganza que los años transcurridos todavía no había lograron mitigar. Ahora vagaba, perdido y desorientado, buscando infructuosamente el modo de estar cerca de su familia, que todavía debía llorar su desaparición.

Era una historia conmovedora. Pedrito afirmaba que había gente en el pueblo que la conocía y que, aunque nunca le hubieran visto, creían que el espíritu de Ricardo deambulaba por los alrededores y habitaba en la casa que ahora también él ocupaba. De ahí que muchos no quisieran acercarse ni siquiera al bosque. Y había otros que, aunque afirmaban que la historia que les había contado el “tonto del pueblo” era pura invención, le dirigían una mirada torva. Según él, debían ser los que delataron a Ricardo y deseaban que guardara silencio para que todo aquello se olvidara. Prueba de ello era que más de uno le había amenazado con encerrarlo en un manicomio como continuara contando esa historia. Y ante tal amenaza, había decidido cerrar la boca.

No sé cómo ni porqué, pero acabé creyendo en la veracidad de aquella historia. Y en la existencia de ese fantasma. Pero si Pedrito podía verle y comunicarse con él, ¿por qué no yo? Cuando así se lo dije, se puso hecho una furia y me replicó, una vez más, que solo él era su amigo y que si nos veía juntos se esfumaría o incluso podría enfurecerse.

Si al principio la figura del supuesto fantasma me atemorizó un poco, luego sentí pena y simpatía por él. ¿Cómo podía ser peligrosa una pobre alma en pena? A mi hermana, en cambio, esa historia le ponía los pelos de punta. Pensar que un fantasma andaba suelto y que podía ir buscando venganza era como una maldición. Pero ¿qué había de cierto en todo lo que había escuchado de boca de Pedrito? Clara era de la opinión de que lo teníamos que contar a nuestros padres, pues sabrían qué hacer. Pero la tía Engracia debía estar al tanto de algo ─pensé─. Mejor interrogarla a ella.

─Pedrito será corto de entendederas, pero tiene mucha imaginación. A fin de cuentas, es como un niño ─nos dijo nuestra tía─. A veces creo que alguna bomba le debió afectar el cerebro aún más de lo que ya lo tenía, el pobre. Aunque sea inofensivo, cuando le veáis, mejor que os alejéis de él, no vaya a llenaros la cabeza con más bobadas. Y, además, esas historias no son para niñas de vuestra edad. Ya hablaré con él cuando le vea ─sentenció.
─Pero es que Pedrito dice que hay gente en el pueblo que sí lo cree ─repliqué.
─Eso no son más que cuentos de viejas, que es precisamente lo que más abunda en este pueblo. ─Y ahí quedó zanjado el asunto. Para ella y para mi hermana. No para mí.

Aunque Pedrito decía encontrarse con su amigo fantasma en cualquier lugar del bosque, la casita blanca se me antojó el lugar idóneo para buscarle. A fin de cuentas, era su refugio. Pero eran varios las dificultades a las que tenía que enfrentarme: la primera, que solo podía ir durante la siesta familiar ─que afortunadamente se seguía con escrupulosa puntualidad─, así que solo tenía dos horas para ir, contactar con el espíritu y volver; la segunda, tanto o más difícil que la primera, era burlar la vigilancia de Pedrito, pues si me veía y adivinaba mis intenciones seguramente intentaría frustrarlas; y la última, pero no menos importante, consistía en que si lograba que el espíritu de Ricardo se me apareciera, debía procurar que confiara en mí. Esos tres inconvenientes casi me hicieron desistir. Pero mi imaginación sin límite ──cuando pienso que solo tenía seis años, me horrorizo─, pergeñó sendos planes para salir airosa de cada uno de ellos: tendría que correr más veloz que el rayo; le diría a Pedrito que mi padre, muy aficionado a la pesca ─en realidad la única caña que había sostenido alguna vez en sus manos era la de cerveza─, había comentado que iban a prohibir de un momento a otro la pesca de la trucha porque ya casi no quedaban ejemplares y a quien vieran pescándola se lo llevarían detenido; y al fantasma le diría que le ayudaría a encontrar a su familia para que pudiera contactar con ella y, de paso, que supieran la verdad de lo ocurrido. 

Mi padre nos había inculcado que en este mundo lo más importante es la justicia. Pues yo pondría mi granito de arena para que se hiciera justicia con Ricardo. Claro que mi padre también nos había enseñado a decir siempre la verdad y a no hacer promesas que no se pudieran cumplir. Y mis planes pasaban por contar una monumental mentira a Pedrito ─a quien le faltó tiempo para irse corriendo al río para llenar el canasto más grande que pudo encontrar y aprovisionarse así de truchas para lo que quedaba de verano y parte de otoño─ y hacer una promesa a un muerto que solo pude cumplir al cabo de muchos años.

Mi obsesión ─porque se había convertido en eso─, sin embargo, me llevó a enfrentarme al peor de todos los inconvenientes: mi hermana. Aunque no le revelé lo que realmente pretendía hacer ─una cosa era ir a hablar con un disminuido psíquico y otra muy distinta con un espíritu─, harta de ser mi cómplice, me conminó a que dejara definitivamente esas escapadas si no quería que lo revelara todo a mis padres, fueran cuales fueran las consecuencias. Ya no le importaba ni el castigo ni la tortura que le significaría que yo desvelara, ante todos, su amor secreto. La vi tan resuelta a cumplir su ultimátum, que tuve que ceder, pero, a cambio, llegamos a un acuerdo: esa sería la última tarde que me escaparía. Tenía que despedirme de Pedrito. Si no acudía a la cita diaria, se extrañaría y, siendo como era, podía un día pecar de indiscreción y preguntarme el porqué de mi ausencia delante de oídos familiares y extraños.

El carácter de Clara debía estarse reblandeciendo por efecto del calor porque, de otro modo, no me explicaba cómo podía seguir cediendo a mis ruegos. Debió creer que era mejor zanjar el asunto con una despedida formal, como quien rompe una relación cara a cara, como debe ser, y no por WhatsApp. Prefirió, pues, que cortara por lo sano el vínculo que nunca debía haberse creado con Pedrito, que solo nos podía traer complicaciones si un día se iba de la lengua.

Le prometí que aquella sería mi última cita con él y que no volvería nunca más a la casita blanca. Mi pobre hermana no podía imaginarse al encuentro de quién iba en realidad. Y lo que ignorábamos ambas era que yo no volvería de esa cita, ni a la hora ni el día previsto. 


20 comentarios:

  1. Ayyyy otra vez lo dejas de lo más emocionante.
    Qué historia tan triste la de Ricardo, como tantas de la guerra.
    Un abrazo y quedo esperando el siguiente capítulo.

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    1. Espero que, en lugar de decepcionarte por no haber llegado al desenlace final, sientas ganas de seguir conociendo los detalles de esta crónica, jeje.
      La guerra dejó tras de sí muchas historias tristes y dramas particulares como el de Ricardo.
      Veremos adónde le lleva a Julita su obsesión por conocer la verdad.
      Un abrazo para ti, Gemma.

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  2. Porras, otra vez nos dejas con la intriga, esto es un sinvivir, Josep.
    Me encantan todos los personajes, hasta el fantasma, Ricardo, con su pasado tan desgraciado a las espaldas. A ver, en qué queda todo.
    Besos.

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    1. Bueno, Paloma, así, entre revisión y revisión de tu tesis, te distraes un poco con esta (¿larga?) historia de fantasmas e intriga, jaja.
      Eso, eso, a ver en qué queda todo. Ya falta menos.
      Besos.

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  3. Has creado una niña de armas tomar, Josep. Si a los seis años tiene semejante resolución, astucia e inteligencia, no quiero ni pensar en lo que podrá llegar a ser de mayor. Como ya dije, ¡es mi heroína! :))

    La continuación del relato está a la altura de las otras partes. Más nos adentramos en la historia, más ganas tenemos de saber qué pasa a continuación. Se queda muuuy interesante, con las perspectivas de una cita que traerá consecuencias immportantes. ¡No tardes en darnos una nueva entrega, por favor!

    Un abrazo.

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    1. Esa niña pizpireta y alocada puede, sin querer, meterse en la boca del lobo. Me he inspirado un poco en mi madre, que a esa edad, más o menos, hizo cosas como para salir en el libro Guiness. DE ella solo heredé la imaginación, y aun así me he quedado corto, jeje.
      Esa cita hacia la que se encamina dará un buen susto a ella y a toda su familia. Continuará...pronto.
      Un abrazo, querida Julia.

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  4. ¡Se acerca el climax! Estupenda continuación, el ritmo se acelera, nos acercamos al punto de no retorno... Y, sobre todo, esa desgracia de la pequeña tras el encuentro con el fantasma del que todavía desconocemos si es trigo limpio. ¡Están abiertas todas las posibilidades! Un abrazo

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    1. Poco a poco se irán revelando los acontecimientos en torno al bosque y su casita blanca.
      Si los bosques pudieran hablar, seguramente contarían muchas historias y leyendas que el hombre todavía desconoce. En este caso, sin embargo, acabaremos conociendo lo que le pasó a la pequeña Julia. O no del todo, jajaja
      Un abrazo, David.

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  5. Una protagonista muy atrevida, deseando estoy para saber que le pasó.
    Muy interesante has dejado el capítulo :)
    Un abrazo y buen fin de semana Josep.

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    1. Aunque existe la creencia de que las niñas son más miedosas que los niños, en este caso está la excepción a la regla. Pero, claro, los intrépidos corren serios peligros si, además, son alocados.
      Veremos qué le ocurre a esta intrépida y alocada niña.
      Un abrazo y buen fin de semana, amiga.

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  6. Menos mal que no se te dan bien las historias largas, y digo ¡Menos mal! Porque entonces sería un continuo tormento el esperar una entrega y la siguiente. siempre nos dejas con la incertidumbre del que pasará y alargas la agonía innecesaria en tus sufridos lectores.A lo mejor sería conveniente no empezar a leer los relatos que no se cerrasen en si mismos sin esperar como en los folletines a la siguiente entrega...Mucho de dumas tienes tú, me parece.
    Un abrazo avezado escritor.

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    1. Jajaja. Últimamente no sé lo que me pasa, pero cuando empiezo a escribir una historia, esta se va alargando más de lo que pensaba en un principio. Ello es debido a que, como le conté a María Campra en la entrevista que me hizo para su "Otros mundos", la mayoría de las veces, cuando inicio un relato solo tengo en mente un pequeño esqueleto de lo que va a ser, de modo que cuando voy rellenándolo de masa corporal para darle vida entonces suele crecer más de lo que esperaba, pues van surgiendo ideas que creo pueden darle un mejor cuerpo. En este caso concreto, diría que ya solo le faltan dos piernas para que acabe con la obra (caramba, si casi me suena a la obra de Frankenstein, jeje).
      Gracias, pues, Framcisco, por la paciencia.
      Un abrazo.

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  7. No he podido ni parpadear, eso sí, entre risa por lo de los salivazos propinados por la falta de varios incisivos y risa por la caña de cerveza y no de pescar (buenísimo lo de que todos los pescadores sueltan "trolas").
    Me encanta tu historia, me encanta la niña, Pedrito, Ricardo y hasta la tía Engracia me resulta ya familiar.
    Escríbenos un WhatsApp, digo, un post, pronto con la continuación, Josep Mª ;-)

    Un beso

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    1. Hola Chelo!
      Es que incluso en las historias más dramáticas siempre hay momentos y pinceladas de humor. Lo que ocurre es que estas situaciones quedan ahogadas por el drama dominante. Me encanta que hayas sabido descubrir esos detalles.
      No te preocupes, el jueves Santo, a más tardar, tendrás la nueva entrega. Quizás antes.
      Ya ves que hasta en esto me gusta mantener el suspense, jajaja
      Un abrazo.

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  8. Pues como sigo con la intriga ya no espero más a leer el siguiente capítulo. Un abrazo

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    1. Pues andando que es gerundio. Espero que no te canses mucho, aunque ya te queda menos.
      Gracias por seguir las hazañas de mis protagonistas.
      Un abrazo.

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  9. Uffff, estoy de lo mas intrigada Josep, así que ahora mismo paso a leer el capitulo 4 para saber como irá la visita al espíritu de Ricardo.

    Un abrazo.

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    1. Pues ya te anticipo que la intriga seguirá un poquito más, pero no te agobies, ya falta menos para el final.
      Muchas gracias, Conchi, por tu interés.
      Un abrazo.

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  10. Saludos, qué torpeza, compartí el texto como hago siempre pero se me pasó comentarlo también jaja, espero me disculpes el retraso entre una cosa y otra. El texto avanza bien, se le otorga un mayor protagonismo a Pedrito, se desvela una trágica historia tras el fantasma, y Julita siente la necesidad de saber más, aún a expensas de...¿estar en peligro por la forma en que acaba el capítulo? A ver qué depara el siguiente. ¡Un saludo!

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    1. Ánimo, José Carlos, que ya solo te faltan dos episodios para llevar a la meta. Espero que llegues sin demasiado esfuerzo y que haya merecido la pena ese largo recorrido. Más vale tarde que nunca, jeje
      Muchas gracias por tu interés y por tus comentarios.
      Un abrazo!

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