Nadie,
excepto mi ex mujer, conocía mi pasatiempo favorito, si puede llamarse así. De
saber a qué dedico mi tiempo libre, muchos no lo entenderían. La labor social no
siempre está justamente valorada. Muchas veces hay que nadar a contracorriente.
Lo que hago, lo hago solo pensando en dar consuelo, aunque reconozco que ello
no solo me produce satisfacción sino también placer. Al principio, mi ex me
calificaba de morboso, para finalmente considerarme un enfermo. Ahí se acabó
nuestra relación y desde que ella no está para meterse en mis asuntos me siento
mucho mejor y totalmente libre para expresar mi altruismo.
Todo
empezó cuando tuve que redactar la esquela de mi suegro. Nunca antes había
hecho tal cosa, pero mi suegra y mi mujer, hija única, se sintieron incapaces
de encargarse de los desagradables trámites que rodean a una defunción. Cuando
llamé al periódico, ya tenía el texto preparado. No me gusta dejar nada a la
improvisación. Me había leído todas las esquelas de un número atrasado para
tomar ejemplo, pero todas me parecieron de lo más estereotipado, sin alma, sin
emoción. La mía, o mejor dicho la de mi malogrado suegro, fue una de las
mejores que jamás se han publicado en la página de necrológicas.
El
caso es que, a pesar de lo anodinos y repetitivos que resultaban todos aquellos
textos, su lectura me transportó al seno de cada una de esas familias dolientes
y me imaginé la tristeza que les debía embargar la pérdida de su ser querido.
Desde el fallecimiento de mis abuelos, siendo todavía un niño, no había estado
en un velatorio, en una estancia con un féretro en el que yacía un ser exánime
que hasta hacía muy poco era una parte importante de nuestra vida. En el
tanatorio donde quedaron expuestos los restos mortales del padre de mi mujer,
descubrí la faceta actual de un velatorio. Ya no se trataba del ambiente
lúgubre que rodea al finado cuando este reposa sobre la cama del que había sido
su dormitorio en vida, llenándose tus fosas nasales de esa mezcla de ambientador
floral viciado por el olor a cera derretida y a cadáver. No se trataba de un
comedor o salita repleta de sillas ocupadas por parientes, amigos y vecinos a
los que hay que obsequiar con café y algo sólido que llevarse a la boca como
agradecimiento a su gesto de condolencia y acompañamiento de la viuda o viudo
en cuestión. Ahora todo es menos fúnebre. La tristeza y el dolor seguirán
presentes, pero el lugar y la concurrencia de un público tan dispar y menos
atribulado ─muchos son conocidos circunstanciales, empleados o simples
compañeros de trabajo con los que el fallecido no llegó a entablar una
verdadera amistad, y otros que asisten más por obligación que por devoción─
convierten la situación en algo aparentemente más llevadero y menos dramático. Pero
entre toda esa barahúnda de allegados y no allegados, quien más compañía y
consuelo necesita es precisamente quien más solo está ante la desgracia. La
impresión que me causó ver a mi suegra en tal situación fue la que disparó mi
interés por suplir esa omisión o deficiencia. Desde entonces, no me he perdido
ni una sola necrológica y, de acuerdo con mis posibilidades de desplazamiento y
disponibilidad de horario, elijo el tanatorio y el velatorio al que acudir para
mostrar el mayor de los respetos, empezando por lucir el luto más riguroso,
fiel reflejo del dolor tras la muerte de un ser querido ─una costumbre que
desgraciadamente se ha ido perdiendo─ y una forma de mimetizarse con el dolor
de la viuda que, esa sí, suele vestir de negro.
Reconozco
que lo que hago es como colarse en una boda sin haber sido invitado, pero con
la ventaja de que en un velatorio no se exige invitación y uno no tiene que
demostrar qué tipo de relación le une al finado. Siempre elijo a las viudas,
pues siempre he creído que son las más vulnerables emocionalmente ante una
muerte, pero sobre todo porque son muchísimo más agradecidas. Nunca preguntan
“¿y de qué conocía usted a mi marido?” Se limitan a darte las gracias, a
enjugarse las lágrimas y a asentir a todo lo que les dices. “Era una persona
magnífica, cuánto le extrañaremos, quién lo iba a decir, con lo joven que era
(solo si no supera los sesenta años), no somos nada, hoy estamos aquí y
mañana…” y cosas por el estilo. Pero ojo, no soy una especie de actor
insensible al dolor ajeno o una plañidera moderna y gratuita que disfruta
moviéndose entre suspiros de resignación y rostros afligidos. No. Mi función es
la de dar verdadero consuelo a quien está pasando por un mal trago, aunque el
tiempo lo cure todo.
Por
desgracia, son pocos los asistentes a un velatorio, entierro o funeral que
sienten sinceramente la marcha del amigo o conocido, a menos de que se trate de
un fallecimiento inesperado, una muerte súbita y a una muy temprana edad. De lo
contrario, los corrillos que se forman en un tanatorio parecen más propios de
un encuentro de antiguos amigos. Y, entretanto, la viuda, sola, sentada lo más
cerca posible del féretro, recibiendo el pésame de forma repetitiva y automática.
Así que mi papel consiste en ofrecer compañía y expresar compasión a quien más
la necesita.
Mi
indumentaria, de negro riguroso, ha llamado la atención en más de una ocasión.
Las miradas se han clavado sobre mí como dardos. Todos se preguntan quién será
ese. Incluso me han dado el pésame a mí, creyendo que era un pariente muy
cercano, el hijo, el hermano o el cuñado del fallecido, según la edad de este. Unas
veces ejerzo de amigo de la infancia, cuyos avatares de la vida nos separaron
durante muchos años, otras un cliente o proveedor con el que recientemente el
difunto había trabado amistad, o un alumno que guardará siempre un grato
recuerdo de quien tanto y tan bien le enseñó. Lógicamente hay que ir bien
informado, aunque la propia esquela puede ofrecer información suficiente sobre
la profesión del difunto. En la gran mayoría de las ocasiones mi poder de
improvisación y persuasión anula cualquier atisbo de duda. Una vez hechas las
presentaciones ─y solo si se hacen imprescindibles─ viene la parte más
meritoria y emotiva: la del consuelo. Y en eso soy todo un experto. Y debo
insistir en que lo hago con el mayor de los respetos y cariño. Solo me mueve mi
deseo de hacer el bien, y ¿qué mejor que dedicar unos minutos al halago del
marido fallecido y al consuelo de su viuda con las mejores palabras que un alma
sensible como yo puede concebir?
Y así
llevaba yo más de diez años de generosa entrega, sin más contratiempos que
algún que otro interrogatorio meticuloso y abrumador ─del que, sin embargo,
siempre salí airoso─, cuando se produjo mi primer patinazo. ¡Vaya chasco que me
llevé! De eso hace ya un mes.
Andaba
yo intentando identificar a la viuda dentro de la sala de velatorio, que es
donde esperaba encontrarla sumida en la normal congoja, pero no había forma de localizarla.
El difunto había fallecido a los cuarenta años, así que su viuda tenía que ser
muy joven, más o menos de mi edad. En la sala, con un ambiente irrespirable,
solo había gente mayor. Caras de circunstancia. La mujer que parecía más
desconsolada rondaría los setenta años, así que deduje que sería su madre. A su
lado, un hombre algo mayor que ella la intentaba consolar. No podía ser otro
que su marido y padre del difunto. Lógicamente, me apresuré a darles el pésame
siguiendo la fórmula y actuación habitual en mí. Llegué a emocionarme de
verdad. Con solo imaginar el drama que debía estar viviendo esa familia, esos
padres, habiendo perdido a un hijo, algo contra natura, se me hizo un nudo en
la garganta. Casi me saltan las lágrimas. Me imaginé, por un momento, que yo
era la víctima, que la Parca me había arrebatado la vida tan joven, y pensé en
la viuda, que debía estar desesperada. ¿Tendrían hijos? No veía a ningún niño o
adolescente por los alrededores con la faz demudada por haber perdido a su
progenitor cuando más falta le hace.
Una
vez saludados todos los presentes, salí a la gran sala exterior donde una
cincuentena de personas se había congregado para asistir al sepelio, momento en
que oí a mis espaldas una voz de mujer que me resultó familiar. “¿Demetrio? ¿Qué
haces aquí? ¿Cómo te has enterado? Ah, claro, sigues leyendo las necrológicas. Pues
qué casualidad”.
Era Alicia,
mi ex. Hacía ocho años que no sabía nada de ella, desde que nos divorciamos. Lo
último que me llegó, por unos amigos comunes, fue que se había ido a vivir a Lisboa
con un directivo a quien habían destinado temporalmente allí. No sabía que se
había casado ni, mucho menos, que acababa de enviudar. Obviamente, por la
información de la esquela era del todo imposible adivinar de quién se trataba,
pues nunca llegué a saber el nombre de mi sustituto en la vida de Alicia.
En
esta ocasión, la desconsolada viuda, no estaba desconsolada ni vestía de luto.
Quien nos hubiera visto ahí, plantados uno frente al otro, habría pensado que
era ella la que venía a darme el pésame. Y entonces vino lo peor. Alicia empezó
a reír de tal modo que llamó la atención de todos los presentes. Un montón de
cabezas se asomaron por la puerta para ver a qué se debía aquella explosión de
hilaridad. Debieron pensar en un trastorno nervioso provocado por la dramática
pérdida de su joven esposo, cosa que no descartaría. Cuando, por fin, secándose
las lágrimas ─la primera vez que veía a una viuda enjugándose unas lágrimas de
risa y no de dolor─, pudo serenarse y articular unas palabras, miró a todos los
presentes y me presentó a la concurrencia con las siguientes palabras: “Este es
Demetrio, mi ex marido, y ha venido a darme el pésame, como veis, de luto
riguroso, por lo tremendamente apenado que está por la muerte de quien ocupó mi
corazón y con quien rehíce mi vida cuando le dejé a él por su insoportable trastorno
obsesivo-compulsivo. Y es que siente una irrefrenable atracción por los
velatorios, disfruta dando las condolencias a extraños que han perdido a un ser
querido. Pero que lo han perdido para siempre. Más aun, que lo han perdido para
siempre porque ha muerto. A mí, en cambio, me perdió para siempre y nunca
sintió la más mínima lástima. Hoy, sin saberlo, no solo ha venido a despedirse
de mi difunto marido, al que jamás conoció, sino de mí. Y eso me ha hecho reír,
aunque os parezca una locura, porque ha tenido que fallecer un extraño para él
para encontrarnos de nuevo, cara a cara, y ser yo quien le de mi más sentido
pésame por su irreparable pérdida. Querría decirte ─ahora se dirigía a mí─ que
te acompaño en el sentimiento, pero no es posible, porque tú no tienes
sentimientos, por lo menos hacia los vivos”. Después de esa diatriba, me marché
de allí confuso, aturullado, abochornado y dolido. Aun así, sigo sin poder prescindir
de mis “visitas de consuelo”.
Solo
ahora, después de un mes de haber recibido aquel varapalo verbal, me doy cuenta
de que lo mío puede no ser normal. Por eso hoy estoy aquí. ¿Qué opina usted?
¿Qué es lo que me pasa? ¿Estoy realmente enfermo, como afirma mi ex mujer?
¿Tengo curación? Bueno, entiendo que este no es el lugar ni el momento más
adecuado para hablar del tema, teniendo ahí a su marido en cuerpo presente. Pero
es que leí en la esquela que ambos formaban una pareja de reconocidos
psiquiatras y… Si me hiciera el favor de darme su tarjeta, acudiría a su
consulta, una vez esté usted repuesta del disgusto, claro está. Bueno, bueno, no
se me enfade. Ya me voy, que llevo aquí más de lo debido y me he acabado
enrollando como una persiana contándole mi vida. No quiero robarle más tiempo. Ya
conseguiré su dirección y teléfono por internet. La dejo, pues, que hay muchos
que quieren darle también el pésame. Ah, y le reitero mis más sentidas
condolencias.
Aunque al hombre se le nota que le mueven buenas intenciones, muy normal no es.
ResponderEliminarEsa atracción por los velatorios, aunque sea para dar consuelo, no puede ser sana.
Original historia, y original protagonista aunque algo perturbado.
Un abrazo.
Hay comportamientos ciertamente inexplicables para alguien mentalmente equilibrado. Al hombre probablemente le faltaba un tornillo, pero solo pretendía hacer el bien a su manera. De todos modos, aquí no sabría decir si el fin justifica los medios. :)
EliminarUn abrazo, Paloma.
Muy buena historia Josep. Se disfruta bastante.
ResponderEliminarEs que, quien puede entender eso que hacemos que no tiene sentido ni para nosotros, pero aun así no podemos dejar de hacer.
Abrazos amigo.
Me alegro, Gildardo, que la hayas disfrutado. Llegué a temer que el tema, a pesar de haberlo tratado desde una perspectiva humorística, pudiera herir susceptibilidades en aquellas personas que han pasado por el trance de perder a un ser querido. Aun así, no es la primera vez que trato el tema de los velatorios enjuiciando algunos comportamientos que me resultan, si no ridículos sí criticables.
EliminarUn abrazo.
Uf que personaje más psicológicamente curioso. Creo que al protagonista le mueve una empatía insana, y un extraño suministro de calor emocional a ánonimos y desconocidos,... mmmm opino que no le vendría mal una sentadita en un diván jajaja
ResponderEliminarMe ha encantado el relato compañero de teclas, te echaba de menos que conste en actas, bienvenido al blogcole. Te dejo un abrazo grande.
Hay mucha gente curiosa por ahí, Cristina, lo que ocurre es que suelen pasar desapercibidos, jeje.
EliminarDesde luego, un profesional podría descubrir alguna carencia emotiva en su infancia o algún defectillo no identificado y convenientemente resuelto.
Me alegro que te haya encantado esta historieta y agradezco tu amable bienvenida.
Un beso.
Al principio me he acordado de San Manuel Bueno Mártir, ese cura protagonista de la novela de Unamuno con ese nombre. No creía, pero sabía lo que debía decir a los creyentes para reforzar su fe y darles consuelo. Creo que era algo así.
ResponderEliminarUn abrazo.
Te agradezco, Macondo, que me hayas ilustrado respecto a esta obra de Unamuno que, debo reconocer, no conocía. No está nada mal esa receta, como la del médico fumador que le dice a su paciente que deje de fumar. Vamos, el que no predica con su ejemplo.
EliminarUn abrazo.
Desde los más remotos tiempos existen las plañideras unas mujeres que por encargo van a llorar la muerte de algún finado. La verdad, que tu relato me ha hecho reír en el desenlace, tan hilarante.
ResponderEliminarEl tipo se las trae de “raro”, bueno tu dices que sufre de trastorno obsesivo compulsivo (TOC), una enfermedad psiquiátrica, con lo cual salimos de dudas de sus rarezas. Nada que no solucione un buen psiquiatra. Gracias por este regalo en forma humorística. Es mucho más difícil hacer reír, que hacer llorar. Un saludo.
Efectivamente, no había un buen entierro sin una buena corte de plañideras. Hay día la cosa ha cambiado y las plañideras actuales se han transformado en consoladores de pacotilla, que dan el pésame por simple hábito social sin sentir ninguna empatía por la persona que ha perdido a un ser querido. Como quizás sabes, hay muchas clases o expresiones del TOC, pero todos tienen en común que no pueden evitar hacer algo y a nuestro protagonista le van los velatorios.
EliminarMuchas gracias por tu visita y tu comentario.
Un abrazo.
Vaya, Josep María, eso es lo que se llama volver por todo lo alto. Me ha encantado tu relato, con ese toque de humor negro que tanto me gusta y tan bien escrito como siempre.
ResponderEliminarCon lo que yo odio todas esas ceremonias, lo que debería hacer tu personaje es cobrar por presentar el pésame en nombre de alguien. No sería tan raro (al hacerse por dinero) y todos contentos, ja, ja.
Un beso.
De hecho, Rosa, este relato ya lo tenía escrito antes de cerrar por vacaciones. Solo he tenido que darle una capa de pintura y zas, jeje.
EliminarYo me siento fuera de lugar y nunca logro comportarme con naturalidad en este tipo de acontecimientos, ni siquiera cuando el difunto ha sido un pariente íntimo, padre o madre. Estoy deseando que pase cuanto antes y volver a casa en recogimiento.
No es mala idea esta de cobrar por dar el pésame. Además es más cómodo que hacer de cobrador del frac, jajaja.
Un beso.
Saludos, Josep.
ResponderEliminarEl tipo de tu relato, para qué negarlo, está como una cabra. Eso sí, a pesar de su enfermiza "afición", no creo que haga mal a nadie. Y encima lo hace gratis. Así que, si eso le hace feliz, pues que siga "acompañando en el sentimiento" (igual el tipo tiene complejo de acomodador de cine, y claro, como cada día quedan menos cines en pie. Lástima).
Un abrazo, Josep.
Hola, Pedro!
EliminarEse individuo está convencido que lleva a cabo una obra social y, como bien dices, lo hace sin esperar nada a cambio. No deja de ser un buen tipo aunque un poco "rarito". Pero ¿quién no tiene alguna manía? jeje.
Pues igual algunos ex acomodadores le copian esa afición, jajaja.
Un abrazo.
Jajaja, muy bueno Josep Mª, y es el pobre hombre había llevado hasta el límite su obsesión,... me ha encantado la escena con la viuda, muerta, pero de risa. Un saludo!
ResponderEliminarLo que faltaría por saber es si acaba visitando a la viuda psiquiatra y lo que esta le recomienda, aunque me imagino que el diagnóstico no será precisamente optimista, jeje.
EliminarUn saludo, compañero.
¡Hola! ¡Qué curioso personaje! Mira que debería brindar esos servicios para los funerales con menos asistencias o difuntos con pocos conocidos. Tremendo personaje ¡Y la ex! Qué manera de hacer un día inolvidable, que se podrán olvidar de quién era el difunto, pero seguro, que todos los presentes recordaran esa escena.
ResponderEliminarA principios de año había leído de una mujer que asistió a más de cien funerales, por puro gusto, que ella veía los obituarios y no se los perdía. Como dicen, para gustos, los colores.
¡Un abrazo!
Caramba, así que hay, o han habido, casos como el que describo, jajaja.
EliminarRealmente hay gente a quien le atrae lo morboso, que disfrutan con los dramas ajenos, aunque en este caso (el de mi personaje), es un placer derivado de un servicio altruista, dando consuelo a quien más lo necesita, jeje.
Un abrazo, Roxana.
Este hombre muy normal no es, no, eso seguro. No sé si para tenerle miedo, pero si un poquito lejos, no sea que pase un tiempo sin ir a velatorios y los busque él de otro modo. Pero nos has hecho reír Josep Maria, jajaja
ResponderEliminarQue locura, y qué situaciones más surrealistas, por favor, y el final ya de traca.
Muy bueno, perfecto.
Un beso.
Las rarezas ajenas a veces nos hacen reír, aunque, la de este individuo se sale del concepto de raro, jeje.
EliminarMe alegro, pues, que esta historia te haya hecho pasar un buen rato.
Te agradezco tu comentario, Irene.
Un abrazo.
Estaba deseando leerte, lo confieso, pero que vuelta mas grande y como a merecido la pena leerte.
ResponderEliminarQue quieres que te diga un poquito rarito si que es el protagonista de tú relato, porque a mí vamos con lo poco que me gustan los tanatorios, y sinceramente cuando murió mi padre, estaba deseando salir de allí porque llega un momento que estas deseando que acabe todo, no por nada si no por descansar no solo físicamente que también si no por el continuo pésame que te hace mas dura la perdida, uf,te agota psicológicamente, y llego un momento que me agote y me maree y me tuve que ir a casa a descansar, de modo que ya ves, no soy yo muy de estos sitios, no se el hombre podía haber escogido otra afición por decirlo de alguna manera.
He vuelto yo también, hace un rato, he dejado la crónica de mis vacaciones con fotos por si te quieres asomar.
Un abrazo y como te he dicho una gran vuelta con este relato.
Con la de pasatiempos que hay y tener que elegir dar el pésame a viudas desconocidas... Desde luego su mujer tenía toda la razón al dejarlo plantado, jeje. Lo que no se esperaba era que coincidieran en el sepelio del marido de esta. Creo que tuvo lo que se merecía, dejarlo en ridículo, pero, por lo visto, volvió a las andadas. A ver si esta viuda psiquiatra le quita ese gusto insano de la cabeza, jeje.
EliminarUn abrazo y volvemos a leernos.
Ja,ja,ja, vuelves en plena forma Josep, la verdad es que leer algo (tan bien escrito), con una sonrisa en los labios es muy agradable. La mente juega malas pasadas, y así como en el caso de tu protagonista su pasión son los velatorios, no menos cierto es que hay personas que "disfrutan" cuidando enfermos e incluso los enferman a propósito, llegando incluso a envenenarlos para cumplir con su misión de "enfermeros". Un gran saludo.
ResponderEliminarP.D. Mírate esto :-): https://www.youtube.com/watch?v=wHWKsJIbcOI
Siempre he pensado que es mejor hacer reír que hacer llorar, aunque el género de humor, especialmente si es negro, no es fácil y tenía mis reservas. Veo, sin embargo, complacido, que la forma en la que he tratado el tema ha gustado, jeje.
EliminarJajaja, genial José Mota!!!
Un abrazo, Miguel.
¡Fantástico, Josep! El descanso estival te ha sentado de maravilla. Un relato de humor negro en el que no es difícil reconocer las típicas escenas de los velatorios. A veces, para aliviar el dolor de la pérdida la gente intenta ser hasta divertida, pasado ese primer momento de llanto y consuelo. El personaje seguro que encontraba en los velatorios alguna carencia más allá del regocijo del drama. Reconozcamos que, en ocasiones, el drama ajeno es el mejor alivio para el propio.
ResponderEliminarMe ha parecido genial ese giro con el encuentro con su ex y el discurso que se marca es tremendo.
Muy buen relato, Josep. Un abrazo!!
Hola, David. Todavía no puedo afirmar si este descanso será o no provechoso. El tiempo dirá. Pero debo aclarar, como le he comentado a Rosa Berros, que este relato ya lo tenía preparado antes de agosto y lo único que he tenido que hacer es sacarlo del congelador, ponerlo en el microondas y terminar de aderezarlo, jeje. También tenía otro a medio escribir pero lo dejé a medias esperando una renovada inspiración posvacacional. Veremos qué ocurre con él.
EliminarDe momento, me alegro que esta historia de humor negro te haya gustado.
Un fuerte abrazo.
Es que la única viuda joven y de buen ver fue su ex y ya no estaba el horno para bollos, jajaja.
ResponderEliminarMuchas gracias, Julio David, por tu lectura y comentario.
Saludos.
Hola Jose Mª, bienvenido compañero.
ResponderEliminarY a mí que me gustan los personajes “raros”, dan más juego que los “normales”, te puedes permitir con ellos extravagancias, y es lo que has hecho con este adicto a los funerales. Oye, si a Demetrio le gusta consolar a los demás de sus ausencias, al fin es una labor social, como dice él, y lo hace con sensibilidad y empatía. La que me cae fatal es la viuda, o sea, la ex.
Humor necrofílico lo tuyo.
Hasta pronto compañero, un abrazo.
Hola, Tara. Desde luego los "raritos" dan para mucho más que la gente "normal". Yo también entrecomillo el adjetivo normal, porque vete tú a saber quién es normal y quién no en este mundo, jajaja.
EliminarEn efecto, la labor de Demetrio puede considerarse social. Quizá podría llegar a ser subvencionada por los servicios sociales, incentivando así esta función en aquellos funerales con escasa audiencia, jajaja.
Hasta pronto, compañera de letras.
Un abrazo.
Qué bueno. Me has recordado a una amiga de mi madre, y te juro qu ees verdad, que un día o dos a la semana se pasaba(ahora está cuidando a un familiar y ya no puede) por el hospital e iba de habitación en habitación a ver si había alguien conocido ingresado y si los encontraba echaba allí la tarde. Tenía una especie de adicción. Qué gente hay por el mundo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues mira, esa es otra versión que desconocía, jajaja.
EliminarY es que hay adicciones de todo tipo, aunque la de pasarse toda la tarde acompañando a un enfermo, será algo muy piadoso, pero no muy divertido, aunque, insisto, cada cual tiene sus gustos y si no tiene nada mejor que hacer...
Un abrazo.
Creo es la primera vez que te leo. Y estoy aqui tratando de entender "la magi"a de lo que escribiste
ResponderEliminarsaludos
Pues no, RECOMENZAR, no es la primera vez que me lees y dejas un comentario como este. Puedes pasarte por aquí siempre que lo desees, la puerta está abierta.
EliminarSaludos.
Joder Josep, que hobbies más raros tienen "tus chavales".
ResponderEliminarMuy original!!!
Un abrazo
Jeje. Hay gente muy rara en el mundo. Al menos este hombre no hace daño a nadie. En el fondo es un buenazo.
EliminarMuchas gracias, David, por tu lectura y comentario.
Un abrazo.