¿A qué
niño no le encanta ir a un parque de atracciones? Yo disfrutaba como un enano,
especialmente porque no era muy frecuente que mis padres accedieran a llevarme
y eso que en mi ciudad teníamos dos instalados a perpetuidad, es decir de los
que no son ferias ambulantes sino recintos construidos para durar lo que la
afluencia de público demande. Ambos parques estaban ubicados en lo alto de cada
una de las montañas que abrazan la ciudad mirando al mar. Ahora, por mi culpa, solo
queda uno.
De muy
niño, mis atracciones favoritas eran los caballitos, lo que llaman carrusel en
según qué lugares, y la noria. En cambio, ahora no puedo siquiera asomarme a la
ventana de un tercer piso sin que note un cosquilleo en la entrepierna.
A
medida que crecía, mis gustos fueron variando hacia atracciones más impetuosas:
los auto-choque, la montaña rusa, las sillas volantes y cosas por el estilo.
Pero el plato fuerte, la joya de la corona, era, sin duda, la casa del terror.
Siempre me han gustado las películas de miedo, aunque nunca he experimentado un
miedo auténtico viendo esas escenas a todas luces artificiosas. Mientras la
mayoría de espectadores ─sobre todo espectadoras─ gritaban como posesos, yo me
mantenía inalterable. Incluso en más de una ocasión solté una carcajada ante
una escena supuestamente horripilante y asquerosa, como cuando la niña del
exorcista le vomita a este una papilla verde en toda la cara, gafas incluidas. ¡Qué
risa me dio! Aun recuerdo las caras de censura e incomprensión de mis
acompañantes y de algún espectador que se giró para ver quién era ese individuo
capaz de reír ante una situación tan repulsiva y espeluznante.
Lo que
siempre me ha atraído de la casa del terror no es el montaje, la ambientación
─más bien ridícula─ o la interpretación ─más ridícula aún─ de los actores de poca
monta apostados en oscuros vericuetos para sorprender a los ingenuos visitantes
a lo largo del recorrido, sino la conducta pueril de estos. Jóvenes
desfilando por una interminable ruta plagada de trucos
infantiloides, agarrados los unos a los otros como si temieran perderse o ser
engullidos por el mismísimo diablo, que aparecerá de la nada y los arrastrará
hasta el averno. Yo solía ponerme al final de la cola solo para contemplar mejor
esos numeritos que montaban las niñas con sus gritos infundados. En fin, que de
terror nada de nada, solo sustos ante la aparición súbita e inesperada de un
esqueleto, unos muertos vivientes de pacotilla, un Conde Drácula que aparece
confundiéndose con las cortinas del mismo color que su capa, un Freddy Krueger
persiguiendo a los aterrorizados visitantes a lo largo de un trecho protegido
por unos barrotes contra los cuales restriega sus afiladas cuchillas
dactilares, por no hablar de los aullidos, risas demoníacas y sonidos de
ultratumba que ponen los pelos de punta a la concurrencia que se abalanza,
pisándose los talones, hacia la esperada y salvadora salida. ¡Qué horror tan
horrible! ¡Qué ridiculez más ridícula! ¡Qué montaje más teatral e inverosímil!
¿Cómo alguien, con dos dedos de frente, puede disfrutar de esa calamitosa
impostura?
Cuanto
más visitaba los túneles o casas del terror, más ridículo y anodino encontraba
ese montaje. El problema era yo, desde luego, por ser tan frío y cerebral,
incapaz de dejarme llevar por la fantasía. Lo veía con otros ojos, los de la
realidad. Reconozco que era una contradicción: me gustaba el terror como
espectáculo y en cambio lo encontraba ridículo por irreal. Pero ¿cómo lograr un
efecto realmente terrorífico incluso para los más exigentes como yo? No me
llevó demasiado tiempo encontrar la respuesta: convirtiendo la fantasía en
realidad.
Probé
mi idea en una ocasión y funcionó, de modo que acabé haciéndolo cada vez con
más frecuencia. Era algo adictivo. Y comprobar que, transcurridos varios meses
desde que puse en práctica mi sistema, todavía no habían descubierto el
“truco”, me animó a seguir adelante. La casa del terror casi se convirtió en mi
segundo hogar. Ni los propios actores conocen la cantidad de recovecos que
existen en esas viejas construcciones. Incluso creé algunos escondrijos nuevos,
detrás de las paredes de madera. La parte del espectáculo que más me gustaba era
ver el revuelo que se armaba cuando, a la salida, echaban en falta a alguien
del grupo y no lograban encontrarlo. La fama de “mi casa del terror” acabó
trascendiendo más allá de las fronteras. Aunque nadie creía la versión de los
que afirmaban haber perdido a uno de sus acompañantes, la policía llegó a registrar
todos los rincones y, no hallando ninguna pista sospechosa, acabó archivando
las denuncias. Pero tras el hallazgo de varios cadáveres en distintos
contenedores y vertederos de la ciudad y su posterior identificación por parte
de los denunciantes, se acabó montando una vigilancia policial a la entrada y a
la salida de la atracción. Lógicamente ese día tuve que contenerme. Era
demasiado arriesgado. Si faltaba alguien, nos someterían a todos a un
interrogatorio y no podía permitir exponerme de ese modo. Se me da muy mal el
disimulo y los nervios me habrían traicionado. Podrían haber echado la casa
abajo y hallar pruebas incriminatorias, huellas dactilares incluidas, pues, a
pesar de todo, no había sido lo suficientemente meticuloso.
Tuve
que dejar pasar un tiempo para que las cosas se calmaran antes de volver al
ataque, nunca mejor dicho. Pero el tiempo jugó en mi contra, pues los
visitantes, temerosos, dejaron de frecuentar la casa del terror y, a modo de
efecto dominó, el resto de atracciones fue víctima de la falta de interés del
público y finalmente del abandono. Cuando, por fin, me acerqué para comprobar
si los rumores de cierre eran ciertos, me encontré con una valla que impedía el
paso y con maquinaria pesada que procedía al desmantelamiento del que había
sido durante tantos años un centro de ocio y mi particular lugar de recreo y
desahogo.
Ante
este contratiempo, tuve que cambiar de escenario. Trasladé mis actividades al
otro parque de atracciones de la ciudad, donde hay un pasaje del terror mucho
más antiguo y ahora más visitado, pues la gente, en su inocencia, cree que allí
estará a salvo. No hay, de momento, vigilantes ni cámaras que controlen al
personal, pero, aun así, he decidido quedarme a vivir en su interior. Tengo preparado
un lugar secreto por donde puedo colarme de noche sin que nadie me vea. Solo
saldré para avituallarme. Lo único que no tengo resuelto es el tema de los
residuos. Cuando el número de cadáveres almacenados en el subsuelo empiece a
ser numeroso, el olor puede delatar su presencia.
Lo
único que lamentaría sería que, por culpa de mi inevitable afición, acabaran
cerrando también este parque y me viera obligado a emigrar.
uf magnifico relato de miedo, que bueno de principio a fin.
ResponderEliminarHe visitado los dos parques que mencionas en el mismo tanto el del Tibidabo y rediez no me acuerdo como se llamaba Montjuich?, iba mucho de pequeña debido a mis visitas a Clinica Barraquer, y me encantaba tanto uno como el otro, no iba siempre que tenia que hacer visita pero alguna vez si.
He de decirte que nunca me gustaron especialmente las atracciones que tienen que ver con el terror y ni siquiera ya de mayor, nunca, me han gustado.
Un abrazo
Pues sí, Tere, es Montjuich. Veo que los conoces bien, jeje. El parque de atracciones de Montjuich, al pie del castillo de esa montaña, fue construido en los años 60 y cerró sus puertas en 1998, por haber perdido interés a favor de Port Aventura. Al menos esta es la versión oficial, pues yo creo que algo de cierto hay en la existencia de un asesino en serie que correteaba por allí, jajaja.
ResponderEliminarPor fortuna, contra todo pronóstico, el Ayuntamiento de Barcelona ha seguido apostando por mantener el del Tibidabo, situado en la cumbre de la montaña del mismo nombre, y que fue construido mucho antes, a finales del siglo XIX. Si este también cerrara sus puertas, con él se irían muchos gratos recuerdos de mi infancia. Es un lugar encantador, especialmente por la vista privilegiada de toda la ciudad a sus pies.
Yo también coincido contigo en lo que se refiere a las atracciones de terror, del mismo modo que pienso lo mismo que mi perverso protagonista acerca de la pésima calidad de muchas películas de este género, que aun así me siguen atrayendo.
Un abrazo.
Pues nunca he sido muy fan de casas de terrores y horrores, yo era más bien del tren de la escoba jajaja...y eso supongo que ya se habrá extinguido. Me encantan tus personajes desequilibrados y aparentemente normales, sin duda compañero tienes un don con las teclas para mantener el suspense y la intriga. Un abrazote!!
ResponderEliminarHola, CVT, jeje. A mí, como al prota, me encantan las historias y películas de terror, pero bien hechas. El gusto ya me viene de pequeño, aunque luego no podía dormir, jajaja.
EliminarSolo he estado en el pasaje del terror un par de veces, que yo recuerde, y siempre con alguna de mis hijas, que han heredado de mí esa atracción por lo terrorífico. Recuerdo que en ambos casos, las niñas se me agarraban fuertemente por la espalda a la camisa y me pisaban los talones y yo les decía que no había nada que temer, que todo era una farsa. Pero, aun así, no paraban de gritar, las pobres. En la última ocasión, al pasar por una sala donde estaba la niña del exorcista pegando saltos en la cama y dirigiéndonos miradas asesinas, le dije algo así como "tranquila, mujer, qué mal carácter, caramba". No sé si alguno de los actores agazapados por ahí me oyó y le molestó mi desfachatez burlona, y quiso darme un escarmiento, pero el caso es que cuando todos habíamos desfilado por un largo pasillo tortuoso y ya estábamos casi en la salida, de un rincón salió de golpe un individuo gritanto como un energúmeno a mis espaldas, que me dio un susto de muerte, pero solo por la sorpresa. Es lo mismo que ocurre en la mayoría de películas de terror, que, a falta de ideas, las alimentan a base de sustos, que te hacen dar un salto en el asiento, cosa que me pone de muy mala leche, jajaja.
Un abrazo terrorífico.
Me temo que los psicópatas saben adaptarse a la desaparición de sus hábitats, je, je, je... El terror asusta y atrae en la misma medida, solo así se entiende este tipo atracciones. Y sin duda con sus escondites y oscuridad dieron rienda suelta a este psicokiller, tan despiadado, como pudoroso.
ResponderEliminarUn fantástico relato con ese pulso firme con el que acostumbras a tratar el suspense. Un abrazo!!!
Una vez leí que si a la gente le gusta pasar miedo es por el efecto relajante y tranquilizador que produce, a la salida del espectáculo, comprobar que en la vida real todo es perfecto, jeje. La idea de un psicópata escondido tras el decorado de una de esas casas del terror, siempre me ha asaltado cuando he estado en una de ellas o he visto alguna representación. Tampoco sería difícil confundirse con los actores y perpetrar un asesinato. Seguro que los visitantes, se lo tomarían a broma pensando que todo es un montaje que forma parte del espectáculo, jajaja.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, compañero.
Por cierto, estoy ansioso por leer alguno de tus nuevos relatos.
La verdad es que sería una faena que te lo cerraran también. Mira a ver si no das pasos en falso.
ResponderEliminarRecuerdo que en un museo de cera me adelanté a mis acompañantes y me quedé inmóvil al final de una sería de figuras, como si fuera la última de ellas. Uno de ellos se pegó un susto mucho más morrocotudo que si hubiera sido el propio Satanás.
Un abrazo.
Mi "amigo" tendrá que ir con tiento, porque si se le va el asunto de las manos, acabarán pillándolo y los barceloneses y visitantes quedándonos sin ese parque tan emblemático.
EliminarHombre, lo del museo de cera también da para mucho, jeje. Más de una película de terror ha tenido como escenario uno de esos museos, aunque lo más terrorífico que algunos tienen son las pésimas reproducciones de gente famosa, jajaja.
Un abrazo.
La primera persona empleada en el relato le otorga una cercanía muy especial con lo que la lectura se hace muy amena y ágil. En lo personal, nunca he entrado en una casa del terror, por lo menos en un parque de atracciones, ja,ja,ja.
ResponderEliminarEn definitiva, se podría decir que hay aficiones que matan :-). Un gran saludo Josep.
Me alegro que el relato te haya resultado ameno. De divertido tiene más bien poco, según se mire, jeje.
EliminarYo, con dos experiencias en casas del terror ya tuve más que suficiente. Para lo único que me ha servido es para, al cabo de unas cuantas décadas, inventarme esta historia. Espero que ello no de ideas a psicópatas, aunque confío en que mis lectores son psicológicamente equilibrados, jajaja.
Un abrazo, Miguel, y gracias por tu tiempo.
Fantástico este relato. En principio pensé que era en primera persona hasta que empezó el sadismo, jajaja.
ResponderEliminarSiempre me han gustado las cosas de terror, pero luego no las aguanto, y ahora menos, directamente no las veo en lo que se refiere a las películas. La última vez que estuve en un pasillo del terror, fue en el museo de cera en Londres y fui casi todo el rato con los ojos tapados, jajaja.
Me encantó leerte nuevamente en este blog.
Un abrazo.
Si he escrito esta historia en primera persona no es solo para darle un mayor toque de realismo, sino porque yo mismo, muchas veces, he pensado, mientras visitaba una de esas casas del terror, en la posibilidad de que hubiera un sádico camuflado entre los visitantes y cometiera un asesinado. Así que me he puesto en la piel del protagonista, jeje. Desde luego no sería algo factible, pero ya sabes que se dice que muchas veces la realidad supera a la ficción.
EliminarTanto a mí como a mi mujer nos gustan las películas de terror, si son de calidad, claro. Lo que ella no soporta son las escenas de violencia extrema y cierra los ojos mientras me dice "no sé cómo puedes mirar esas cosas", jajaja. No es que disfrute con ello, desde luego, pero es que como sé que todo es falso, pues lo miro, como dice el personaje de mi historia, con otros ojos.
Muchas gracias, Elda, por tu visita.
Un abrazo.
Ainnnnns he pasado miedo y todo. ¡Qué pena lo de Monjuicht! A mí me encantaba, y el Tibidabo también, eh, prero ese aún lo tenemos.
ResponderEliminarYo siempre he pasado miedo en las casas del terror, recuerdo que cuando fui de viaje de estudios con 13 años a Barcelona no entré, y años después tampoco, jejeje, mi hermana era la valiente y en todos los parques de atracciones o ferias a los que hemos ido, en Asturias, España o el extranjero, entraba, yo solo entré con mi marido y mis hijos en Madrid y porque insistieron muchísimo y pensé que me daba un infarto, uffffff.
He recordado la peli y libro Extraños en un tren, el primer asesinato ocurre en una feria de esas de EEUU, tras salir de un pasaje de esos.
Un abrazo y una historia genial, coo siempre, de las que atrapan.
Siempre nos quedará el Tibidabo, jeje.
EliminarMe imagino, Gemma, que tampoco lo debes pasar muy bien con las películas de terror, si es que vas a verlas. El truco para no dejarte arrastrar por el miedo es verlo como quien va al teatro y tomar conciencia de que todo es de cartón-piedra, y si te fijas en las caras de los actores, estos suelen ir normalmente bastante mal "aderezados", jajaja. Pero, clero, todo es cuestión de sensibilidades. Los hay más miedicas que otros, jeje.
Un abrazo.
Jajaja, sabes lo peor, que veo pelis de miedo, pero he llegado a llorar, hay que ser boba.
EliminarHola Josep Maria,
ResponderEliminarLa verdad es que si no tenía miedo de las casas del terror, después de leer tu fantástico relato a uno le entra un no sé qué, que incomoda, jajaja Y tiene razón tu protagonista siempre hay escondites oscuros para acechar. Así que iremos con cuidado.
Es un relato muy bueno.
Un beso.
La oscuridad, el escenario y el atrezzo favorecen la sensación de miedo. Además, a mucha gente se contagia del terror ajeno; si uno grita, el resto también aun sin saber porqué. Es una especie de histeria colectiva, jeje.
EliminarEspero que mi relato no haya provocado un rechazo unánime a este tipo de atracción. A ver si sus promotores me van a pedir daños y perjuicios, jajaja.
Un beso.
A mí me gustan mucho los parques de atracciones pero precisamente ese tipo de atracción, el túnel del terror, no me gusta nada. Me parece, al igual que a tu protagonista, ridícula la "atracción", no le veo yo el interés. Claro, que después de saber que hay un psicópata haciendo real el miedo... ahora no voy ni harta de vino.
ResponderEliminarLa técnica de utilizar la primera persona te hace empatizar más con el protagonista. Por momentos me ha recordado a "mi" gondolero asesino. Hay cada tarado por ahí suelto...
Genial relato. Enhorabuena.
Un besote.
Supongo que para pasarlo bien en este tipo de atracción hay que ir predispuesto a tener miedo, veas lo que veas. Hay quien ya grita con solo traspasar el umbral, jeje. Otros ríen, pero se nota que es una risa histérica. Los que más disfrutan son los niños y adolescentes. Será que se dejan llevar con mayor facilidad por la fantasía y el ambiente "prefabricado".
EliminarAy, tu gondolero. Es verdad. Quién sabe si hay alguna conexión entre ambos asesinos. Al igual fueron al mismo colegio o comparten un mismo trauma infantil, jajaja.
Muchas gracias, Paloma, por tu comentario.
Un beso.
Qué bueno Josep Ma. A mi ya me daba miedo el túnel del terror como para imaginar a un psicópata aprovechando la ocasión... Yo solo entré una vez te aseguro que me hizo chillar y aunque sabía que era absurdo, pasé miedo, es que debo ser muy miedosa.
ResponderEliminarRecuerdo esos dos parques de atracciones, aunque el que más he visitado por lógica es el del Tibidabo y aún cuando entro en la sala de los espejos me lo paso bomba, como una niña.
Hubo una época cuando mis niños eran peques que les gustaban los parques de atracciones y visitamos unos cuantos y lo cierto es que lo pasábamos genial, las atracciones de agua me encantaban.
Besos
Mi primera experiencia de este tipo fue en el castillo del Tibidabo. No recuerdo bien en qué consistía, pues era muy niño, pero era muy lúgubre y había toda una serie de trampas a sortear, incluido un gran tubo giratorio que debías traspasar sin perder el equilibrio. Era, desde luego, una atracción bastante "light", pero me encantaba tener que recorrer pasillos, subir y bajar escaleras, salir al exterior, en el torreón, y volver a penetrar hasta dar con la salida. Lo de la casa del terror creo que fue muy posterior. Y, bueno, la sala de los espejos era (y es, si todavía existe) la monda. Todos, sin excepción, acabábamos riendo como locos. Y luego estaba la sala de os autómatas. Seguramente ahora parecerá algo muy anticuado por por aquel entonces me subyugaba ver aquellos muñecos en movimiento.
EliminarLos parques de atracciones en general nos hacen sentir niños por un día.
Un beso, Conxita.
Yo nunca he sido muy amante de los parques de atracciones. Mi fobia por el ruido y las multitudes me disuade de frecuentarlos, aparte de mi miedo a cosas tan terribles como una montaña rusa.
ResponderEliminarSolo me he subido a los caballitos (pero estos no estaban en un parque de atracciones como tal y a los coches de choque. El resto para mí es territorio comanche. Y con lo que ahora cuentas de la casa del terror, ni te cuento. Menudo psicópata aguarda entre sus vericuetos.
Un beso.
Uy, yo no he podido nunca con las montañas rusas. Solo he subido una vez en mi vida, precisamente en el parque de atracciones del Tibidabo y en compañía de una de mis hermanas, allá por los años sesenta, y a pesar de que era muy "light" (no como las de ahora, como el Dragon Khan y burradas por el estilo), lo pasé fatal.
EliminarY es que mi hermana era muy atrevida y me arrastraba con ella, pues no quería subir sola (la mayor ya iba por su cuenta). Otra vez me llevó a un local de atracciones en el Paralelo, Apolo se llamaba, igual que el famoso el teatro, y había una atracción que me aterrorizaba. La vagoneta en la que te sentabas bajaba a toda velocidad por una rampa, adentrándose en la garganta de un demonio que te esperaba con la boca abierta, Aun recuerdo esa enorme cabeza roja con unos ojos abiertos de par en par y amarillos, y esa boca llena de afilados dientes que esperaba tragarnos. El resto del recorrido era bastante anodino y muy breve, pero la primera impresión me quedó grabada para siempre, jeje.
Un beso.
Saludos, Josep.
ResponderEliminarMenudo "angelito" el prota de tu relato. Eso sí, aún le queda corazoncito: le dio pena que cerrasen el parque por su culpa. ¡Ay, los remordimientos! :P
Un abrazo. Ah, y no pienso volver a pisar un túnel del terror en mi vida. Con el incremento del IPC ya tengo suficiente terror en mi vida. ; )
Saludos, Pedro.
EliminarYo creo que ese "angelito" tiene, en el fondo, un cierto espíritu infantil y por ello no desea que le cierren el parque, aunque también podría ser que, como insinúa al final, no sean los buenos sentimientos los que le le mueven a pensar así sino esa pereza que a todos nos da cambiar de lugar de trabajo, jeje.
Un abrazo.
Eso mismo pensé yo en más de una ocasión, de ahí que me haya planteado esta historia, aunque con muchos años de retraso, jeje.
ResponderEliminarMuchas gracias, Julio David, por tu visita a esta casa imaginaria del terror.
Un abrazo.
En un principio tu relato me ha dejado descolocado. Al estar narrado en primera persona parecía como se nos estuvieses contando una aficción tuya, pero a medida que transcurría me di cuenta que se trataba de un relato de terror real,... ¿o no?
ResponderEliminar;)
El engaño y el malentendido forman parte del juego, jeje.
EliminarEsta historia de terror podría muy bien ser real, solo hace falta tener a mano un psicópata con inclinaciones asesinas.
Un abrazo.
Yo creo que el asesino eres tu.¿no? Me gusto tu relato.Un abrazo
ResponderEliminarBueno, Betty, yo solo soy culpable de la idea, poniéndome, por unos instantes, en la piel de un loco asesino. Habitualmente soy una persona muy normal, jajaja.
EliminarUn abrazo.
Brillante relato de terror, pero del bueno. Las casas del miedo, que por cierto ya abrieron en Port Aventura Halloween, me han producido miedo y risa a un tiempo, seguro que porque no visité aquella primera de tu personaje, que sólo me habría causado miedo, pánico realmente. No en vano, si puedo, no voy sola, y esa sensación de ir acompañada permita que me haya reído de niñas del exorcista :-), pero tu personaje es un crack, un erudito de Poe, un creador de fantasías de pesadilla. Muy bien narrado, en esa primera persona inquietante. El hilo conductor hasta su hoy está perfectamente construido y ese final me ha encantado.
ResponderEliminarVoy a ir a Amazon a por tu libro, que espero poder comentar pronto, porque seguro me gustará. Un abrazo y feliz lunes
Muchas gracias, Albada Dos, por tu elogioso comentario. Me alegro que este relato, salido de mi trastornada mente (jajaja), te haya gustado. Pocas veces (salvo cuando era niño) he sentido verdadero miedo (en todo caso aprensión) en una película de terror. Y ya que no logro sentir terror en lo que veo o leo, intento provocarlo yo con historietas de este tipo, jeje.
EliminarGracias también por tu voto de confianza. Deseo de verdad que el libro te guste.
UN abrazo y feliz lunes también para ti.
Cerraron el parque de Montuic por tu culpa!!!!! Jajajajajaja. Buena historia, muy buena.
ResponderEliminarLa casa del terror del que queda abierto la visité hace años como monitor de un campamento de verano con niños que no tendrían más de 10 u 11 años. Caminar con siete niños colgados no es tarea fácil, pero si es verdad que tendrían que cambiar el nombre por "La casa de los sustos"
Un abrazo
Eso me temo, jajaja.
EliminarMe alegro que te haya parecido una buena historia y ya me imagino que lo que debió resultar terrorífico fue soportar los gritos de esos críos, jeje.
Un abrazo.
Hola Josep Mª! Bravo, me ha encantado el relato. He de admitir que voy un poco despistado y el narrador es tan cercano que al principio creía que se trataba de una reflexión tuya, jajaja. Y me he reído mucho cuando me he dado cuenta (ya a partir de un punto obvio) de que era un relato de ficción, porque me he sentido muy bobo. Pero quizá ese es uno de los detalles, el del narrador mencionado con anterioridad. Le das una cercanía mundana al punto de vista de un asesino en serie, y eso queda genial y le da ese toque auténtico. Yo siempre he sido fan del terror y me he reído mucho en las casas encantadas de los parques. Recordaré siempre con cariño la del Tibidabo, una vez que fui hace mucho, mucho tiempo, con unos amigos de Madrid. Nada más empezar nos salió la niña del exorcista diciéndonos barbaridades y pa qué, ya las carcajadas estuvieron presentes toda la atracción. Hace mucho que no piso el Tibidabo, tendré que volver. Un fuerte abrazo! ; )
ResponderEliminarJajaja. Entiendo que al principio, la descripción que hace el protagonista de sus gustos personales (que de hecho vienen a ser los míos) diera lugar a esa confusión. No lo pretendí, pero luego comprendí que podía darse el caso, lo cual no es nada raro, incluso puede tener su gracia.
EliminarEn el Tibidabo yo tuve un pequeño "encontronazo" con los actores a raíz de la niña del excorcista, a la que le reproché (en broma, claro) su comportamiento violento y su actitud tan desconsiderada. El caso es que, a la vista de mi "chulería", me tendieron una emboscada, ya casi cuando llegaba al final del recorrido, en un rincón del circuito, dándome, lo reconozco, un susto de muerte, jajaja.
Un fuerte abrazo.