Acababa de incorporarme a la afamada agencia de
detectives Madison y asociados, y ya me dieron un caso de lo más
interesante. Debieron oler mi valía como buscador de personas desaparecidas, ya
que de lo que se trataba era de hallar, vivo o muerto, a un afamado hombre de
negocios, un tal Mario Mendoza. El caso lo había llevado un colega que acababa
de jubilarse y no, precisamente, con mucho acierto. Había transcurrido un mes
desde que la mujer del empresario denunciara su desaparición y no existía
ninguna pista mínimamente fiable.
Me encontraba, pues,
ante un reto de gran envergadura. La mujer del presunto desaparecido, Inés
Galván, una modelo de renombre, aunque ya en declive, estaba dispuesta a pagar
una importante recompensa al margen de nuestra minuta si lográbamos encontrarlo
a la mayor brevedad posible y no podíamos defraudarla. La policía podía pasar
por inútil, pero nosotros no.
Si resolvía ese caso,
no solo me ganaría el respeto de Eduardo, mi jefe, y de mis compañeros, sino
que también me llevaría una gratificación extra. Así pues, me puse manos a la
obra y mi primer paso fue, lógicamente, ponerme en contacto con la bellísima
modelo, una mujer de treinta y cinco años, de los que llevaba dos casada con el
rico empresario, veinte años mayor que ella.
No sé qué hechizo me
lanzó, pero quedé prendidamente enamorado de la exuberante modelo en cuestión
de horas, las que estuvo poniéndome al corriente de todos los detalles que
consideré necesarios conocer. Su forma de hablar, de moverse y su mirada
penetrante y seductora me subyugaron irremediablemente.
A los pocos días, la
atracción física se convirtió en algo mutuo y empezamos a intimar, hasta el
punto de que Inés acabó contándome los detalles más íntimos de su convivencia
con un marido al que calificó de déspota y maltratador. Con cada detalle, me
sentía más atraído por la que consideraba una mujer infeliz que estaba
malgastando los mejores años de su vida al lado de un impresentable. Hasta que
un día, entre copa y copa, y algo achispada, me confesó que deseaba que su
marido estuviera muerto, pues no solo se libraría de un tirano, sino que
también heredaría su gran fortuna, lo que le permitiría vivir sin depender de
nadie, ni siquiera de su carrera profesional, que ya no estaba en sus mejores
momentos.
Desde ese instante, mi
empeño por hallar al desaparecido se convirtió en una obsesión acompañada de un
intenso desasosiego. Sabiendo lo que sabía, yo también acabé deseando ver
muerto al interfecto, pero mi ética profesional me obligaba a resolver el caso,
fuera cual fuera su desenlace. Pero esa misma ética también me impedía mantener
una relación sentimental con mi clienta y, en cambio, estaba incumpliendo esa
norma tan elemental. Estaba hecho un lío.
¿Cómo alguien como yo, moralmente
íntegro y consecuente con sus ideas, había podido caer en brazos de una mujer
que, bien pensado, no sabía hasta qué punto era de fiar?
Al cabo de dos semanas
de haber iniciado las pesquisas, di con una pista bastante fiable sobre el
paradero del marido de Inés. Solo tuve que profundizar en las cloacas del mundo
de los negocios turbios para descubrir que el hombre al que buscaba debía una
cuantiosa cantidad de dinero a un prestamista que no se andaría con chiquitas
si daba con él. Lo más probable era, pues, que estuviera escondido en algún
lugar seguro. Pero de ser así, no podía estar indefinidamente oculto. Seguramente
estaba intentando ganar tiempo para pergeñar una forma de deshacerse de su
perseguidor o perseguidores.
Una noche, después de
hacer el amor con Inés, no podía conciliar el sueño dándole vueltas al asunto
de marras. Hasta que tuve un pálpito. ¡Cómo no había caído en la cuenta! Inés
no solo quería que Mario estuviera muerto, quería verlo muerto, que era
distinto. Entonces me levanté sigilosamente de la cama y me hice con su
teléfono móvil. Busqué en la agenda el número de su marido. No aparecía el
nombre de Mario, pero recordé que solía llamarle Cari —qué cosa más cursi
para dos adultos, pensé— y como tal le tenía identificado. Le llamé. Si veía el
número de su mujer no dudaría en contestar. Cuando oí una voz de hombre que
decía «Hola, mi amor, ¿cómo estás? Te extraño mucho»,
colgué sin más. Tras clonar el móvil de Inés, me marché a casa, dejándola
durmiendo plácidamente. Ahora ya tenía un modo de seguir las conversaciones de
marido y mujer y, lo más importante, de localizar la ubicación de él, cosa que
no me llevaría más que unos pocos minutos en cuanto se pusieran en contacto
telefónico.
Como era de esperar, la
primera llamada se produjo desde el teléfono de Cari reprochándole a Inés
haber colgado la noche anterior sin dirigirle la palabra, habiendo sido ella
quien le había llamado. Ella argumentó que no tenía ni idea de lo que pudo
ocurrir. Pero yo sí supe al instante que deduciría quién había efectuado esa
llamada. Ahora supondría que, conociendo el número de teléfono de Mario, daría
con su escondite. Pero si Inés quería ver a su marido muerto ¿por qué no había contratado
a un sicario que hiciera ese mismo trabajo y se deshiciera de él? No, tenía que
ser yo, un detective privado que estuviera de su parte y que resolviera el caso
limpiamente, sin levantar sospechas.
Al cabo de unas horas,
llamaba al timbre del piso donde se refugiaba Mario haciéndome pasar por un
amigo de Inés. Mi intención no era otra que anunciarle que su mujer le quería
muerto y todo para cobrar una suculenta herencia. El hombre, más confiado de lo
que cabría esperar, me franqueó el paso sin poner ningún impedimento.
—¿Cómo sabe usted todo
eso? —me preguntó, confuso, tras haberle explicado el motivo de mi visita.
Tras contarle toda la
historia —salvo que me acostaba con su mujer—, el hombre, avejentado en
cuestión de minutos, no cesaba de pasarse las manos por los cabellos
encrespados, pensando qué hacer. Sentí una franca pena por él. No parecía ser
el tipo duro y maltratador como me lo había descrito la bella modelo.
—Si lo que me ha
contado usted es cierto, Inés se llevará una desagradable sorpresa —afirmó,
claramente abatido, tras lo cual se cerró en banda. Ya no quiso hablar más del
tema.
—Tiene que desaparecer,
irse donde nadie pueda dar con usted, ni la mafia ni su esposa. Y cómprese un
teléfono nuevo—le recomendé.
Yo no encontraría
oficialmente al hombre desaparecido, pero le salvaría la vida. Aun así, no
entendía qué quería de mí Inés. ¿Qué papel jugaba yo en toda esa historia,
aparte del de sabueso que halla su preciada presa? Tan solo tuve que
esperar unos segundos para descubrirlo.
Alguien llamó a la
puerta con los nudillos. Mario y yo nos quedamos petrificados sin saber qué
hacer. Al cabo de unos segundos oímos la voz de Inés que, susurrando, nos
suplicaba que la abriéramos. Sin duda me había seguido para dar con su marido.
Tras unos instantes de duda y con el consentimiento de Mario fui a abrir la
puerta, tras la cual apareció Inés, exultante. Su marido y yo nos quedamos, sorprendidos
y desconcertados, no tanto por su inesperada irrupción sino porque empuñaba un
arma de fuego.
El disparo fue
ensordecedor. La finca debía estar en esos momentos vacía, pues nadie pareció
haberse percatado del estruendo.
—Bueno, ahí tienes a
Mario. Ya puedes informar a tu jefe. Toma el revolver, era suyo, pero no está
registrado, así que puedes decir que lo encontraste junto al cadáver y que debe
pertenecer al sicario que se lo cargó y que, por algún motivo, las prisas
quizá, se lo dejó en la escena del crimen. Ya te inventarás cualquier
explicación. Y límpialo bien, por favor, no vayan a quedar mis huellas. Ahora
por fin, soy libre y tú tendrás una generosa recompensa.
Y dicho esto, me lanzó
un beso al aire y salió rápidamente del piso, dejándome con un muerto a mis
pies y más aturdido de lo que me había dejado el disparo a bocajarro.
Tenía que pensar con
rapidez. ¿Qué hago ahora?, me dije tras recoger el arma con la ayuda de un
pañuelo y guardármela en un bolsillo.
Inés me había utilizado
para dar caza a su marido, quien le debía haber contado cualquier mentira
mínimamente creíble para justificar su desaparición voluntaria, pero sin
revelarle su paradero. «Cuánto menos sepas, mejor», debió de decirle.
Me pasé casi todo el
día en casa de Mario intentando aclarar los puntos oscuros de esa historia. Me
costó unas cuantas horas, pero lo conseguí.
En una caja de cartón oculta
en un armario hallé documentos e información que Mario debió llevarse consigo y
que me sirvieron para que las piezas del rompecabezas acabaran de encajar.
Era evidente que Inés
ignoraba que era un mafioso, al que no había podido devolver un préstamo de
varios millones de euros para sacar a flote su negocio, que llevaba tiempo
haciendo aguas, quien andaba detrás de su marido. Todo estaba escrito y
documentado: balances contables, extractos bancarios, pagarés, cartas amenazadoras...
Incluso notas de voz en su móvil que identificaban al peligroso prestamista. Inés
también ignoraba, por lo tanto, que su marido estaba prácticamente arruinado. Ahora
entendía por qué este había dicho que se llevaría una desagradable sorpresa en
caso de que él muriera.
Todo ello me confirmó
que Mario se había puesto a salvo de sus perseguidores hasta que pudiera
encontrar el modo de salir del país. Pero ¿quién le podía ayudar en su propósito?
Esto ya nunca lo sabría.
Me sentía tremendamente
humillado al pensar que había sido objeto de una trampa por parte de Inés,
habiendo caído en sus redes amatorias. Sabía de su interés por ver muerto a su
marido, pero nunca pensé que fuera capaz de acabar con él con sus propias
manos. Pero recibiría su justo castigo cuando descubriera la verdadera
situación económica del difunto. Tendría que volver a vivir de sus ingresos
como modelo venida a menos. Eso en caso de que no la denunciara a la policía.
Ya de noche, fui a la
oficina para redactar mi informe. Me pasé más de una hora ante la pantalla del
ordenador sin saber qué escribir. Inés confiaba que, habiendo caído rendido a
sus pies, la encubriría. Y no andaba totalmente errada. Por mucho que lo intentaba,
no podía dejar de pensar en nuestra relación. Esas últimas semanas junto a ella
habían sido un bálsamo para mis heridas abiertas, una dulce forma de olvidar mi
reciente y doloroso fracaso sentimental, un consuelo para mi soledad y mi vida caótica
y confusa. Me había enamorado perdidamente de ella. Intentaba justificarla de algún
modo, pero dudaba. Un asesinato no tiene justificación a menos que sea en
defensa propia. Y no era el caso.
Estaba con las manos sobre
el teclado cuando sonó mi móvil. Era Inés, con su voz melosa.
—Hola, cariño —por lo
menos no me llamaba Cari—. ¿Ya has redactado el informe?
—Ahora estaba en ello
—respondí escuetamente.
—Y ¿ya sabes qué
pondrás?
—Todavía no, pero no te
preocupes, que algo se me ocurrirá.
—Muy bien, cuando lo
tengas, ya me contarás. Te quiero —susurró antes de colgar.
Seré novato, pero no
mentecato, me dije. Si quería hacerme un nombre en el campo de la investigación
privada, un nombre que fuera sinónimo de buen hacer y de ética profesional,
¿cómo iba a involucrarme en un asunto tan deleznable? Si seguía los dictados de
Inés, tarde o temprano todo acabaría descubriéndose y ambos pasaríamos muchos
años en la cárcel. Así que me dispuse a relatar la verdad. No estaba dispuesto
a encubrir a una asesina que me había utilizado con sus poderes de seducción.
Una vez terminado el
informe, lo dejé sobre la mesa de Eduardo junto a la pistola con las huellas
que no llegué a borrar, la prueba del delito. Ya lo encontraría todo al día
siguiente cuando se incorporara al trabajo.
Casi no pude pegar ojo
en toda la noche, dándole vueltas al asunto e imaginándome la reacción de Inés.
Con lo astuta que era, bien podría inventarse algo en mi contra, alegar que
estuve en el ajo desde el principio y que ahora, resentido por haber roto
nuestra relación, quería vengarme de ella.
Al día siguiente, llegué tarde a la oficina. Me
había costado mucho conciliar el sueño y se me habían pegado las sábanas.
Al llegar, me extrañó
la tranquilidad reinante cuando esperaba un cierto alboroto y que, al verme,
todos mis compañeros me felicitaran por haber cerrado el caso satisfactoriamente.
Pero, en cambio, todo el mundo iba a lo suyo y ni siquiera repararon en mi
presencia. Cuando llamé a la puerta del despacho de Eduardo nadie contestó. Oí
una voz a mi espalda que decía:
—Todavía no ha llegado
o, por lo menos, nadie le ha visto. Es muy extraño en él, que siempre es tan
madrugador.
—¿Le habéis llamado?
Quizá esté indispuesto.
Por toda respuesta mi
interlocutor se encogió de hombros.
Decidí, pues, abrir la
puerta del despacho. Me sorprendió sobremanera no ver en su mesa el informe ni
el arma que había dejado la noche anterior. A continuación, llamé a su casa. Su
mujer dijo que había salido muy temprano, pues tenía un asunto muy urgente que
resolver. Eso me dio muy mala espina. Eché un vistazo a la grabación de la
cámara instalada en la entrada del edificio y vi que, efectivamente, había
llegado a las siete de la mañana y salido apresuradamente al cabo de diez
minutos. Su móvil estaba desconectado o fuera de cobertura, según la alocución
grabada. Me temí lo peor.
Inés tampoco contestó a
mis llamadas. Los dos pájaros habían volado, esto estaba claro. Esa mujer había
jugado con dos cartas, la mía y la de Eduardo. Este, al ver mi informe, debió
ponerse de inmediato en contacto con Inés para hacerle partícipe de mi traición
y decidieron fugarse a la espera de que ella se hiciera con todo el dinero de
su difunto marido y vivir juntos un retiro dorado. ¿Cuánto tiempo le duraría a
Inés su nuevo cómplice cuando descubriera que no había tanto dinero de por
medio? No mucho, como pude saber al cabo de unas pocas semanas. Pero por un
motivo muy distinto.
Los informativos no
aclararon lo sucedido, pero pude colegir que el mafioso, o sus secuaces, habían
dado con su paradero en Rio de Janeiro. Dos disparos a quemarropa acabaron instantáneamente
con la vida de ambos. La versión oficial fue que habían sido objeto de un
atraco a mano armada mientras paseaban por la playa de Copacabana a medianoche.
Este caso, el primero
que me asignaron, me enseñó a desconfiar de las mujeres exuberantes que buscan
desesperadamente a sus maridos. Y también que hay malos que resultan no ser tan
malos y buenos mucho menos buenos de lo que aparentan.
Al cabo de los años, he
logrado forjarme un buen nombre. Y hablando de nombres, me doy cuenta de que todavía
no os he revelado el mío. Aunque mi verdadero nombre es otro, todo el mundo me
conoce como Sam, en honor a Sam Spade. Yo habría preferido que me llamaran
Bogart, pero qué le vamos a hacer.
¡Vaya! Este relato podria ser el argumento de toda una película. Lo veo, veo los personajes, los fotogramas... tú has hecho que yo los vea.
ResponderEliminarSAludos.
Cuánto me alegro haber podido lograr en ti ese efecto.
EliminarMuchas gracias.
Saludos.
¿Qué hechizo usó Inés, una exuberante modelo? El hechizo de una exuberante modelo. Y con una voz seductora.
ResponderEliminarY seguramente menos en declive de lo que suponía el detective.
Con astucia para engatusar al jefe, además del detective.
Pero le faltó un dato, y eso le costó la vida, manos de mafiosos que no se dejaron hechizar.
Toda una revelación que se trate de Sam Spade. Bien contado.
Saludos.
Nunca hay que menosrpeciar las armas de seducción masiva de una mujer de armas tomar.
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Un saludo.
Hola Josep, qué bueno es tu relato y me a gustado mucho como acabado , yo estoy como Manuela , es como ver tu relato en películas en byn , felicidades.
ResponderEliminarBesos de flor.
Pd , yo también he participado en este reto , con mi detective Blanxart.
Hola, Flor. Me alegro que te haya gustado esta truculenta historia. Dicen que la realidad supera a la ficción. No sé si será cierto en este caso, je,je.
EliminarLuego me paso por tu blog.
Un saludo.
Una trama endiablada, muy buena, y la narración es magnífica.
ResponderEliminarUn abrazo
Un detective novato aquine engatusar, una bella mujer de armas tomar y un desaparecido buscado vivo o muerto. Supuse que esos eran los ingredientes imprescindibles para una trama endiablada, je,je.
EliminarUn abrazo.
Qué bueno.
ResponderEliminarDesde luego, este novato lo de la.cadena de custodia lo desconocía, ¿a quién se le ocurre dejar una prueba y un informe en una mesa?
Me ha gustado mucho.
Feliz día.
Como novato, también era confiado. ¿Quién iba a sospechar de que su jefe también estaba involucrado?
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un abrazo.
Un relato escrito bajo el prisma clásico que resume el refrán de nuestro acervo:
ResponderEliminar"El hombre es fuego, la mujer estopa, viene el diablo y sopla" ¡Contundente, pues!
🕴
Si el detective a quien les habían asignado el caso en primer lugar no se hubiera jubilado, a su edad seguro que no habría sido objeto de seducción por parte de la bella modelo. Pero entonces no habría caso, je,je.
EliminarUn saludo.
Que argumento tan bueno, esto da para una película .Te felicito.
ResponderEliminarPara ser el primer caso de tu protagonista la cosa estuvo complicada.
Esa mujer exuberante le trastocó el sentido je je je .
Un abrazo Josep
Puri
Hola, Puri. Pues sí, el pobre chico se estrenó con un caso realmente complicado, pero acabó aprendiendo la lección: no hay que fiarse de nadie, je,je.
EliminarUn abrazo.
Si es que las apariencias nunca son lo que son, o por lo menos con relatos como este, plagados de mujeres exuberantes, mafiosos, dinero fácil y un detective que decidió el camino correcto. Esa fue la parte que más me gustó, el giro de un personaje que suele tacharse de malvividor y oscuro. En este caso obtaste por la opción del detective no corrupto aún estando bajo las garras de una arpía que, por muy lista que fuera, no lo tenía todo bajo control. Y es que, al final, cada uno se llevó lo suyo.
ResponderEliminarGenial relato, bien llevado y con tantas tramas que se hace corto.
Un abrazo, Josep!
Me he permitido recurrir a una enseñanza sobre ética profesional y personal, dándole al protagonista la oportunidad de hacer lo correcto, venciendo la terrible atracción que sentía por la exuberante Matahari, je,je.
EliminarMuchas gracias, Pepe, por tu comentario.
Un abrazo.
Una trama intrigante, un ritmo que hace que quieras seguir leyendo y al final una que otra lección de vida. Muy bueno, me encantó.
ResponderEliminarHola, Ana. Me alegro que te haya gustado esta lección de vida. De los finales posibles, opté por el que me pareció el mejor, je,je.
EliminarUn saludo.
Hola, Josep. Un relato-caso muy bien llevado por tu parte. Nuestro Sam supo ser honesto y librarse de las redes de esta mujer fatal de nombre Inés, y aunque no terminó la cosa como creía, ha podido hacerse un nombre en el mujndo de los detectives privados. Lástima que no te hayas presentado al concurso; hubieras conseguido un muy buen puesto.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Hola, Bruno. Este primer caso que le adjudicaron a nuestro querido Sam no se le olvidará en la vida y le servirá de enseñanza. A veces hay que aprender a base de disgustos.
EliminarYo también lamento no haber podido presentarme al concurso, pero tuve que elegir entre hacerlo con un texto de 900 palabras, lo que me habría significado un gran esfuerzo de compresión de una historia que daba para mucho más, o pasármelo bien con uno mucho más largo dando rienda suelta a mi imaginación, je,je.
Un fuerte abrazo.
Magnífico relato, digno de una buena posición en el concurso y de un hueco en Irreal como la vida misma 3 . Felicidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
En el concurso no podrá optar a ningún puesto, ya que me he excedido en el número de palabras que exigen las bases. De ahí que lo haya presentado en la modalidad de fuera de concurso. Lo de guardarlo para otra entrega de Irreal como la vida misma, eso no lo puedo excluir, aunque dudo que vuelva a repetir la experiencia. Pero, claro, eso también lo dije tras la publicacion de la primera, je,je.
EliminarUn abrazo.
Caray Josep que historia más interesante, me ha atrapado desde el primer momento, podría ser el guion para una película con todos los ingredientes en una misma historia.
ResponderEliminarPara ser el primer caso le salió un poco intrigante, y es que hay hombres que en algún momento tienen el cerebro en otro lugar, jajaja.
Me ha encantado como lo has desarrollado. Buenísimo para el concurso.
Un abrazo y buen fin de semana.
Hola, Elda. Ojalá leyera esta historia un productor de cine o de televisión y me comprara los derechos para convertirla en una película o serie, ja,ja,ja.
EliminarMe alegro que la hayas disfrutado, aunque, como le digo a Macondo, no puede optar a ningún premio porque he presentado el relato fuera de concurso, dado que su extensión supera lo exigible.
Un abrazo y buen fin de semana.
¡Menuda historia, Josep! Mujer fatal, traiciones, asesinatos... lo tiene todo. Mantienes muy bien la intriga respecto a lo que sucede y no dejas ningún fleco suelto. Un relato estupendo. La frase final me encanta, muy acertada.
ResponderEliminarHola, Marta. Pues sí, he hecho un coctel con todos los ingredientes que he tenido a mano, je,je.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un abrazo.
¡Un relato ganador, Josep!
ResponderEliminarEste es en mi opinión el espíritu exacto de esta edición: un buen detective, una bella mujer sin escrúpulos y un final con ese broche de oro a la figura de Sam Spade y lo que significó para Bogart y el cine negro ese personaje.
Abrazos y enhorabuena.
Muchas gracias, Miguel, por tu apreciación. No obstante, de ganador nada, pues este relato participa fuera de concurso por su excesiva extensión. Pero preferí excederme que quedarme corto dado el hilo argumental tan complejo, je,je.
EliminarUn abrazo.
¡Hola, Josep! ¡Ostras! Un relato que tiene todo lo que se le puede pedir a una historia noir. A Inés y al detective no he podido evitar ponerles el rostro de Barbara Stanwyck y Fred MacMurray en Perdición. Pero es que no solo nos ofreces un giro argumental, sino hasta tres cambios en el proceso de investigación y todos con sentido. Me encantó el tono del narrador, puro detective. El cierre también es acertadísimo nos deja con esa idea acerca de que le llaman Spade, aunque a él le hubiera gustado Bogart. ¿Qué diferencia existe para él? Una cuestión a la que invitas a reflexionar al lector. Fantástico. Un abrazo!
ResponderEliminar¡Hola, David! Es una muy buena señal que el lector le pona rostro a los personajes de una novela (o de un relato, como en este caso), lo cual significa que el autor (en este caso un servidor) ha logrado darles vida, je,je.
EliminarMe alegro mucho que este relato te haya gustado de principio a fin siendo, como es, tan largo.
Un abrazo.
Menudo relato detectivesco más bueno te has montado. Mujer fatal, traición, amor. Tiene todos los ingredientes del mejor cine negro. Podría dar para una novela, aunque esto ya te lo he dicho de otros que has escrito.
ResponderEliminarHablando de homenajes a Sam Spade, Ramiro Pinilla tiene una trilogía ambientada, como no, en el País Vasco, cuyo detective se llama Samuel Esparta.
Un beso y mucha suerte en el oncurso.
A ver si algún día te hago caso y me decido a escribir una novela a partir de uno de mis relatos más largos y complejos, je,je.
EliminarHe buscado en Google a Ramiro Pinilla, pues debo confesar que no conocía a este autor, y he comprobado que tiene, aparte de la trilogía que mencionas, otras novelas que parecen formar parte de una corta serie. Las buscaré, aunque dudo que, teniendo ya unos años de antigüedad, las encuentre en alguno de los puestos de libros de este Sant Jordi, que solo exponen lo más novedoso. En todo caso, tomo debida nota de ellos.
Un beso.
Buenos días, amigo Josep. Antes que nada disculpa la tardanza en leerte, he tenido unos días liados.
ResponderEliminarCreo que “El novato” no se habría podido contar de otra manera, salvo el formato largo en el que te puedes explayar en detalles, como es el caso de esta estupenda historia escrita y contada a fuego lento que nos regalas. Ordenada, explícita, para variar, un detective con conciencia.
El final para enmarcarlo.
Muy buen trabajo, Josep. Te felicito.
Hola, Isabel. No tienes porqué disculparte; a fin de cuentas yo también he publicado este relato muy tarde. Claro que al participar fuera de concurso, debía hacerlo después del dia 17, pero yo también he estabo bastante liado últimamente y su publicación ha tenido que esperar unos días más.
EliminarMe alegra mucho que alguien, como tú, que escribe de maravilla, tenga una opinion tan favorable de mi texto.
Un fuerte abrazo.
Hola, Josep.
ResponderEliminarHas explotado como nadie el personaje de la femme fatal tan propio del género de novela negra. Menos mal que al final obtuvo su merecido. Dtective legal donde los haya, muy al estilo de Sam Spade, no me extraña que lo apodaran así, aunque su preferencia por Bogart... da qué pensar.
Un saludo.
Siendo como era un novato, a final supo lidiar con esa arpía disfrazada de ángel y, por fortuna, supo liberarse de sus garras para acabar haciendo lo correcto.
EliminarMuchas gracias por pasarte y dejar tu amable comentario.
Un saludo.
En vilo hasta el final Josep, sabes atraparnos con tus relatos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Conchi, me alegro de haberlo conseguido.
EliminarUn abrazo.
Hola, Josep Mª. He disfrutado un montón con este relato tan apasionante. Una traba muy bien urdida que desde el principio engancha. Esta Ines ya se le veía desde el principio que no era de fiar por lo fácil que cae el detective en sus artimañas. Te felicito, buen relato. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, isan, por tu comentario. Me alegro de que hayas disfrutado de esta historia.
EliminarUn abrazo.
Hola, Josep. Una trama muy bien llevada, poco a poco, y con ese final en la playa de Copacabana evocando a las grandes películas. Los dos personajes principales están muy bien montados, el detective novato y la mujer fatal. Luego están los villanos, uno de ellos encubierto y la mafia revoloteando por todo la historia como esa mano negra que puede volarlo todo por los aires. El final también me ha gustado mucho, como todo el relato en general que me parece un trabajo de altura.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, Pedro. El detective no solo era novato en su profesión, sino también en las artimañas amorosas, je,je.
EliminarMe alegro que te haya gustado esta historia.
Un abrazo.
Hola Josep: Enhorabuena me ha gustado mucho. Tiene un poco de todo. Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ainhoa, por tu comentario.
EliminarUn saludo.
Has escrito una novela negra con todos los ingredientes en un par de folios. Qué lujo. Tiene de todo, ritmo, detective encandilado con la mujer fatal y un marido mayor adinerado (o casi), en fin, completo, completo, completo.
ResponderEliminarAdemás, la intriga me ha tenido enganchada hasta el final. Muy bien.
Me ha encantado.
Mantener toda esa intriga estuvo reñido con ceñirme a las 900 palabras que establece las bases de El Tintero de Oro, de ahí que optara por presentar este relato fuera de concurso. La mujer fatal, el marido arruinado, oculto y a merced de unos secuaces, y el detective novato y colado por la rubia exuberante merecían esplayarme bastante más, je,je,je.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un beso.
Que interesante y que ingenio😊👏👏👏 fue casi como verse un corto animado ( al menos en mi cabeza) y bien detectivesco!!!!
ResponderEliminarMe alegra que mi relato se haya materializado en tu mente, je,je.
EliminarGracias por tu comentario.
Un abrazo.
Hola, Josep. Te podía decir que esta película ya la he visto, pero no. Es una historia al uso del género donde la protagonista hace valer su atractivo jugando con varias barajas y haciendo descartes según las circunstancias. La cosa ha terminado como marcan los cánones de la novela negra aunque conociendo a la actriz no sé yo si llegaría a algún acuerdo y fingiría su muerte para seguir encandilando a vejetes forrados en cruceros de lujo, lógicamente con otra identidad. Y dentro de unos años se vuelvan a encontrar por un caso similar, solo que el detective ya más avezado no caerá de nuevo, o eso esperamos, en la red de esta viuda negra. Saludos
ResponderEliminarSi mi texto podría dar para una película, tu versión no es para menos, je,je.
EliminarA la rubia exuberante se le acabaron las ocasiones para encandilar interesadamente a ingenuos, pues recibió su merecido (quizá demasiado drástico, si nos ponemos quisquillosos) y ahí se acabó la trama.
Muchas gracias por pasar a leerme y dejar tu aomentario.
Saludos.
Hola Josep. Más que un relato casi parece el guión de una película. Una trama enrevesada con múltiples giros argumentales, donde nada es lo que inicialmente parece. El detective que cayó en las redes de esa mujer fatal consiguió sobreponer sus principios a la pasión, no así su jefe que fue bastante más incauto. Al final ambos se llevaron la peor parte, junto con el empresario que al menos, creo, ha muerto con cierto regusto de venganza al dejar una herencia ruinosa a su exmujer. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Jorge. Yo creo que el jefe de nuestro protagonista no solo se dejó llevar por los encantos de esa mujer, sino también por el hastío y la monotonía de un trabajo que no le reportaba tanto dinero como hubiera deseado. Pero le salió mal la cosa, al igual que a la mujer fatal de la que se prendó.
EliminarPor lo menos, al detective novato le venció su conciencia y ética profesional.
Un abrazo.
Un relato de película donde las escenas se ven muy claras, con un final inesperado. Suerte en el Tintero. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Mamen, por dejar tu comentario.
EliminarUn abrazo.
Thanks to you.
ResponderEliminarMe gustan desde niño los relatos detectivescos y noir. Muy bueno, eh. Un saludo.
ResponderEliminarHola, Alexander. Pues me alegro que haya podido satisfacer tus gustos, je,je.
EliminarMuchas gracias por comentar.
Un saludo.