El pasado 14 de febrero, la televisión pública catalana (TV3) emitió, en su programa semanal Sense ficció, el documental titulado Negrers, la Catalunya esclavista, en el que se exponía, de forma pormenorizada, el pasado esclavista de algunos personajes catalanes que emigraron a Cuba en busca de oportunidades y volvieron enormemente enriquecidos, gracias a la mano de obra gratuita aportada por sus esclavos negros. Esos nuevos millonarios se convirtieron en grandes prohombres, mecenas y benefactores sociales muy respetados y que fueron los artífices del gran desarrollo industrial, comercial y arquitectónico de Cataluña, apoyando y financiando la construcción de edificios modernistas que hoy embellecen Barcelona capital y muchas poblaciones catalanas. Aunque el esclavismo no fue únicamente utilizado por empresarios catalanes, sino que esta práctica execrable también tuvo sus protagonistas en otras regiones españolas, ese repaso histórico me sobrecogió al descubrir el pasado esclavista de muchos personajes catalanes a los que hasta ahora respetaba enormemente por sus logros y actividades en pro del desarrollo cultural y artístico.
El caso es que este documental me recordó que algunos años antes, concretamente el 12 de noviembre de 2019, escribí un relato de ficción sobre un descendiente de un indiano y que he querido recuperar —y de paso retocar— para volverlo a publicar en este blog. Pido disculpas de esta reiteración a lo/as lectore/as que ya lo leyeron en su momento, pero no he podido evitar sacarlo de nuevo a la luz porque está basado en hechos históricos que no deben olvidarse.Me llamo Felip Pujol y nací en Barcelona un 12
de octubre de 1950, el llamado día de la Hispanidad. En casa siempre lo
celebrábamos porque, me decían, mi bisabuelo, Ramón Pujol, había hecho las
américas. Le llamaban “el indiano”, como a todos los que volvían a su tierra
después de haber amasado una fortuna en las colonias españolas. De él heredamos
esta mansión, que mi abuelo primero y mi padre después conservaron como el
primer día. Yo la heredé al fallecer mi progenitor, hace ya siete años. Sin
embargo, no he podido disfrutarla, como propietario, hasta que no me he jubilado.
No podía dejar mis negocios en manos de mis dos hijas hasta que no hubieran
demostrado verdaderas dotes de liderazgo, cosa que no se aprende de un día para
otro.
Elisa, mi mujer,
falleció poco después que mi padre, por lo que el trabajo ha sido hasta hace
poco mi única ocupación y consuelo. Ahora, ya liberado de penas y obligaciones,
puedo dedicar mi tiempo libre a hacer lo que me plazca, y lo primero que me
vino a la mente fue hurgar en el árbol genealógico familiar.
La historia de mis
padres y abuelos era bien sabida y datos no me faltaron para reconstruirla en
poco tiempo, no así la rama anterior a la de mi abuelo paterno. De la vida de
mi bisabuelo, su padre, no había constancia más que lo que todos sabíamos.
Hombre emprendedor, viajero, aventurero y mujeriego ─se decía que había tenido
algún hijo bastardo fruto de un amor prohibido con una negra en Cuba. Eso ya lo
indagaría más tarde—, pero solo me interesaba conocer la vida como comerciante
en aquella isla caribeña y cómo amasó su fortuna. ¿Una plantación, quizá?
¿Cacao, azúcar de caña, café, tabaco? ¿Con qué comerciaba Ramón Pujol que le
reportó tantos beneficios?
Lo único claro y
constatable era que fue un hombre de gran reputación entre la burguesía catalana
y que llegó a ocupar varios cargos municipales de relevancia. Incluso se le
concedió una medalla por su filantropía.
Después de varias
semanas de constante estudio de los papeles familiares y de los archivos del
ayuntamiento, seguía sin obtener resultados.
Visto lo visto, como
tiempo me sobra y dinero también, sea dicho de paso, y además soy una persona
que no se arruga frente a los obstáculos y que cuando empieza una cosa no la
deja a medias, decidí trasladarme a la isla de Cuba. Me dije que si al cabo de
dos semanas no obtenía ningún resultado, entonces sí tiraría la toalla, pues
seré terco, pero no insensato. Siempre he calibrado la eficiencia en todo lo
que he hecho. Si algo no da el fruto esperado tras invertir el tiempo y dinero
necesarios, hay que abandonarlo.
Una vez en Cuba, toda
mi actividad se desarrolló en las dependencias del Archivo Nacional, en la
Habana Vieja. Con la debida autorización expedida a través del Ministerio de
Asuntos Exteriores, pude hacerme con abundante material de la época en que mi
bisabuelo estuvo comerciando en Santiago de Cuba, entre 1880 y 1900.
Cuando casi estaba a
punto de expirar el plazo que me había marcado, encontré lo que buscaba, pero
nunca me imaginé lo que encontraría. Bajo el nombre de Ramón Pujol y Muntaner,
figuraba una larga exposición de hechos y fechas, con la descripción de sus
actividades como propietario de extensas tierras del cultivo del algodón y de
cacao. Pero lo que me alarmó sobremanera fue descubrir que también fue poseedor
de un gran número de esclavos negros. ¡Mi bisabuelo fue un esclavista! No me lo
podía creer. ¡Mi bisabuelo traficó con esclavos durante casi veinte años! Él era
uno más de la extensa lista de esclavistas catalanes. Había oído hablar de
ello, pero nunca me imaginé que aconteciera en el seno de mi familia, la
honorable familia Pujol. También había leído sobre famosos esclavistas
españoles que luego acabaron formando parte de la élite aristocrática, como
Antonio López, el Marqués de Comillas. Pero uno nunca piensa que algo tan
deleznable pueda haber anidado en su propia familia y, aun menos, que haya sido
el origen de todos sus bienes, pasados y presentes.
Una vez de nuevo en
casa, me asaltó una terrible duda: ¿debía informar de mi hallazgo a mis hijas o
sería mejor enterrar el secreto conmigo?
Contrariado como
estaba, llegué a pensar en vender todas nuestras propiedades y donar el dinero
resultante a los más necesitados. Pero ¿de qué vivirían mis hijas? ¿Y mis
nietos? ¿Qué culpa tenían de lo que había hecho uno de sus antepasados? Y yo
¿qué culpa tenía? Otra de las preguntas que me hice fue si mi padre supo de las
andanzas de su abuelo allende los mares. Mi abuelo sí debió saberlo. O no. Nació
un año después de volver su padre de Cuba. Muy probablemente nunca se habló del
tema en su presencia. Pero ¿nunca se lo preguntó mientras vivía? ¿Nunca le picó
la curiosidad por saber qué había hecho su padre para hacerse tan rico?
En fin, quizá le dijeron lo que yo creí, que comerció con frutas y especias y ahí quedó la cosa. Y si llegó a descubrirlo, quizá prefirió correr un tupido velo y olvidarse del tema.
***
*Ilustración: Estatua de Antonio López, ubicada en la plaza de Barcelona que lleva el mismo nombre, hasta que fue retirada en 2018 por su pasado esclavista.
Con tal que que no sepa ese antecesor esclavista, o negrero, cualquier cosa vale, con dinero, San Pedro canta, dicen. Muy buena historia, más que posible, por ssupuesto.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchos políticos desearían borrar su pasado para que no se hicieran púbicos sus excesos y su mala conducta, muchas veces delictiva. Claro que es harto fecuente que ni por esas se sienten mínimamente culpables; muy al contrario, sacan pecho y siguen escalando puestos.
EliminarUn abrazo.
Se hicieron grandes fortunas utilizando la esclavitud, algo especialmente perverso en Estados Unidos, y claro está que algunas de esas garras de acero llegaran hasta la Península Ibérica. Recuerdo este estupendo relato y ahora sorprende cómo de alguna manera te adelantabas al documental emitido.
ResponderEliminarUn abrazo, Josep.
Ese documental, de una gran dureza, puso de manifiesto la extensión geográfica del esclavismo, afectando a muchísimo países del paneta. Incluso cuando fue declarado ilegal, muchos españoles siguieron con esa práctica. Ya se sabe: la pela es la pela, y prescindir de los esclavos significaba perder mucho dinero, o mejor dicho dejar de ganarlo. También desconocía un hecho que todavía me revolvió más el estómago, y es que los esclavos procedentes de África habían sido vendidos por sus congéneres más poderosos, que también se enriquecían a costa de los más humildes.
EliminarUn abrazo.
El tal don Felip es mucho peor que su bisabuelo. Repudia su forma de haberse hecho rico, pero no renuncia a chupar de ese bote. Más falso que Judas. Hará carrera en política.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tras el rechazo inicial, pudo más su afán de prosperar política y socialmente que las consideraciones morales. Aunque de un modo distinto a su bisabuelo, Felip Pujol también practicó la hipocresía, como muchos políticos.
EliminarUn abrazo.
Estoy de acuerdo con Macondo: Felip es peor que su bisabuelo, porque teniendo conciencia de que está actuando mal, lo hace igual. Aparte de eso, me cuidaría mucho de juzgar hechos del pasado con la mirada actual. En la época del bisabuelo el esclavismo era, probablemente, algo normal y quizás expió sus culpas con todas las obras que hizo en Cataluña. ¿Habría hecho alguna obra así en Cuba? ¿Cómo trataba a sus esclavos?... Por otro lado, ¿qué responsabilidad tenemos sobre lo que hayan hecho nuestros antepasados? A mí me basta con hacerme cargo de mis acciones, jaja.
ResponderEliminarBuen relato. Da para mucha reflexión
Un abrazo
Nadie debería pagar los pecados de sus antepasados, pero tampoco debería disculparlos. Aunque una injusticia se haya producido hace siglos, tenemos el deber de reconocerla y reprobrala. Aunque la mentalidad de la época considerase el esclavismo como algo normal, no quita que quienes lo practicaban se enorgullecían de tener esclavos y los trataban como animales, argumentando que los negros no tenían alma. Además, no creo que sus obras benefactoras tuvieran como motivo la redención de ese pecado, sino más bien ganarse el respeto y la envidia de sus conciudadanos. El pecado de mi protagonista es la hipocresía, la doble moral, pues, reconociendo el mal comportamiento de su bisabuelo, se debate entre compensarlo deshaciéndose de la fortuna acumulada o borrar todo rastro de ello, venciendo finalmente la ambición, preservando su buen nombre en pos de una flamante carrera política, aunque diga que lo hace para no dañar el bienestar de su familia.
EliminarUn abrazo, Alís.
Hola.
ResponderEliminarHe leído el relato y he buscado el anterior. Te comentaba que tengo dos tíos abuelos indianos, que por suerte no hicieron nada de eso ( que sepamos) y no volvieron ricos, con dinero para vivir muy bien sí, pero no millonarios.
Eres un visionario, jejeje.
Feliz semana.
Supongo que no todos los indianos se enriquecieron con la trata de esclavos. En el documental que menciono se decía que algunos de los que sí volvieron muy ricos fueron a Cuba sabiendo a lo que se dedicarían, pues sabían de quienes estaban amasando una fortuna con esa práctica y no querían ser menos.
EliminarUn abrazo, Gemma.
Ojos que no ven, corazón que no siente, el daño ya está hecho y, además, a agua pasada todo son pulgas, jajaj, me líe de refran, como dicen en mi pueblo, Home refraner, gos i malfaener, jaja.
ResponderEliminarRefranes a parte, me ha dejado un poco impactado esa manera de hacer fortuna que han tenido algunos de los cuales, como dices, admirabas. Sí que es cierto que, una vez hecho el daño, no sabría cuál es la mejor manera a obrar. Sí, puedes devolver el dinero, pero eso no repará el daño, ademas, el personaje del presente tampoco tiene la culpa, ni mucho menos los descendientes, castigarlos es un pequeño muestrario de hipocresía. Ahora bien, si lo saben y se aprovechan de ello... No sé, es complicado, jejej, con un relato tan claro todo se ve con múltiples puntos de vista.
Un abrazo, Josep
Confesar o no confesar, esa es la cuestión, je, je.
EliminarSupongo que si yo descubriera un pasado turbio de alguno de mis antepasados directos, intentaría correr un tupido velo y olvidarme del tema. En política es muy frecuente buscar algo sucio en el pasado de un canditato para acabar con su carrera política, aunque casi nunca se logra porque todo el mudo intenta esconder sus vergüenzas. Solo los periodistas, a quienes les encanta hallar esqueletos en los armarios ajenos, representan un peligro contra el honor de quien quiere tener una historia, presente y pasada, inmaculada.
Nuestro Felip decidió hacer de tripas corazón respecto a lo acaecido muchos años atrás y centrarse en lo que más le interesaba: progresar en la política, costara lo que costase.
Un abrazo, Pepe.
¡Hola, Josep! Un estupendo relato que nos muestra dos ejemplos perfectos de dos épocas distintas. Reconozco que no suelo juzgar el pasado y menos según la moral actual. El esclavismo existió como parte del sistema social y económico de aquella época y personas "normales" ni siquiera se lo cuestionaron en su momento: era lo que había. Como el canibalismo en algunas tribus u otras costumbres que hoy nos merecen el desprecio. Pero hoy, en aquel momento y lugar era otra cosa.
ResponderEliminarY con ello enlazas con el amigo Felip, ejemplo perfecto de la hipocresía en la que vivimos hoy día donde lo políticamente correcto, la cultura de la cancelación de los wokes o la mera apariencia buenista lleva a reescribir o manipular el pasado. Esto último, dado que es mi tiempo, me parece merecedor de toda crítica. Fantástico relato, Josep. Un abrazo!!
Hola, David. El pasado de la humanidad está repleto de atrocidades. Los conquistadores, la Inquisición y la esclavitud son un buen ejemplo de ello. Supongo que si retrocediéramos en el tiempo y pudieramos hablar con quienes llevaban a cabo esas barbaridades contra seres humanos en pro de extender los dominios de un Rey y país, de proteger la fe y acabar con la heregía, y de enriquecerse en las colonias adquiriendo campos de cultivo con mano de obra esclava, todos justificarían con vehemencia su actuación y, como bien dices, no verían nigún mal en ello. Eso es lo malo de esas conductas, que acaban normalizándose sin tener en cuenta el coste humano. Hitler también justificó el holocausto judío a favor de una limpieza de la raza aria.
EliminarLo que tengo claro es que, a pesar de la lejanía cronológica, no debemos olvidar lo que hicieron nuestros antepasados y condenarlo, y de paso aprender de sus errores.
El amigo Felip es un claro ejemplo de la hipocresía y ocultismo que practican algunos políticos y hombres con poder, que no quieren ver mancillado su buen nombre, aunque con ello tengan que manipular la verdad.
Un abrazo.
Cierto, pero quizá si renunciara a la fortuna familiar, siendo un hombre público, tendría que dar explicaciones y dar a conocer que el motivo de ello repudiar el pasado esclavista de su antepasado y ello, probablemente, en lugar de darle prestigio por su nobleza, le costaría su carrera política, con lo que perdería doblemente. Hay quienes están muy interesados en hundir a su rival político sacando a la luz los trapos sucios de su pasado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hasta que punto somos culpables de los comportamientos de nuestros antepasados. todas las familias tienen fondos de armario llenos de cadáveres; no en el sentido literal claro, cosas que ocultar, secretos incómodos que se evitan salgan a la luz. Quien esté libre de pecado, tire la primera piedra.
ResponderEliminarHe leído por cierto un libro últimamente titulado <> donde algo de de lo que explicaste en el encabezamiento del relato, se explica sobre algún personaje relevante. El marqués Comillas entre otros.
Un abrazo.
Si yo descubirera un pasado vergonzoso de algún miembro de mi familia, algo que hizo 100 años atrás, por supuesto que no lo iría contando a los cuatro vientos, pues seguramente sentiría vergüenza ajena, pero no creo que intentara ocultarlo, pues, como bien dices, yo no sería responsable de nada. El "pecado" de mi protagonista es que, tras una primera reacción de rechazo y condena, decide manipular, mediante el soborno, la historia familiar para que no rerpesente una mancha para su prometedor futuro político.
EliminarEn la vida cultural y artística catalana, algunos personajes ilustres, como por ejemplo Eusebi Güell, amigo y mecenas de Antoni Gaudí, sufragaron la construccion de grandes obras modernistas e impulsaron la modernizacion e industrialización de Catalunya. Grandes obras procedentes de manos manchadas de sangre, sudor y lágrimas.
Un abrazo.
Una forma repugnante "es mi opinión"de hacerse más que ricos explotando y traficando con los esclavos desde varias regiones de España partieron hacia allá. Ambos relatos son muy buenos.
ResponderEliminarAbrazos Josep.
El dinero no hace ascos al modo de conseguirlo. Esos indianos, que emigraron a Cuba en busca de riqueza, la consiguieron, muchos de ellos, de forma inhumana, sin que se sintieran mínimamente culpables. Algunos, incluso, se vanagloriaron de ello.
EliminarUn abrazo, Conchi.
Precioso relato que creo que ya había leído en su día, pero que he disfrutado mucho. he leído Cielos de plomo de Carlos Bassas del Rey y allí habla del tráfico de esclavos que pasaban por Barcelona. Ya no es que se fueran a Cuba y allí tuvieran esclavos es que traficaban con ellos con puertos españoles como lugar de paso. Imagino que todo puerto grande sería escenario de esa lacra. Luego hay quienes critican a los estadounidenses por haberse beneficiado de la esclavitud. Muy bien relato que se me había pasado.
ResponderEliminarUn beso.
Ay, Rosa, perdona, pero había pasado por alto tu comentario, pues como ya había publicado mi nueva entrada, no reparé en que esta seguía "viva", je, je.
EliminarDicho esto, es muy cierto que el esclavismo se extendió fuera del ámbito de los negocios en Cuba. Algunos empresarios que habían acumulado cientos de esclavos negros en sus plantaciones, se trajeron algunos como sirvientes y se vabagloriaban de ello porque lo consideraban un sello de riqueza y poder, exactamente igual que los ricos sureños de los Estados Confederados de América, que no dudaban en apalear a sus trabajadores en el campo pero que ejercían un trato "especial" para con algun esclavo "educado" y con buena presencia y, sobre todo, alguna que otra esclava joven y de buen ver.
Un beso.