domingo, 25 de junio de 2023

La caja china

 


Iba a ser un fin de semana de lo más divertido. Habíamos alquilado una casa rural en el Pirineo de Huesca y mis amigos querían enseñarme a esquiar, pues yo nunca me había puesto unos esquís y la idea, si soy sincero, no me entusiasmaba. Pero del mismo modo que se dice que el hombre propone y Dios dispone, en este caso quien dispuso nuestra situación fue el maldito hombre del tiempo. En lugar de un fin de semana soleado, aunque frío, como el susodicho había pronosticado, lo que tuvimos que soportar fue un violento temporal de viento y nieve que nos mantuvo encerrados desde que pusimos los pies en la casa.

Y así, la primera noche, después de cenar, aburridos y cansados de jugar al Trivial, a las cartas y a los dados, mis amigos, conociendo mi aptitud para contar historias, me invitaron, o más bien me conminaron a hacerlo. Ello me trajo a la memoria los tres días de encierro en Villa Diodati, donde Mary Shelley escribió su Frankenstein, aunque la única similitud entre ambas situaciones era el frío y el encierro forzoso al que tuvimos que rendirnos. Así pues, ante su insistencia, decidí contarles la historia de Amanda y Fernando:

 

Conocí a Amanda —empecé a contar— en una de las últimas empresas en las que he trabajado. Al incorporarme, el director general me presentó a los que conformarían mi equipo. Y allí estaba ella. Rubia, espigada y con una sonrisa permanentemente fijada a sus labios, me llamó de inmediato la atención. Pero aparte de su físico, debo resaltar que lo que más me atrajo de ella al poco de tratarla fueron sus cualidades profesionales, lo que hizo de Amanda mi colaboradora preferida. Atenta, servicial, pero sobre todo muy competente en las tareas que le asignaba, se convirtió en mi mano derecha, la única persona del departamento en quien podía delegar tranquilamente, por muy complejo que fuera el asunto que lleváramos entre manos.

Sin embargo, al cabo de un año, aproximadamente, noté que algo grave le debía haber sucedido, que hizo tambalear su dedicación y desempeño, como si en su interior se hubiera fracturado algo que le impedía ser la misma. Su rendimiento cayó en picado, hasta el punto que todo el personal se percató de ello, acabando siendo la comidilla del grupo.

Como no podía ni quería obviar el problema de base, un día la invité a almorzar para intentar sonsacarle cuál era el motivo de ese cambio tan brusco de comportamiento. Y entonces me contó su historia con Fernando, su novio desde hacía ocho años y que hacía dos había fallecido por su culpa. Aunque el dolor por esa pérdida, de la que se seguía culpando, había superado ya la fase de aceptación, algo terrible le acababa de suceder que interfería con su vida y su trabajo. Y yo, como buen samaritano, o buen jefe, y con vocación de psicólogo y confesor, la exhorté a que me contara lo sucedido. Como esperando la oportunidad de sincerarse con alguien de confianza, me tomó la palabra y me contó lo siguiente:

 

Fernando, murió en un accidente de coche, una noche de verano, cuando volvíamos de un restaurante en el que habíamos celebrado su cumpleaños. Como consideraba que él no estaba en condiciones de conducir, pues había bebido más de la cuenta, mientras que yo soy abstemia, me ofrecí a ser la conductora. El no opuso resistencia y se conformó con ser el copiloto por una vez en su vida, pues le gustaba mucho conducir y jamás me dejaba ponerme al volante. La carretera tenía un tramo de muchas curvas, pero me la conocía muy bien, pues no era la primera vez que hacíamos ese mismo trayecto. Aun así, Fernando no podía evitar darme constantes órdenes con su lengua de trapo —toma la próxima salida, no corras tanto, no vayas tan lenta que así no llegaremos hasta mañana, en la próxima rotonda sigue recto, cuidado, agarra bien el volante, que llegamos a las curvas...—. El caso es que al llegar a esas dichosas curvas dejó de hablar y entonces me percaté que se había quedado dormido, seguramente por el efecto del alcohol pues él no dormía jamás cuando iba de acompañante. Solo habíamos sobrepasado las tres primeras curvas cuando un vehículo, con claros indicios de un exceso de velocidad, invadió el carril contrario y chocó frontalmente contra nosotros. Los cinco ocupantes del otro vehículo murieron en el acto y los análisis revelaron que superaban tres veces el límite de alcoholemia y el conductor, además, dio positivo a varias sustancias. A mí me mantuvieron en coma inducido durante dos semanas, las que necesité para recuperarme mínimamente de mis múltiples fracturas, de una hemorragia interna y de un traumatismo craneoencefálico severo. Cuando, al despertar, pregunté por Fernando, me dieron la mala noticia: habían intentado salvarlo, pero sus graves lesiones eran incompatibles con la vida.

Tras una larga temporada aquejada de una tremenda depresión, pude salir del pozo gracias a la medicación y a la psicoterapia. Y cuando creía que lo había superado y ya no me culpaba del accidente, que obviamente no había provocado yo, me sucedió algo que ha truncado mi recién recobrada entereza.

Todavía no entiendo cómo pude acceder a ese juego al que nunca había querido someterme, pero en una reunión de amigos, en mi casa, y con unas copas de más, me propusieron jugar a la ouija. Y sucedió algo inesperado.

 

Amanda parecía muy reacia a contarme lo ocurrido, para que no la tomara por loca, como me confesó. De todos modos, antes de saber cuál era el motivo de tanta congoja, le advertí que no hiciera caso de lo que ese tablero le hubiera transmitido, que todo era una patraña. Pero el mal ya estaba hecho —me dijo con voz temblorosa— y consistía en que el espíritu de Fernando se había presentado, diciéndole que allí donde estaba no encontraría la paz hasta que ella pagara por lo que había hecho.

 

Nunca había creído en el más allá ni en la existencia de espíritus, pero aquel suceso ha trastocado todas mis creencias. Tenía que ser Fernando quien se había presentado, pues sabía detalles de nuestra relación que ninguno de los presentes podía conocer. Desde entonces, vivo en un continuo tormento y no puedo pegar ojo por las noches creyendo que, de un momento a otro, el espíritu vengativo de Fernando hará acto de presencia para llevar a cabo su venganza. De ahí que vivo como alma en pena y no puedo concentrarme en nada más que no sea el espíritu de Fernando y lo que me deparará toda esta increíble historia.

 

Por mucho que traté de persuadirla de que nada de ello podía ser real, que, en todo caso, era fruto de su imaginación o de una sugestión, o que debía haber alguna explicación, como que alguien de su entorno, no precisamente amigo, le había gastado una broma pesada, alguien que debía haber estado muy unido a Fernando y que conocía muchas cosas de su relación con ella, hacía oídos sordos. Así pues, fracasé rotundamente en mi intención de convencerla.

Al cabo de una semana, aproximadamente, Amanda no apareció en el trabajo y no comunicó el motivo. La llamé al móvil reiteradas veces y siempre lo tenía desconectado. Le dejé cientos de mensajes que no me devolvió. Una de sus compañeras fue a su casa, pero no había nadie. Un vecino le dijo que hacía un par de días la había visto tomar un taxi y que parecía que llevaba mucha prisa. En definitiva, desapareció del mapa y nunca más se supo de ella. Aunque su familia dio parte a la policía, esta no fue capaz de dar con su paradero.

Con quien sí pudimos contactar fue con sus padres, ya mayores, y su hermana menor, quienes también estaban angustiados al no tener noticias de Amanda. Su hermana, Marga, me contó todo lo que había ocurrido hasta el maldito accidente. Yo ya conocía los detalles de cómo había sucedido, pero, como si la chica necesitara explayarse con alguien de confianza —al parecer inspiro confianza a mucha gente— me dijo que, aunque lamentaba cómo se había producido la muerte del que tenía que ser su cuñado, lo odiaba, llegándome a confesar, un tanto compungida, que, a pesar de no desear la muerte de nadie, se había alegrado de la de su futuro cuñado, pues era lo mejor que le había podido pasar a su hermana. Y entonces me contó la tortuosa relación que mantuvo su hermana con él hasta que la muerte los separó:

 

Fernando era la personificación del machista y maltratador psicológico. Amanda, por el contrario, era una mujer sumisa que se había rendido a los encantos de aquel individuo que nunca cayó bien a la familia. Por mucho que le advertí que nunca sería feliz al lado de aquel individuo, Amanda no me hizo caso y siguió con él a pesar de las evidentes muestras de menosprecio que le hacía en público. Todo su grupo de amistades lo sabía y lo había presenciado, sintiendo vergüenza ajena, pero nadie se atrevía a reprochárselo, pues Fernando tenía muy mal carácter y cuando alguien le llevaba la contraria se volvía muy agresivo.

A pesar de todo ello, llegaron a fijar la fecha de la boda, y fue entonces, curiosamente, cuando el carácter de Amanda se agrió. Ya no era la misma de siempre, cariñosa, alegre y optimista. Por mucho que sus amigas se interesaron por ella, jamás abrió boca para hablar mal de Fernando, que sin duda era el motivo de aquel cambio.

De cara a la galería, él intentaba comportarse con ella de forma muy cariñosa, pero el lenguaje no verbal de mi hermana decía que en la intimidad debía ser muy distinto. Yo estaba convencida de que ejercía un dominio absoluto sobre ella y cada vez se mostraba más posesivo y celoso. Un día, Amanda apareció con un moratón bien visible en un ojo que, como suele suceder en esos casos, justificó con un montón de excusas a cuál más ridícula. Por mucho que intenté que se sincerara conmigo, no pude sacar nada en claro, pero lo que sí era evidente es que mi hermana sufría en soledad e incluso diría que temía al que iba a ser su marido.

 

Cuando le conté la experiencia de Amanda con la ouija, Marga se puso a temblar. No sabía nada, pero estaba claro que la desaparición de su hermana estaba relacionada con ello. A diferencia de Amanda, Marga sí creía en esas cosas del más allá y temió que Fernando hubiera llevado a cabo su venganza y le hubiera hecho daño a su hermana, o incluso que hubiera acabado con su vida.

Pero ahí no quedó la cosa, pues pasado un tiempo, cuando ya nadie confiaba en tener noticias de la desaparecida, Marga recibió una carta sin remitente. Era la letra de Amanda y la ponía al corriente de todo lo acaecido, para acabar diciendo que Fernando la perseguía allá adonde iba y que temía que algún día se saliera con la suya.

Desde entonces, no se tuvieron más noticias de ella.

 

El relato duró hasta la madrugada, sin percatarnos del tiempo transcurrido. Cuando lo di por finalizado ya clareaba, nos desperezamos, pusimos más leña en la chimenea, pues había bajado mucho la temperatura, y nos fuimos a descansar. El temporal había amainado y ya no nevaba.

Todos quedaron satisfechos por el agradable rato que les había hecho pasar. Aun así, me acribillaron a preguntas. Aunque les dije que todo había sido una invención y que había pretendido hacer algo parecido a lo que en literatura se conoce como Caja china, que consiste en contar una historia dentro de otra, no me creyeron y se desperdigaron hacia sus habitaciones refunfuñando.

Una vez en la cama, a pesar de sentirme muy cansado, no pude conciliar el sueño, pensando en Amanda.


21 comentarios:

  1. Posiblemente Amanda haya venido a reclamar los derechos de autor ! ..... i no lo dejarà dormir hasta que lo consiga !! jejejej
    Salut :)

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  2. Me ha encantado. No creo en esas cosas, pero hay que reconoer que desde el más allá, tal vez se sepa que ocurrirá en el más aquí.

    Un buen relato, deficil de dejar para irse a dormir. Un abrazo

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    1. Yo tampoco, pero me han contado cosas increíbles que te hacen dudar, je, je.
      Me alegro que te haya gustado.
      Un abrazo.

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  3. Yo, como los amigos del narrador, he estado pegada al relato y también te acribillaría a preguntas, pero sé que es mejor dejar las cosas como están e imaginar yo el final que quiera. Es curioso porque yo no soy creyente, pero esas cosas de fantasmas y de la ouija, es como las meigas que no creo en ellas, pero haberlas, haylas. Me ha encantado el relato.
    Un beso.

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    1. Hola, Rosa. Sí, mejor dejar ese final abierto y que cada uno/a lo interprete a su manera.
      Hubo un tiempo, de muy joven, en que me intrigó mucho el tema de la ouija y quise profundizar en él para intentar descubrir lo que había detrás del movimiento del vaso. En algún caso descubrí que entre el grupo de aistentes a la "sesión" había un tramposo que movía el vaso, pero resuló muy fácil desenmascararlo. Pero en otros casos....
      Me alegro que te haya gustado el relato.
      Un beso.

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  4. Un relato potente y muy bien desarrollado hasta ese final abierto. Fíjate que en lo personal las películas de miedo me dan más risa que terror, pero sin embargo en relatos o libros si consiguen meterme al menos en tensión emocional. De joven también jugué a la ouija y allí no se movió ni el vaso, ni un cuadro, ni nada que se le pareciere jajajaja, pero lo pasamos bien :)
    Un fuerte abrazo, Josep.

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    1. A mí raramente me gustan las películas de terror, pues suelen ser muy artificiosas y casi siempre recurren a los mismos conceptos y métodos para asustar al espectador. Y también suelen hacerme reír algunas escenas que pretenden todo lo contrario. Yo prefiero el suspense al terror y, de hecho, eso es lo que me pretendido imprimir en este relato. Si he conseguido interesarte, lo celebro, je, je.
      Pues yo sí que he visto moverse el vaso y en alguna ocasión muy deprisa, tanto como la huída de alguna de las participantes (las mujeres suelen ser más miedosas), ja, ja, ja.
      Un fuerte abrazo, Miguel.

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  5. Yo también utilicé la ouija, hasta que me informé de que no tenía nada de juego. Mi experiencia fue curiosa, pero no pasó de ahí. El vaso respondió preguntas hechas en otra habitación por personas incrédulas que no ponían el dedo en la respuesta.
    Un abrazo.

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    1. Yo llegué a vivir situaciones realmente alucinantes, pero nunca las achaqué a ningún espíritu. Quise profundizar en el conocimiento de su funcionamiento en plan científico, pero no encontré a ningún voluntario, je, je.
      Un abrazo.

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  6. ¡Hola, Josep! Jo, me has tenido pegado a la pantalla con esta caja china. Embobado como los oyentes ficticios del relato. Has usado muy bien el recurso, dándole a la historia primera una nueva interpretación con la segunda o hasta la tercera, que sería la fantasmal o quién sabe si la consecuencia del maltrato psicológico sufrido que como un miembro fantasma permanece tras amputarlo. Un abrazo!

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    1. ¡Hola, David! Cuánto me alegro que te haya gustado, amigo. Tu opinión positiva no solo es bienvenida sino además reconfortante. Muchas gracias por pasarte y dejar este amable comentario.
      Un abrazo.

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  7. Sin duda una historia curiosa que lleva a una reflexión profunda. En todo caso, más allá del suceso, excelentemente bien relatado.

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    1. Hola. Me alegro que te haya gustado esta historia, en principio fictica, je, je.
      Un saludo.

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  8. Genial esta caja china que te has montado tan bien. Me ha gustado ese engranaje de una historia dentro de otra, aunque me hubiera gustado también saber qué le pasó a Amanda (menudo desgraciado el tal Fernando).
    Me ha gustado tanto esa estructura de caja china que voy a intentar utilizar esa herramienta, aunque se me antoja complicada.
    Un besote.

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    1. Hace tiempo que quería practicar este recurso narrativo, desde que la profe del taller de escritura creativa nos habló de él, pero no me había atrevido hasta ahora, pues también se me antojaba un poco complicado y todavía tengo dudas de si lo he conseguido de verdad.
      Sea como sea, me alegro que te haya gustado.
      Un beso.

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  9. En esta vida hay que ser curioso, amigo, aunque lo que descubramos no nos agrade. Pero muchas veces no logramos descubrir la verdad.
    Un abrazo.
    P.D.- El subconsciente seguramente me hizo recordar a Víctor Jara y a su "Te recuerdo, Amanda".

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  10. Hola Josep, después de este tiempo de asueto aquí estoy disfrutando de esta historia tan buena que nos cuentas. La verdad que como digo siempre, ni creo, ni dejo de creer, aunque me inclino más por lo segundo 😀 porque me han contado cada cosa...
    Me ha resultado tan amena, que me hubiera gustado seguir leyendo, como escuchar, a los oyentes... porque lo explicas tan bien que siempre se hace corto.
    Un abrazo Josep y que pases un buen verano, que ya seguro estarás disfrutando.

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    1. ¡Hola, Elda! Bienvenida de nuevo a este tu hogar, je, je.
      No hay nada mejor que la lectura para pasar un buen rato y si esa lectura te complace, como parece que así ha sido en este caso, cosa que me alegra, pues mucho mejor.
      Yo soy, en principio, bastante incrédulo, pero también me han contado cosas que le deja a uno dubitativo. Aun así, soy de los que dicen aquello de "si no lo veo, no lo creo", ja,ja,ja.
      Un abrazo y también te deseo que pases un buen verano.

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  11. Me encanta, me atrapaste totalmente.
    Gracias, se disfruta aprender de esta manera.
    Saludosbuhos!

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    1. Me alegro que te haya encantado. Me gusta atrapar al lector, je, je.
      Saludos.

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