A falta de nuevas ideas (mis musas
parecen haber adelantado las vacaciones), he recuperado un antiguo relato, de enero
de 2015, que tras varios cambios y retoques, ha quedado así:
Mientras limpiaba la pistola,
una Glock 20, 10 mm, de segunda mano, Julio sentía, de nuevo, la rabia y el
odio que experimentó el día que descubrió quien había sido el amante de su
mujer: su mejor amigo. En la fotografía que le mostró el detective privado
aparecía ese indeseable acompañado de su ahora ex mujer, ambos en actitud
cariñosa.
¿Cuándo empezó ese idilio?
¿Antes o después de quedarse en el paro? Fuera como fuese, a la vergonzosa traición
que había sufrido por parte de ambos, ahora se le añadía una tremenda sed de
venganza. No importaba el tiempo transcurrido, su objetivo era acabar con los
dos. ¿Acaso no se dice que la venganza se sirve en plato frío?
Tenía un plan. El resultado:
cosidos a balazos. La fecha: el día de carnaval. Ocultándose bajo un disfraz
podría perpetrar el asesinato, o mejor llamarlo ajusticiamiento, con total
impunidad. Julio esperaba ansiosamente el momento de saborear la venganza
cuando los viera tendidos en medio de un gran charco de sangre.
Llevaba varias semanas
haciendo un seguimiento exhaustivo de sus futuras víctimas. El investigador que
había contratado, nada escrupuloso a la hora de allanar moradas, colocó
micrófonos por todo el apartamento, intervino el teléfono fijo, hackeó su ordenador y sus teléfonos
móviles para rastrear sus correos y llamadas.
Gracias a ese minucioso
seguimiento, supo que asistirían a una fiesta de carnaval, con baile de
disfraces incluido, organizada por el Ayuntamiento en el Palacete Albéniz, al
que asistiría la flor y nata de la sociedad barcelonesa. El meteórico ascenso
de su antiguo amigo en la escala social de la ciudad le ponía en bandeja su cabeza
y, de paso, la de su ex. Sería el lugar y el momento perfectos, nadie repararía
en él, pasaría desapercibido entre tanto disfraz y, una vez cumplida su misión,
solo tenía que despojarse del suyo y huir tan veloz como pudiera.
Llegado el día, a eso de las
nueve de la tarde, los vio salir, él de Conde Drácula y ella de vampiresa. No sería
difícil identificarlos entre los asistentes a la fiesta. Tras subir a un taxi
que les estaba esperando, pusieron rumbo a su destino fatal, y Julio, vestido
de hombre-lobo, se dispuso a seguirles, en su propio coche, hasta las cercanías
del palacete.
El bullicio era ensordecedor.
El edificio resplandecía. Su invitación resultó una falsificación perfecta. Pasó
el control sin ningún problema. Estaba satisfecho. En poco más de una hora todo
habría acabado.
Antes de entrar en el salón
principal, se palpó el arma y los cuatro cargadores de repuesto con quince
balas cada uno que llevaba pegados al cuerpo con cinta aislante. Tal como le
había asegurado su hombre, no hubo ningún control de metales pues, de lo
contrario, todo habría sido en balde.
Tras comprobar que todo estaba
en orden, levantó la mirada hacia la concurrencia dispuesto a mezclarse con el
resto de invitados. No podía dar crédito a lo que veía: todos iban de igual
guisa, todos los hombres disfrazados de Conde Drácula, y las mujeres de
vampiresa. Y todas las caras ocultas tras una máscara negra sin distintivo
alguno. Esa debió ser la consigna recibida por los verdaderos invitados.
Dio unos pasos dubitativos y,
en cuestión de segundos, se vio rodeado de una multitud que se reía de él a
carcajadas, pensando, con toda seguridad, que había sido objeto de una broma
pesada o que se había confundido de fiesta.
De pronto, se sintió ridículo,
como un colegial del que se burlan sus compañeros. Se vio nuevamente en el
despacho de su ex director, el día de su despido, humillado, desolado,
paralizado, y le vinieron de nuevo a la mente aquellas palabras, llenas de
hipocresía, que le quedaron grabadas a fuego: “No es nada personal”. Pero él
había venido a cumplir su objetivo y no se marcharía de allí sin haberlo hecho.
El problema era que no sabía quién era quién, todos con idéntico disfraz.
Se sobresaltó cuando alguien
posó una mano en su hombro. Era un hombre poco más alto que él. Le dijo: “no te
lo tomes a mal, hombre, no es nada personal”. Al oír esas palabras, Julio
sintió un acaloramiento repentino y una rabia incontrolable. Sacó su arma de
debajo del disfraz y apuntó a la cabeza del que le había hablado así, creyendo
haber reconocido aquella voz.
Los invitados quedaron mudos
por unos segundos para estallar nuevamente en carcajadas, suponiendo que se
trataba de una broma y que el arma era de juguete. Cuando adivinaron que no
había chanza alguna en aquel acto, se abalanzaron sobre él para arrebatarle la
pistola. Entonces empezó la fiesta.
Julio vació, uno tras otro,
los cinco cargadores que, en total, formaban su pequeño pero efectivo arsenal, hasta
que ya no quedaron balas que disparar.
La escena era dantesca, sangre
y cuerpos desparramados por todas partes, unos tendidos sobre los sofás, otros
bajo las mesas, refugios inútiles, cristales rotos de lámparas y ventanas,
cortinas rasgadas por quienes pretendieron, en vano, esconderse tras ellas,
jarrones hechos añicos, al igual que algún que otro cráneo.
De los que no habían podido
huir, nadie sobrevivió a la ejecución en masa, ni siquiera el personal del
catering. Los guardias jurados, tomados desprevenidos, también yacían aquí y
allá. Pero Julio no podía abandonar el lugar sin antes cerciorarse de que,
entre aquel amasijo de cuerpos retorcidos, estaban los de sus víctimas.
Con manos temblorosas de
excitación fue arrancando, una a una, las máscaras que cubrían las caras de sus
víctimas hasta que dio con las que buscaba. Estaban muertos, los dos, no había
duda. Había cumplido su venganza.
Entonces fue cuando sintió una
punzada en el costado izquierdo, un dolor intenso que le irradiaba hasta el
brazo. Se quitó, con gran esfuerzo, su disfraz y vio una gran mancha de sangre
que le cubría el tórax hasta casi la cintura. Había sido alcanzado por una bala
de alguno de los vigilantes jurado.
Una vez en el jardín, respiró
hondo e hizo acopio de fuerzas para llegar hasta su coche, aparcado a un
centenar de metros de aquel lugar. Se dejó caer en el asiento del copiloto y
trató de relajarse. Todo había salido a pedir de boca excepto el final. Pero él
había previsto hasta el último detalle, así que abrió la guantera, tomó el
cargador que había guardado para esa eventualidad y lo introdujo en la pistola.
El día de Carnaval, a las 23:30 horas, un fogonazo iluminó por un segundo la oscuridad reinante en un
recodo del parque que circunda el palacete Albéniz.
Al día siguiente, todos los
periódicos se hicieron eco de la tragedia. Nadie daba crédito a lo sucedido.
Las conjeturas iban desde un ataque terrorista a un ajuste de cuentas. Uno de
los testigos que pudo salvarse de esa atrocidad solo pudo decir que el atacante
iba disfrazado de hombre-lobo.
Días después, hallado el
cadáver del asesino en su coche, se hizo pública su identidad y se aventuró que
el móvil podía ser pasional, al hallarse entre los fallecidos, el cadáver de su
ex mujer y el de su nueva pareja. Al leer esta información, su ex director,
aquel que lo había enviado al paro, le dijo a su mujer: “Ya decía yo que ese
tipo no era de fiar. Mira que asesinar a su ex mujer por haberle sido infiel
mientras estaban casados...” Su esposa, al oír aquello, dio un respingo. Menos
mal que su marido no tenía una pistola. ¿O sí? En adelante tendría que ir con
más cuidado. Y tras un profundo suspiro de resignación se retiró a su
habitación pensando que el divorcio debería esperar tiempos mejores.
Hola Josep. A ti tus mudas se han ido de veraneo ya, pero las mias ya se fueron el año pasado y no han vuelto, jajaja.
ResponderEliminarTú historia está genial, me sonaba un poquillo lo de la fiesta de disfraces pero nada más, y la verdad es que me ha encantado porque tiene un poco de intriga y te invita a llegar pronto al final.
Menuda venganza, como si se hubiera llevado una metralleta, y encima se suicida él con lo cual poco le duró la satisfacción :))).
Siempre un gusto leer tus relatos.
Un cálido abrazo.
Hola, Elda. A ver si nuestras musas andan por ahí juntas en plan reinvidicativo (que conste que yo les pago puntualmente) y nos están haciendo la puñeta, ja, ja, ja.
EliminarEn cuato a este relato, antes de reprocesar un texto antiguo, miro quién dejó un comentario cuando se publicó por primera vez, para que sea mínimo el número de lectores que volverán a leerlo. En este caso, solo hubieron dos comentario y uno fue el tuyo, como no podía ser de otro modo, pues llevamos ya algunos años diguiéndonos mutuamente. El otro comentario lo hizo alguien que ya no frecuenta la blogosfera o, por lo menos, mis blogs.
Muchas gracias, una vez más, por tu amable comnetario, algo que siempre reconforta.
Un fuerte abrazo.
Vaya trágica historia. Se puede decir que no se salvó ni el apuntador. Menos mal que el narrador siempre está tras el telón y no ha sufrido percance, salvo el de perder a todos o casi todos sus personajes ;)
ResponderEliminarTe quedó bien el reciclado.
Un abrazo.
Pues sí, solo se salvó el narrador, pero tengo entendido que sufrió lo suyo decidiendo el desenlace final y autoinculpándose luego de ser un sádico, ja, ja, ja. Pero lo hecho, hecho está.
EliminarMe alegro que te haya gustado este relato reclicado. Hay que reciclar, no hay que tirar nada a la papelera hasta uno no haya comprobado que lo viejo es del todo inservible. je, je.
Un abrazo, Javier.
Yo ya llevaba tres años en la blogosfera, pero no debíamos conocernos todavía.
ResponderEliminarBuen relato.
Un abrazo.
Pues no, nuestros caminos todavía no se habían cruzado.
EliminarGracias por dejar tu comentario.
Un abrazo.
Menuda escabechina. Debería haber prestado más atención a las condiciones de la invitación. ¿No se le ocurrió que era una fiesta temática de Drácula y vampiresa. Y encima se presenta de hombre lobo. Por lo menos los invitados se rieron a gusto antes de morir. Una buena risa como remate final a la vida no está nada mal. Muy buen relato que no recuerdo haber leído. Seguramente en 2015, con menos de un año de vida de mi blog (comenzó en octubre de 2014), aún no te conocía por lo que me encanta que rescates relatos antiguos.
ResponderEliminarUn beso.
La fiesta tuvo un final inesperado para todos pero, como bien dices, por lo menos el protagonista les regaló unas cuantas carcajadas antes de que se dieran cuenta de qué iba todo aquel montaje y quién se escondía tras el disfraz de hombre-lobo.
EliminarYo también creo que cuando publiqué la primera versión de este relato, todavía no nos conocíamos, blogueramente hablando, je, je.
Un beso.
Vaja!, aquí no se salva ningú, eh ! : ) Es que hi ha gent que s'ho agafa tot a la tremenda .... no es poden prendre decisions amb el cap calent, s'ha de refredar i les coses es veuen d'una altre manera !
ResponderEliminarBona setmana : )
No es va salvar ni l'apuntador, he, he. A l'home se li va sumar la seva frustració per haver estat despatxat al fet de saber-se enganyat per la seva dona. Dues cosas que li va ver explotar el cap.
EliminarUna abraçada.
Con este escalofriante y sangriento relato se puede traer a colación ese refrán que dice "Cuando veas las barbas de tu vecino rasurar, pon las tuyas a remojar". Yo, de la mujer del ex jefe, me andaría con ojo, ja, ja, ja.
ResponderEliminarMuy buen relato, muy gore también. No me lo esperaba.
Un beso.
Por eso nunca he ido a una fiesta de disfraces, nunca sabes quién está detrás de esa máscara y ese disfraz, je, je. A lo mejor ligas con quien parece ser una diosa griega y resulta ser la mujer barbuda, ja, ja, ja.
EliminarCreo que la mujer del ex jefe ha tomado debida nota.
Un beso.
Josep. Buen relato, a pesar de que se nutre de un fondo de venganza terrible. Pocas cosas más peligrosas que un hombre que actúa porque no tiene nada que perder: yo lo perdió todo (que consideraba valioso) y le queda trascender o quedarse atrapado en el rencor... Y me gusta como unes la historia con el jefe que lo despidió. En este relato nadie está seguro. Bueno, el lector, por suerte jeje Va un abrazo.
ResponderEliminarLas venganzas siempre son terribles, aunque pretendan ser una solución a un problema grave, sobre todo de tipo moral. Mi protagonista se excedió tanto en la forma como en el fondo. No pudo soportar el despido por parte de su jefe y la infidelidad de la que fue objeto por parte de su mujer. Mal final para todos.
EliminarUn abrazo.
Josep. "La venganza nunca es buena. Mata el alma y la envenena" -El chavo del 8.
EliminarMadre mía, aquí no se salva nadie, pero me ha encantado.
ResponderEliminarYo tengo mucha inspiración pero poco tiempo, y a veces también pocas ganas. Cuando tengo tiempo y ganas las musas se van con las tuyas.
Feliz tarde.
Podría decirse que es un relato tarantiniano, sobre todo en su final, ja, ja, ja.
EliminarAun así, me alegro que te haya gustado.
Tendrás que tener paciencia, algún día tu musas volverán a visitarte. Si pudiera hablar con las mías, les preguntaría si saben algo de las tuyas, je, je.
Un abrazo.
Hola Josep. Tu relato está narrado con un ritmo vertiginoso. Combina suspense, violencia y un giro final que añade una capa de ironía y reflexión sobre las consecuencias de los celos y la obsesión. La ambientación en una fiesta de carnaval en el Palacete Albéniz de Barcelona, con su bullicio y disfraces, crea un escenario perfecto para el caos que se desata.
ResponderEliminarRetratas muy bien la psicología de Julio, cuya furia inicial, al limpiar su Glock 20, evoluciona hacia una planificación meticulosa y una ejecución brutal. Detalles como el seguimiento exhaustivo, los micrófonos ocultos y el disfraz de hombre-lobo refuerzan su determinación, mientras que la ironía del destino —todos los invitados disfrazados de Drácula y vampiresa— frustra su plan inicial, desencadenando una masacre indiscriminada.
El texto también brilla en su atmósfera, con descripciones vívidas como el “charco de sangre”, los “cristales rotos” y el “fogonazo” final, que evocan una escena casi cinematográfica. La falsificación de la invitación o la ausencia de detectores de metales añaden verosimilitud al plan.
El epílogo, con la reacción del exdirector y la inquietud de su esposa, cierra el relato con un toque de humor negro y una reflexión que me gusta sobre la desconfianza en las relaciones.
Tu relato cumple con creces su propósito de enganchar y estremecer, explorando temas como la traición, la venganza y la fragilidad de la cordura.
En resumen, es un cuento oscuro y adictivo que atrapa por su ritmo y su atmósfera cargada de fatalidad, dejando al lector con una mezcla de adrenalina y reflexión sobre el coste de las obsesiones.
Te felicito.
Muchas gracias, Marcos, por tu siempre detallado análisis de mis relatos y te agradezco el tiempo empleado en ello y, como no, tu positiva evaluación de los mismos.
EliminarEste relato, rescatado de las catacumbas de mi historial bloguero, pretende ser un compendio de drama y humor negro. No sé si sería correcto calificarlo de tragicomedia. El caso es que mi pretensión al escribirlo por vez primera y ahora pulirlo y darle esplendor (je, je) era y es distraer al personal con una historia un tanto disparatada y con un final trágico, algo que quizá ni es del gusto de todos, pero, como le decía a Marigem, creo que, sin quererlo, me he dejado influir por las historias de Quentin Tarantino, ja, ja, ja.
Me alegro, pues, que te haya gustado.
Un abrazo.