lunes, 1 de diciembre de 2025

Los espejos

 


Esther no podía evitar mirarse al espejo, a todas horas, mañana, tarde y noche. De una extraordinaria belleza, siempre había sido una mujer coqueta y vanidosa. David, su padre, la reprendía por ello severamente, pues tal comportamiento no era propio de su comunidad. Ya de chiquilla, Sara, su madre, la tenía que regañar por pasarse horas enteras ante el espejo de su habitación, uno de esos de cuerpo entero. Sólo faltaba que le preguntaran quién era la niña más bella del mundo.

Pero de pronto, parecía como si todos se hubieran confabulado contra ella para que no pudiera seguir admirando su hermosura que, a pesar de su edad, mantenía todavía a muchos hombres hechizados.

Primero fueron esos lienzos que cubrían todos los espejos de la casa, luego la desaparición de su guardarropa y ahora esto. No podía entender lo que ocurría, nadie le contestaba por mucho que les preguntara, la ignoraban por completo, pero lo peor fue que, cuando por fin decidió arrancar esos siniestros lienzos, los espejos ya no le devolvían su imagen.