Con los ojos enrojecidos, la garganta seca, el corazón roto y el alma ajada, así fue como Eduardo quedó cuando Amelia lo dejó por otro. No era la primera vez que pasaba por un tormento así, pero sí fue el peor de todos porque el hombre por el cual le abandonó era –o había sido hasta entonces- su mejor amigo.
De situaciones como esta hemos oído hablar con frecuencia. No nos deberíamos sorprender. Pero lo sorprendente del caso fue el desenlace: dos cadáveres manchando de rojo oscuro una alfombra gris perla.
Enterados de la dolorosa separación y conocedores del rencor que invadía el corazón y la mente del hombre abandonado y traicionado, todos señalaron a Eduardo como el culpable de aquellas muertes violentas. Le confiscaron el arma y le dieron de baja del cuerpo hasta que no se aclarara el caso. Tantos años como fiel servidor público y, de la noche a la mañana, se había convertido en un criminal despreciado incluso por sus compañeros.
La acusación estableció que el móvil de Eduardo estaba bien claro; los celos. El típico crimen pasional. Todo apuntó a que el objeto inicial de su venganza era su ex pareja pero que, al hallarla en compañía, no dudó en abatir también al único testigo casual de la cruel revancha.
No valieron las coartadas presentadas ni las evidencias que exculpaban al acusado de aquel doble homicidio. Las pruebas, por circunstanciales que fueran, resultaron suficientemente inculpatorias como para sentenciarlo a veintinueve años de cárcel. Y gracias al atenuante de enajenación mental transitoria.
Con los ojos enrojecidos, la garganta seca, el corazón ajado y el alma rota, Eduardo entró en la cárcel para cumplir una pena por un acto que, insistía hasta la extenuación, no había cometido.
Muchos inviernos después y una vida maltrecha más tarde, un hombre con los ojos secos de tanto llorar, la garganta enrojecida de tanto gritar, el corazón ajado de tanto sufrir y el alma rota por la sinrazón, salía a la luz de la calle, enfermo de soledad y abatimiento. Sin ganas de vivir pero todavía con sed de justicia, Eduardo fue en busca de quien sabía culpable de su desgracia.
Mucho tiempo tuvo, en la soledad de la celda, para pensar. No habían sido sus manos las que acabaron con la vida de Amelia y la de aquel extraño que yacía junto a ella abatido por un disparo en la cabeza, sino unas manos más traicioneras.
Horas más tarde, inflamado de odio por primera vez en su vida, Eduardo arrancó, a puñetazos y puntapiés, la confesión de los labios destrozados del verdadero asesino. Malherido y sin apenas resuello, aquel malnacido que un día fuera su compañero y mejor amigo vomitó, entre borbotones de sangre, la verdad que durante tantos años se había engullido.
― Los celos son nuestros peores enemigos. Irracionales y vengativos –reconoció entre lastimeros jadeos.
¡Qué broma del destino! Pensó que ahora era él el engañado. ¿Qué hacía allí ese hombre con su amante?
― ¡Las barbaridades que podemos llegar a hacer por culpa de la irracionalidad de los celos! –adujo, extenuado y sin aliento.
¿Qué sabía él de la ex pareja de su compañero? Quién le hubiera dicho que no era más que una puta que se liaba con el primero con el que se cruzaba. Pero eso a él nadie se lo hacía. Eduardo era un imbécil, un mentecato que no se enteraba de nada. Pero él no. Nadie se burlaba de él.
― La cara de culpabilidad de aquellos dos, tras deshacerse del abrazo, lo decía todo -alegó.
Pareció que ella iba a decir algo, cualquier excusa del tipo “eso no es lo que parece”. Pero no les dio ninguna oportunidad. Él ya sabía lo que tenía que saber. Sobraban las palabras. Dos disparos ahogaron cualquier palabra de descargo. ¡Todo fue tan rápido!
― ¿Cómo iba a saberlo? –añadió antes de perder el sentido.
En eso tenía razón. ¿Cómo podía adivinar que con su acto deleznable dejaba tendidos, exánimes, los cuerpos de dos hermanos que se acababan de reencontrar tras décadas de ausencia?
Eduardo no había matado a nadie en su vida. Nunca tuvo que utilizar su arma reglamentaria. Y ahora ya no tenía arma. Se la habían arrebatado, junto con su honor y su dignidad. Pero la ira es un arma muy poderosa y el iracundo saca fuerzas que creía inexistentes. Qué más le daba volver a la cárcel, ahora que se sentía, por fin, liberado. El peor tormento lo había vivido hacía muchos años, cuando Amelia lo dejó por aquel maldito cabrón, que ahora yacía sin alma a sus pies, manchando de negrura unas baldosas blancas.
Un relato estupendo, Josep. Me ha tenido enganchada desde la primera frase. Me parece preciosa la forma, poética y hasta musical, en que describes los sentimientos de tu protagonista.
ResponderEliminarUn beso enorme
Muchas gracias, Chari, por tus piropos literarios. Me satisface que te haya enganchado cual culebrón televisivo aunque esta historia no dará lugar a una saga mi me dará de comer, jaja
EliminarUn fuerte abrazo.
Un relato realmente impactante, Josep. Una trama bien tejida de engaños, falsas apariencias, infidelidad y celos. Los ingredientes que no pueden faltar en ninguna tragedia y que tú tan bien has sabido administrar en tu historia. ¡Muy buena!
ResponderEliminarUn abrazo grande :)
Pues bien pensado, podría ser una tragedia griega trasplantada a siglo XXI. A fin de cuentas, el amor, los celos y el odio no tienen época. Dramas parecidos siguen siendo tan vigentes como nuestros instintos más primitivos.
EliminarMe alegro que te haya impactado.
Un abrazo grande de domingo por la tarde.
Maravilloso relato Josep, mantienes la intriga desde la primera frase hasta la última, con una trama que tocas celos, engaños, infidelidad y tragedia. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Mª del Carmen, por pasarte por aquí a leer mis historias y por dejarme este amable comentario. Esta es la historia de un desengaño que desemboca en una tragedia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué buen relato, y cuánto engañan las apariencias a veces.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz semana.
Muchas gracias, Marigerm, por pasarte, leerme y, sobre todo, por dejar tu amable comentario.
EliminarLas apariencias casi siempre engañan.
Un abrazo.
Un relato que te atrapa desde el principio hasta el final. Me ha encantado.
ResponderEliminarLa verdad es que no me esperaba nada de lo sucedido. Genial.
Un besillo.
Si en a vida real vivimos, a veces, situaciones que nos mantienen en un estado de suspense, con más motivo lo tenemos que vivir en la ficción. Claro que se dice aquello de que la realidad supera muchas veces la ficción.
EliminarMuchas gracias por comentar.
También te mereces un besillo.
Que bien relatado.
ResponderEliminarCreas la expectación necesaria para que el lector quiera saber más y al final obtenga tan sorprendente resultado.
Curioso que el personaje no sospechara nada antes de entrar en la cárcel y fuera después de su condena cuando buscara al culpable del crimen.
Pero es una herramienta más, sospecho, que has utilizado para alimentar la incertidumbre.
¡Formidable!
Un abrazo.
Muy perspicaz, querido Francisco. Me he permitido, efectivamente, una licencia o, como tú la llamas, herramienta para mantener un cierto suspense.
EliminarMuchas gracias por tu lectura y tu comentario.
Un abrazo.
Desde el principio hasta el final has conseguido atraparme Josep Mª con lo cual es no es bueno es lo siguiente buenisimo, de modo que felicidades. un abrazo. TERESa.
ResponderEliminarMe alegro, Teresa, haberte atrapado. Bueno yo no, en todo caso la historia, jeje.
EliminarLo importante para mí es que mis lector/as se lo pasen bien, como yo escribiendo.
Un abrazo.
Hola. un relato muy actual entorno a la ruptura de una relción, a los celos, infidelidad y tragedia. Disfruté leyéndote... Seguimos en contacto
ResponderEliminarHola Marta,
ResponderEliminarCreo que los problemas de pareja, de celos e infidelidades, son atemporales. Siempre han existido y siempre existirán. Lo que no debería ocurrir jamás es que terminaran en tragedia.
Muchas gracias por la visita y por dejar tu comentario.
Un abrazo.
Muy buen relato Josep Mª, un juego peligroso jugar a tres bancas, los celos ciegan de odio y sintiéndolos se pueden hacer cosas realmente terribles.
ResponderEliminarEn este caso hubo muchísimas víctimas.
Un abrazo.
Hola Irene. Un "menage" a cuatro, con un inocente absoluto, una mujer que no merece morir, y dos asesinos, uno que actúa movido por los celos infundados y otro por la sed de venganza.
EliminarEfectivamente, todos fueron víctimas de la sinrazón.
Muchas gracias por acercarte y dejar tu comentario.
Un abrazo.
Con los ojos enrojecidos, la garganta seca, el corazón roto y el alma ajada
ResponderEliminarQué sorprendente, para nada imaginé q sería así la historia! ...ha sido un placer leerlo y disfrutarlo.
Te sonrío con el Alma.
Muchas gracias por asomarte desde tu ventana. Me alegra que te haya gustado esta historia. Vuelve cuando quieras.
EliminarUn abrazo.
Un relato genial, Josep, en el que has hilvanado el suspense hasta el final manteniendo la atención del lector hasta descubrir ese final inesperado.
ResponderEliminarAbrazo!!!
Muchas gracias, Mª Jesús, por tu lectura y tu amable comentario. Me alegro que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.
Me has sorprendido profunday gratamente con este relato Josep Mª :)
ResponderEliminarSiempre da gusto poder disfrutar de una parcelita de frscura literaria, ¿verdad? No me esperaba que el asesino fuera el compañero, ni la acera cambiada... ya me entiendes. ¿Y sabes qué? Es mejor no demonizar del todo estas situaciones, creo que la enajenación vive mucho más cerca de nuestra mente de lo que todos nos atreveríamos a reconocer.
Un abrazo, colega escritor y maestro.
Quizá sea cierto que todos llevamos un demonio dentro. Solo es cuestión que una sacudida fuerte lo libere.
EliminarMuchas gracias por acercarte a este rincón literario (al menos pretendo que lo sea, con mayor o menor rigor) y hayas dejado tu mensaje.
Un abrazo.
P.D.- Me halaga lo de escritor, pero lo de maestro dejémoslo mejor para los profesores, que sí lo son, y para los toreros (con perdón).
Hábil dosificación de la información e intriga hasta el final. El mejor amigo de Eduardo sucumbe a los celos y asesina a Amelia y su hermano aunque el motivo parece algo demasiado circunstancial -un abrazo a un desconocido-, pero él llevaba para la ocasión ya la pistola preparada y la predisposición a disparar. Me resulta poco creíble, aunque lo cierto es que cuando uno lee debe estar dispuesto a creerse todo lo que el narrador le ofrezca. Sin embargo, ese abrazo a su hermano no debía parecer algo demasiado comprometedor para la reacción del celoso.
ResponderEliminarLa venganza de Eduardo, veintinueve años después, no se sabe si es por haber asesinado a Amelia el examigo o por la prisión injusta que ha sufrido durante ese tiempo, algo de lo que no sería responsable el examigo por no haberlo planificado así. Podría haber hablado y no callado, pero eso es pedir demasiado.
Me resulta hábil pero demasiado increíble la concatenación de circunstancias, pero entiendo que debo dejar mi incredulidad fuera del relato.
Un abrazo.
Has sido muy hábil en el "despiece" de esta historia, lo reconozco. Sin embargo no sé hasta qué punto podríamos aceptar que los celos patológicos, además de otorgar irracionalidad a los actos que se derivan de ellos, hacen ver al celoso lo que quiere ver. Éste distorsiona la realidad hasta tal punto que un abrazo/beso fraternal entre un desconocido y su amante puede ser percibido, creo yo, como algo mucho más "pecaminoso".
EliminarEvidentemente, en una situación real, seguramente habría habido una discusión previa pero en esta historia se le presenta como un hombre excesivamente celoso e impulsivo que no atendería a razones.
Por otra parte, creo que Eduardo tiene fundados motivos para odiar a su examigo. No solo adivina que asesinó a Amelia, a quien Eduardo amaba, sino que ese acto le llevó a una larga e injusta reclusión.
Digamos, para resumir, que se han exagerado las circunstancias y las reacciones de los dos personajes principales para dotar (acertada o desacertadamente) de tragedia el relato. Así como las películas de ciencia-ficción suelen tener más de ficción que de ciencia, este relato podría calificarse de realismo-ficción.
¿Cuántas veces en la vida real somos testigos de comportamientos ajenos que nos resultan incomprensibles, incluso absurdos?
Muchas gracias, José Luis, por leerme y dejar tu siempre bien razonado comentario.
Un abrazo.
Qué irracionales son los celos. Un desenlace genial, Josep. Magnifico relato, como siempre. ;)
ResponderEliminarUn abrazo.
Los celos son, hasta cierto punto, síntoma de amor pero cuando se llevan al extremo de dañar a quien se ama, es una aberración emocional.
EliminarMuchas gracias, Soledad, por acompañarme y dejar tu amable comentario.
Un abrazo.
Hay quien lleva un demonio dentro y hay quien esconde un monstruo. La ira contenida puede llegar a explosionar de forma tan violenta que destruye todo a su alrededor, incluso a las personas a las que deberían amar y proteger.
ResponderEliminarMuchas gracias por asomarte por esta ventana de la realidad hecha fantasía.
Abrazos.