Las esperanzas de PMG de
convertirse en un escritor reconocido empezaban a hacer aguas. Quizá debería
tirar la toalla y dedicarse a otra cosa más provechosa y agradecida. Los más de
seis meses que habían transcurrido desde que enviara su biografía a aquellas
dos editoriales ─lo cual indicaba a todas luces que estaban interesadas por su
manuscrito─ se le habían hecho eternos. Ninguna de ellas se había puesto
todavía en contacto con él.
Para llenar el tiempo de
espera con la escritura ─lo único que se le daba bien y que le ayudaba a
desconectar de este mundo tan complicado e injusto─ había presentado doce
relatos, dos por mes, a sendos concursos literarios a lo largo y ancho de la
geografía española. Para este menester había utilizado su verdadero nombre y
algún que otro pseudónimo ─en esta ocasión en castellano─ cuando ello había
sido preceptivo. En algunos de esos certámenes, los menos, la cuantía del
premio en metálico no era nada desdeñable, así que, con un poco de suerte,
podría sacarse un buen dinerillo.
Pero la suerte tampoco le
sonreía a PMG en este lance literario. Hasta el momento, de los nueve concursos
en los que ya se había emitido un dictamen, solo en uno este le había sido
favorable, si bien el premio en metálico resultó ser muy escuálido. Aun así, no
se había sentido tan feliz desde hacía mucho tiempo. Por fin alguien había
valorado positivamente su mérito como escritor, aunque fuera de relatos cortos.
De la modesta cantidad del premio, tuvo que deducir los gastos ocasionados por
el desplazamiento al acto de entrega, que ascendieron a más de la mitad de lo
ganado. Pero eso no le importó en absoluto. Por algo se empieza ─se dijo─. No
se ganó Zamora en una hora. Claro que, bien pensado, este refrán no era muy
oportuno para el caso porque ─para aquellos que no lo sepan─ en realidad el
asedio que sufrió esta ciudad castellana a la que hace mención acabó muy mal
para quienes pretendían ganar esa plaza.
La ceremonia de entrega del
premio que le otorgaron, también le sirvió para conocer a unos cuantos colegas
de letras. Gente encantadora y con mucha experiencia en estas lides. A algunos
de ellos, la asidua participación en tales certámenes les proporcionaba ─según
le contaron─ un “sobresueldo” anual envidiable. La cuestión era escribir muchos
relatos y presentarlos a tantos concursos como fuera posible, procurando que la
entidad organizadora fuera seria y con “pedigrí”.
Aunque ese había sido, pues,
su único premio hasta el momento, consideraba que los relatos que no habían
recibido el beneplácito del jurado eran muy buenos. O eso creía, pues ya
empezaba a dudar de su buen criterio. Para salir de dudas, hizo caso a su
curiosidad casi morbosa y se las apañó para tener acceso a alguno de los relatos
ganadores. No hubiera tenido que hacerlo, pues sufrió la peor de las
decepciones y la madre de todas las rabietas. ¡¿Cómo podían haber premiado a
tales mediocridades?! Y tras el berrinche inicial por tamaña injusticia, le
sobrevino la frustración y la congoja. Y las dudas volvieron a acosarlo. Quizá
el problema real estribaba en que no era objetivo consigo mismo, que se creía
mucho mejor escritor de lo que en realidad era. Ese es el defecto típico del
escritor amateur, que se cree mucho mejor de lo que es. Pero él siempre había
sido un hombre ecuánime y más bien inseguro en muchas facetas de la vida. Pero…
Por lo tanto, mientras pmg (su
baja autoestima en ese momento ya no me permite ni siquiera usar las mayúsculas) veía pasar
por delante de sus narices, una a una, la posibilidad de ganar alguno de esos
concursos a los que había presentado sus pequeñas joyas, esos colegas, con los
que mantenía contacto a través de las redes sociales, no cesaban de acumular
premios. Llegó pmg a sentir tanta envidia que estuvo tentado de bloquearlos
para no recibir más noticias de sus triunfos. Con cada notificación que
aquellos realizaban, con la alegría y orgullo de los triunfadores, con los
correspondientes parabienes de sus amistades, la espina de los celos se le
clavaba más y más hondo. ¡Qué malos son los celos!
Ahora, un poco más sosegado,
PMG se ha puesto como fecha límite para sus aspiraciones novelescas el mes de
diciembre. Si a finales de año no ha ganado ningún premio literario de cierta
relevancia y ninguna editorial se ha interesado por su novela, lo deja, envía
sus vanas ilusiones a paseo y se concentra en algo mucho más prosaico aunque
más tangible y práctico: buscar desesperadamente un empleo, actividad que ha
abandonado para nada.
******
─¿Dígame? ─contesta PMG a una
llamada procedente de un número desconocido.
─¿Hablo con… Peter, digo Pedro
Martínez López? ─pregunta una voz femenina muy sensual.
─Sí, soy yo. ¿Con quién hablo?
─Buenas tardes. Mi nombre es
Marisa Gallego y soy la secretaria de don Julio Maldonado, el editor adjunto de
Ediciones Valverde. No sé si recordará que le pedí hace algún tiempo que nos
enviara una breve biografía con motivo de haber recibido de usted un
manuscrito.
La cabeza de PMG empezó a
darle vueltas y el corazón a percutir como un bombo golpeado por uno de los
mozos más fornidos de Calanda.
Tras tomarse unos segundos
para relajarse y dejar que las palabras fluyeran sin tartamudear, PMG contestó
a la agradable interlocutora:
─Sí, sí, claro que lo
recuerdo. ¿Y a qué se debe su llamada? ─y en ese preciso instante su garganta
sufrió un pequeño espasmo producido por el nerviosismo y la excitación. ¿Serían
buenas noticias?
─Pues le llamo para decirle
que al señor Maldonado le gustaría tener una entrevista con usted a la mayor
brevedad posible. ¿Le vendría bien mañana por la mañana, a eso de… las diez?
─Por…, por supuesto. Ahí
estaré. Hasta mañana, entonces.
─Pero ¿conoce la dirección,
señor… Martínez?
─Sí, claro, donde les envié el
manuscrito, ¿no?
─Ay, sí, claro. Pues ahí.
Hasta mañana. Y pregunte por mí. Muy amable. Adiós.
La amable secretaria del
editor adjunto de Ediciones Valverde ya había colgado y PMG seguía con el teléfono
pegado a la oreja y con la vista puesta no se sabe dónde. No podía creérselo.
Por fin había sucedido. Esa Editorial estaba interesada en publicar su novela. No
podía ser otro el motivo de la entrevista.
Aun no siendo bebedor, se echó
un buen trago de ron al coleto y, ya un poco más relajado, se tumbó en el sofá,
cerró los ojos y echó a volar, una vez más, su imaginación. Se imaginó sentado
frente a todo el consejo de administración de Ediciones Valverde, recibiendo
felicitaciones y apretones de manos, sonrisas por doquier y un generoso
adelanto por los derechos de publicación en forma de un cheque bancario a su
nombre (el real, claro). ¿Qué me pondré para ir a la entrevista?, fue el último
pensamiento que tuvo antes de quedarse dormido.
*******
El día de la entrevista ha amanecido soleado. Pero mientras en la calle el cielo está despejado, en el
despacho de Julián Maldonado se acumulan unos oscuros nubarrones que amenazan tormenta.
─Sólo le pido que se comporte
y que, por una vez, reprima sus salidas de tono ─le conmina el editor adjunto a
su corrector, quien quiso (en realidad exigió) estar presente en la entrevista
para asegurarse de que se respetaban los acuerdos alcanzados en aquella
acalorada discusión.
─Sabré “comportarme” si usted mantiene
su palabra sobre las condiciones que hay que imponerle a ese escritor. Aunque
ya le adelanto que, si tiene un mínimo de orgullo, no las aceptará. Pero,
claro, un pelagatos de la escritura, como debe ser ese tal Martínez, es capaz
de avenirse a cualquier cosa con tal de ver satisfecho su ego.
Tras su oposición frontal a que
se publicara la novelita de marras, don Manuel acabó acatando, muy a su pesar,
la decisión de su jefe pero, eso sí, imponiendo unos requisitos que, de aceptarlos
el tipo ese ─que, conociendo el percal, sabía que las aceptaría─, llevarían a
la novela, al autor y al estúpido editor adjunto al más estrepitoso de los
fracasos y él saldría, de este modo, reforzado. Demostraría, una vez más, su
buen juicio. ¿Acaso no dicen que la venganza se sirve en plato frío? Pues eso.
Él ya había tomado las debidas precauciones ante lo que estaba por venir,
poniendo en antecedentes a sus estimados señores Valverde, padre e hijo (y
porque no había nieto, que si no también le hace partícipe de su airada queja).
Nunca nadie había osado, en esta su casa, contradecir sus recomendaciones. Y
esta sería la primera y última vez que ello ocurriera. Si de él dependiera, una
patada en el trasero le daría al señorito Martínez y al señor (nunca más sería
Don Julián) Maldonado.
─Don Manuel, ¿me está
escuchando? Parece ausente.
─¿Eh?, ¿cómo? ¿qué?
─Le estaba diciendo que yo me
ocuparé de informar al señor Martínez López que la Editorial le… digamos… le sugiere
unas condiciones para poder publicar su obra. Si el hombre parece predispuesto
a acceder, le pasaré a usted la palabra para que le pormenorice en qué consisten.
A fin de cuentas, usted ha sido quien las ha impuesto y ha insistido en estar presente.
Si tengo que serle sincero, temo que no las aceptará. El cambio de título, el
empleo de su nombre real, eliminar alguno de los personajes, recortar casi una
tercera parte del texto, tiene un pase, pero cambiarle tantos diálogos… Casi no
se parece en nada al original. No sé, no sé…
─Pues el trabajo que me ha
llevado enmendar tantos sinsentidos, eliminar una sarta de ridiculeces y
recortar tanta superfluidad bien vale un agradecimiento por su parte. De otro
modo, ese bodrio no hubiera visto nunca la luz. Seamos serios, don… esto… señor
Maldonado ─el susodicho se remueve, incómodo o quizá dolido por ese nuevo
trato, en su asiento─ si esta Editorial tiene tanto empeño en sacar una novedad
al mercado, tiene que ser algo que satisfaga a la mayoría. Nos guste o no,
tenemos que estar al servicio del lector y lo que los lectores quieren hoy en
día son cosas… cómo le diría… cosas entretenidas, amenas. Hay que doblegarse a
la realidad, don… eso… señor Maldonado.
El ahora degradado señor
Maldonado no comprende a qué se debe ese cambio repentino de actitud en don
Manuel, defensor a ultranza de las letras de alto nivel. ¿Cómo puede ser que,
de pronto, se doblegue a las exigencias de un público que hasta hace bien poco
calificaba de analfabeto? ¿Será la chochez la que está traicionando su
conservadurismo?
En esto estaba pensando don
Julio Maldonado cuando suena el intercomunicador y su secretaria le anuncia que
el citado está esperando ser recibido.
En unos instantes y tras los
tres habituales toques de cortesía con los nudillos, Marisa hace pasar a un
hombretón de más de metro ochenta y unos cien kilos de peso, tirando por lo
bajo, con cara de no haber roto jamás un plato, a quien la buena secretaria
presenta como don Pedro Martínez y que entra en el despacho como quien lo hace
en un juzgado de guardia.
─Pase, pase, señor Martínez,
justamente ahora estábamos hablando de su magnífica novela ─le dice don Julián,
mirando de soslayo a don Manuel. Ambos se levantan y se acercan a saludar al
autor de la próxima publicación de Ediciones Valverde, S.L., si este se aviene,
claro está, a aceptar sus condiciones.
Una vez los tres han tomado
asiento, don Julián tras su mesa de trabajo y don Manuel y PMG en sendas sillas
frente a él, este observa al escritor como quien estudia al conejillo de indias
que utilizará en su próximo experimento. Su mirada escrutadora, intentando
adivinar de qué madera está hecho su invitado, acaba en una sonrisa pícara
queriendo con ella crear un clima de complicidad. En el fondo, no obstante,
siente un cierto reparo. De pronto, se siente como el depredador que está a
punto de devorar a su presa, viendo así cumplido su papel en la cadena
alimenticia. Es la ley de la naturaleza. Es ley de vida. Y tras un ligero
carraspeo inicia un breve, pero elocuente monólogo.
Pedro, a ratos PMG, está
anonadado con tanta adulación, si bien la considera un acto de justicia.
Asiente a todo lo que oye casi sin prestar atención, pues está en las nubes, de
las que solo se apea cuando don Julio le anuncia que se habrían de pulir “algunas
cosillas” para mejorar la obra, pues, aun siendo muy buena, todo es mejorable
en esta vida.
─Solo serán unos pequeños
retoques, aquí y allá. Pero mejor que se lo explique don Manuel, a quien por tal
motivo he invitado a que esté presente.
******
─Pero tú estás lelo, o qué ─le
espeta Genaro a un atribulado Pedro, que acaba de contarle los pormenores de la
entrevista de la que ha sido objeto en las oficinas de Ediciones Valverde, S.L.
─Pero es que me van a publicar
mi novela, Genaro. ¿Te das cuenta? ¡Por fin! ¡Lo he logrado!
─¿Qué es lo que has logrado,
si puede saberse? En todo caso ellos han logrado doblegarte. ¡Te has
prostituido!
─Hombre, tanto como eso…
─¡¿Cómo que no?! ¿Te parece
apropiado titularla “Todos estamos locos”? En todo caso, tú y ese editor sois
los que estáis locos. Que no hayan aceptado usar ese pseudónimo se entiende,
aunque es discutible. A mí también me parecía una pedantería, pero firmarla con
tu verdadero nombre, no sé, no sé. Pero lo más escandaloso ─añade Genaro,
mientras ojea con furia lo que ha quedado del manuscrito original cuyo texto ya
se conoce de memoria─ es que te han cambiado una gran parte de esos diálogos
tan elocuentes, se han comido capítulos enteros, si parece… parece… la carroza
de Cenicienta convertida en calabaza, el príncipe azul convertido en rana, el…
el… ¡la bella convertida en la bestia!
─No seas tú la bestia, que no
hay para tanto ─se defiende Pedro, encogiéndose cada vez más, pues en el fondo
comprende que su amigo puede llevar razón.
─¿Bestia yo? ¿Pero tú has
visto en lo que ha quedado la novela? ─y comprendiendo que su amigo no ha valorado suficientemente la transformación que ha sufrido la que pretendía
ser su Opus magnum, suaviza su
postura─. Hagamos una cosa: leamos cómo ha quedado el texto y luego tú decides.
Al fin y al cabo, es tu novela y tu reputación. Yo me lavo las manos.
De este modo, Pedro y Genaro,
Genaro y Pedro, pasaron prácticamente toda la noche en vela leyendo lo que
había quedado de “Tierra de locos”. A medida que trascurría la noche, los ojos
de ambos lectores se iban agrandando y no por efecto del café que les mantenía
en vigilia sino por el espanto que les producía lo que leían.
Ya clareaba cuando dieron por
terminado el duro ejercicio de comprobar en qué había consistido lo que
aquellos dos embusteros habían calificado de pequeños retoques. Pedro Martínez
López, reconvertido en PMG, decidió ir a su encuentro esa misma mañana sin
falta. Se enterarían esos dos de lo que vale un peine.
CONTINUARÁ...
peine.
De verdad, Josep, que es imposible no compartir todas las dudas, miedos y complejos del autor. En este relato estás radiografiando a cualquiera de nosotros. Y el dilema final: ¿Hasta qué renunciarías por ver publicada tu novela? Pragmatismo o dignidad, esa es la cuestión. ¡A ver cómo termina! Un abrazo!
ResponderEliminarHola de nuevo, David.
EliminarMe temo que muchos nos sentimos más o menos identificados con las peripecias y desventuras de mi amigo Pedro.
Espero que este acabe tomando la decisión correcta, pero nunca se sabe. Como bien dices, ¿hasta qué punto traicionaríamos nuestros principios a cambio de ver publicada nuestra novela?
Eso: a ver cómo termina. Intuyo que el final está muy próximo.
Un abrazo.
Muy buena esta tercera parte con esa decisión tan peregrina que ha tomado el escritor de aceptar que le deterioren tanta parte de su novela, con tal de que se la publiquen... estoy de acuerdo con lo que le dice su amigo, así que ya veremos con que nos sorprende el escritor que está escribiendo las peripecias de Pedro, jeje.
ResponderEliminarMuy entretenida la lectura Josep.
Un abrazo.
Me temo que el pobre Pedro está hecho un lío. Por una parte está su ego (que quiere ver publicada su novela a toda costa) y por otra su integridad como escritor y propietario intelectual de su obra. Veremos a qué nos conduce todo esto.
EliminarMe alegro que te sigan gustando las peripecias de este escritor novel.
Un fuerte abrazo, Elda.
Bueno Josep, me ha encantado la parte de los concurso literarios, es que es un tema que da para mucho, mucho más "profundo" y complejo de lo que a priori puede parecer y creo que lo has clavado. Identificación absoluta. Y bueno el jueguecito que se trae la editorial con el pobre Pedro, realmente es como una marioneta. En este mundo no se salva nadie...
ResponderEliminarMe está gustando mucho, a ver con qué nos sorprendes la siguiente entrega.
Un abrazo.
Uy, los concursos literarios darían para mucho. Ya escribí sobre ellos en mi otro blog, Cuaderno de bitácora, tiempo ha.
EliminarEfectivamente, Ziortza, en este mundo (cruel) de la edición, todo aquel que ha querido publicar por primera vez ha salido trasquilado o chamuscado. Salvo honrosas excepciones, cuyos pormenores desconozco aunque sospecho.
Me alegro que te esté gustando la historia y veremos qué nos depara el final, que ya está a la vuelta de la esquina.
Un abrazo.
¿De verdad una editorial puede cambiar tanto una novela para publicarla? ¿Es cierto que son capaces de proponer cambios tan amplios?
ResponderEliminarPuedo entender que a efectos de publicidad cambien el título o poco más, pero el texto, los diálogos, quitar personajes y todo lo que relatas me parece una agresión.
Yo no he vivido esas situaciones, gracias a Dios, y no conozco los entresijos de ese mundo. Conozco algo de lo que se cuece en el mundo editorial científico y ya tengo para siete vidas, pero comparado con lo que cuentas, los editores científicos son hermanitas de la caridad.
Esta publicación me está resultando sumamente instructiva. Gracias.
Un abrazo.
Bueno, Paloma, como una parodia que es de la realidad, hay algo de exageración en este relato pero no excesiva, a mi entender. Te confesaré que muchas de las cosas que le suceden a "mi Pedro", las he vivido en primera o en segunda persona, es decir un servidor o alguien muy próximo a mí.
EliminarEn el caso que conozco, la editorial sugirió (no exigió) al autor novel que cambiara su nombre verdadero (demasiado vulgar) por uno ficticio, a poder ser en inglés, porque así se vendería mejor. Y a este mismo autor le redujeron la novela casi a la mitad y le eliminaron algunos personajes que consideraron superfluos.
Debo aclarar, no obstante, que 1) la editorial en cuestión es bastante modesta y no está por jugársela así como así con escritores desconocidos (aunque las importantes tampoco), 2) el manuscrito original era muy largo (más de mil páginas) y 3) los cambios no los hizo la editorial sino el propio autor siguiendo las indicaciones del editor. Así pues, este caso real tiene sus similitudes con mi relato, pero no es idéntico. Lo que sí es igual es la forma que tienen las editoriales de tratar al escritor novel, si es que se dignan a contestarle.
Yo envié mi segunda recopilación de relatos "Irreal como la vida misma" a esa misma editorial y todavía estoy esperando que me digan algo.
Así pues, no te creas todo lo que estás leyendo al pie de la letra pero sí te puedes hacer una idea de cómo va la cosa, jeje.
Un abrazo.
Ya lo dicen que cuando menos te lo esperas, o cuando estás a punto de renunciar te aparece lo que tanto has ansiado, pero en este caso, ufff.. ¿qué crueles no? Se están aprovechando de la necesidad por verse publicado, y no es justo, para nada.
ResponderEliminarMuy buena continuación Josep Maria, con ganas de saber más.
Un abrazo.
Es cierto lo que dices. A veces, cuando menos de lo esperas salta la liebre, jeje.
EliminarSin embargo, mi (escasa) experiencia con el mundo editorial es bastante funesto. La única vez que me llamó una editorial "interesada" en publicarme la recopilación de relatos que le he comentado a Kirke, era en realidad para ir en coedición (a medias) y con unas condiciones económicas fraudulentas. Y no veas lo mal que se lo tomaron porque no accedí a caer en su trampa. Los malos modos les delataron. Una vergüenza.
Gracias por tu comentario, Irene.
Un abrazo.
Me incorporo tarde a tu relato, Josep, pero encantada de la vida (y de leerte). Como siempre enganchas con tu historia, interesante y amena, además de muy bien escrita. Haces que parezca tan fácil la redacción... ¡y no lo es!.
ResponderEliminarEspero que Pedro no haya firmado nada irreversible y que logre mantener la esencia de su obra. Adivino que el tal Manuel lo odia a muerte, quizás por una cuenta pendiente del pasado. Ya, claro, es que no he leído las partes anteriores. Ya me callo :)
Un placer pasar por aquí, como siempre. ¡Un abrazo!
Gracias por tu visita, Julia. Todavía llegas a tiempo para subirte a este tren al que ya le falta solo unos pocos días para llegar a la estación término, jeje
EliminarBueno, el pobre Pedro anda un poco descolocado, desubicado. Eso de que le hayan ofrecido publicar su novela le tiene trastocado y es capaz de cualquier tontería. Afortunadamente tiene a su amigo Genaro, paradigma de la sensatez.
Si tienes ocasión de leer retrospectivamente esta historia, podrás opinar mejor sobre la conducta de don Manuel.
Un abrazo.
Siento llegar tarde Josep Mª
ResponderEliminarParece que para publicar una novela todo vale, tanto que hay que cambiarlo todo con tal de que la editorial salga beneficiada pero donde queda el talento y las horas empleadas por el escritor? Las ilusiones del mismo? la calidad del escrito? Me da que con todo lo que has contado es una triste realidad en las editoriales, en fin, solo se que es un apena y ahora entiendo que "50 sombras de Grey" y otras tantas tengan éxito, porque todo vale para que una editorial se beneficie sin importarle nada todo lo demás, en fin así funciona el mundo por desgracia, y esta lleno de injusticias.
Voy a por la última parte que voy con mucho retraso. un abrazo. TERE.
Parece ser que esta historia ha estado esperando a los lectores rezagados, jeje
EliminarTienes razón, Tere, las editoriales no son una ONG pero podrían destinar tiempo y dinero a dar una oportunidad a los escritores noveles. Por supuesto que las hay que lo hacen (eso quiero creer) pero solo unas pocas. De lo contrario, no aparecerían nuevos autores en el panorama literario. De alguna forma lo deben lograr, pero, para mí, sigue siendo una incógnita.
No te apures. Esta historia no se moverá de donde está, así que tómate tu tiempo para terminar de leerla. Solo espero que haya valido la pena.
Un abrazo.
Leo y sigo. Me tienes enganchado y quiero leer el final cuanto antes. estoy en ascuas. ¿Qué pasará con el ingenuo Pedro?
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues pasa página, Francisco, y te darás de bruces con el final. Lo malo de enganchar a la gente es que si el final no les gusta, se desenganchan de golpe y se pegan un tortazo. Espero que este no sea tu caso.
EliminarUn abrazo.