Nadie
habría pensado que esto fuera posible. Ni siquiera yo, cuando, de niño, me
preguntaban qué quería ser de mayor. Sabía que todo el mundo me tenía por un crío
extravagante, fuera de lo común, de ahí que me hicieran la misma pregunta una y
otra vez para ver si la lucidez volvía a mi alocada mente. Cuando lo mencioné
por primera vez, todos los presentes, exceptuando a mis padres, soltaron una
carcajada. Recuerdo sus miradas condescendientes, pensando que ello era seguramente
fruto de mi excéntrica imaginación. Mi padre, cómo no, torció el gesto, mirando
de soslayo a mi madre con cara de reproche. Siempre le recriminó que me llenara
la cabeza de pájaros, que para él debían ser, sin duda, de mal agüero. Ella, en
cambio, sonrió. Fue la única persona que entendía mis razones. Aun así, nunca
imaginó ─ni yo tampoco─ lo que me depararía el futuro.
La
mente fantasiosa de mi madre contrastaba brutalmente con el realismo más
prosaico de mi padre. Nunca pude entender cómo dos almas tan distintas podían
haberse unido, del mismo modo que mi progenitor nunca debió comprender cómo
había podido engendrar a alguien que, según sus palabras, estaba siempre en las
nubes.
Con el
tiempo adiviné que mi madre no era feliz al lado de quien la dejó embarazada
siendo una adolescente romántica e impulsiva. Hoy día esa unión no se habría
llevado a cabo, pero eran otros tiempos y ambas familias extremadamente
convencionales. Había que guardar las apariencias. Mi madre fue, a su manera,
la oveja negra, la ficha blanca en un tablero de piezas negras, la luz del sol
entre nubes borrascosas, la flor en un campo de malas hierbas. De ahí que se sintiera
incomprendida y aislada y se refugiara en mí como su único consuelo, su único
motivo para vivir y ser feliz.
“Soñar
es imprescindible. Si no soñáramos, moriríamos” ─me dijo mi madre un día,
siendo yo muy pequeño. Eso me aterró. De ahí que cuando me preguntaron poco
después qué quería ser de mayor dije, sin dudarlo, “fabricante de sueños”.
Mi
madre fue la que en realidad me hizo como soy. Le encantaba contarme historias
fantásticas, ante las duras reprimendas de mi padre, que creía que, con ello,
me convertiría en un ser débil y pueril. Yo disfrutaba con ellas hasta lo
indecible y esperaba con ansia el momento de oírlas. Cada noche, al acostarme, mi
madre se sentaba al borde de mi cama, me arropaba y entonces volcaba en mí toda
su desbordante imaginación. Tenía una increíble facilidad para la inventiva.
Mientras me contaba sus historias entornaba los ojos maliciosamente, atenta a
mis reacciones y reprimiendo una sonrisa ante mi cara de asombro. Luego, solo en
la oscuridad, yo prolongaba mentalmente la historia que me había relatado y,
como si de algo mágico se tratase, acababa introduciéndose en mis sueños. Soñar
se convirtió en algo fascinante para mí. Esperaba con ansia a que anocheciera
para repetir la experiencia. Y así, día a día y noche a noche, mi madre
alimentaba mis fantasías, las que luego invadían mis sueños. No sé cómo tenía
lugar ese extraordinario episodio. Con el tiempo llegué a adquirir una gran
pericia para inducir mis propias ensoñaciones. Debía de ser algo innato. Mi
madre, estoy seguro, tenía el “don” de provocar sueños y yo lo heredé, como
comprobaría más tarde.
Cuando,
siendo todavía un niño, supe que lo que me había dicho mi madre sobre la
necesidad vital de soñar no era cierto, sentí una gran decepción. Ignoro si simplemente
iba errada, si no supe interpretar sus palabras o bien si pretendía con ellas
azuzar mi imaginación. No era el hecho de no soñar lo que resultaba letal sino
la imposibilidad de dormir. Descubrirlo fue un duro golpe. Mi futuro como
fabricante de sueños dejaba de tener relevancia para la humanidad. Mis esperanzas
se vinieron abajo. El descubrimiento de algunas verdades resulta doloroso para
quien, como yo, vivía de ilusiones. Y la mayor de todas era regalar sueños a
quienes los necesitara.
Pero,
por fortuna, no todo estaba perdido. Mis esperanzas renacieron cuando más tarde
descubrí que podría ser igualmente útil a la sociedad, aunque no de la forma en
que yo había previsto. No salvaría vidas, pero podría ayudar a la gente a ser
feliz. Leí en un libro sobre el mecanismo de los sueños que todos soñamos y que
esta es una función vital y reparadora. De ser así, ¿cómo era posible que
hubiera personas aparentemente sanas que decían no soñar jamás? Mi interés por lo
que consideré una disfunción, cuyas causas y efectos desconocía, me condujo a
estudiar medicina y especializarme en psiquiatría. Con esos conocimientos,
añadidos al “don” que creía poseer, podría llevar a cabo mi propósito de forma
mucho más eficaz. No existiendo ningún tratamiento farmacológico para la
pérdida de la capacidad de soñar, decidí dedicar todo mi tiempo y esfuerzo a remediar
esa carencia, aunque no representara una dolencia de gravedad. Tal era mi
obsesión por ver cumplido mi deseo que mi vida giró exclusivamente en torno a
esta encomienda autoimpuesta. Me aislé de tal modo del mundo exterior que, como
si de una vocación sacerdotal se tratara, descuidé mi vida personal, no dejando
en ella tiempo ni espacio para formar una familia. Interrogué a un numeroso
grupo de individuos que decían no soñar y me percaté que ello les producía una
cierta congoja. Se quejaban de que, mientras todo el mundo hablaba de sus sueños,
ellos ignoraban qué era aquello aparentemente tan fantástico, se sentían
excluidos de esa normalidad y temían que esa carencia les pasara factura tarde
o temprano.
Todo
mi trabajo de investigación lo desarrollé en el más absoluto anonimato. No fue
hasta que las redes sociales se hicieron eco de mi teoría de que no soñar
provoca insatisfacción e infelicidad ─de eso estaba y sigo estando convencido,
y a las pruebas me remito─, que me convertí en un personaje público. En una
entrevista que me realizaron para la televisión, el presentador preguntó por
qué me empeñaba en querer hacer soñar a la gente. “¿Acaso resulta tan difícil
de comprender que alguien desee hacer feliz al prójimo?” ─le espeté, airado─.
“Pero no todos los sueños son agradables, los hay que son pesadillas y las
pesadillas no logran hacer feliz a nadie, todo lo contrario” ─me replicó
acertadamente. Eso me dio que pensar. Ese tipo llevaba razón: era peor tener
malos sueños que la imposibilidad de soñar. Así pues, improvisé una respuesta
que sería premonitoria. “Yo logro que mis clientes tengan únicamente experiencias
oníricas placenteras. Anulo la generación de todo tipo de pesadillas y, en su
lugar, les evoco sueños agradables” ─concluí, simulando una convicción de la
que carecía en aquel instante. Esa frase marcó un punto de inflexión en mi
vida.
Nadie
pareció creerme. Me llovieron las críticas en forma de dardos envenenados. Y,
sin embargo, no me faltaron clientes, no cesó de crecer el número de pacientes
que me llamaban pidiendo ayuda. Unos, los menos, sentían curiosidad y querían
simplemente resolver su incapacidad para soñar; otros, los más, deseaban evitar
las pesadillas y tener, en su lugar, sueños placenteros, como yo había
garantizado en público. Fueron precisamente estos últimos los que acabaron saturando
mi agenda. Nunca imaginé que hubiera tanta gente que sufre pesadillas.
No inventé
ningún aparato para hacer soñar, como muchos insinuaron. No he utilizado jamás
ningún artefacto ni droga alguna. Todo lo logro con la mente y así lo he
repetido hasta la saciedad para acallar los falsos rumores. Si bien inicié, por
cautela, mis experiencias con la ayuda de la psicoterapia convencional,
intentando hallar el origen y significado de las pesadillas o la ausencia de
sueños de mis pacientes, solo conseguí tener éxito cuando decidí poner a prueba
mi “don”. Les relataba historias fantásticas, como las que me contaba mi madre
de pequeño, que luego debían rememorar al acostarse. Era como seguir la
tradición familiar. De ese modo, logré con mis pacientes lo que ella lograba
conmigo con sus cuentos. Por fin me sentí útil. Era feliz haciendo felices a
los demás.
Pero
esa felicidad duró lo que tardaron los celos en abrirse paso entre mis colegas.
Mi consulta, que yo mismo califiqué como “gabinete de inducción de sueños”,
acabó siendo la envidia de mis compañeros de profesión. Algunos llegaron a comentar,
con sorna, que en la placa de la consulta debería poner “Dr. Roberto Arce –
fabricante de sueños”, en lugar de psiquiatra. De todo lo que dijeron de mí,
eso fue lo único que no me ofendió. A fin de cuentas, era la pura verdad y me
sentía orgulloso por ello.
Fue
tanta la notoriedad que adquirí en este campo que algunos miembros de la Sociedad
Española de Psiquiatría tildaron de mala
praxis mis actividades sin atender a los resultados, me criticaron, me
denigraron y me persiguieron hasta lograr ser expulsado de la Sociedad primero
y del Colegio de Médicos después, retirándome así la licencia para ejercer. Según
ellos era una vergüenza para la profesión. Pasé a ser considerado un lunático,
un curandero, un farsante, un vendedor de humo. Me condenaron al ostracismo,
acabé siendo un paria. Por mucho que mis pacientes defendieran mis prácticas y
elogiaran los resultados de las mismas, se les tachó de ignorantes o de
testimonios comprados.
De
este modo, denostado por la clase médica y ridiculizado por los medios de
comunicación, no me quedó otra salida que huir de la vida pública y de mi
propio hogar, refugiándome donde creí que nadie conocería mis antecedentes.
******
En el
anonimato me sentí a salvo. Por los periódicos tuve conocimiento de que mis
antiguos pacientes intentaban localizarme, pues se habían cansado de tener cada
noche los mismos sueños y deseaban sustituirlos por otros nuevos, como si de un
plan Renove se tratara, pues esa
reiteración ya no los hacía tan placenteros. Lo lamenté por ellos, pero no me
atrevía a salir de mi refugio so pena de sufrir una nueva persecución mediática
que, dada mi introversión natural y mi dañada autoestima, no estaba dispuesto a
soportar.
Mi
suerte cambió el día que el alcalde de la pequeña población donde me instalé,
hombre culto y leído, me acabó reconociendo y vino a verme para que le sometiera
al tratamiento que, según sabía, había aplicado a otros desgraciados como él.
Se sentía agredido, con total nocturnidad e inmerecida alevosía, por las pesadillas.
Ya ni se atrevía a acostarse por temor a sufrirlas. La política, afirmó, era muy
ingrata, no solo le quitaba el sueño, sino que le regalaba pesadillas aterradoras
que le despertaban bañado en un sudor helado como un cadáver. La causa no era
el peso de la conciencia ─se apresuró a aclarar─ sino de la responsabilidad.
Tanto me rogó que le ayudara, que no pude negarme a hacer el bien a un pobre hombre
atormentado que juró guardar secreto sumarísimo, un secreto que solo desveló,
como comprobé poco después, a su querida esposa y eterna confidente.
Tanto
fue el éxito conseguido con el alcalde, hombre bondadoso y buen marido donde
los haya, que también tuve que claudicar ante las súplicas de su mujer. Como
esposa de la máxima autoridad civil, no estaba exenta de responsabilidades y
quebraderos de cabeza que le provocaban sueños indeseables, que quería y
necesitaba borrar de su mente. Yo me preguntaba cómo la alcaldía de una
localidad como aquella podía ser la fuente de tanto desasosiego, pero preferí callar
y no hacer preguntas indiscretas. Quien
no ejerció, en cambio, la discreción fue la primera dama del
Consistorio, como no tardé en constatar.
La
fama es como la pólvora, una vez prende ya no se apaga, sobre todo si uno desea
que lo haga. La mía, la que me granjeé sin quererlo en el pueblo, corrió tan
veloz como esa sustancia explosiva, de boca en boca y de casa en casa, hasta
alcanzar a todo el vecindario, de forma que volví a tener una larga cola de pretendientes
a la puerta de mi humilde casa, todos reclamando el tratamiento milagroso, como
le llamaron. ¿Cómo era posible que en un municipio tan pequeño hubiera tal
cantidad de almas en pena? Otra incógnita que no llegué a desvelar.
Transcurridos
unos meses y viendo mi altruismo, el alcalde, hombre agradecido y generoso como
pocos, deseando ganarse, además, la simpatía y consideración de sus
conciudadanos, quiso compensarme por mis desvelos nombrándome, sin atender a
mis escrupulosas protestas, concejal de bienestar social, un cargo hasta entonces
inexistente. Desde entonces, haciendo gala de mi flamante cargo y
responsabilidad, me entregué en cuerpo y alma a procurar que todos los
habitantes de ese recóndito pueblecito tuvieran un sueño agradable y reparador.
Todos deseaban que llegara la hora de acostarse para ser felices con sus sueños.
Incluso el tiempo dedicado a la siesta se alargó más de lo habitual, pues
sesteando también se sueña. Todos me trataban con la máxima deferencia, no me
faltaba de nada. Entre el sueldo de concejal y los generosos donativos en
especie y en metálico, vivía a cuerpo de rey. Disfrutaba de una vida tan
placentera como lo eran mis sueños y los de toda esa pequeña comunidad.
Pero,
por lo visto, hasta de lo bueno se cansa el hombre y, de este modo, el
descontento empezó a hacer mella en los hasta entonces felices ciudadanos.
Estos, también hastiados por tener cada día los mismos sueños y, sobre todo,
los mismos que el resto del vecindario, pidieron que se los renovara. Cada uno
quería tener su propio sueño, sin compartirlo con nadie más. Pero ochocientos
vecinos, incluyendo ancianos y niños, equivalen a ochocientos sueños distintos
y que, con toda seguridad, tendría que modificar con frecuencia. La avidez del
ser humano es inagotable. Eso superaba mis posibilidades. Mi imaginación ya no
daba para tanto. La sola idea de no ser capaz de cumplir con las exigencias de
esa buena gente que me había acogido con tanto cariño me angustió. Por primera
vez en mi vida empecé a sufrir esas pesadillas de las que tanto me habían
hablado.
Y como
las desgracias nunca vienen solas, la noticia de mi “don” se extendió de pueblo
en pueblo y de comarca en comarca, contándose ya por miles los que acudían al
pueblo en busca de sueños que les ayudase a mitigar su malestar. Incluso mis
antiguos pacientes, que se habían sentido abandonados y traicionados, acabaron
localizándome y reclamaban mis servicios. Y viendo mi falta de determinación y
diligencia en acceder a sus peticiones, me llegaron a amenazar con denunciarme
por fraude, enriquecimiento indebido, blanqueo de capitales y lo que hiciera
falta. Estaban dispuestos a todo con tal de ver satisfechas sus exigencias. La
felicidad se había tornado en desdicha y los amigos en adversarios.
Nunca
me había sentido tan impotente y frustrado. La situación era incontrolable. Llegando
a temer por mi integridad física, decidí huir de nuevo, como un vulgar ladrón, abandonando
casa y pertenencias, al amparo de la oscuridad reinante en una noche con luna
nueva. Solo me llevé lo puesto y todo el dinero que pude reunir.
Estaba
más decidido que nunca a que no me encontraran. Trabajaría de lo que fuera en
el lugar más remoto, donde nunca pudieran dar con mis huesos. Y así fue como,
tras varias semanas vagando sin rumbo fijo, conocí casualmente a un viejo
pastor del que aprendí el oficio y al que, con el tiempo, acabé sustituyendo
tras comprarle el rebaño, invirtiendo en ello todos mis ahorros.
******
Habré
envejecido pero mi memoria se mantiene intacta. En una libreta he vuelto a
escribir los cuentos que me contaba mi madre y que me sirvieron para ayudar a
mis pacientes y convecinos antes de que se levantaran contra mí. Todas las
noches, antes de acostarme, bajo la luz de un candil y yaciendo junto al
rebaño, mi única compañía, leo en voz alta esas historias fantásticas que
tantos buenos recuerdos me traen.
No sé
si son imaginaciones mías, pero desde hace un tiempo, los animales parecen dormir
mucho más plácidamente. A fin de cuentas, los animales también sueñan.
La profesión es gratificante, desde luego.
ResponderEliminarInteresante relato.
Un abrazo.
A mí no me desagradaría ejercer de fabricante de sueños.
EliminarMuchas gracias, Macondo, y un abrazo de vuelta.
Hola Josep, si los sueños son parte de la imaginación, este cuento es un sueño de imaginación. He escuchado varias veces en radio al Doctor Eduard Estivill, y siempre me ha fascinado como habla del estudio de los sueños, de su método y de la función reparadora que estos tienen en las personas. Desde luego es un tema fascinante y la conjugación que haces de él en tu escrito, no deja indiferente con los avatares, filias y fobias que causaban entre los pacientes y compañeros del protagonista.
ResponderEliminarUn abrazo.
Soñar puede ser una experiencia placentera pero también angustiante. En el primer caso, el despertar lleva consigo una desilusión y en el segundo un alivio. Tengo un amigo que afirma que nunca sueña, a lo que siempre le respondo que sí sueña pero que no lo recuerda porque no ha despertado del sueño en el momento oportuno para ello. No obstante, a su edad siempre me ha resultado curioso que persista esa falta de recuerdos oníricos, lo cual me ha llevado a idear esta peculiar historia.
EliminarUn abrazo, Miguel.
Un tema el de los sueños que da para mucho y como le pasó a tus protagonistas las manías pueden dar lugar males mayores.
ResponderEliminarPuedo corroborar que los animales sueñan, mis perros así me lo demuestran cuando duermen profundamente emiten sonidos parecidos a los ladridos y mueven las patas como si estuvieran corriendo.
Un abrazo
Puri
Hola Puri. Ya lo creo que sueñan los animales. Mi perro también da muestras de ello y, al igual que el tuyo, a veces gime, se agita y mueve las patas cuando duerme. Una vez llegué a pensar que tenía una pesadilla (quizá soñaba que un Rottweiler le atacaba, jeje) por cómo se agitaba y por los sonidos de angustia que emitía el pobre. No me quedó más remedio que despertarle con suavidad. Creo que me lo agradeció. Lo que no sé es si podría llegar a inducirle un sueño humano agradable, jajaja
EliminarUn abrazo.
Habré envejecido pero mi memoria es aún brillante
Eliminarme gustan los giros que usas Es la primer vez que te leo
un placer el haberte hallado
Hola Recomenzar! Tu comentario me habría pasado desapercibido si no es porque he recibido un aviso por email. Aun así, no lo encontraba pues ha quedado agazapado en este rinconcito, jeje.
EliminarMuchas gracias por venir a leerme y me alegro que la experiencia te haya resultado gratificante.
Un saludo.
Este tema me viene al pelo, Josep Mª, porque llevaba un tiempo durmiendo mal, muy mal, y fui al médico quien me recetó no sé muy bien qué para dormir mejor.
ResponderEliminarLa cuestión es que he dejado de tomármelo porque considero que lo que eso hace es "fabricarme sueños", largos sueños que son más bien pesadillas porque nunca nada acaba bien, ¡qué cosas!
En tu bien narrado (como siempre) relato habría muchos temas que tocar: el deseo de un hombre por hacer el bien y la insatisfacción del género humano en general que siempre "quiere más" y si es nuevo mejor ("como si de un plan Renove se tratara", qué gracia me has hecho...).
Al final, doblemente agradecidos los animales que las personas, buena lección moral ésta.
¡Me ha encantado!
Un beso
Hola Chelo. A mí, de pequeño, me hicieron creer que si comías aceitunas al cenar, luego soñabas y mucho. Supongo que era la sugestión, porque así me sucedía (y a mis hermanas igual). Lo malo era que también solía tener muchas pesadillas, así que abandoné la práctica, jajaja.
EliminarGracias por tu comentario, al que yo añadiría otra particularidad del ser humano: la envidia. Esos colegas que, al ver el éxito profesional de mi protagonista, se alían para desacreditarlo sin siquiera intentar conocer el fundamento de su técnica.
Y, como siempre, la gratitud y fidelidad es más evidente en los animales que en las personas.
Muchas gracias, Chelo, por tu visita.
Un abrazo.
¡Qué egoistas y desconsiderados podemos llegar a ser los seres humanos! En tu relato, como dice el refrán, aunque refiriéndose a otras cuestiones, también la avaricia de los pacientes rompió el saco. Si hubieran dejado en paz a tu protagonista y hubieran respetado sus deseos y sus límites, aún estaría ejerciendo su don para beneficio de todos. Quizás las pesadillas le estén bien empleadas para aprender la lección...
ResponderEliminarUn relato estupendo, Josep, ¡muy imaginativo!. Veré si, inspirada por tu historia, puedo evocar sueños muy felices esta noche :))
¡Un abrazo de domingo!
Los hombres siempre quieren más, nunca se sienten satisfechos. Si al principio todo es agradecimiento, este se convierte al poco en una mayor exigencia y descontento.
EliminarMe imagino que aprenderían la lección cuando al final desapareció de sus vidas su fabricante particular de sueños. Es una lástima que uno se de cuenta del valor de las cosas cuando ya las ha perdido irremediablemente.
Muchas gracias, Julia, por tu comentario. Y por probar no pierdes nada, jeje
Un abrazo de lunes!
P.D.- Yo he sido capaz, aunque muy de vez en cuando, de prolongar un sueño agradable tras haberme despertado, aunque con la edad he ido perdiendo esa aptitud, jeje
Una historia muy buena que además puede verse desde muchas prespevtivas: el timador, el que se cree sus propias mentiras, el obsesivo, el que comprende que la riqueza es interior... no dudo que para cada lector ha significado cosas muy distintas. A mi desde luego me hace pensar. Gracias JOSEP
ResponderEliminarUna historia muy buena que además puede verse desde muchas prespevtivas: el timador, el que se cree sus propias mentiras, el obsesivo, el que comprende que la riqueza es interior... no dudo que para cada lector ha significado cosas muy distintas. A mi desde luego me hace pensar. Gracias JOSEP
ResponderEliminarVeo, Esperanza, que has sido capaz de extraer de esta historia más enseñanzas de las que yo mismo he vislumbrado. Me alegra que este relato haya podido generar muchas más interpretaciones, porque indica que tiene unos ingredientes que facilitan el libre análisis.
EliminarGracias a ti, por venir a leerme.
Un abrazo.
Efectivamente, los sueños suelen ser liberadores, aunque también producto de insatisfacciones y problemas no resueltos. Todos queremos tener sueños placenteros y seguro que si existiera realmente alguien capaz de proporcionárnoslos, se os compraríamos. Dependiendo del precio a pagar, claro está.
ResponderEliminarMi protagonista solo pretende hacer el bien y que la gente sea tan feliz como lo era él con el influjo de su madre. Pero no contaba con que ese don provocaría el desagrado de sus colegas de profesión y las cada vez mayores exigencias de sus pacientes. Hizo bien dejándolo todo y refugiarse donde nadie pudiera dar con él. Muchas veces, la compañía de los animales es mejor que la de ciertos seres humanos.
Saludos.
Un cuento precioso al principio, con una madre adorable que todos nos gustaría tener, una alusión a los sueños para no tomar demasiado en serio la vida y un corporativismo cruel el de los compañeros del protagonista, que no soportan que otro sobresalga con algo tan simple. Fimalmente, los propios seres humanos que cada vez nos conformamos con menos, y yo envidando cada vez más a los animales y su simplicidad.
ResponderEliminarGenial relato, Josep, me lo he pasado como una enana leyéndolo.
Un fuerte abrazo.
Me alegro de que hayas disfrutado como una enana leyendo esta historia de fantasía que, como apuntas, tiene mucho en común con la realidad. Solo espero que, tras la lectura, hayas recobrao tu estatura normal, jajaja.
EliminarUn fuerte abrazo, Ziortza,
¡¡¡¡Hola!!!! Pues a mí me vendría genial uno pero no lo atosigaría ni amenazaría, al contrario, si me quitara las pesadillas tendría mi gratitud eterna.
ResponderEliminarUn abrazo y ser pastora rodeada de hermosos rebaños también me encantaría.
A todos nos vendría bien tener a mano un fabricante de sueños o, por lo menos, un borrador de pesadillas, jeje. CReo que, de existir, merecería el premio Nobel de medicina.
EliminarY eso de ser pastora, puedes reservarlo para los fines de semana, pues me temo que de serlo durante el resto de tu vida resultaría un poco pesado. Claro que si te dedicaran a la trashumancia, por lo menos cambiarías de paisaje.
Un abrazo pastoril.
Pues he llegado de casualidad hasta aquí :) y aquí me he quedado leyendo sobre los sueños y la curiosa naturaleza humana. Fantástico relato :) . Saludos
ResponderEliminarPues como veo que tienes un blog de viajes (que con gusto visitaré), habrá sido viajando por la blogosfera que has llegado a este rincón dedicado a la fantasía. Bienvenido, si eres hombre, o bienvenida si eres mujer. Seas quien seas, puedes volver cuando lo desees. Aquí estaré. Saludos.
EliminarGracias Josep por la bienvenida y por pasarte por mi blog bebe. Es un blog muy modesto donde compartir nuestros viajes, por si la información le es de utilidad a otros viajeros, o sirve de inspiración ...y como soy amante de las teclas :D dejé un rinconito para contar pequeñas historias, curiosidades,...compartir nuestras fotos, mis garabatAs de acuarelas... Espero que te guste.
EliminarCon tu permiso, me quedo por aquí cerquita. Un abrazo.
Cosas de la vida, casualidades... Hoy me he cruzado con esta noticia, y he recordado tu relato :) La ciencia desvela como controlar nuestros sueños y hacerlos lúcidos. Más info aquí:
Eliminarhttps://www.msn.com/es-es/noticias/tecnologia/cient%C3%ADficos-desvelan-c%C3%B3mo-controlar-nuestros-sue%C3%B1os-y-hacerlos-l%C3%BAcidos/ar-AAu1b27?li=BBpm69L
Saluditos!
Caramba, sí que es casualidad. Un artículo ciertamente interesante. Si lo leen los ex pacientes de mi personaje ya tendrán el problema resuelto, jajaja
EliminarUn abrazo.
Un relato interesante el tuyo Jose M,ª aunque te digo que dado los tiempos revueltos que corren un Concejal de bienestar social no estaría nada mal.
ResponderEliminarMe recordó en parte a “Un mundo feliz” de Huxley, en el episodio de las pastillas de Soma, un remedio psicotrópico para combatir la infelicidad.
El tema onírico siempre me ha fascinado, siendo una niña era capaz de despertarme, y en ocasiones, podía seguir el sueño por donde lo dejé, te lo prometo.
¡Cómo somos los seres humanos!, por fin se consigue tener sueños felices y aspiramos a sueños individuales de la felicidad.
El relato hace un círculo de vida para llegar al principio, a ser cuenta cuentos, más aún de ovejas, que cuentan que da sueño contarlas.
Mucha imaginación y poderío tienes Jose Mª... algo básico para escribir historias sorprendentes como la tuya.
Felices sueños compañero.
Hola Tara. Yo aspiraría a más: un partido cuyo programa electoral se centrara en procurar el bienestar y la paz social, pero eso sí que es soñar...
EliminarComo le he comentado a Julia, yo también era capaz de reanudar un sueño placentero ahí donde lo había dejado al despertar. Supongo que a medida que nos vamos haciendo mayores perdemos ciertas aptitudes, jeje.
Y ciertamente, los humanos nunca nos sentimos (me incluyo para quedar bien) satisfechos. Siempre queremos más.
Muchas gracias por tu amable y halagador comentario.
Un fuerte abrazo.
Casi nunca suelo leer los comentarios (salvo que se me escape el ojillo), hasta que comento, para no sentirme influenciada en mi percepción primera.
EliminarTe cuento Josep que cuando era chica estaba deseando irme a la cama para ensoñar y luego soñar porque mis sueños, los que recuerdo, solían ser maravillosos...y de mayor he tenido algún que otro sueño tan vívido que tengo la impresión de que quizás, si existieran otras vidas (y te habla una agnóstica recalcitrante)... en otras vidas puede que fuera yo esa persona soñada. Una vez soñé con una casa de un pueblo de canarias a la que fui muchos años más tardes por casualidad, y tuve la sensación de haberla habitado, especialmente en un cuarto, de hecho sabía donde estaban las habitaciones (una casa muy rara, construida de manera arbitraria a media que crecía la familia)
Imaginate lo que me ha llegado tu cuento-sueño.
Pues realmente se trata de una vivencia "paranormal", es decir fuera de lo normal. Hay quien afirma que cuando dormimos podemos hacer viajes astrales, desplazar nuestro cuerpo no físico a otros lugares, incluso a otras épocas. No también soy muy incrédulo, de los que se aplican aquello de "si no lo veo, no lo creo", pero ciertamente hay cosas que no tienen una explicación racional.
EliminarFelices sueños, Tara.
Un relato estupendo con una buena dosis de imaginación de la que por supuesto, estás sobrado.
ResponderEliminarQue bonito, el fabricante de sueños, de esos nos harían falta unos cuantos, todo lo que sea hacer feliz a la gente tenía que abundar, sean o no capaces de fabricarlos.
Creo que soñar despiertos es lo mejor porque se puede controlar, lo que se sueña durmiendo, suelen ser pesadillas y desde luego se pasa mal. A mi me parece que ya, ni sueño, o por lo menos no me acuerdo, jajaja.
Un placer haberte leído Josep.
Un abrazo.
Desde luego, como dice mi protagonista en un momento dado, es preferible no soñar que tener pesadillas. Yo de niño tenía muchas porque como me gustaban mucho las historias y películas de miedo, luego esos temores se trasladaban al mundo de los sueños. Recuerdo que, como mi madre era muy imaginativa (quizá algo he heredado de ella), le pedía que me diera ideas para soñar y cuando me metía en la cama me concentraba en lo que me había dicho para ver si, de ese modo, podía convertirlo en un sueño. Ya ves, pues, que es una versión parecida a la de mi cuento.
EliminarUn abrazo y gracias por tu presencia.
Hay un dicho que seguro conoces que dice: "das la mano y te cogen el brazo". La gente siempre pide más. En el caso de tu relato, al principio piden un sueño; poco tiempo después se quejarán de que tienen que esperar cinco minutos para ser atendidos. Es la naturaleza humana, agradecer cuando no se tiene; exigir cuando se está saciado. En fin... Imaginación a borbotones, que nos deja la duda de si la sociedad está preparada para tener sueños.
ResponderEliminarDesde luego ese retiro de ermitaño es un destino al que me apunto. Un abrazo!!
Sí que lo conozco y debo reconocer que muchas veces se cumple. La gente, especialmente la de mi historia, no sabe racionar sus momentos de felicidad, no se contentan con lo que su fabricante de sueños les ha regalado y, al cabo del tiempo, se cansan y quieren más. Es un hábito infantil pero como todos los humanos conservamos algo de cuando fuimos niños... Y es que, aunque suene mal, los niños son egoístas por definición. Solo piensan en su bienestar y piden y piden sin parar. Son los que mejor cumplen con el dicho que has mencionado.
EliminarSupongo que el pobre fabricante de sueños debió arrepentirse de su altruismo y, por lo menos, en su retiro ha logrado por fin vivir en paz.
Un abrazo.
Un cuento no deja de ser una sugestión, que colocada en el momento adecuado, justo entre la vigilia vaporosa y el sueño inicial puede tener acceso a la mente, a los caminos de la imaginación y servirse de ellos para las reparaciones necesarias. Lo malo es cuando nos acostumbramos a poner nuestros sueños en manos de los demás y nos negamos a responsabilizarnos de ellos, a no crear nuestros propios sueños con sus correspondientes responsabilidades, así si algo sale mal es por culpa de otro.
ResponderEliminarPerdón, que rollo me ha salido.
Buen relato. Enhorabuena
Jajaja. De rollo nada, compañero. Ciertamente, los sueños son como el DNI, personales e intransferibles. Para muchos son un bien preciado y carecer de ellos les infunde una cierta confusión. Un amigo mío, que dice no soñar, siempre se pregunta el motivo. Yo le digo que seguro que sueña, pero por alguna causa que desconozco, no se despierta durante la llamada fase REM (la fase activa del cerebro en la que se sueña) y lo que ocurre es que no los recuerda. A pesar de ello, supongo que nunca se pondría en manos de un fabricante de sueños, en caso de existir.
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Bonito cuento, Josep M, pues como un cuento lleno de moraleja he leído este relato. A veces, no es suficiente tener buenas intenciones como tú protagonista, también hay que ser efectivo y al gusto de todos, y eso es muy, pero que muy difícil.
ResponderEliminarA los colegas que le expulsaron de la profesión médica habría que recordarles que según la OMS, salud no solo es ausencia de enfermedad, también es sensación de bienestar, y si alguien no se encuentra bien por no soñar es que está enfermo.
Por cierto, según mi abuela si cenas mucho y te vas enseguida a la cama vas a soñar. A mí siempre me decía "Paloma, no cenes tan tarde, que luego sueñas". No creo que haya literatura científica al respecto, pero mi abuela era muy lista.
Un abrazo.
He escrito este comentario con el móvil y el corrector me ha acentuado un "tu" que no debía. Mil perdones.
EliminarHola Paloma. También existe una máxima que dice que el infierno está lleno de buenas intenciones. Aunque esta no se adapte bien a la historia, no he encontrado otra mejor para describir que a veces las buenas intenciones llevan a grandes fracasos o a malas consecuencias. El egoísmo de los pacientes y clientes de ese bienhechor le acarreó un problema grave. Aunque también podría decir aquello de que no hay mal que por ben no venga. Acabó viviendo en soledad pero feliz.
EliminarEn cuanto a lo de cenar copiosamente, mi abuela, en cambio, me decía que producía pesadillas (supongo que por una mala digestión). Así que cada maestrillo tiene su librillo, jajaja
Un abrazo.
P.D.- No tenías porqué disculparte, yo soy el rey de los gazapos escritos, escriba con el móvil o con el ordenador.
Hola Josep,
ResponderEliminarLa gente en general es muy egoísta y nunca está contenta, siempre queremos más y más, y no nos damos cuenta que el exigido no tienes más que aportar. Nos tendríamos que poner de vez en cuando en el pellejo de los demás, en fin... La parte buena es que al protagonista le quedará siempre el recuerdo de que logró lo que se propuso de niño, y aunque ahora haya tenido que renunciar a todo lo demás estoy segura que será mucho más feliz.
Un relato con tintes a cuento.
Un fuerte abrazo.
Sí, Irene, es un cuento del que cada uno puede extraer la moraleja que prefiera, pues el comportamiento humano es muy complejo y, como dices, suele ser muy egoísta. No me imagino qué hubiera sido del pobre hombre si en lugar de fabricar sueños hubiera producido oro de la nada. Le hubieran tratado como a la gallina de los huevos de oro, ni más ni menos.
EliminarAhora los sueños son solo para él y sus fieles animales de compañía.
Otro fuerte abrazo para ti.
Bonito relato, y un tema apasionante, el de los sueños, y cómo las personas acaban cansándose y obviando las cosas buenas, volviendo a sentirse insatisfechas. ¿Somos incapaces de ser felices? Un abrazo amigo.
ResponderEliminarHola Maite. Bienvenida al mundo de los sueños, jeje.
EliminarCreo que, todos nos acabamos acostumbrando a lo que tenemos y ya no le damos la importancia que tenía para nosotros cuando nos faltaba. El problema se agrava cuando, además, se desea algo nuevo y exclusivo (los sueños en este relato de ficción), y ya nadie recuerda cómo vivía cuando no lo tenía. Egoísmo y desagradecimiento son dos males que afectan a demasiadas personas.
Un abrazo.
Muy buen relato, Josep. Pero, ¿sabes porqué supe que era ficción? Porque sólo en la ficción es posible encontrar a un político "bondadoso, agradecido y generoso", según palabras textuales. ¡Y encima buen marido! Vamos, un mirlo blanco. Fíjate si me impactó que hasta estuve tentado de votarle aún sabiendo que era fruto de tu imaginación. Total, mejor un alcalde "de ficción" como el tuyo que muchos "reales", ¿no crees? ; )
ResponderEliminarAhora en serio, tu relato es de esas piezas que te hacen pensar. Cuando me preguntan por qué escribimos, la respuesta está en tu relato: porque en la imaginación encontramos lo que no existe en el mundo real.
Un abrazo, Josep.
Jajaja. Buen comentario, Pedro. Como se trata de un cuento...
EliminarAun así, hasta los personajes buenos se tornan egoístas y taimados. Además, yo creo que el alcalde le otorga tanto honor como un modo de comprar sus servicios y tenerlo contento para sacarle todo el jugo posible. Así que más bien es un lobezno con piel de cordero lechal.
Muchísimas gracias, amigo, por tu comentario. La ficción, aunque no siempre supere a la realidad, también puede hacer pensar.
Un abrazo.
Muy poética la cosa, la verdad. Es lo que hacen los escritores buenos, en cierto modo, sembrar una historia en el imaginario de sus lectores, cabe decir que para algunos el proceso de crear un cuento o relato es como una suerte de ensoñación en sus comienzos bastante similar a la labor que hace el personaje de tu historia.
ResponderEliminarMe encantó el relato.
Abrazo.
Agradezco, Jonh, tu visita y tu amable comentario. Este cuento tiene un poco de mí. Mi madre era una cuenta-cuentos formidable y yo un chiquillo soñador e imaginativo. Me encantaba soñar, salvo cuando tenía pesadillas, claro. Y también me encantaba contar historias inventadas a mis amigos, sobre todo de terror, jeje.
EliminarEn este caso, el protagonista, más que una aptitud, posee un don que desde un principio es muy bien acogido por sus beneficiarios y muy mal aceptado por sus envidiosos compañeros de oficio. Luego, por desgracia, todos se vuelven contra él y no le queda más remedio que desaparecer. Todo es muy injusto pero cosas parecidas suceden en la vida real.
Me alegro que te haya encantado.
Un abrazo.
Bonito relato, muy onírico en su estructura. El pobre chaval influenciado por su madre consigue cumplir sus"sueños" de dedicarse a algo que realiza gustoso, pero la fama y la envidia siempre vienen de la mano.
ResponderEliminarEn un momento dado de la lectura, y ya el hombre junto al rebaño escribiendo los cuentos bajo la luz de un candil; me puse a temblar por su futuro de nuevo. Pensé que publicaría ese libro y volverían la fama y la envidia de la mano a perjudicar los dulces y serenos sueños de él y los de su rebaño.
Al fin y al cabo los hombres somos muchas veces rebaño.
Un abrazo.
Jaja, Pues no, una vez convertido en pastor, en pastor se queda, sin ánimo de lucro, ni mucho menos de problemas, y creo que hace bien. Solo en el caso improbable de que alguien reparara en él, se interesara por su vida de ermitaño y descubriera su libreta, podría tentarle con publicar sus cuentos. Espero que, por su bien, no caiga en la tentación y haya aprendido la lección. La envidia solo trae malas consecuencias.
EliminarMuchas gracias, Francisco, por tu comentario.
Un abrazo.
Me ha gustado tu relato Josep, pobre hombre que solo quería hacer felices a sus convecinos y los muy desagradecido le amargaron la vida y le hicieron pasar un calvario, menos mal que ahora en el monte vive feliz y por su influencia las ovejas también.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, Conchi, sus buenas intenciones solo le trajeron complicaciones. Nunca se imaginó que intentar hacer feliz a la gente se le volvería en su contra. Cuando la vida se nos complica hasta un punto insoportable, todos nos refugiaríamos de buena gana en el lugar más recóndito posible, jeje
EliminarMe alegro que este cuento te haya gustado.
Un abrazo.
Josep tu relato me ha entretenido mucho. Ver que se cumple su sueño de niño y después con tantas envidias, lo destruyen. Pero el firme en sus sueño, vive como un ermitaño y le cuenta sus historias a los animales. Hacia tiempo que no te leía. Un abrazo
ResponderEliminarHola, Mamen. Me alegro que esta historia sobre sueños te haya entretenido. Ojalá después de su lectura tengas unos dulces sueños y jamás pesadillas, jeje.
EliminarUn abrazo.