El comisario lee el brevísimo informe
que le acaban de pasar.
“Leopoldo Haro Gutiérrez,
Esperanza Garrido Huertas, vecinos del edificio sito en la calle del Arrabal,
nº 68, de esta ciudad, y Aurelio Ríos Mendoza, conserje del mismo bloque de
viviendas, han hallado a las doce horas del día de hoy el cuerpo sin vida de
Antonio Sigüenza Ramos, de 75 años, que vivía solo en su domicilio del tercero
segunda. Estando la puerta de la vivienda abierta, entraron y hallaron a su
vecino tendido en el suelo del comedor, rodeado de un charco de sangre. El
cuerpo ha sido trasladado al Instituto Anatómico Forense para que se lleve a
cabo la autopsia. Los tres vecinos afirman haber visto al asesino”.
─¿Asesino? ¿Y cómo saben esos que
se trata de un asesinato? ─dice el comisario dirigiéndose al agente que le ha
hecho entrega del informe policial.
─Pues porque han visto salir
del piso del finado a un individuo en evidente actitud de estar huyendo del
lugar del crimen.
─Mmmm, pues que pase el primer
testigo ─ profiere el comisario, dejando las gafas de leer de cerca sobre su
escritorio.
******
─¿Es usted Leopoldo Haro
Gutiérrez? ─pregunta el comisario.
─Sí señor, el mismo, para
servirle ─asiente, el interrogado, visiblemente nervioso.
─Pues usted dirá ─le invita a declarar
el comisario.
─Pues verá, señor comisario...
Y el hombre, retorciéndose las
manos, inicia su descripción de los hechos.
─Estaba en casa cuando oí un
grito. Es que yo, a pesar de mi edad, que, aunque no lo parezca, acabo de
cumplir los setenta y nueve, tengo un oído finísimo, ¿sabe? Pues, como decía,
oí un grito y entonces salí al rellano para ver qué ocurría. Vivo en el cuarto
primera. Pues bien, cuando salí, miré por el hueco de la escalera para ver de
dónde podía haber procedido el grito y entonces vi que del tercero segunda
salía un individuo, un joven de unos… digamos, veintitantos años, que miró a su
alrededor, seguro que para cerciorarse de que nadie le veía. Yo me agaché todo
lo que pude, porque sufro de artrosis, ¿sabe?, para no ser descubierto y
entonces vi cómo el sujeto, en lugar de esperar al ascensor, que en ese
instante estaba subiendo, bajó por las escaleras como alma que se lleva el
diablo, sin dejar de mirar si alguien le había descubierto. Una vez se hubo
marchado, bajé tan raudo como mis piernas me permitieron, porque sufro de artrosis,
¿sabe?, entré en el piso de don Antonio, pues la puerta había quedado medio
abierta, y entonces le vi tendido en el suelo, ensangrentado y deduje que el tipo
que había salido huyendo lo había matado. Cuando iba a llamar a una ambulancia
y a la policía entró mi vecina del quinto, que también había visto cómo el
asesino huía escaleras abajo. Ella fue quien les llamó.
─¿Alguna cosa más? ─le apremia
el comisario, pues se está haciendo tarde y hoy quiere almorzar temprano, pues
apenas ha desayunado y está hambriento.
─No, señor comisario, nada
más. Eso es todo lo que vi.
─Muy bien. Espérese fuera un
momento que tendrá que firmar su declaración ─Y dirigiéndose al policía de la
puerta─. Que pase el segundo testigo.
─La testigo, señor comisario.
Es la mujer ─le aclara el agente.
******
─¿Es usted…esto… ─busca en el informe policial─ doña
Esperanza Garrido Huertas?
─Sí, sí, soy yo ─responde la interpelada, también muy nerviosa.
─Dígame qué vio exactamente.
─Pues verá. Yo vivo en el
quinto y estaba subiendo en el ascensor, pues volvía del supermercado, cuando,
al llegar a la altura del tercero, vi que un individuo, con cara de pocos
amigos, bajaba por las escaleras a toda prisa y con un objeto en la mano,
seguramente el arma del crimen. Cuando vio que en el ascensor había alguien, pues
es uno de esos ascensores antiguos, con una cabina acristalada, giró la cara
hacia la pared para ocultar su identidad. Entonces vi a mi vecino del cuarto,
don Leopoldo, entrar en el tercero segunda, por lo que sospeché que algo malo
le había ocurrido a don Antonio, y tan pronto como llegué a mi planta, dejé las
bolsas de la compra en el rellano y, bajé a toda prisa a ver qué pasaba. Cuando
entré en el apartamento vi a don Leopoldo inclinado sobre el cuerpo de don
Antonio y me dijo que hiciera el favor de llamar a una ambulancia y a la
policía pues él no tiene móvil. Hubiera podido usar el teléfono fijo del pobre
don Antonio, se preguntará usted, pero es que no quise tocar nada, ¿sabe usted?
Lo he aprendido de las películas y series de televisión. Me encantan las
películas policíacas y ...
─Bien, bien. ¿Alguna cosa más que
quiera añadir antes de firmar su declaración? ─le inquiere el comisario,
cubriendo con su vozarrón el ruido de sus tripas.
─Pues no, señor comisario, eso
es todo lo que vi.
─Pues entonces haga el favor
de esperar fuera, que le harán entrega de su declaración para que la firme.
Una vez ha abandonado la
testigo el despacho, pregunta al agente uniformado que hace las veces de
mecanógrafo:
─¿Hay algún testigo más que
haya venido a declarar?
─Sí, señor comisario, el
conserje del edificio.
─Pues hágalo pasar ─le
apremia, a la vez que mira su reloj de pulsera.
******
El tercer testigo entra, muy
erguido y con paso decidido, como quien va a declarar en un juicio, y se sienta
frente a la mesa del comisario sin esperar a que este se lo indique.
─Así que usted es el conserje
del edificio de la calle del Arrabal, nº 68, don… ─vuelve a consultar el
informe.
─Aurelio Ríos Mendoza, para
servirle.
─Muy bien. ¿Y qué vio usted
exactamente?
─Pues verá. Minutos antes del
desgraciado suceso. ¡Quién lo iba a decir! ¡Pobre don Antonio, con lo buena
persona que era! Pues como le decía, poco antes del asesinato de don Antonio,
entró en el edificio un joven encapuchado.
─¿Encapuchado? ─pregunta,
interesado, el comisario.
─Bueno, quiero decir que
llevaba un chándal de esos con capucha y la llevaba puesta. Llovía un poquitín,
eso sí, pero seguro que la llevaba puesta para que no le viera bien la cara.
Pues el joven ese entró sin siquiera dar los buenos días, que yo pensé si serán
maleducados los jóvenes de hoy, y se dirigió directamente hacia el ascensor. Yo
le pregunté desde mi puesto a qué piso iba y me contestó, sin girarse, lo cual,
insisto, demuestra que no quería que le viera la cara, que iba al tercero
segunda, es decir a casa de don Antonio. Pude ver, eso sí, que llevaba algo que
cubría con la chaqueta del chándal. Al cabo de un rato, no sabría decir cuánto,
le vi salir a toda prisa. Yo estaba leyendo el periódico y al oír pasos,
levanté la cabeza y vi cómo salía a la calle casi corriendo, huyendo diría yo.
Seguía con la capucha puesta, así que no pude verle la cara a ese maldito
asesino. Si lo llego a saber…
******
─¿Y dice usted que sabría
describir al presunto asesino? ─le inquiere el agente a doña Esperanza Garrido,
con cara de sorpresa.
─Sí, señor agente. Yo soy muy
pero que muy fisonomista. Tengo esa aptitud. Se me quedan clavadas las caras
con solo verlas unos instantes ─afirma, con orgullo, la mujer.
─Entonces, podría indicarle a
nuestro dibujante cómo era para que pueda hacer un retrato robot.
─Pues claro que sí. ¡Un
retrato robot! ¡Qué interesante! Como en las películas policíacas ─dice la
mujer, ahora entusiasmada.
******
─ No, no. La nariz más… cómo
diría yo… más picuda. Sí, eso, como la de un ave. No, no, tanto no, que parece
un grajo. Más fina, algo más larga. ¿O era más gruesa? Bueno, déjela así. Y las
cejas más pobladas. No, tanto no, no tan cejijunto. Rectas, eso, rectas. Bueno,
pero formando un poco de arco. Bueno, ya me entiende, como todas las cejas,
pero no tan arqueadas. Y los ojos más juntos. Pero no tanto, hombre, que parece
un búho. Rasgados, sí, pero no tanto, que parece chino. ¿Color? Ay pues eso sí
que no lo sabría decir. Oscuros, eso es. Seguramente los tenía marrones. Claro
que también podrían ser negros. Y los labios sí que eran muy finos, si parecía
que no tuviera. Aunque podría ser que los tuviera muy apretados, ya sabe, los
nervios, la tensión… ¿Las orejas? Pues no me fijé en las orejas. Supongo que
normales, aunque, bien pensado, las debía tener cubiertas por esa capucha que
lleva puesta. ¿El pelo? Tampoco lo pude ver con claridad por el mismo motivo, pero
era tieso y abundante, eso sí, porque le salía disparado por ambos lados de la
capucha, como dos penachos. Y era castaño. O negro. Ahora no lo recuerdo. No
crea, que no es fácil describir a un individuo que baja corriendo por las
escaleras y al que vi desde el ascensor. ¿Por qué me mira así, si puede
saberse?
******
─¿Y este mamarracho dice que
es el presunto asesino, al que vio bajando por las escaleras? Pero si más bien
parece un muñecote hecho por un párvulo. ¡Por favor! Esa mujer, o iba bebida o
está cegata. ¿Cómo puede haber alguien con esa cara? Si le enseñamos ese
retrato a cualquiera, va a soltar una carcajada que se oirá hasta en
Tegucigalpa ─dice el comisario cuando le presentan el retrato robot siguiendo
las indicaciones de la mujer aquella que dijo ser tan fisonomista.
******
Al día siguiente, el médico
forense encargado de realizar la autopsia del cadáver de Antonio Sigüenza Ramos
está redactando el informe pericial. Cuando termina, llama al comisario que
lleva el caso para adelantarle lo más significativo, tal como aquél le había
pedido.
─En el momento de realizarle
la autopsia, el cadáver llevaba muerto doce horas, lo cual concuerda, minuto
arriba, minuto abajo, con el momento en que fue hallado sin vida por sus
vecinos. Su historial médico indica que se medicaba por una angina de pecho que
le habían diagnosticado varios meses atrás, lo cual explicaría los niveles
hallados en sangre de nicardipino, un medicamento utilizado para tratar esta
dolencia. También se han hallado niveles importantes de atorvastatina, para
controlar el colesterol. Puestos en contacto con su cardiólogo, este me ha
indicado que, a pesar de sus 75 años, su corazón era el de un anciano de 90. Por
lo demás, sus órganos internos estaban sanos. Externamente, no he hallado
señales de lucha ni de agresión, salvo el impacto en el cráneo, que
justificaría el abundante sangrado, pero que no fue la causa de la muerte.
─Entonces, ¿qué le provocó la
muerte? ─inquiere, impaciente, el comisario.
─Un IAM. Quiero decir un infarto
agudo de miocardio. Tenía las coronarias hechas un asco, hablando
coloquialmente. Le envío, de momento, el informe por correo electrónico.
─concluye el forense, antes de colgar.
******
─Así pues, le falló el corazón
─comenta el comisario al equipo de investigación.
─Seguramente del susto ─afirma
uno de los agentes.
─¿Susto? ¿Por qué causa?
─Pues, porque el chaval,
haciéndose pasar por… pongamos, un mensajero, dijo traerle un paquete. Al abrir
el viejo la puerta, le apuntó con el arma que los testigos vieron que llevaba
en la mano, le obligó a entrar en la vivienda con la intención de robarle, y al
hombre le dio un soponcio. El viejo se desmayó y, al caer, se dio con el canto
de la mesa, en la que hallamos restos de sangre, y la palmó. O bien el chaval
le empujó y con el golpe perdió el sentido.
─Eso no me convence,
Gutiérrez. Según la autopsia, está claro que murió de un infarto, no del golpe
en la cabeza. Todo apunta a un homicidio involuntario, pero no veo el móvil. ¿No
dijeron que el piso no estaba revuelto? ¿Acaso alguien vio señales de robo?
─No le dio tiempo a
desvalijarle. El viejo gritó y el chaval se asustó y se largó.
─¿Y por qué querría robar en
casa de un viejo que, al parecer, no tenía ni un duro, digo ni un euro. Si
buscaba algo en concreto, algo valioso, habría aprovechado que el hombre estaba
sin sentido para buscarlo, a pesar del grito. ¿Quién iba a saber de dónde había
salido ese grito? Que, por otra parte, me pregunto cómo un viejo pudo proferir
un grito tan fuerte que llegara a oírse en la escalera y con la puerta cerrada.
Las paredes y las puertas de esos pisos tan antiguos son casi tan gruesas como
las murallas romanas del barrio gótico. Y luego, una vez hallado “el botín”, podía
haber esperado a que no hubiera movimiento en la escalera para largarse
silenciosamente en lugar de salir en estampida dejando la puerta de par en par.
─No, señor comisario, dijeron
que la hallaron entornada.
─Ya lo sé. Da igual. Es una
forma de hablar. Los ladrones y los asesinos, por lo menos los profesionales,
no dejan ninguna señal de su presencia. Se largan y punto. Parece mentira que
no lo sepan, carajo.
******
─Las huellas dactilares que
hallaron en la puerta no son de ningún delincuente fichado, así que no hay
forma de saber a quién pertenecen. La científica identificó unas pisadas de
alguien que calzaba unas deportivas del número cuarenta y tres y por el dibujo
de la suela no pudieron determinar la marca.
─Entonces qué hacemos,
¿cerramos el caso?
─Eso lo decidirá el señor
comisario, pero yo soy de la opinión, como él, de que el desconocido es un
homicida, pues le provocó la muerte, por muy accidental que fuera. Así que es
más que suficiente para seguir buscando.
─De momento, los
interrogatorios que hemos efectuado por el barrio no han dado fruto. Nadie vio
a nadie salir corriendo del portal a aquella hora ni nadie reconoce al
individuo del chándal a partir del retrato robot.
─No me extraña. Si ese dibujo
es peor que aquel Ecce Homo
restaurado de Borja, esa pintura que se hizo tan famosa.
─Hey, hey, ¡cuidado con lo que
dices! Que yo lo dibujé siguiendo las indicaciones de aquella mujer, ¿vale?
─Vale, hombre, no te cabrees.
Ya sé que eres un buen dibujante, de lo contrario no estarías aquí, pero es que
el resultado fue…
─Pues por lo que te digo, tío.
Además, la chiflada esa le dio el visto bueno.
─Pero ¿no viste que era una
cegata? No se puso las gafas por coquetería, para parecer más joven, y cuando
te miraba con esa cara de boba tenía que entrecerrar los ojos para enfocar
mejor. Además, los otros dos testigos, el del cuarto y el conserje, no parecían
estar muy convencidos del resultado.
─Bueno,
ya está bien de cháchara, al curro y seguid buscando al mierda ese. Hay que dar con él sea como sea. Me he comprometido con
el señor comisario que de esta semana no pasaba que diéramos con él. No tiene
que ser tan difícil, joder ─concluye el inspector jefe.
******
Pero, transcurridos seis meses
sin haber obtenido ningún dato adicional, el caso se dio por cerrado. Lo único
que quedó claro fue que un individuo no identificado se presentó en casa del
finado, que este le abrió la puerta voluntariamente, por lo que debía conocerle
o aquel debió de identificarse sin que ello le hiciera sospechar sus
intenciones. No hubo indicios de forcejeo o violencia física ni evidencia de
robo. Seguirá, pues, siendo un misterio el motivo de la visita y las
intenciones del desconocido. Las únicas pruebas halladas dentro del domicilio
hacen suponer que algo debió ocurrir entre visitante e inquilino que hizo que
este último se desplomara, golpeándose la cabeza con el canto de la mesa del
comedor. No se pudo confirmar si la muerte se produjo antes o después de la
caída, aunque el golpe no tuvo nada que ver con el deceso. La causa fue, según
el dictamen forense, un Infarto Agudo de Miocardio (IAM). La búsqueda del
sujeto, a pesar de la descripción facilitada por tres testigos que aseguraron
haberle visto, resultó infructuosa.
******
A Sebastián todavía no le
llega la camisa al cuerpo. No ha podido superar el trauma. Y no las tiene todas
consigo. Todavía cree que pueden identificarle. Lo sueña todas las noches desde
ese fatídico día. Una pesadilla horrible.
Quién le iba a decir que le
ocurriría ese percance cuando solo llevaba una semana en la notaría. Aunque fue
accidental, no se atrevió a contarlo. Seguro que lo habrían despedido. Y más
estando a prueba. Que un error lo puede cometer cualquiera, caramba. Que
también es casualidad de que hubiera dos Antonio Sigüenza viviendo en la misma
calle, en edificios contiguos, y los dos en un tercero segunda, uno en el
número 66 y el otro en el 68. De acuerdo, hubiera tenido que fijarse en el
segundo apellido. A aquel a quien iba dirigido el sobre se llamaba… Rueda, y el
otro, el pobre hombre que se dio el susto de muerte se llamaba… Ramos. Rueda y
Ramos. Pero da igual, el caso es que no se fijó en ello. Cuando llamó a su
puerta, preguntó por don Antonio Sigüenza, nada más. Ya se sabe, las prisas.
Entró en el portal equivocado. No habría pasado nada si en el tercero segunda
no hubiera vivido ese otro Antonio Sigüenza. Y ahora se atormenta.
******
¿Cómo iba a saber lo que
contenía el sobre? Yo solo me fijé que a medida que leía lo que ponía esa carta
los ojos se le ponían como platos y se puso de un rojo granate, hasta que cayó
fulminado. Aún resuena en mi cerebro el golpazo que el pobre se dio en toda la
cabeza. Cuánta sangre. ¡Qué horror! Y cuando le tomé el pulso, tal como me
habían enseñado en aquel curso de primeros auxilios, ya no tenía. ¡Estaba
muerto! No entendía lo que le había provocado aquel patatús. Hasta que leí lo
que ponía en aquel papel. Como heredero único de no sé quién, el señor notario
le comunicaba que acababa de heredar cinco millones de euros y que se
presentara cuanto antes en su despacho. Me sonó un poco raro que un hombre tan
mayor como él fuera el único heredero de alguien, pero tampoco le di demasiada
importancia.
Lo primero que pensé es que se
había desmayado del pasmo y que el golpe que se había dado en la cabeza al caer
lo había desnucado. Salí al rellano y grité pidiendo auxilio, pero entonces me acojoné.
Volví a entrar y cerré la puerta. No sabía qué hacer. Pensé en todo el lío: los
vecinos, la ambulancia, la policía, el interrogatorio. Así que pensé que lo
mejor era poner pies en polvorosa y que cuando lo encontraran y leyeran lo que
ponía la carta, comprenderían lo que había pasado. Pero, cuando ya me iba, me
acordé de que no le había hecho firmar el recibo conforme le había entregado
aquella notificación. Y me entró el pánico. Cuando se supiera lo de su muerte y
descubrieran quién le había hecho entrega de aquella notificación notarial,
¿cómo iba a decirles que lo había dejado con vida y que me había ido sin firmarme
el recibo? Entonces se me ocurrió hacer un garabato en el recuadro de la firma,
como hace todo el mundo, y Santas Pascuas. Pero resultó que también tenía que
poner su número de DNI, así que rebusqué en sus bolsillos. Y lo encontré.
Suspiré de alivio. Pero ¡horror!, cuando leí su nombre y apellidos completos,
me di cuenta de la equivocación. No era Antonio Sigüenza Rueda sino Antonio
Sigüenza Ramos.
Salí corriendo como una
liebre, dejando, por lo que leí, la puerta abierta. Esperaba que nadie me viera,
pero subía el maldito ascensor. Menos mal que llevaba el chándal y me cubrí la
cabeza con la capucha. Salí disparado a la calle, sin atender a la llamada del
conserje. Al cabo de un buen rato, después de merodear por el barrio para ver
que todo estuviera despejado, hice la entrega de la notificación al verdadero
destinatario, quien se extrañó mucho de que el sobre estuviera abierto. Ni
siquiera recuerdo la excusa que le di, pero se olvidó de este detalle tan
pronto como leyó la carta. Pensé por un momento que volvería a ocurrir lo mismo
que al pobre hombre que había dejado muerto en el suelo de su comedor, pero
este era mucho más joven y supongo que con un corazón más fuerte. Me dio una
generosa propina y volví raudo a la notaría.
Y aquí estoy, rezando para que
no se descubra el pastel que, sin querer, organicé por mi mala cabeza. Suerte
he tenido de que la testigo que dijo haberme visto la cara, cosa que dudo, y
que dirigió la mano del dibujante, no acertara ni por asomo. Seré tonto y despistado,
pero mucho más guapo.
Muy emocionante historia Josep, y un desenlace que me ha encantado por lo inocente de la situación que ocasionó la muerte del pobre hombre, y es que las prisas y el miedo, pueden desencadenar cualquier situación desastrosa como en este caso.
ResponderEliminarUn placer siempre leer tus relatos.
Un abrazo.
Muchas gracias, Elda.
ResponderEliminarEsta historia yacía dormida en una carpeta de mi ordenador, pues no encontraba el momento para publicarla, ni siquiera estaba seguro de hacerlo. Surgió de una idea que consistía en contar tres versiones de un mismo hecho por parte de sendos observadores, para acabar demostrando que lo ocurrido realmente no tenía nada que ver con las apariencias, pues estas muchas veces engañan. No obstante, la idea original derivó en lo que has leído y como se apartaba de mi objetivo, la dejé en suspenso. Pero ahora, como llevaba más tiempo de lo normal sin publicar nada nuevo (mis ánimos ahora mismo no están para escribir), ayer decidí sacarla del baúl. Y aquí está. Me alegro que te haya gustado.
Un abrazo.
Hola Josep, una historia perfectamente trenzada y narrada, hasta llegar a una resolución clara, concisa y atando todos los cabos. Te felicito por la elaboración y por la gran imaginación puesta en ella, desde luego a esto es lo que yo en el cine llamaría un guión redondo. Y desde luego que el mensaje que encierra tu texto, es clarividente en cuanto a que las apariencias engañan y que sino fuera por una buena investigación policial, cuantos casos podrían ser llevados a error.
ResponderEliminarUn abrazo y agradecido de poder leerte.
Hola Miguel, no sabes cómo me alegra que te haya parecido un guión redondo, pues en un omento dado me pareció que intentaba la cuadratura del círculo, jajaja. Fue fruto de la improvisación y lo dejé tal cual.
EliminarY, efectivamente, hay testimonios totalmente inválidos que en las películas siempre son los que quienes meter baza y tener su momento de gloria.
Un abrazo y agradecido yo por haberme leído.
Corrección de gazapos: "en un momento dado" y "los que quieren meter baza". Sorry.
EliminarNunca fue tan cierto como en tu relato, Josep, que las apariencias engañan y que los prejuicios nos impiden ver las cosas tal cual son en la realidad. ¡Menudo cúmulo de casualidades! Lo que en principio, avalado por tres testigos, parecía un asesinato en toda regla, no deja de ser un accidente desafortunado y pintoresco.
ResponderEliminarEstupenda forma de presentar el argumento y las diferentes versiones, y muy buena manera de resolver el equívoco, atando todos los cabos que habían llevado a confusión. Creo que el mensajero de la notaría no actuó bien, pero tanto tan mal como para meterle en prisión por asesino...
¡Un abrazo!
Hola Julia. Cada uno interpreta lo que ve, o cree ver, a su manera, partiendo de un prejuicio o de una base errónea. A veces las cosas son mucho más sencillas de lo que parecen. Solo una mente analítica y objetiva puede llevar a descubrir la verdad.
EliminarMuchas gracias por tu lectura y comentario.
Un abrazo.
La verdad es que es de lo mas entretenida. Y en absoluto se espera uno el desenlace. Me ha gustado mucho. Gracias JOSEP!!
ResponderEliminarLa verdad es que es de lo mas entretenida. Y en absoluto se espera uno el desenlace. Me ha gustado mucho. Gracias JOSEP!!
ResponderEliminarTe agradezco, Esperanza, por duplicado, tu elogiosa crítica, jajaja
EliminarLas historias de suspense con una dosis de humor suelen, a mi parecer, ser bastante más entretenidas.
Un abrazo.
Una buena historia.Me la he leído de un tirón.Saludos
ResponderEliminarGracias, Betty, por haber tenido el interés y la paciencia de leer esta historia de un tirón, pues reconozco que resulta bastante larga. Yo no suelo escribir relatos de esta longitud, y si los escribo, los divido en episodios para hacer más llevadera la lectura. En este caso, sin embargo, no vi la forma de cortar en un punto que mantuviera el suspense.
EliminarUn abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHe pasado un buen rato leyendo tu entretenida y sorprendente historia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues de eso se trata, amigo, que uno se distraiga y lo pase bien leyendo. Con esto me doy por satisfecho.
EliminarMuchas gracias por venir a leerme y dejar tu amable comentario.
Una historia muy bien hilvanada, llena de malentendidos por esa manía que tiene mucha gente de prejuzgar o simplificar los hechos. Menos mal que el comisario se lo veía venir con los dos "supuestos" testigos y la historia ha acabado bien para el "sospechoso".
ResponderEliminarNarración muy amena, con su dosis de suspense y a ratos bastante divertida en los diálogos, jeje.
Me ha gustado mucho, Josep.
Un fuerte abrazo.
Hola Ziortza, me alegra haber logrado entretenerte y divertirte. Los malentendidos pueden tener consecuencias fatídicas si no se sabe aclarar convenientemente el entuerto. En esta historia, he pretendido alternar el suspense con el humor y si el resultado ha sido favorable me alegro mucho por ello.
EliminarSe agradece tu presencia y tu comentario.
Un abrazo.
Muy bueno. Menudo despiste. La verdad es que yo tengo muchos, pero por ahora no les ha costado la vida a nadie. Esperemos que no le encuentren porque a estas alturas, sería dificil de creer.
ResponderEliminarUn besillo.
Yo creo que ese chico es experto en despistes, lo cual resultó fatal para el pobre anciano pero le ha servido para despistar totalmente a la policía. Creo que de esta se va a salvar. Veremos a lo que le conduce la próxima metedura de pata, jeje
EliminarMuchas gracias, María, por tu comentario.
Un beso.
Me alegra mucho leerte de nuevo y ver como esta intacta tú muy buena inspiración.
ResponderEliminarPobre hombre, y la verdad que una tonta y absurda equivocación le haya llevado a la muerte y también como el que sin quererlo la provoco no vaya a la policía y confiese, pero claro, quedaría en una situación muy difícil y claro su vida ya no sería la misma, mejor dejarlo todo como esta,para él.
En fin a la conclusión que llego con tú relato es que las prisas nunca nunca son buenas y hay que fijarse muy bien en las cosas. Un abrazo. TERE.
Hola Tere. Como le decía a Elda, este es un relato que estaba guardado en un cajón, esperando el veredicto de su autor, o sea yo. Al final me animé a desempolvarlo y darle un poco de lustre. Y ahí está, jeje
EliminarAparentemente pequeñas equivocaciones pueden tener efectos nefastos. Y este error lo pagó muy caro el erróneo destinatario de la nota. Lo que para uno fue una feliz noticia, para el otro resultó fatal.
Y en efecto, hay que ser muy meticuloso en todo lo que hacemos, sobre todo si se trata de algo que afecta a los demás.
Un abrazo.
Jajjjaja Jose María…¡Pobre hombre! Si es que hay alegrías que matan.
ResponderEliminarToda la trama muy bien llevada, por un momento llegué a pensar si no lo habían matado entre todos los vecinos por alguna razón por determinar.
La parte del interrogatorio estupenda, con seriedad por parte del interrogador, por parte de los interrogados con dudas y titubeos de…¿sabe usted?, diálogos naturales.
Y el final no es descabellado. Hizo bien el muchacho en salir por patas, que el señor comisario estaba loco por cerrar el caso.
Un abrazo y hasta pronto compañero.
Con lo tranquilo que vivía el pobre hombre, jaja
EliminarMe alegra que te haya gustado, no solo el fondo sino la forma del relato. Cuando uso diálogos procuro que los protagonistas hablen con naturalidad, de la forma en que lo harían en la vida real, pues es lo que da credibilidad a la narración.
Dadas las circunstancias en las que se encontraba el muchacho, creo que muchos en su lugar hubieran reaccionado del mismo modo: correr como una liebre, jeje
Un abrazo.
Todos solemos creer lo que nuestros ojos nos indican y no caemos en la cuenta de que muchas veces las apariencias engañan. Aquí hay que añadir el buscado protagonismo de los testigos, queriendo a toda costa aportar su granito de arena, aunque en este caso era una losa que pesaba sobre el "inocente asesino".
ResponderEliminarUn abrazo.
Lo que parece a primera vista es lo que nunca es, más bien lo que interpretamos cada uno según nuestro personal punto de vista.
ResponderEliminarDe todas las maneras al ser un homicidio involuntario en el que el joven no tuvo más culpa que el de su confusión, debería haber simplificado las cosas llamando a urgencias y declarando la verdad. Pero ya se sabe lo propensos que somos a complicar las cosas.
Un abrazo y encantado de leerte.
La gente (entre la que me incluyo, muy a mi pesar) suele interpretar lo que ve a su manera, a veces acertada y otras desacertadamente. Lo malo es cuando la mala interpretación lleva malas consecuencias asociadas.
EliminarEn este caso, el pobre chaval era nuevo en su trabajo y estaba a prueba. De haber hecho lo que debía, sus jefes le habrían acusado seguramente de una grave negligencia que había provocado una muerte, por muy involuntaria que fuese. Pensó, egoístamente, que ya no había vuelta atrás y que, en cambio, se quedaría en el paro. Como dice el refrán: el muerto al hoyo y el vivo al bollo, jajaja
Un abrazo y encantado de que me leas, Francisco.
¡Hola! Pues sí que engañan las apariencias pero es que parecía un asesinato. Me ha gustado mucho todo, la narración y el desenlace.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jugar con las apariencias lleva al desconcierto. A veces la verdad no se deja descubrir fácilmente. Solo un buen sabueso es capaz de encontrar la solución a un misterio. En este caso, sin embargo, nadie supo descubrir toda la verdad, para fortuna del irresponsable mensajero.
EliminarMe alegro, Gemma, que te haya gustado la trama y la narración.
Un abrazo.
Es verdad, la vida se puede complicar por la cosa más tonta, por una equivocación.
ResponderEliminarBuen relato,
Un abrazo
Efectivamente, en unos segundos ¡, la vida puede dar un giro de 180 grados y por la tontería menos imaginable. Un error trivial puede provocar una hecatombe. En este caso, una muerte.
EliminarMuchas gracias, literatonovato (a falta de un nombre real) por tu lectura y comentario.
Un abrazo.
Jo, Josep. ¡Todo un relato enigma! Me ha encantado. No solo por la historia que está repleta de giros, lo que se espera de una trama de intriga, pistas falsas e investigación, sino por la estructura. Sobre todo en los interrogatorios en los que los hechos se formaban a través de los distintos puntos de vista. A veces las casualidades nos llevan a unos "marrones" de cuidado. Como en este caso le ha pasado a este portavoz de buenas noticias. En este caso el que murió no fue el mensajero. Excelente. Un abrazo!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias, David, por tu comentario. Me alegra particularmente que este relato haya gustado, tanto por la trama como por el estilo narrativo, ya que, como he dicho anteriormente, lo tenía aparcado sin saber muy bien si publicarlo o no. Al principio me pareció una historia disparatada y que, además, no se ceñía estrictamente al guión que me había planteado originalmente.
EliminarUn fuerte abrazo.
Al pobre Antonio, el finado, el destino le jugó una mala pasada. Todo jugó en su contra: sus coronarias atascadas, su nombre casi idéntico al vecino de su calle y un recadero de la notaría algo chapuzas.
ResponderEliminarBuen relato, Josep Mª, donde los diálogos me han gustado mucho. Me ha encantado ese habla coloquial de unos vecinos de cualquier barrio que uno se puede encontrar en cualquier edificio.
Un abrazo.
Las coincidencias o similitudes pueden, efectivamente, jugarnos una mala pasada y don Antonio, sin quererlo, pagó caro tener un vecino de calle con su nombre y primer apellido iguales. Su estado de salud también jugó en su contra. El destino fue injusto con él en forma de un recadero despistado.
EliminarMe alegro que te haya gustado la intervención de esos entregados y voluntariosos testigos y el desarrollo de los acontecimientos, aunque aquí la ficción haya superado a la realidad, jeje.
Un abrazo, Paloma.
Me has hecho reir bastantes veces, Josep Mª. Con lo de que Sebastián no se fijara en el segundo apellido "pero que más da"..., o cuando entregó una carta de notificación de una herencia con un sobre ya abierto, o la frase final que no tiene desperdicio.
ResponderEliminarMuy buen relato perfectamente contado e intrigante a más no poder, seguramente como algunas películas de las que veía la Sra. Garrido ;-)
Un beso
Pues de eso de trataba, de hacer, por lo menos, sonreír al personal, jajaja. Una historia un poco disparatada con un malentendido como telón de fondo. Una tragicomedia que solo pretende divertir al lector. Me alegro mucho de haberlo conseguido.
EliminarTe agradezco, Chelo, tu visita y tu amable comentario.
Otro beso.
He estado en suspenso hasta el último minuto Josep, la verdad es que no me imaginaba el final. No me extraña que al hombre le diera un infarto, si de golpe lees que te han dejado 5 millones de €. Me encantan tus relatos.
ResponderEliminarFeliz domingo.
Un abrazo.
Hola Conchi, Me alegro que te haya enganchado tanto mi relato y que te haya sorprendido el desenlace, que es lo más complicado de todo.
EliminarA mi edad no sé si me daría un patatús, espero que no, pero un buen soponcio sí que me daría, sobre todo al darme cuenta luego del error y que no soy yo el agraciado, jajaja.
Un abrazo y que también pases un feliz domingo.
Bueno... pero morir, murió feliz, ¿no? ¡Qué pena! Por lo menos nunca sabrá que la herencia no era para él, que después de la ilusión eso sí que tiene que fulminar a cualquiera, :)
ResponderEliminarUna historia fantástica Josep Maria, la he disfrutado muchísimo.
Y me he imaginado a los vecinos metomentodo por allí merodeando, jajaja
Un abrazo y feliz tarde.
Pues sí, murió engañado. Y bien mirado, es mejor morir creyéndose millonario que del disgusto de saber que todo fue un error y que sigues siendo pobre como una rata, jajaja.
EliminarMe alegro, Irene, que te lo hayas pasado bien, y sobre todo mucho mejor que el protagonista, tanto el viejo muerto como el joven vivo, jeje.
Un abrazo.
Me ha encantado el relato tipo "crónica" y el desenlace tan inesperado. En todo caso creo que el pobre hombre murió feliz! jajaja
ResponderEliminarPues no sé yo hasta qué punto llegó el hombre a tener conciencia de su buena (aunque equivocada) suerte, jajaja
EliminarMe alegra haberte entretenido con esta crónica de un falso asesinato.
Un abrazo.